Jesús, Su vida y mensaje: La Fiesta de los Tabernáculos (4ª parte)
julio 16, 2019
Enviado por Peter Amsterdam
Jesús, Su vida y mensaje: La Fiesta de los Tabernáculos (4ª parte)
[Jesus—His Life and Message: The Feast of Tabernacles (Part 4)]
El Evangelio de Juan menciona varios encuentros que tuvo Jesús con los fariseos durante Su visita a Jerusalén con ocasión de la Fiesta de los Tabernáculos. El primero tuvo lugar a la mitad de la fiesta; el siguiente, unos días más tarde, al final.
En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: «Si alguien tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva». Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él, pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado[1].
La Fiesta de los Tabernáculos duraba siete días, y al día siguiente —o sea, el octavo— se celebraba una asamblea solemne del pueblo. El libro de Levítico dice:
Durante siete días presentaréis ofrenda quemada al Señor. El octavo día tendréis santa convocación, y presentaréis ofrenda quemada al Señor; es fiesta, ningún trabajo de siervos haréis[2].
Los comentaristas difieren sobre cuál era el último y gran día de la fiesta; unos se inclinan por el séptimo, otros por el octavo. Lo importante es que era el último día, el clímax de toda la celebración.
Cada día de la fiesta se realizaban ritos particulares. Uno de ellos se programaba para justo antes del amanecer: la gente salía por la puerta oriental de Jerusalén y, cuando aparecía el sol, se ponía de espaldas a este, mirando hacia el occidente, hacia el Templo, y rezaba una oración especial. Había otra ceremonia que se realizaba después del anochecer, en la que se instalaban cuatro enormes menorás (antiguos candelabros hebreos hechos de oro puro) para iluminar todo el recinto del Templo.
La tercera ceremonia diaria era la libación de agua. En la primera mañana de la fiesta, los sacerdotes hacían una procesión que partía del estanque de Siloé para llevar al Templo un recipiente de oro lleno de agua. Esa agua se utilizaba durante los siete días de la fiesta. En esta procesión del estanque de Siloé al Templo, los peregrinos venidos para la fiesta agitaban lo que se conoce como las cuatro especies: tres tipos de ramas y un tipo de fruta, que se ataban juntas (también llamados lulav y etrog)[3]. Aparte de usarse en la procesión desde el estanque de Siloé, las cuatro especies también se agitaban en una ceremonia especial que se realizaba cada día de la fiesta.
El último y gran día de la fiesta, la ceremonia de libación de agua alcanzaba su punto culminante. Los sacerdotes daban siete vueltas alrededor del altar del Templo y seguidamente derramaban el agua con mucha ceremonia. Fue en ese último y gran día de la festividad cuando Jesús se levantó y gritó: «Si alguien tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva»[4]. Probablemente fue un momento bien dramático en que Jesús, puesto en pie, hizo un apasionado llamamiento a las personas que se hallaban en el Templo.
Los biblistas polemizan sobre la interpretación correcta de ese versículo. Cierto autor explica:
El manuscrito original de Juan no contenía signos de puntuación. En una gran mayoría de casos, eso no afecta el sentido; pero ocasionalmente, como aquí, se presta a cierta ambigüedad[5].
La forma tradicional de entender estos versículos es que Jesús dice que del interior de los que crean en Él «brotarán ríos de agua viva». Por consiguiente, Él anima a todos los que tienen sed a acudir a Él y les promete que podrán beber. Por ser creyentes, recibirán entonces el Espíritu Santo, con lo que correrán de su interior ríos de agua viva.
Algunos comentaristas consideran que este versículo debería puntuarse de otra manera, para que diga: «Si alguien tiene sed, venga a Mí y beba, el que cree en Mí. Como dice la Escritura: “De su interior brotarán ríos de agua viva”». Al puntuar el versículo de esta manera, el su en «de su interior» se refiere a Jesús, y el agua viva brota del interior de Jesús. Algunos de los primeros manuscritos del libro de Juan respaldan esa interpretación; pero no así los manuscritos más antiguos que incluyen puntuación.
