Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

agosto 11, 2015

Enviado por Peter Amsterdam

Las Bienaventuranzas (1ª parte)

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount: The Beatitudes (Part 1)]

El capítulo 5 de Mateo dice:

Viendo la multitud, subió al monte y se sentó. Se le acercaron Sus discípulos, y Él, abriendo Su boca, les enseñaba[1].

Al final del sermón nos enteramos de que había bastante gente presente que oyó a Jesús enseñar a Sus discípulos. Jesús se sentó, es decir, se puso en la postura que solían adoptar los maestros judíos cuando se dirigían a sus pupilos. Mateo usa la expresión «abriendo Su boca, les enseñaba», frase hecha que aparece con frecuencia en las Escrituras cuando alguien va a hacer una declaración importante[2].

Jesús comenzó el Sermón del Monte con lo que se conoce como las Bienaventuranzas:

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consolación.

Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque verán a Dios.

Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos[3].

Al enseñar las Bienaventuranzas, Jesús usó un género literario al que Sus oyentes estaban acostumbrados, ya que tanto en el Antiguo Testamento como en otros textos literarios judíos de la Antigüedad también hay bienaventuranzas. Veamos algunos ejemplos:

Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado[4]. Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará el Señor[5]. ¡Bienaventurado el hombre que tiene en Ti sus fuerzas, en cuyo corazón están Tus caminos![6]

La mayoría de las bienaventuranzas del Antiguo Testamento son frases sueltas, mientras que Jesús dijo ocho y las estructuró como un todo.

Antes de examinarlas de una en una, conviene entender bien el sentido de bienaventurado. Tanto en hebreo como en griego hay dos palabras que se traducen como «bienaventurado». Los dos vocablos griegos corresponden bastante bien a los hebreos, y es importante comprender la diferencia entre ambos. El término griego eulogeō (en hebreo barak) se usa cuando uno le dice una bendición a alguien, como cuando Jesús «tomando [a los niños] en los brazos, ponía las manos sobre ellos y los bendecía»[7]. También se usa cuando uno bendice a Dios («Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo»[8]). Se usaba igualmente en la literatura cristiana primitiva cuando alguien le rogaba a Dios que bendijera a una persona. Pero no es esa la palabra griega que en las Bienaventuranzas está traducida como «bienaventurado». El vocablo que aparece en las Bienaventuranzas es makarios, con el mismo sentido que el término hebreo ašrê. Estas palabras y otras afines no se usan como parte de una oración o un deseo de bendición, sino que reconocen un estado ya existente de felicidad y buena fortuna[9].

Kenneth Bailey da la siguiente explicación:

«Makarios» declara una espiritualidad ya presente. […] Para ponerlo en términos concretos, podríamos decir: «Bienaventurada la feliz hija del Sr. Lamadrid porque heredará la finca Lamadrid». La señora en cuestión ya es la feliz hija del Sr. Lamadrid. No está esforzándose por heredar la finca. Es evidente que un elemento clave de su vida dichosa y segura es que tanto ella como la comunidad que la rodea saben que un día la finca será suya. La primera parte declara un estado de dicha que ya existe. La segunda anuncia un futuro que permite que la señora disfrute aun ahora de una vida de felicidad[10].

Algunas versiones de la Biblia traducen makarios como «dichosos» o «afortunados», otras como «bienaventurados». Si bien todas esas palabras reflejan el sentido de makarios y probablemente la mejor traducción es «bienaventurados», tal vez podría expresarse mejor el sentido diciendo que a esas personas «les irá bien» o que «cuentan con el favor de Dios». En ese contexto, las bienaventuranzas de Jesús indican que a los que buscan primeramente el reino de Dios a la larga les irá bien, porque cuentan con Su favor[11].

Todas las bienaventuranzas siguen el mismo formato con alguna variación: «Bienaventurados los… porque…» La primera y la última terminan igual: «porque de ellos es el reino de los cielos», frase que hace las veces de marco o corchete para las bienaventuranzas situadas entremedio. Este recurso literario se llama inclusión, por el hecho de que todo lo que queda entre esos corchetes se refiere al mismo tema, que en este caso es el reino de Dios.

Cada bienaventuranza que está dentro de la inclusión termina con una promesa sobre el futuro: «recibirán consolación», «recibirán la tierra por heredad», «serán saciados», «alcanzarán misericordia», «verán a Dios», «serán llamados hijos de Dios». Las promesas de la primera y de la última bienaventuranza están en presente: «porque de ellos es el reino de los cielos», mientras que las bendiciones de los versículos intermedios están en futuro. Sin embargo, como se trata de una inclusión en la que los corchetes son los dos versículos que mencionan el reino, todo lo que hay entre ellos debe interpretarse a la luz de la llegada del reino. Por consiguiente, esas bendiciones deben verse tanto para el presente como para el futuro, más o menos de la misma manera que el reino es tanto presente como futuro[12].

