Jesús, Su vida y mensaje: Discipulado (6ª parte)

octubre 24, 2017

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: Discipleship (Part 6)]

Tal como hemos visto en los anteriores cinco artículos sobre discipulado, Jesús enseñó que si queremos creer en Él y seguirlo debemos reorientar nuestra escala de prioridades de manera que nuestra lealtad a Dios esté por encima de todo. Nuestra familia, seres queridos, deseos, bienes materiales, profesión y hasta nuestra propia vida deben quedar en un segundo plano en relación con nuestra dedicación y amor a Dios. Reorganizar nuestra vida para concederle al Señor el primer lugar no es tarea fácil. Con frecuencia requiere decisiones delicadas y sacrificios. Jesús lo sabía cuando dijo a Sus discípulos:

El que ama a padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o hija más que a Mí, no es digno de Mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí[1].

Jesús presentó ese tremendo reto a toda persona, de antes y de ahora, que quiera seguirlo. También nos dio la clave para ser capaces de llevar a la práctica nuestro compromiso con el discipulado. Pecaminosos como somos, ninguno logra cumplir todo el tiempo las exigencias del discipulado; y si intentamos hacerlo con nuestras propias fuerzas, nos exponemos a terminar como los fariseos, a los que Jesús censuró una y otra vez por perder de vista lo que era realmente importante. Ellos se preocupaban excesivamente por observar las normas en detrimento de su relación con Dios. Si bien Jesús enseñó que el discipulado exige lealtad a Dios por sobre todas las cosas, Él no quería que la aplicación de ese principio degenerara en una absurda observancia de reglas. Sus discípulos pasaron por el renacimiento espiritual de la salvación y fueron llenos del Espíritu Santo.

La salvación lo cambia todo.

Si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas[2]. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí[3].

El Espíritu Santo que mora en nosotros es una manifestación de que estamos «en Cristo».

En esto sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado[4].

¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios?[5]

Las fuerzas y la gracia para vivir como discípulos no nos vienen únicamente por nuestro deseo de conducirnos como a Dios le agrada y nuestro empeño en ese sentido, sino también por Su poder mediante el Espíritu Santo.

Según el Evangelio de Juan, la noche antes de ser crucificado Jesús habló largo y tendido con Sus discípulos. Parte de Su sermón fue sobre la ayuda que les enviaría cuando ya no estuviera con ellos. Fijémonos en lo que les dijo, ya que nos puede servir para entender el papel del Espíritu Santo en la vida de los primeros discípulos y en la de todos los que ha habido desde entonces.

Fue durante la última cena de Jesús con Sus discípulos, antes de Su aprehensión y posterior ejecución, después que Judas se marchó para reunir a una cuadrilla de soldados y algunos oficiales de los sumos sacerdotes y los fariseos con el fin de arrestarlo. Una vez que Judas se fue para emprender su traicionera misión, Jesús dijo muchas cosas a Sus discípulos. Nos centraremos en lo que les explicó sobre el Espíritu Santo, a quien iba a enviar después de Su partida para darles poder y ayuda.

Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros[6].

Algunos de los siervos de Dios más destacados del Antiguo Testamento nombraron y ungieron a otros para que tomaran su lugar después de su muerte. Moisés nombró a Josué. El Señor le dijo a Moisés:

Mira, se ha acercado el día de tu muerte. Llama a Josué y esperad en el Tabernáculo de reunión para que Yo le dé Mis órdenes[7].

Josué hijo de Nun estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él, y los hijos de Israel lo obedecieron[8].

El profeta Elías escogió a Eliseo como sucesor y le dijo:

«Pide lo que quieras que yo haga por ti antes de que yo sea separado de ti». Y Eliseo le respondió: «Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí». Elías le dijo: «[…] Si me ves cuando sea llevado de tu lado, así te sucederá […]». Mientras ellos iban andando y hablando, de pronto, apareció un carro de fuego y caballos de fuego que separó a los dos. Y Elías subió al cielo en un torbellino. Eliseo lo vio[9].

De modo similar, en el libro de los Hechos dice que Jesús envió a un sucesor detrás de Él. Mandó a Sus discípulos que no se fueran de Jerusalén porque serían «bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días»[10].

Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra[11].

Cuando llegó el día de Pentecostés estaban todos unánimes juntos. De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo[12].

En cierto sentido, el Espíritu Santo fue enviado como sucesor de Jesús, para que Su presencia acompañara en todo momento a los discípulos. El Espíritu los llenó y les confirió poder, y ha hecho lo mismo con todos los demás discípulos que ha habido desde entonces. La mayoría de los discípulos de Jesús fueron capaces de ponerlo a Él primero, aun por delante de su familia, su trabajo y sus deseos personales. Es indudable que la presencia de Jesús les dio las fuerzas y el valor para hacerlo. El Espíritu no estuvo con ellos en carne y hueso como Jesús, pero en cambio vivió dentro de ellos.

Jesús hizo hincapié en que era únicamente por la unción de Su Padre y porque Su Padre moraba dentro de Él que podía hacer todo lo que hacía.

¿No crees que Yo soy en el Padre y el Padre en Mí? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre, que vive en Mí, Él hace las obras[13].

Fue en ese momento cuando explicó a Sus discípulos que le pediría a Su Padre que les diera un Consolador, el Espíritu Santo[14].

