Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

septiembre 22, 2015

Enviado por Peter Amsterdam

Sal y luz

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount: Salt and Light]

Jesús comenzó el Sermón del Monte con las Bienaventuranzas, que dan una visión general de cómo deben vivir su fe los que siguen Sus enseñanzas. En el resto del sermón entró en más detalles y expresó otros principios que amplían lo que dicen las Bienaventuranzas.

Uno de esos principios aparece justo a continuación de las Bienaventuranzas. Es el siguiente:

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos[1].

Habiendo explicado cómo deben ser Sus discípulos —pobres en espíritu que lloran, son mansos, tienen hambre y sed de justicia, son de limpio corazón, son pacificadores y padecen persecución por causa de la justicia—, Jesús dio dos metáforas sobre la eficacia de tales discípulos y la posible ineficacia de los que no viven Sus enseñanzas.

Comenzó por decir a Sus discípulos que, metafóricamente, eran la «sal de la tierra». En la Antigüedad, la sal era mucho más importante que hoy. La ley mosaica exigía que los sacrificios realizados en el Templo contuvieran sal, y los soldados romanos recibían una porción de su sueldo en sal. La sal era vital tanto para sazonar como para conservar la comida[2], y ambos usos tienen su significación en el sentido de la metáfora. Una pizca de sal que se agregue a la comida impregna todo el plato y le da mucho mejor sabor. Los atributos mencionados en las Bienaventuranzas y a lo largo del Sermón del Monte irradian de un auténtico seguidor de Jesús y ejercen una influencia positiva. En ese sentido son como sal, ya que dan sabor a todos los que están a su alrededor.

En el mundo antiguo, la sal se empleaba para conservar la comida —más que nada el pescado y la carne— y evitar que se pudriera y descompusiera. En el mundo los creyentes pueden y deben ejercer en las personas y en la sociedad una influencia que sirva para preservar los buenos y sanos valores y contrarrestar lo que según las Escrituras es pernicioso. Cierto escritor lo explica de la siguiente manera:

Lo que hay de bueno en la sociedad, Sus seguidores lo conservan sano. Lo que está corrupto, lo combaten. Se infiltran en la sociedad para bien[3].

Los cristianos tienen la misión de ser una fuerza espiritual y moral positiva en el mundo mediante su ejemplo de vivir las enseñanzas de Jesús, esforzarse por emularlo y dar a conocer la buena nueva de la salvación.

Tras declarar que los discípulos son la sal de la tierra, Jesús se refiere a los discípulos que no viven Sus enseñanzas, que no adoptan los atributos que Él acaba de describir en las Bienaventuranzas.

Si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.

Los comentaristas bíblicos suelen explicar que la sal pura (cloruro sódico) no pierde su sabor. Sin embargo, por lo general en tiempos de Jesús la sal no era pura, porque no había refinerías, y podía perder su sabor salado de dos maneras. El primero es este: En Palestina la sal solía proceder del mar Muerto y era más pulverulenta que la sal de hoy en día. Además contenía una mezcla de otros minerales. Por ser la sal la parte más soluble de la mezcla, se corría el peligro de que el agua se llevara la sal, dado que el cloruro sódico es hidrosoluble. De modo que si estaba expuesta a condensación o a la lluvia, podía disolverse y perderse; y cuando eso sucedía, aunque el polvo blanco que quedaba seguía pareciendo sal, ni sabía a sal ni tenía sus propiedades conservantes. No servía para nada.

La segunda explicación que se da para que la sal se vuelva sosa es que la sal por naturaleza no puede ser otra cosa que sal. Por consiguiente, solo puede perder su salinidad si se adultera de alguna manera. En ese caso pierde su eficacia y utilidad para agregar sabor o evitar la corrupción de la comida, por lo que se deshecha como inútil.

Con cualquiera de esas explicaciones, la cuestión es que la sal que no sirve para salar es inútil y pierde su valor. Al igual que la sal sosa, los discípulos que no están auténticamente comprometidos para actuar como discípulos se vuelven ineficaces.

A continuación Jesús utilizó otra metáfora para señalar que la vida de un discípulo debe iluminar el mundo que lo rodea; y que los discípulos cuya vida no pone de manifiesto las obras del Padre son como luces que no se ven[4].

Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en casa.

Jesús dijo:

Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida[5].

El mundo necesita la luz de Jesús, la cual se torna visible para el mundo gracias a Sus discípulos. Los discípulos deben ser visibles, como una ciudad asentada sobre un monte, que de día se ve claramente de lejos y de noche también gracias a sus luces.

Jesús habló también de las lámparas que dan luz dentro de una casa. La típica casa campesina de Israel constaba de un solo cuarto, con lo que una sola lámpara la iluminaba toda. En tiempos de Jesús, las lámparas domésticas consistían en un cuenco de aceite no muy hondo con una mecha. Normalmente eran estacionarias y se colocaban sobre un candelero. Jesús indica que la lámpara se pone en el candelero para iluminar toda la casa; no se coloca debajo de una vasija, donde no se alcanza a ver la luz. Una vasija —palabra que en algunas versiones de la Biblia se traduce como «cajón»— era un recipiente que se empleaba para medir grano y tenía unos nueve litros de capacidad. Se hacía de barro o de juncos. Colocar un recipiente de ese tipo sobre una lámpara ocultaría totalmente la luz, y al cabo de suficiente tiempo terminaría apagándola.

