Jesús, Su vida y mensaje: La misión de los setenta y dos (2ª parte)
agosto 28, 2018
Enviado por Peter Amsterdam
Jesús, Su vida y mensaje: La misión de los setenta y dos (2ª parte)
[Jesus—His Life and Message: The Mission of the Seventy-Two (Part 2)]
En el artículo anterior vimos que Jesús habló del castigo al que se expondrían las ciudades que no recibieran a los setenta y dos mensajeros, mayor que el de la ciudad de Sodoma en el Antiguo Testamento, la cual fue destruida por fuego del Cielo[1]. De ahí siguió hablando del tema de los juicios divinos, refiriéndose a ciudades concretas de Israel que lo habían rechazado y habían desoído Su mensaje.
¡Ay de ti Corazín! ¡Ay de ti Betsaida! Porque si los milagros que se hicieron entre ustedes hubieran sido hechos en Tiro y Sidón, hace tiempo que se hubieran arrepentido sentados en cilicio y ceniza. Por eso, en el juicio será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Capernaúm, ¿acaso serás elevada hasta los cielos? ¡Hasta el Hades serás hundida![2]
Jesús comparó a dos ciudades específicas con las antiguas ciudades de Tiro y Sidón. Betsaida se alzaba en la ribera nororiental del río Jordán, a unos cinco kilómetros de la ciudad de Capernaúm. La ubicación de Corazín se desconoce, aunque algunos comentaristas conjeturan que estaba también cerca de Capernaúm.
La suerte de Tiro y Sidón a la que se refiere aquí Jesús se describe en el libro de Ezequiel:
Así ha dicho el Señor Dios: «He aquí Yo estoy contra ti, Tiro, y haré subir contra ti muchas naciones, como el mar hace subir sus olas. Demolerán los muros de Tiro y derribarán sus torres; barreré de ella hasta el polvo y la dejaré como una roca desnuda»[3].
Robarán tus riquezas y saquearán tus mercaderías; arruinarán tus muros, destruirán tus casas preciosas y arrojarán en medio del mar tus piedras, tu madera y tus escombros[4].
He aquí Yo estoy contra ti, Sidón […]. Enviaré a ella peste y sangre en sus calles, y caerán muertos en medio de ella, con espada contra ella por todos lados[5].
Vestirse con cilicio y sentarse en ceniza eran expresiones de contrición, duelo y arrepentimiento. El cilicio se hacía con pelo de cabra y era muy áspero. La ceniza se la echaban a veces sobre la cabeza; otras veces se sentaban sobre ella[6]. La afirmación de Jesús de que sociedades tan malas como las de Tiro y Sidón, al ver Sus milagros, se habrían arrepentido, mientras que Corazín y Betsaida no se habían arrepentido, constituye una vigorosa condena de esas dos ciudades de Su época.
Seguidamente Jesús se centró en Capernaúm:
Y tú, Capernaúm, ¿acaso serás elevada hasta los cielos? ¡Hasta el Hades serás hundida![7]
Los cuatro evangelios mencionan que Jesús estuvo en Capernaúm. Según el de Mateo, residía allí:
Dejando Nazaret, fue y habitó en Capernaúm, ciudad marítima, en la región de Zabulón y de Neftalí[8].
El Evangelio de Marcos lo confirma:
Cuando Jesús regresó a Capernaúm varios días después, enseguida corrió la voz de que había vuelto a casa[9].
Allí fue donde sanó al siervo del centurión[10], donde los recaudadores de impuestos le preguntaron si pagaba las dos dracmas[11], donde enseñó en la sinagoga un sábado[12], adonde se desplazó con Su madre y Sus hermanos[13] y adonde llegó en barca desde el otro lado del lago[14]. En Capernaúm era bien conocido, y muy probablemente hizo allí varios milagros. Cierto autor afirma que Capernaúm sirvió de base de operaciones para el ministerio de Jesús[15].
A pesar de todo el contacto que tuvo Capernaúm con Jesús, por lo visto permaneció en gran medida indiferente ante Su mensaje. Por consiguiente, su destino sería similar al de Corazín y Betsaida. Da la impresión de que sus pobladores tenían un concepto bastante elevado de sí mismos. Quizá porque Jesús pasaba allí tanto tiempo o porque había hecho allí milagros. La respuesta a la pregunta de si Capernaúm será elevada hasta los Cielos es claramente negativa. Estaban yendo en la dirección contraria: «¡Hasta el Hades serás hundida!» En el Nuevo Testamento, el nombre propio Hades en griego se traduce como abismo, lugar de los muertos o infierno en otras versiones. En el Antiguo Testamento, el término hebreo Sheol se traduce como región de los muertos, sepultura o infierno en diversas versiones. Ambos vocablos se refieren a un lugar de castigo para los muertos impíos. El destino de las ciudades que rechazaron a Jesús sería el mismo.
