Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

octubre 5, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

Pedir, buscar, llamar

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. Ask, Seek, Knock]

El capítulo 7 de Mateo, el último del Sermón del Monte, contiene una serie de declaraciones sucintas, no necesariamente conexas entre sí, que enuncian importantes preceptos para los que han entrado en el reino de Dios. Después de la sección sobre no juzgar (tema del artículo anterior), se aborda nuevamente la cuestión de la oración, sobre la base de los principios sobre la oración ya expuestos en el Sermón: que no debemos rezar como los hipócritas que aspiran a ser vistos por los demás[1], ni como los paganos, que se explayan interminablemente pensando que sus oraciones obtendrán respuesta si las repiten una y otra vez[2]; sino dirigirnos a Dios sabiendo que Él es nuestro Padre que está en los Cielos, que nos ama y vela por nosotros[3].

Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?[4]

Para entender lo que aquí se enseña, viene bien analizar primero la segunda parte de lo que dice Jesús. Él pregunta a los presentes qué harían si su hijo les pidiera pan o pescado, que en aquel tiempo en Palestina eran alimentos básicos. Por supuesto que ninguno le daría una piedra o una serpiente en vez de comida. Jesús, como era Su costumbre, emplea el argumento de menor a mayor. Si los padres terrenales dan a sus hijos buenas cosas cuando estos se las piden, ¿cuánto más no satisfará Dios las peticiones de Sus hijos? Si los padres humanos, a pesar de ser pecadores (malos), aman a sus hijos y responden a sus peticiones dándoles cosas buenas, es lógico esperar que, cuando le pedimos ayuda a nuestro Padre celestial, Él nos conteste.

Se da por sentado que los padres son (o al menos deberían ser) buenos y amorosos, y que dan buenas cosas a sus hijos con el fin de satisfacer sus necesidades básicas, y hasta más cuando pueden. Si es así, entonces Dios, como supremo Ser bueno, es infinitamente más bueno, y lo que da a Sus hijos tiene que ser genuinamente bueno en un grado aún mayor. Valiéndose de la relación paterno-filial, Jesús señala la bondad de Dios y pone de relieve que, puesto que Él es mejor que los padres terrenales, es enteramente bueno y es nuestro Padre, podemos presentarle sin reservas nuestras peticiones en oración, de la misma manera que un hijo puede pedir a sus padres lo que necesite o desee.

Jesús anima a los creyentes a presentar sus necesidades al Padre, haciéndoles maravillosas promesas de que Dios responde nuestras oraciones. Al pedir, buscar y llamar reconocemos y admitimos nuestra necesidad y acudimos humildemente a Él. La oración es el medio que ha escogido nuestro Padre para que le expresemos nuestra necesidad y dependencia de Él. Es parte de nuestra relación con Él.

Algunos dirán que es innecesario rezar, pues hay muchas personas a las que parece que les va estupendamente a pesar de que no creen en Dios ni oran. Trabajan, reciben su paga y por consiguiente pueden adquirir lo que les hace falta sin necesidad de orar. El escritor John Stott aborda este punto al hablar de la diferencia entre las dádivas que nos da Dios como Creador y las que nos da como Padre:

Es preciso distinguir entre las dádivas de creación y las dádivas de redención de Dios. No cabe duda de que Él nos da ciertas dádivas (cosechas, hijos, comida, vida) tanto si oramos como si no, tanto si creemos como si no. A todos nos da vida y aliento[5]. A todos nos envía lluvia del cielo y estaciones fértiles. Hace salir Su sol sobre malos y buenos por igual. «Visita» a una madre cuando esta concibe y posteriormente da a luz. Ninguna de esas dádivas depende de que uno reconozca a su Creador o le dirija oraciones.

Pero Sus dádivas de redención son diferentes. Dios no otorga la salvación a todos por igual, sino que concede Sus riquezas a todos los que lo invocan, ya que «todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo»[6]. Lo mismo se aplica a las bendiciones posteriores a la salvación, las «buenas cosas» que dice Jesús que el Padre da a Sus hijos. Aquí no se refiere a bendiciones materiales, sino espirituales: perdón cotidiano, liberación del mal, paz, mayor fe, esperanza y amor, en otras palabras, la obra del Espíritu Santo que mora en nosotros como bendición integral de Dios[7].

Stott agrega que Jesús en el Padrenuestro nos enseña a orar por ambos tipos de dádivas. Nuestro pan de cada día es una dádiva de creación, en tanto que el perdón y la liberación son dádivas de redención. Le pedimos perdón y liberación porque esas dádivas solo se nos otorgan en respuesta a oraciones[8]. También se nos manda orar por las cosas materiales que necesitemos, porque conviene que reconozcamos nuestra dependencia física de nuestro Padre:

El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy[9].

Teniendo esto presente, veamos la primera parte de lo que dice Jesús en este pasaje:

Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.

La pregunta que surge es esta: ¿Está Jesús asegurando de un modo categórico que todas nuestras oraciones serán respondidas afirmativamente y que siempre tendremos lo que pidamos?