Parece probable que Jesús quisiera decir que los creyentes serían llenos del Espíritu, ya que eso fue lo que les sucedió a Sus discípulos en el día de Pentecostés, después de la ascensión de Jesús al Cielo[6]. El Antiguo Testamento habla de que el pueblo de Dios es como un manantial:
El Señor te pastoreará siempre, en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos. Serás como un huerto de riego, como un manantial de aguas, cuyas aguas nunca se agotan[7].
En un pasaje anterior de este mismo evangelio, Jesús le dice a la samaritana:
El que beba del agua que Yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna[8].
El escritor Leon Morris explica:
Esa acción de beber a la que se refiere Jesús solo la puede hacer quien acude a Él con fe. Y la fe produce resultados. El creyente que se acerca a Cristo y bebe no solo sacia su sed, sino que recibe tal abundancia que brotan de él auténticos ríos. Eso pone de relieve el carácter extrovertido de quien está lleno del Espíritu[9].
Entonces algunos de la multitud, oyendo estas palabras, decían: «Verdaderamente este es el Profeta». Otros decían: «Este es el Cristo». Pero algunos decían: «¿De Galilea ha de venir el Cristo? ¿No dice la Escritura que de la descendencia de David, y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Cristo?» Hubo entonces división entre la gente a causa de Él. Y algunos de ellos querían prenderlo, pero ninguno le echó mano[10].
Algunos de los presentes, al oír Sus palabras, reaccionaron de la misma manera que los galileos que, en un pasaje anterior de este evangelio, querían hacerlo rey.
Aquellos hombres, al ver la señal que Jesús había hecho, dijeron: «Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo»[11].
El profeta al que se referían es uno anunciado en el Deuteronomio.
Un profeta como yo te levantará el Señor, tu Dios, de en medio de ti, de tus hermanos; a él oiréis[12].
Un poco antes en este capítulo decía que «muchos de la multitud creyeron en Él»[13]. Tal vez algunos estaban presentes este día y eran parte de la muchedumbre que dijo: «Este es el Cristo [el Mesías]». Sin embargo, es posible que algunos del grupo que anteriormente se había opuesto a Él fueran de los mismos que descartaron que Jesús pudiera ser el Mesías por el hecho de que Él era de Galilea, ya que se sabía que las Escrituras enseñaban que sería de Belén.
Tú, Belén Efrata, tan pequeña entre las familias de Judá, de ti ha de salir el que será Señor en Israel; sus orígenes se remontan al inicio de los tiempos, a los días de la eternidad[14].
Aunque la multitud no lo supiera, resulta que Jesús era de la estirpe de David[15] y había nacido en Belén, por lo que cumplía la condición de que el Mesías había de salir de Belén.
Jesús nació en Belén de Judea en los tiempos del rey Herodes[16].
A causa de esa discrepancia de opiniones, hubo «división entre la gente a causa de Él». Esta es la primera de las tres divisiones que se mencionan en este evangelio. En este caso, la multitud estaba dividida en su opinión sobre Él. Más adelante nos enteramos de una segunda división, esta vez entre los fariseos.
Algunos de los fariseos decían: «Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el sábado». Otros decían: «¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales?» Y había división entre ellos[17].
La tercera vez, la división fue «entre los judíos»:
Volvió a haber división entre los judíos por estas palabras[18].
En esta ocasión, a raíz de esa división entre los oyentes, algunos lo quisieron arrestar, pero al final no pasó nada. No lograron aprehenderlo «porque aún no había llegado Su hora»[19].
Los guardias vinieron a los principales sacerdotes y a los fariseos. Entonces estos les preguntaron: «¿Por qué no lo habéis traído?» Los guardias respondieron: «¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!» Entonces los fariseos les preguntaron: «¿También vosotros habéis sido engañados? ¿Acaso ha creído en Él alguno de los gobernantes o de los fariseos? Pero esta gente que no sabe la Ley, maldita es»[20].