Seguidamente, Jesús envió a los discípulos a realizar su misión con estas últimas palabras:
El que a vosotros oye, a Mí me oye; y el que a vosotros desecha, a Mí me desecha; y el que me desecha a Mí, desecha al que me envió[16].
Eso ponía de manifiesto la importancia de los mensajeros como representantes de Jesús. Cuando hablaban, transmitían las palabras de Jesús; y cuando la gente les prestaba oído, estaba escuchando a Jesús. De la misma manera, los que los rechazaban o no aceptaban su mensaje, rechazaban a Jesús. Y lo que es más importante, al rechazar a Jesús rechazaban al propio Dios, que había enviado a Jesús.
Habiendo recibido su encargo, los setenta y dos se marcharon a anunciar el mensaje. No dice cuánto tiempo estuvieron fuera los treinta y seis equipos. Solo sabemos que se les dio instrucciones de que fueran, oraran por obreros, no llevaran provisiones y aceptaran la hospitalidad que se les ofreciera mientras predicaban el evangelio y sanaban a los enfermos. Fueron enviados a los cuatro vientos como representantes de Jesús y de Su mensaje, y su misión tuvo éxito.
Cuando los setenta y dos volvieron, estaban muy contentos y decían: «Señor, en Tu nombre, ¡hasta los demonios se nos sujetan!»[17]
Aunque antes de la partida de los setenta y dos Jesús les había dado instrucciones sobre lo que debían hacer en caso de toparse con rechazo, al parecer su misión tuvo éxito, ya que regresaron contentos. Lo que más los emocionaba era tener autoridad sobre los demonios. En las instrucciones que les había dado antes de despedirlos, Jesús no había mencionado específicamente que tendrían poder para expulsar demonios; pero como representantes Suyos tenían autoridad sobre ellos. Si los setenta y dos echaban fuera demonios en el nombre de Jesús significa que, al igual que los doce, lo hacían por el poder de Jesús. «Reuniendo a Sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para sanar enfermedades»[18].
En respuesta, Jesús les dijo:
Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo[19].
Jesús señaló que la autoridad de los discípulos para expulsar demonios demostraba la derrota de Satanás. El concepto de la caída del Cielo de Satanás viene del libro de Isaías:
¡Cómo caíste del cielo, Lucero, hijo de la mañana! Derribado fuiste a tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: «Subiré al cielo. En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono y en el monte del testimonio me sentaré, en los extremos del norte; sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altísimo». Mas tú derribado eres hasta el seol, a lo profundo de la fosa[20].
Aunque esto Isaías lo escribió refiriéndose muy probablemente a la caída original de Satanás, la mayoría de los versículos sobre la caída de Satanás aluden a su futura derrota.
El Dios de paz aplastará muy pronto a Satanás bajo vuestros pies[21].
Fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero. Fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él. Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: «Ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de Su Cristo, porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche»[22].
Para Jesús, el anuncio del evangelio, la curación de enfermos y la expulsión de demonios formaban parte de una sucesión de acontecimientos que conducirían a la derrota final de Satanás.
Jesús entonces se refirió a la autoridad que había conferido a los discípulos:
Os doy potestad de pisotear serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará[23].
En las Escrituras, las serpientes y escorpiones simbolizan el mal.
Líbrame, Señor, del hombre malo; guárdame de hombres violentos, los cuales maquinan males en el corazón y cada día provocan contiendas. Aguzan su lengua como una serpiente; veneno de víbora hay debajo de sus labios[24].
El rey Roboam […] les habló conforme al consejo de los jóvenes, diciendo: «Mi padre les hizo pesado su yugo, pero yo lo haré más pesado; mi padre los castigó con látigos, pero yo los castigaré con escorpiones»[25].
¿Qué padre de vosotros, si su hijo […] le pide pescado, en lugar de pescado le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?[26]
La serpiente también simboliza a Satanás.
Temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean también de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo[27].
Fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero[28].
El concepto de que los discípulos pisoteen —o aplasten— serpientes y escorpiones refleja la autoridad que se les ha dado para vencer el poder de Satanás.
A continuación, Jesús dijo:
Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos[29].
Si bien Él mismo les había conferido autoridad y poder, Jesús señaló que el verdadero motivo de alegría era que sus nombres estuvieran escritos en el Cielo. El verbo griego traducido como «están escritos» da la idea de algo permanentemente registrado[30]. El concepto de tener el nombre escrito en el Cielo o en el libro de la vida aparece en varios pasajes de las Escrituras:
El vencedor será vestido de vestiduras blancas, y no borraré su nombre del libro de la vida[31].
Vi los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios. Los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida[32].
Jesús animó a los setenta y dos —que representan también a todos los que creen en Él— diciéndoles que Dios había escrito su nombre en el Cielo.
No solo estaban contentos los setenta y dos cuando regresaron. También lo estaba Jesús.
En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó»[33].