Uno de los principios básicos para entender las Escrituras es comparar lo que dice un versículo en particular con las enseñanzas generales que contienen. De la lectura de la Biblia se extrae que las oraciones no siempre son respondidas de la manera que pedimos. En los siguientes versículos se aprecia claramente:

[El apóstol Pablo dice:] Para que la grandeza de las revelaciones no me exaltara, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que lo quite de mí. Y me ha dicho: «Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad»[10].

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día y no respondes; y de noche no hay para mí descanso[11].

Yendo un poco adelante, [Jesús] se postró sobre Su rostro, orando y diciendo: «Padre Mío, si es posible, pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú»[12].

Por estos y otros versículos, y considerando también nuestra propia experiencia, está claro que Dios no siempre responde a nuestras peticiones como a nosotros nos gustaría. Estas no son promesas incondicionales de obtener cualquier cosa que pidamos. Nuestro Padre celestial no es nuestro botones cósmico, presto a cumplir todas nuestras órdenes. Las palabras de Jesús no deben interpretarse en el sentido de que Dios nos concederá todos nuestros deseos. Es prudente recordar que el propósito de la oración es permitirnos tener comunión con Dios, entrar en Su presencia y someternos a Él. Aunque algunas de nuestras oraciones no obtengan la respuesta que a nosotros nos gustaría, podemos tener la tranquilidad de que hemos presentado nuestras peticiones a nuestro Padre y la confianza de que Él, que es amoroso y sensato, sabe lo que más conviene.

Deberíamos estar agradecidos de que Dios no responda a cada una de nuestras oraciones dándonos exactamente lo que pedimos. Si lo hiciera, probablemente rezaríamos menos, porque pronto nos daríamos cuenta de las consecuencias imprevistas e indeseadas de que toda oración obtuviera respuesta. Tanto estas como otras promesas de responder a nuestras oraciones no son compromisos por parte de Dios de darnos cualquier cosa que le pidamos, cuando y exactamente como nosotros queremos. Si fuera así, la oración se convertiría en una carga insoportable para nosotros[13]. Nuestro omnisciente Padre, todo bueno, todo sabio y todo amoroso, sabe cómo deben ser respondidas nuestras oraciones, cuál es el mejor momento de hacerlo e incluso si conviene que les dé respuesta.

Volviendo al ejemplo de los niños que piden cosas a sus padres: si un niño pide una serpiente en vez de pescado, sus padres, que lo aman y se preocupan por él, no le concederán su petición. El mayor conocimiento y sabiduría de los padres, así como su amor por el niño, harán que, en vez de responder a la petición específica de su hijo, miren más allá de esa petición, entiendan la necesidad expresada por el pequeño, se den cuenta de que, por ejemplo, tiene hambre y le ofrezcan una comida más adecuada. A veces los padres, sabiamente, se niegan a concederles a sus hijos lo que estos les piden, o lo dejan para más adelante, o les dan algo que, aunque sea distinto de lo que les pidieron, satisface la necesidad. Nuestro Padre celestial suele hacer lo mismo al contestar nuestras oraciones. Dios es todo bueno, y por consiguiente solo da buenas dádivas a Sus hijos. Algunas peticiones las deniega porque lo que pedimos no es bueno en sí; otras, porque no sería bueno para nosotros o para otras personas, en ese momento o en cualquier momento. Aunque en ocasiones resulte desalentador que nuestras oraciones no obtengan la respuesta que deseábamos, debemos admitir el mayor conocimiento y sabiduría del Padre y confiar en Él en lo tocante a estos asuntos.

Se nos exhorta a orar —a pedir, buscar y llamar—, pues de esa manera recibiremos, hallaremos y se nos abrirán oportunidades. Al mismo tiempo, debemos reconocer que es posible que nuestro Padre, que es todo bueno y todo sabio, no siempre nos dé exactamente lo que pedimos; aun así, oramos con la expectativa y la confianza de que nos responderá. A lo largo de las Escrituras hay numerosas promesas de que Dios responderá nuestras peticiones. Aunque no lo diga cada vez, esas promesas se fundamentan en el conocimiento de que Dios es bueno, quiere lo mejor para nosotros, nos ama entrañablemente y desea que le presentemos nuestras peticiones; y que por ser nuestro amoroso Padre, responderá a nuestras oraciones según lo que Él sabe que será mejor al final.

Oramos con fe, sabiendo que como Dios siente profundo amor por nosotros, Su respuesta se ajustará a lo que sea mejor para nosotros o para todos en general. Acudimos a Él y le presentamos nuestras necesidades y deseos, con la confianza de que, por Su completo conocimiento, sabiduría y bondad responderá que sí, que no o que esperemos. Podemos tener la tranquilidad de que Él sabe muy bien cómo responder a cada una de nuestras oraciones, y por tanto rezar, como Jesús:

No se haga Mi voluntad, sino la Tuya[14].


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 6:5,6.

[2] Mateo 6:7,8.

[3] Mateo 6:9–13.

[4] Mateo 7:7–11.

[5] Mateo 5:45.

[6] Romanos 10:12,13.

[7] John Stott, El Sermón del Monte, 218.

[8] John Stott, El Sermón del Monte, 218, 219.

[9] Mateo 6:11.

[10] 2 Corintios 12:7–9.

[11] Salmo 22:1,2.

[12] Mateo 26:39.

[13] John Stott, El Sermón del Monte, 219.

[14] Lucas 22:42.