La palabra griega traducida como Consolador, Consejero, Abogado o Defensor (según la versión de la Biblia) es paraklētos. Los biblistas de habla hispana utilizan también el término paráclito. Un paráclito es una persona que uno llama para que acuda a su lado como asistente. La palabra sirve asimismo para designar a quien promueve la causa de otro ante un juez, o sea, un abogado defensor o intercesor. En un sentido más amplio significa ayudante, una persona que ayuda a otra. Aplicando el concepto al Espíritu Santo, el paráclito puede entenderse como un asistente o abogado que ayuda a los creyentes.

Vale la pena señalar que en otro pasaje del Nuevo Testamento Jesús también es llamado paráclito —abogado— de los discípulos:

Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Pero si alguno ha pecado, abogado [paraklētos] tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo[15].

Jesús indirectamente se llamó a Sí mismo paráclito al decir: «Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador». Si el Padre iba a enviar a otro Consolador, es que ya había enviado uno. Jesús, que fue el primer abogado, dijo a Sus discípulos que no estaría mucho más con ellos:

Hijitos, aún estaré con vosotros un poco[16].

No obstante, prometió enviar a otro abogado, al que describió como «el Espíritu de verdad» (el Espíritu Santo), el cual moraría dentro de ellos[17].

El Espíritu Santo fue enviado a los creyentes después que Jesús murió por nuestros pecados, posibilitando que el Espíritu morara en nosotros. Así como el Padre vivía en el Hijo, el Espíritu viviría en los discípulos. Una vez que Jesús ascendió al Cielo y fue glorificado, los discípulos disfrutaron de Su continua presencia a través del Espíritu Santo.

Se observa que mucho de lo que dice del Espíritu se dijo también de Jesús; así, la presencia del Espíritu en nuestra vida refleja la presencia de Jesús en nosotros. Veamos algunos ejemplos:

El Espíritu fue enviado por el Padre:

Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre[18].

Jesús también fue enviado por Su Padre a la humanidad:

De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito[19].

El Espíritu no es aceptado por el mundo:

El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce…[20]

Tampoco lo fue Jesús:

A lo Suyo vino, pero los Suyos no lo recibieron[21].

El Espíritu enseña:

El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todas las cosas[22].

Jesús fue un maestro:

Subió Jesús al Templo, y enseñaba[23].

El Espíritu viene al mundo procedente del Padre:

Cuando venga el Consolador, a quien Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, Él dará testimonio acerca de Mí[24].

Jesús también vino del Padre:

Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y regreso al Padre[25].

El Espíritu convence al mundo de su pecado:

Si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio[26].

Jesús hace lo mismo:

Si Yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado[27].

El Espíritu solo dice lo que ha oído:

Cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad, porque no hablará por Su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga y os hará saber las cosas que habrán de venir[28].

Jesús decía lo que había oído de Su Padre:

«Yo, lo que he oído de Él, esto hablo al mundo». Pero no entendieron que les hablaba del Padre[29].

¿No crees que Yo soy en el Padre y el Padre en Mí? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre, que vive en Mí, Él hace las obras[30].

El Espíritu glorifica al que lo envía:

Cuando venga el Espíritu de verdad, […] Él me glorificará, porque tomará de lo Mío y os lo hará saber[31].

Jesús glorificó a Su Padre:

Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, la hora ha llegado: glorifica a Tu Hijo, para que también Tu Hijo te glorifique a Ti. […] Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciera»[32].

Cuando Jesús volvió con Su Padre, envió el Espíritu Santo a los que lo habían seguido durante Su estancia en la Tierra, y a todos nosotros, los que lo íbamos a seguir en el futuro. El Espíritu Santo, a quien Jesús envió desde el Padre, hace por nosotros lo que Jesús hizo por Sus discípulos. Cuando estos estaban en Su presencia, Él les enseñaba, corregía, consolaba, animaba y fortalecía. A través del Espíritu que mora en nuestro interior, también nosotros recibimos guía, corrección, consuelo, aliento y fortaleza. La presencia del Espíritu Santo en nuestro interior es lo que nos permite ser auténticos discípulos, vivir las enseñanzas de Jesús y amarlo por encima de todo. Por nuestra cuenta no seríamos capaces de hacerlo, pero sí lo podemos lograr con el poder del Espíritu de Dios, que Jesús nos envió de parte de Su Padre.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 10:37,38.

[2] 2 Corintios 5:17.

[3] Gálatas 2:20.

[4] 1 Juan 3:24.

[5] 1 Corintios 6:19.

[6] Juan 14:16,17.

[7] Deuteronomio 31:14.

[8] Deuteronomio 34:9.

[9] 2 Reyes 2:9–12 (NBLH).

[10] Hechos 1:5; también Lucas 24:49.

[11] Hechos 1:8.

[12] Hechos 2:1–4.

[13] Juan 14:10.

[14] Juan 14:16,17.

[15] 1 Juan 2:1.

[16] Juan 13:33.

[17] Juan 14:16,17.

[18] Juan 14:16.

[19] Juan 3:16.

[20] Juan 14:17.

[21] Juan 1:11.

[22] Juan 14:26.

[23] Juan 7:14.

[24] Juan 15:26.

[25] Juan 16:28.

[26] Juan 16:7,8.

[27] Juan 15:22.

[28] Juan 16:13.

[29] Juan 8:26,27.

[30] Juan 14:10.

[31] Juan 16:13,14.

[32] Juan 17:1,4.