Jesús, Su vida y mensaje: El Padre y el Hijo (3ª parte)

octubre 15, 2019

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: The Father and the Son (Part 3)]

Al final del artículo anterior vimos que Jesús declaró: «Las obras que el Padre me dio para que cumpliera, las mismas obras que Yo hago, dan testimonio de Mí, de que el Padre me ha enviado»[1]. Anteriormente, tal como consta en este mismo capítulo, había dicho: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y Yo trabajo»[2], por lo cual «los judíos aún más intentaban matarlo, porque no solo quebrantaba el sábado, sino que también decía que Dios era Su propio Padre, haciéndose igual a Dios»[3].

A lo largo de este capítulo (Juan 5), Jesús aludió a Su estrecha relación con el Padre. Llegado este momento, reforzó la afirmación de que el Padre lo había enviado diciendo:

También el Padre, que me envió, ha dado testimonio de Mí. Nunca habéis oído Su voz, ni habéis visto Su aspecto, ni tenéis Su palabra morando en vosotros, porque no creéis a quien Él envió[4].

Aparte que Jesús dio testimonio de Sí mismo, Su Padre también dio testimonio de Él, con lo que se cumplió el criterio del Antiguo Testamento de que hubiera más de un testigo para verificar la verdad[5].

Seguidamente Jesús señaló que los judíos que lo perseguían por haber realizado curaciones en sábado nunca habían oído la voz de Dios ni visto Su aspecto. Todos ellos habrían estado de acuerdo en que jamás habían visto la figura de Dios. En un pasaje anterior de este evangelio dice:

A Dios nadie lo ha visto jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él lo ha dado a conocer[6].

Sin embargo, los que procuraban matar a Jesús debieron de rechazar lo que Él dijo de que nunca habían oído la voz de Dios. Sus antepasados la oyeron en el monte Sinaí.

El Señor habló con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de Sus palabras, pero a excepción de oír la voz, ninguna figura visteis[7].

En otro pasaje se narra que «todo el pueblo observaba el estruendo, los relámpagos, el sonido de la bocina y el monte que humeaba. Al ver esto, el pueblo tuvo miedo y se mantuvo alejado. Entonces dijeron a Moisés: «Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos»[8].

Jesús señaló que, aunque sus ancestros habían oído la voz de Dios, no era ese el caso de los que procuraban matarlo. En aquel momento, Dios estaba hablando por medio de Jesús; si se negaban a escucharlo, no era posible que oyeran la voz del Padre. La Palabra de Dios no moraba en ellos porque habían rechazado las palabras de Jesús. Al no creer lo que les decía el enviado del Padre, no oían la voz de Dios.

Examináis las Escrituras porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de Mí; y no queréis venir a Mí para que tengáis vida[9].

La versión Reina-Valera 1995 traduce las primeras palabras como una orden —«escudriñad las Escrituras»[10]—, dando a entender que Jesús les mandó que estudiaran las Escrituras porque allí encontrarían la senda que los conduciría a la vida eterna. La mayoría de las versiones lo traducen como una constatación —«examináis las Escrituras»—,como si ya estudiaran las Escrituras pensando que así tendrían vida eterna. El texto original en griego se puede traducir tanto de una manera como de la otra; pero el contexto parece favorecer la segunda opción, que sea una descripción de una realidad.

Jesús reconoció que estudiaban las Escrituras, pensando que de esa forma tendrían vida eterna. Pero se equivocaban, porque Jesús ya les había dicho cómo alcanzarla; que no se lograba estudiando las Escrituras, sino creyendo en el Hijo y en el Padre que lo envió.

De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida[11].

Ellos escudriñaban las Escrituras; pero como se negaban a aceptar el mensaje de Jesús, no eran capaces de entender correctamente lo que estas enseñaban. Los que creían sí se daban cuenta de que el Antiguo Testamento apuntaba a Jesús. Por ejemplo, en un pasaje anterior de este evangelio Felipe le dice a Natanael:

Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés, en la Ley, y también los Profetas: a Jesús hijo de José, de Nazaret[12].

En el Evangelio de Lucas consta que Jesús, después de Su resurrección, explicó a dos de Sus discípulos, en el camino a Emaús, por qué era necesario que sufriera y muriera:

Comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de Él decían[13].

A lo largo del evangelio de Juan, se menciona como mínimo en nueve ocasiones que Jesús cumplió lo que decía de Él el Antiguo Testamento[14].

Muchos que decían creer las enseñanzas de las Escrituras, que habían estado dispuestos a regocijarse por un tiempo en la luz de Juan[15], se negaron a creer en Jesús. Si de veras hubieran entendido las Escrituras, se habrían dado cuenta de que las pretensiones de Jesús eran ciertas; en cambio, le fueron hostiles, se pusieron en contra de Él. Cierto autor explica:

Es similar a lo que dice Lucas 13:34: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, pero no quisiste!» Se aprecia la misma tierna voluntad de salvar, que se topa con una terca negativa a salvarse[16].

A continuación, Jesús dijo:

Gloria de los hombres no recibo. Pero Yo os conozco, que no tenéis el amor de Dios en vosotros[17].

Él no estaba preocupado por recibir gloria o reconocimiento basado en la aprobación de la muchedumbre. Su intención no era agradar a las personas, sino a Su Padre. No aceptaba los elogios y el reconocimiento de los demás. Tampoco le importaba lo que pensaran de Él Sus acusadores. Por otra parte, insinuó que Sus adversarios aceptaban elogios de la gente, algo que se menciona unos versículos más adelante.