Los guardias del Templo volvieron con los principales sacerdotes y los fariseos; probablemente quiere decir que regresaron al Sanedrín, el organismo rector de los judíos en materia de religión. No habían cumplido su misión, ya que no llevaban a Jesús detenido. Es probable que este intento fuera distinto del que se menciona antes, o sea, que en dos ocasiones los líderes religiosos lo mandaron arrestar, y ambas tentativas fallaron. Cuando les preguntaron a los guardias por qué no lo habían aprehendido, estos hablaron asombrados del poder de lo que enseñaba: «¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!»
Los líderes religiosos contestaron a los guardias con tres argumentos. El primero era que los guardias habían sido engañados. El segundo, que ninguno de los líderes judíos o de los fariseos creían en Él. Sin embargo, como veremos enseguida, este argumento demostró ser falso, ya que Nicodemo —un fariseo— también creía en Jesús. El tercero fue que la multitud que creía lo que Jesús enseñaba era maldita porque no estudiaba la Ley como los fariseos. Otros textos judíos muestran que el vulgo, que no era muy docto en las Escrituras, era despreciado por los líderes religiosos judíos de la época.
Les dijo Nicodemo, el que vino a Él de noche, el cual era uno de ellos: «¿Juzga acaso nuestra Ley a un hombre si primero no lo oye y sabe lo que ha hecho?» Respondieron y le dijeron: «¿Eres tú también galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado un profeta»[21].
En un capítulo anterior de este evangelio se cuenta que Nicodemo era un fariseo y un dignatario de los judíos que una noche fue a ver a Jesús y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que Tú haces, si no está Dios con él»[22]. Tras la muerte de Jesús, Nicodemo compró setenta y cinco libras de una mezcla de mirra y áloe para ungir Su cadáver antes de que se le diera sepultura.
En esta ocasión, Nicodemo trató de recordarles a los demás lo que enseñaba la ley mosaica: que a los detenidos se les debía dar una oportunidad de dar explicaciones. El libro del Deuteronomio dice: «No hagáis distinción de persona en el juicio: tanto al pequeño como al grande oiréis»[23]. Sin embargo, los fariseos ya habían sacado sus conclusiones; para ellos Jesús era culpable y debía ser aprehendido. Desestimaron lo que decía Nicodemo y le respondieron con una pregunta: «¿Eres tú también galileo?» Al dar la impresión de estar defendiendo a Jesús, que era galileo, Nicodemo se expuso a que lo acusaran de tener simpatías por los galileos, algo que ellos claramente desdeñaban.
Los fariseos le señalaron a Nicodemo que «de Galilea nunca se ha levantado un profeta». No obstante, en eso también se equivocaron, ya que se les pasó por alto el profeta Jonás, «que fue de Gat-hefer»[24], localidad de Galilea.
(Continúa en la quinta parte.)
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Juan 7:37–39.
[2] Levítico 23:36.
[3] El origen de las cuatro especies está en Levítico 23:40, donde el Señor le da a Moisés instrucciones para la primera Fiesta de los Tabernáculos: «Tomaréis el primer día ramas con frutos de los mejores árboles, ramas de palmeras, ramas de árboles frondosos y sauces de los arroyos, y durante siete días os regocijaréis delante del Señor, vuestro Dios» (Levítico 23:40).
[4] Juan 7:37,38.
[5] Milne, The Message of John, 120.
[6] Hechos 2:1–4.
[7] Isaías 58:11.
[8] Juan 4:14.
[9] Morris, El Evangelio según Juan.
[10] Juan 7:40–44.
[11] Juan 6:14.
[12] Deuteronomio 18:15.
[13] Juan 7:31.
[14] Miqueas 5:2.
[15] Mateo 1:1–17; Lucas 2:1–16.
[16] Mateo 2:1 (RVC).
[17] Juan 9:16.
[18] Juan 10:19.
[19] Juan 7:30.
[20] Juan 7:45–49.
[21] Juan 7:50–52.
[22] Juan 3:2.
[23] Deuteronomio 1:17.
[24] 2 Reyes 14:25.