Jesús, Su vida y mensaje: Juan 17: Oración de Jesús (1ª parte)

agosto 10, 2021

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: John 17: Jesus’ Prayer (Part 1)]

Habiendo dicho a Sus discípulos que se dispone a volver al que lo envió (Juan 16:5) y que el Consolador —el Espíritu Santo— vendrá para guiarlos a toda la verdad (Juan 16:13), Jesús comienza a orar al Padre. Primero ora por Su propia glorificación. Luego ora por Sus discípulos, y ese es el tema principal de este capítulo. Por último, ora por quienes creerán en Él a raíz del testimonio de los discípulos.

Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, la hora ha llegado: glorifica a Tu Hijo, para que también Tu Hijo te glorifique a Ti, pues le has dado potestad sobre toda carne para que dé vida eterna a todos los que le diste»[1].

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, dirigir la mirada hacia el cielo era una postura habitual de oración. «A Ti alcé mis ojos, a Ti que habitas en los cielos» (Salmo 123:1). «Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, gracias te doy por haberme oído”» (Juan 11:41).

Al levantar los ojos al cielo, Jesús pasó de centrar Su atención en los discípulos a centrarla en Dios. Como sabía que Su muerte era inminente, dijo que Su hora ya había llegado. Teniendo la cruz delante de Él, le pidió al Padre que lo glorificara. Si bien la crucifixión se usaba tanto para humillar como para ejecutar a los delincuentes, para Jesús era la senda hacia la glorificación. Su oración muestra que primero el Padre glorifica al Hijo, y este por consiguiente glorifica al Padre. Jesús ha indicado que Su muerte constituirá una separación de Su Padre; por tanto, es probable que quiera ser glorificado en el sentido de ser llevado de nuevo con el Padre. (Eso queda aclarado en el versículo 5.)

Jesús explica qué significará para el Hijo glorificar el Padre. El Hijo glorificará al Padre concediendo vida eterna a todos los que el Padre le ha dado, que en ese momento son los discípulos de Jesús, los que estaban con Él en el aposento alto, cuyos pies había lavado y que habían dicho: «Creemos que has salido de Dios»[2]. Sus discípulos representan también a un grupo más amplio de personas que creyeron en Él durante Su ministerio, como los samaritanos que creyeron en Él, el hombre que nació ciego, y discípulas como Marta y María, así como todos los creyentes de todas las épocas.

Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado[3].

Aquí se nos da algo así como una definición de la vida eterna. Conocer realmente a Dios y a Su Hijo resulta en vida eterna. En este evangelio, «el único Dios verdadero» y «Jesucristo, a quien has enviado» están estrechamente ligados. No es posible conocer de veras a uno sin conocer al otro. Lo mismo se expresa en la 1ª epístola de Juan: «Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna»[4].

Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciera[5].

En un pasaje anterior de este evangelio, Jesús declaró: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y que acabe Su obra»[6]. Jesús ha hecho justamente eso, y en Su oración lo explicita. Haciendo la voluntad de Su Padre, lo ha glorificado.

Ahora pues, Padre, glorifícame Tú al lado Tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiera[7].

Jesús le pide a Su Padre que lo glorifique, considerando que Él ha glorificado al Padre en la Tierra y que promete seguir haciéndolo. La gloria que le pide Jesús es la que tenía en presencia de Dios antes de la creación del mundo y que viene expresada al principio de este evangelio. «En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios»[8].

Al terminar de orar por Su glorificación, Jesús comienza a rogar al Padre por Sus discípulos.

He manifestado Tu nombre a los hombres que del mundo me diste; Tuyos eran, y me los diste, y han guardado Tu palabra[9].

Jesús empieza por señalar que ha «manifestado [el] nombre» del Padre a los discípulos. El nombre representa la totalidad de la persona, así que manifestar el nombre de Dios a los discípulos es revelarles Su naturaleza esencial. Al aceptar a Jesús, los discípulos han aceptado también al Padre. Al entender que Jesús es el Hijo de Dios, han conocido a Dios de una nueva manera, como Padre de Jesús y Padre de ellos también. Eso se expresa más adelante en este evangelio cuando Jesús le dice a María Magdalena: «Ve a Mis hermanos y diles: “Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios”»[10].

Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de Ti, porque las palabras que me diste les he dado; y ellos las recibieron y han conocido verdaderamente que salí de Ti, y han creído que Tú me enviaste[11].