Las bendiciones de las Bienaventuranzas se dan en el contexto de que el reino ya ha llegado y los receptores de esas bendiciones ya se encuentran bajo el benéfico gobierno de Dios. Si bien es lógico esperar que las ventajas de formar parte del pueblo de Dios vayan aumentando en esta vida presente, su plena consumación queda para el futuro[13]. Son bendiciones para los que hereden el reino. Y aunque no se explicite, se infiere que las bendiciones de las Bienaventuranzas proceden de Dios.

Examinemos las bienaventuranzas de una de una.

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos[14].

¿Qué significa «pobres en espíritu»? En la época de Jesús y en la cultura en que Él se desenvolvía, una importante corriente de pensamiento dentro del judaísmo había establecido un estrecho vínculo entre pobreza y piedad, hasta el punto de que esos dos conceptos se conjugaban en la palabra hebrea anawim. En hebreo, annayin, que significaba pobre, y anawim, que significaba manso, humilde, se usaban para describir a «los pobres de Dios, los santos afligidos»[15]. A esos pobres/afligidos/mansos se refería Jesús cuando leyó del libro de Isaías en la sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre Mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres»[16].

La expresión «pobres en espíritu» no se refiere solo a la pobreza material ni solo a la espiritual. Más bien lleva a pensar en los pobres/mansos/humildes/afligidos de los Salmos, algunos de los cuales sufrieron penurias materiales; pero al mismo tiempo son presentados ante todo como el pueblo fiel a Dios, que depende humildemente de Su protección[17]. Algunas de las palabras hebreas que se traducen como «pobre» pueden significar también humilde. Por ejemplo:

Es mejor vivir humildemente con los pobres, que compartir el botín con los orgullosos[18].

En ese versículo, la palabra traducida como «pobre» también se puede verter como «humilde», «oprimido» o «manso».

Los pobres en espíritu son los humildes, los mansos, los que dependen de Dios y reconocen que Él es su esperanza. Eso se refleja en versículos como estos:

Yo miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu y que tiembla a Mi palabra[19]. Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo: «Yo habito en la altura y la santidad, pero habito también con el quebrantado y humilde de espíritu»[20].

Los pobres en espíritu son los que reconocen sus defectos espirituales, su pecaminosidad, y confiesan que necesitan a Dios.

En el contexto del sermón que predicó Jesús, los pobres en espíritu son los que creen en Él. El reino de Dios, la vida en el reino de Dios, es la bendición que se da a los que, al admitir su necesidad de Dios, han establecido una relación con Él por medio de Jesús.

Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consolación[21].

Si bien el llanto al que se alude aquí no equivale a luto —dolor por la muerte de un ser querido—, sí es una expresión de tristeza. Nos podemos hacer una idea del sentido de llorar en esta segunda bienaventuranza por el siguiente pasaje del capítulo dos de Joel:

«Ahora, pues —dice el Señor—, convertíos ahora a Mí con todo vuestro corazón, con ayuno, llanto y lamento». Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos, y convertíos al Señor, vuestro Dios; porque es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia[22].

Santiago, el hermano de Jesús, también nos da unas pistas sobre el sentido de llorar:

Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, lamentad y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor y Él os exaltará[23].

El lloro al que se hace referencia aquí está ligado al pesar por el pecado, tanto por los pecados propios como los de los demás. A semejanza de la primera bienaventuranza, tiene que ver con la necesidad de Dios que uno siente cuando es consciente de su pecaminosidad. En nuestro deseo de amar a Dios, reconocemos que nuestros pecados han levantado barreras en nuestra relación con Él; por consiguiente, esos pecados nos entristecen, y nuestro pesar nos lleva a llorar. El daño que ha sufrido nuestra relación con Dios y con los demás, la carga emocional de todo eso y las consecuencias de nuestros pecados son cosas que deberían hacernos llorar y buscar perdón y sanación.

La tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de lo cual no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte[24].

Jesús se lamentó por Jerusalén y su destino:

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, pero no quisiste![25]

Así que se nos llama a lamentar el estado en que ha caído el mundo, con sus guerras, sus muertes, su crueldad, la inhumanidad del hombre para con el hombre, la indiferencia hacia los pobres e indigentes, el egoísmo, la arrogancia, la soberbia y la incredulidad. Esas cosas deberían motivarnos a orar por los que se encuentran en una situación caótica y pasan necesidades, y a actuar en consecuencia, contribuyendo a aliviar toda necesidad que podamos, y en particular ayudando a las personas a establecer una relación con Dios por medio de Jesús, ya que esa es la clave del consuelo que se nos promete.

En este mundo tenemos el consuelo del perdón divino de nuestros pecados. Recibimos consuelo, tanto en esta vida como en la vida eterna, cuando Dios se convierte en nuestro Padre y nosotros en Sus hijos; cuando establecemos con Él una relación de amor; cuando entramos en Su basilea (reino), y cuando vivimos a la luz de Su misericordia y Su gracia. Sean cuales sean nuestras circunstancias —desgracias que nos ocurren, la muerte de un ser querido, el naufragio de una relación, pérdidas económicas, desempleo, quebrantos de salud y cualquier otra cosa por la que nos lamentemos—, tenemos consuelo en Él. Hay una promesa para los que creen: en nuestro llanto, ya sea por nuestros pecados, por las pérdidas que hemos sufrido o por los pecados del mundo, podemos esperar consuelo. No se nos promete que todo creyente vaya a encontrar consuelo total en este mundo, pero sí que tendremos consuelo por la eternidad.

Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron[26].

Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad[27].

El vocablo griego traducido como «manso» es praus, que significa «de temperamento afable, de espíritu tierno, manso». La dulzura o mansedumbre es lo contrario de la asertividad y la búsqueda del propio interés. Nace de la confianza en la bondad de Dios, de la seguridad de que Él controla la situación. En esta tercera bienaventuranza vemos de nuevo una alusión a los anawim del Antiguo Testamento, los pobres y mansos. De ellos habla el Salmo 37, que sirve de base a esta bienaventuranza:

Los mansos heredarán la tierra y se recrearán con abundancia de paz[28].

En relación con el discipulado, las personas mansas o de espíritu tierno son las que no insisten en salirse con la suya porque ponen su confianza en Dios. Reconocen que dependen de Él. La mansedumbre no es debilidad; no es dejarse pisotear. Es un deseo controlado de ver atendidos los intereses ajenos antes que los propios[29]. En el Antiguo Testamento hay ejemplos de esa clase de mansedumbre: está el caso de Abraham, que permitió que Lot escogiera en qué tierra morar[30]; el de Moisés, que «era un hombre muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra»[31]; y el de David, que a pesar de haber sido ungido rey, soportó pacientemente las acciones hostiles de Saúl y se negó a levantar la mano contra él, mientras esperaba a que llegara el momento dispuesto por Dios para convertirse en rey. Y por supuesto, está el ejemplo de Jesús, que dijo: «Llevad Mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas»[32]. A lo largo de Su vida fue un modelo de obediencia a Su Padre y confianza en Él.

Si bien la mansedumbre o ternura de espíritu se refleja en nuestro trato con los demás, su raíz está en nuestra dependencia de Dios y nuestra confianza en Él. Cuando ansiamos sinceramente que se haga Su voluntad, somos capaces de confiarle enteramente el desenlace de las situaciones y dejarlo a Su criterio, en vez de ponernos exigentes e insistir para que sea como nosotros deseamos. Cuando tenemos esa clase de confianza, somos capaces de encarar con fe las diversas situaciones que se nos presentan, sin tratar de manipular las circunstancias para obtener ventajas personales ni insistir para que los demás se plieguen a nuestras exigencias.

Los que tenemos a Dios como Padre, que hemos sido adoptados en Su familia por el sacrificio que hizo Jesús, somos herederos junto con Cristo.

Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios, pues […] habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: «¡Abba, Padre!» El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo[33].

Los creyentes, por el amor y la gracia de Dios, heredaremos la Tierra.

(En el siguiente artículo continuaremos con las Bienaventuranzas.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 5:1,2.

[2] Job 33:1,2: Daniel 10:16: Hechos 8:35; 10:34.

[3] Mateo 5:3–10.

[4] Salmo 1:1.

[5] Salmo 41:1.

[6] Salmo 84:5. Otros versículos del AT: Salmo 32:2; 40:4; 89:15; 94:12; 106:3; 119:1,2; 146:5; Proverbios 3:13; 8:34; 28:14; Jeremías 17:7.

[7] Marcos 10:15.16.

[8] 1 Pedro 1:3.

[9] Raymond Brown, The Gospel According to John, Anchor Bible (Garden City, Nueva York: Doubleday, 1970).

[10] Bailey, Jesús a través de los ojos del Medio Oriente.

[11] Keener, The Gospel of Matthew, 166.

[12] En Jesús, Su vida y mensaje: El reino de Dios, 1ª parte, se ahonda más en el hecho de que el reino de Dios es tanto presente como futuro.

[13] France, The Gospel of Matthew, 164.

[14] Mateo 5:3.

[15] Thomas Tehan, David Abernathy, An Exegetical Summary of the Sermon on the Mount, 2ª ed. (Dallas: SIL International, 2008), 14,15.

[16] Lucas 4:18,19; Isaías 61:1.

[17] Pobres: Salmo 12:5; 34:6; Mansos/Humildes: Salmo 10:17; 37:7; 25:9; 69:32; 147:6; 149:4; Afligidos: Salmo 18:27; 22:24; 72:12; 82:3; 140:12.

[18] Proverbios 16:19 (NTV).

[19] Isaías 66:2.

[20] Isaías 57:15.

[21] Mateo 5:4.

[22] Joel 2:12,13.

[23] Santiago 4:8–10.

[24] 2 Corintios 7:10.

[25] Mateo 23:37.

[26] Apocalipsis 21:4.

[27] Mateo 5:5.

[28] Salmo 37:11.

[29] Carson, Sermon on the Mount, 20.

[30] Génesis 13.

[31] Números 12:3.

[32] Mateo 11:29.

[33] Romanos 8:14–17.