Para que una lámpara cumpla su propósito, que es alumbrar, tiene que estar visible; por consiguiente, tapar la luz sería absurdo, contrario a la razón de ser de la lámpara. De la misma manera, parte del propósito de un discípulo es irradiar luz, y para ello el creyente debe dejar que se vean sus creencias. Para ser eficaces como cristianos, debemos vivir de una manera que permita que se vea que somos cristianos y cómo es una vida que se rige por las enseñanzas de Jesús. Así como una ciudad asentada sobre un monte se distingue claramente, y una lámpara da luz a toda la casa, debemos ser luz de Dios para las personas con las que nos relacionamos.

Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

Más adelante en el Sermón del Monte Jesús enseña a Sus discípulos que no deben dejar que otros los vean cuando hagan buenas obras, lo cual a primera vista parece contradecir lo que indica aquí. Examinemos más detenidamente lo que explica en el siguiente capítulo de Mateo:

Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público[6].

Más adelante en esta serie estudiaremos más detalladamente estos versículos; pero la diferencia entre la instrucción de dejar que otros vean nuestras buenas obras y la de hacer nuestras buenas obras en secreto tiene que ver con los motivos y razones que tengamos. Esto se advierte en la diferencia entre «hacer nuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos, […] para ser alabados por los hombres» y dejar que «alumbre nuestra luz delante de los hombres, para que vean nuestras buenas obras y glorifiquen a nuestro Padre». Dejar brillar nuestra luz para que la gente vea nuestras buenas obras y glorifique a Dios es muy distinto que hacerlo buscando nuestra propia gloria.

Al vivir nuestra fe, debemos esforzarnos al máximo por reflejar a Dios: actuando con amor, misericordia y compasión, ayudando al prójimo, dando a los necesitados, etc. Pero nuestra meta debe ser hacer todo eso para la gloria de Dios, no la nuestra. Por supuesto que es natural que la gente que vea o escuche que ayudamos a los necesitados piense bien de nosotros. Pero no debe ser ese el motivo por el que lo hacemos. Nuestro propósito cuando ayudamos a nuestros semejantes, cuando traducimos en acciones las enseñanzas de Jesús, debe ser nuestro compromiso adquirido de amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos. Es parte de nuestra identidad como cristianos, ya que nuestra finalidad es vivir de una manera que glorifique a Dios. Como a raíz de nuestra fe en Jesús hemos pasado a formar parte de la familia de Dios, reflejamos Sus atributos, ya que Él es nuestro padre. Formamos parte del reino de Dios y por lo tanto exhibimos las características descritas en las Bienaventuranzas y a lo largo del Sermón del Monte.

Ser seguidores de Jesús y de Sus enseñanzas debería hacernos distintos. Como dijo Jesús: «No sois del mundo, antes Yo os elegí del mundo»[7]. El apóstol Pedro le expresó de la siguiente manera:

Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios[8].

Nos distingue el hecho de que somos cristianos, tenemos en nuestro interior el Espíritu Santo y nos esforzamos al máximo por aplicar las enseñanzas de Jesús.

En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad)[9].

Los discípulos de Jesús son la luz del mundo. Como una ciudad asentada sobre un monte que no se puede esconder, como una lámpara que alumbra a todos los que están en la casa, hemos sido llamados a dejar brillar la luz que llevamos dentro, de manera que otros la vean y glorifiquen a Dios. No se trata de un principio teórico. Los cristianos debemos reflejar en el mundo la luz de Dios, a fin de iluminar la senda que conduce hacia Él. Es parte integral de nuestra misión como creyentes. Debemos ser anuncios vivos y llamar la atención de la gente hacia la luz que irradia de nuestro interior, el Espíritu de Dios.

El llamamiento de los cristianos es ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Para ser eficaces y fieles a nuestro llamado, debemos seguir siendo salados y no permitir que nada tape nuestra luz; de lo contrario, nos volvemos ineficaces, como sal que ha perdido su sabor, como luz que no beneficia a nadie. Nuestro compromiso como seguidores de Jesús consiste en vivir Sus enseñanzas de tal manera que la luz que llevamos dentro alumbre a los demás, para que vean nuestras buenas obras, nuestros actos de amor, cómo nos conducimos en el amor de Dios, presten atención y vean en nosotros el reflejo de Dios. Nuestra esperanza es que, queriendo saber lo que nos ha vuelto como somos, nos den oportunidad de hablarles del amor que siente Dios por ellos, y terminen estableciendo una relación con Él y glorificándolo aún más.

Seamos todos verdaderamente la sal de la tierra y la luz del mundo.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 5:13–16.

[2] France, The Gospel of Matthew, 174.

[3] Morris, The Gospel According to Matthew, 104.

[4] Keener, The Gospel of Matthew, 173.

[5] Juan 8:12. También: «Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en Mí no permanezca en tinieblas» (Juan 12:46).

[6] Mateo 6:1–4.

[7] Juan 15:19.

[8] 1 Pedro 2:9,10.

[9] Efesios 5:8,9.