De acuerdo con la definición del verbo griego traducido como «se regocijó», Jesús se alegró muchísimo movido por el Espíritu Santo. En un pasaje anterior de este mismo evangelio dice que el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma corporal[34] y que estaba «lleno del Espíritu Santo»[35].
Jesús llamó a Dios «Padre», así como «Señor del cielo y de la tierra», con lo que puso de relieve por un lado el amor y la compasión de Dios como Padre (Abba)[36] y por otro Su poder soberano como Señor del Cielo y de la Tierra. Cuando habla de las cosas que Dios ha escondido, se refiere a la presencia del reino de Dios y a la caída de Satanás. Cuando dice «los sabios y entendidos», probablemente alude a los líderes religiosos, a los fariseos, saduceos y escribas que se oponían a Él. Quizá también a otras personas arrogantes y presuntamente sabias y entendidas que rechazaron Su mensaje. Los niños a los que reveló esas cosas son los setenta y dos que envió. Más tarde, Jesús dijo: «De cierto os digo que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él»[37].
A continuación explicó:
Todas las cosas me fueron entregadas por Mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar[38].
Jesús declara que Su Padre lo ha puesto todo a Sus órdenes, que la autoridad del Padre está encarnada en el Hijo. Otros pasajes de las Escrituras dicen lo mismo:
El Padre ama al Hijo y ha entregado todas las cosas en Su mano[39].
Jesús sabía que el Padre le había dado autoridad sobre todas las cosas y que había venido de Dios y regresaría a Dios[40].
La frase que dice que nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, ni quién es el Padre, sino el Hijo, muestra la particular relación de Jesús con el Padre, como Hijo Suyo, una relación que nadie más tiene. Solo por medio de Jesús puede uno llegar a conocer verdaderamente al Padre y salvarse. «En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos»[41]. «Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí”»[42].
Y volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis, pues os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron»[43].
Después de orar, Jesús se dirigió en privado a los discípulos. Eso da a entender que las palabras anteriores las había dicho al alcance del oído de otros además de los discípulos, incluidos los setenta y dos. Luego les habló a ellos aparte y les hizo ver que deberían considerarse muy bienaventurados por ser testigos oculares de aquellos grandes acontecimientos, por estar con Él en aquella situación especial.
Muchos otros, como los profetas y reyes de antaño, habían anhelado la venida del Mesías, habrían querido ser testigos de la presencia de Dios en la Tierra y ver Sus obras portentosas. Las personas espirituales de la época veterotestamentaria esperaban el cumplimiento de las promesas de Dios; pero este solo vino con Jesús.
En la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, creyéndolo y saludándolo[44].
Los discípulos fueron bienaventurados, ya que se les concedió el privilegio de presenciar el cumplimiento de lo que había sido prometido a lo largo del Antiguo Testamento. La edad prometida había llegado, y los discípulos se regocijaron de participar en ella. Nosotros también podemos alegrarnos, ya que somos beneficiarios de las promesas de Dios y de su cumplimiento en Jesús.
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Génesis 19:24.
[2] Lucas 10:13–15 (NBLH).
[3] Ezequiel 26:3,4.
[4] Ezequiel 26:12.
[5] Ezequiel 28:22,23.
[6] V. Job 2:8 y Jonás 3:6.
[7] Lucas 10:15 (NBLH).
[8] Mateo 4:13.
[9] Marcos 2:1 (NTV).
[10] Mateo 8:5,6.
[11] Mateo 17:24.
[12] Marcos 1:21; Lucas 4:31.
[13] Juan 2:12.
[14] Juan 6:17.
[15] Darrell L. Bock, Luke Volume 2 (Grand Rapids: Baker Academic, 1996), 1004.
[16] Lucas 10:16.
[17] Lucas 10:17 (RVC).
[18] Lucas 9:1.
[19] Lucas 10:18.
[20] Isaías 14:12–15.
[21] Romanos 16:20.
[22] Apocalipsis 12:9,10.
[23] Lucas 10:19.
[24] Salmo 140:1–3.
[25] 2 Crónicas 10:14.
[26] Lucas 11:11,12.
[27] 2 Corintios 11:3.
[28] Apocalipsis 12:9.
[29] Lucas 10:20.
[30] Leon Morris, Luke (Downers Grove: InterVarsity Press, 1996), 204.
[31] Apocalipsis 3:5.
[32] Apocalipsis 20:12.
[33] Lucas 10:21.
[34] Lucas 3:22.
[35] Lucas 4:1.
[36] Sobre el hecho de que Jesús llamaba a Su Padre «Abba», v. https://directors.tfionline.com/es/post/disciplinas-espirituales-la-oracion/.
[37] Lucas 18:17.
[38] Lucas 10:22.
[39] Juan 3:35.
[40] Juan 13:3 (NTV).
[41] Hechos 4:12.
[42] Juan 14:6.
[43] Lucas 10:23,24.
[44] Hebreos 11:13.