En Su oración, Jesús reafirma lo que habían dicho Sus discípulos justo antes de que Él comenzara a orar: «Ahora entendemos que sabes todas las cosas y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios»[12]. Es posible que también tuviera presente algo que Pedro había dicho y que figura en un pasaje anterior de este evangelio: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente»[13]. En Su oración, Jesús centra Su atención en el Padre, insistiendo en palabras como , Ti, Tu y Tuyos. «He manifestado Tu nombre» (vers. 6), «Tuyos eran» (vers. 6), «Tu palabra» (vers. 6), «todas las cosas que me has dado proceden de Ti» (vers. 7), «salí de Ti» (vers. 8), «Tú me enviaste» (vers. 8).

Jesús menciona en Su oración la actitud de los discípulos. En primer lugar, han recibido y aceptado Sus palabras. Quizás habría sido lógico esperar que los líderes religiosos aceptaran y hasta acogieran de buen grado Sus palabras, pero no lo hicieron; en cambio, los discípulos sí. En segundo lugar, los discípulos llegaron a entender que Jesús procedía de Dios. En tercer lugar, se los podría llamar hombres de fe. Si bien en este punto del evangelio no comprendían totalmente a Jesús, sí creían que el Padre lo había enviado.

Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque Tuyos son, y todo lo Mío es Tuyo y lo Tuyo Mío; y he sido glorificado en ellos[14].

Jesús comienza a interceder por los discípulos, por aquellos que el Padre le ha dado. No es que no le preocupe el mundo, sino que Sus planes con respecto al mundo se canalizarán a través de los discípulos. Su misión en el mundo está llegando a su fin, mientras que la de los discípulos está a punto de empezar.

Si bien el Padre le ha entregado los discípulos a Jesús, no es que se haya desentendido de ellos, sino que son tanto del Padre como del Hijo, pues lo que es de uno es del otro. «Todo lo Mío es Tuyo y lo Tuyo Mío —explica Jesús—; y he sido glorificado en ellos». Es similar a algo que Él mismo dice en un pasaje anterior de este evangelio: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en Él»[15]. Cierto autor explica: «Expresándolo en términos más contemporáneos, los discípulos (por muchos defectos que tengan) son Su orgullo, de la misma manera que Él es el orgullo de Su Padre. Son Su gloria en el sentido de que son la prueba viva de que ha “acabado la obra” que el Padre le encomendó, con lo que puede volver al Padre y recuperar la gloria que era Suya “antes que el mundo existiera”»[16].

Ya no estoy en el mundo; pero estos están en el mundo, y Yo voy a Ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en Tu nombre, para que sean uno, así como nosotros[17].

Jesús sigue orando por Sus discípulos. Él no permanecerá en el mundo, pero ellos sí. Estas palabras son parecidas a otras que ha dicho antes: «Todavía un poco y no me veréis»[18] y «Voy al Padre y no me veréis más»[19]. Jesús se dispone a volver con el Padre, pero los discípulos permanecerán «en el mundo»; por eso necesitan oración.

La oración de Jesús por ellos comienza con las palabras: «Padre santo, […] guárdalos en Tu nombre, para que sean uno». Es una oración para que estén unidos, para que así como Jesús es uno con el Padre, los discípulos también sean uno. En este capítulo, Jesús repite tres veces más esa oración para que estén unidos[20].

Cuando estaba con ellos en el mundo, Yo los guardaba en Tu nombre; a los que me diste, Yo los guardé y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliera[21].

Jesús está haciendo un balance de Su ministerio como si ya hubiera terminado. Eso encaja con lo que ha dicho antes: «Ya no estoy en el mundo»[22]. Ha logrado proteger a los discípulos, salvo a Judas Iscariote, el «hijo de perdición».

(La segunda mitad de la oración de Jesús la estudiaremos en el siguiente artículo.)


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995 © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Juan 17:1,2.

[2] Juan 16:30.

[3] Juan 17:3.

[4] 1 Juan 5:20.

[5] Juan 17:4.

[6] Juan 4:34.

[7] Juan 17:5.

[8] Juan 1:1.

[9] Juan 17:6.

[10] Juan 20:17.

[11] Juan 17:7,8.

[12] Juan 16:30.

[13] Juan 6:68,69.

[14] Juan 17:9,10.

[15] Juan 13:31.

[16] Michaels, The Gospel of John, 866.

[17] Juan 17:11.

[18] Juan 16:16.

[19] Juan 16:10.

[20] Juan 17:21–23.

[21] Juan 17:12.

[22] Juan 17:11.