Jesús sabía lo que había en el corazón de las personas. En un pasaje anterior de este evangelio dice que Él «no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos; y no necesitaba que nadie le explicara nada acerca del hombre, pues Él sabía lo que hay en el hombre»[18]. Aquí insistió en que no tenían dentro de ellos el amor de Dios, o sea, que no amaban a Dios. Tal como dijo en otra ocasión:

La luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas[19].

Decían amar a Dios, pero en realidad «amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios»[20].

Yo he venido en nombre de Mi Padre y no me recibís; si otro viniera en su propio nombre, a ese recibiríais. ¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros y no buscáis la gloria que viene del Dios único?[21]

Jesús vino en nombre de Su Padre, y aun así Sus adversarios no lo aceptaron; o sea, lo rechazaron. No es esa la primera vez que los evangelios mencionan que la gente no lo aceptó.

A lo Suyo vino, pero los Suyos no lo recibieron[22].

El que viene de arriba está por encima de todos; el que es de la tierra es terrenal y habla de cosas terrenales. El que viene del cielo está por encima de todos, y de lo que ha visto y oído testifica, pero nadie recibe su testimonio[23].

Jesús fue más lejos y declaró que los que rechazaban a quien venía en nombre del Padre rechazaban al Padre que lo había enviado. Jesús representaba al Padre.

El Padre, que me envió, ha dado testimonio de Mí[24].

Por consiguiente, estaban rechazando a Dios, a quien profesaban amar. Jesús además afirmó que ellos aceptarían a alguien que viniera en su propio nombre y hablara por su propia cuenta; en cambio, se negaban a escucharlo a Él, el «Hijo unigénito»[25] de Dios.

Esta confrontación tiene su origen mucho antes en este capítulo:

Por esto los judíos aún más intentaban matarlo, porque no solo quebrantaba el sábado, sino que también decía que Dios era Su propio Padre, haciéndose igual a Dios[26].

Al llamar Padre a Dios, Jesús pretendió ser igual a Él; Sus acusadores consideraron que eso era falso y una recusación del monoteísmo judío. Jesús llamó a Su Padre el «Dios único» cuando dijo: «¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros y no buscáis la gloria que viene del Dios único?»[27] «Dios único» era un título de Dios Padre. En otro pasaje de este evangelio, a Jesús, el Hijo, se le llama el «unigénito» (en algunas versiones de la Biblia) o el «Hijo unigénito»[28]. La gloria de Jesús como Hijo unigénito, Hijo único, procede del Padre, el Dios único. Su unicidad como Hijo unigénito tiene su origen en la unicidad de Su Padre como Dios único. Por tanto, cuando los adversarios de Jesús no honran al Hijo, tampoco están honrando «al Padre, que lo envió»[29].

No penséis que Yo voy a acusaros delante del Padre. Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza, es quien os acusa, porque si creyerais a Moisés, me creeríais a Mí, porque de Mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a Mis palabras?[30]

Los acusadores de Jesús se enorgullecían de su conocimiento de las Escrituras, al que Jesús ya se había referido (v. 39). También se sentían orgullosos de su conexión con Moisés, el legislador, el hombre de quien Dios se había servido para darles el Pentateuco, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Antes Jesús ya había dicho que ellos examinaban las Escrituras porque pensaban que en ellas tenían vida eterna[31]. Aquí dice algo similar, ya que Moisés era el autor de esas Escrituras. Moisés también los acusaba, por medio de las mismísimas Escrituras que Dios les había dado a través de él y que ellos consideraban que eran su salvación.

Jesús reconoció que ellos tenían puesta su esperanza en Moisés; al mismo tiempo, afirmó que no creían lo que Moisés había escrito. «Si creyerais a Moisés, me creeríais a Mí, porque de Mí escribió él». Las personas a las que Jesús se dirigió en este capítulo no creían realmente lo que escribió Moisés. De ser así, habrían reconocido que Jesús era aquel que Moisés había anunciado que vendría. Pero ellos lo rechazaron.

A lo largo de este capítulo, Jesús señaló que, aparte de Él, había otros que daban testimonio de Él: el Padre (v. 32, 37), Juan el Bautista (v. 33) y las Escrituras (v. 39). A pesar de todo, Sus adversarios rehusaron acercarse a Él para tener vida[32]. Como no creían realmente lo que decían las Escrituras que habían recibido por medio de Moisés, no aceptaron las palabras de Jesús; por ende, no tenían vida eterna.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Juan 5:36.

[2] Juan 5:17.

[3] Juan 5:18.

[4] Juan 5:37,38.

[5] Deuteronomio 19:15.

[6] Juan 1:18.

[7] Deuteronomio 4:12.

[8] Éxodo 20:18,19.

[9] Juan 5:39,40 (LBLA).

[10] Juan 5:40.

[11] Juan 5:24.

[12] Juan 1:45.

[13] Lucas 24:27.

[14] Juan 2:17; 12:14,15; 13:18; 15:25; 19:24, 28, 36, 37; 20:8,9.

[15] Juan 5:35.

[16] Morris, El Evangelio según Juan.

[17] Juan 5:41,42.

[18] Juan 2:24,25.

[19] Juan 3:19.

[20] Juan 12:43.

[21] Juan 5:43,44.

[22] Juan 1:11.

[23] Juan 3:31,32.

[24] Juan 5:37.

[25] Juan 3:16.

[26] Juan 5:18.

[27] Juan 5:44.

[28] Unigénito: Juan 1:14; Hijo unigénito o unigénito Hijo: Juan 1:18; 3:16, 18.

[29] Juan 5:23.

[30] Juan 5:45–47.

[31] Juan 5:39.

[32] Juan 5:40.