Jesús, Su vida y mensaje: La resurrección (2ª parte)

junio 21, 2022

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: The Resurrection (Part 2)]

Los cuatro evangelios (así como el libro de los Hechos) narran que Jesús se apareció a Sus discípulos (tanto mujeres como hombres) después de Su resurrección. En el de Mateo, cuando unas discípulas fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús, se encontraron con la tumba vacía. Les salió al encuentro un ángel que les indicó que fueran a decirles a los apóstoles que Jesús estaba vivo y que iba a Galilea, donde lo verían[1].

El Evangelio de Mateo explica que las mujeres, después de que el ángel les encargó que les dijeran a los discípulos que Jesús estaba vivo, «saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a Sus discípulos»[2]. Era importante informar a los discípulos (los once) lo antes posible de que Jesús estaba vivo. El hecho de que las mujeres salieran «con temor» muestra que estaban conmocionadas por la visita del mensajero celestial. Cierto autor escribe: «Habían llegado afligidas por la muerte de su gran líder y querido amigo; se fueron sabiendo que ya no estaba muerto. Es lógico que sintieran gran alegría»[3].

Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, Jesús les salió al encuentro, diciendo: «¡Salve!» Y ellas, acercándose, abrazaron Sus pies y lo adoraron. Entonces Jesús les dijo: «No temáis; id, dad las nuevas a Mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán»[4].

Tras haber visto a un ángel y haber recibido un mensaje para los discípulos, las mujeres se toparon de camino con el propio Jesús resucitado. En el Evangelio de Mateo, hay mujeres presentes en todos los momentos importantes de la muerte y resurrección de Jesús. Estuvieron presentes cuando murió en la cruz, fueron las primeras en ir al sepulcro y también las primeras en ver al Señor resucitado. Como el ángel les había dicho que Jesús se reuniría con los discípulos en Galilea, es probable que se sorprendieran al encontrarse con Él cuando regresaban del sepulcro.

Su reacción fue caer a Sus pies, abrazarlo y adorarlo. Cuesta imaginarse la alegría y el asombro que sintieron al ver a Jesús resucitado. Al postrarse a Sus pies y adorarlo demostraron entender que era más que un simple hombre. También queda claro que el cuerpo de Jesús después de resucitar era un cuerpo de verdad, no una mera visión o aparición. Las mujeres comprendieron que Jesús era divino.

Jesús repitió la orden del ángel, «No temáis», y también sus instrucciones: «Id, dad las nuevas a Mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán»[5]. Jesús realizó la mayor parte de Su ministerio en Galilea, así que era natural que quisiera reunirse allí con Sus discípulos. También es probable que para ellos fuera más seguro estar y ver a Jesús allí.

Los guardias y los principales sacerdotes

En este punto, el Evangelio de Mateo, que se ha centrado en Jesús y los discípulos, describe lo que sucedió entre los guardias romanos y los principales sacerdotes.

Mientras ellas iban, unos de la guardia fueron a la ciudad y dieron aviso a los principales sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido. Estos se reunieron con los ancianos y, después de ponerse de acuerdo, dieron mucho dinero a los soldados, diciéndoles: «Decid vosotros: “Sus discípulos llegaron de noche y lo hurtaron mientras nosotros estábamos dormidos”. Y si esto lo oye el gobernador, nosotros lo persuadiremos y os pondremos a salvo». Ellos tomaron el dinero e hicieron como se les había instruido. Este dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy[6].

Mientras las mujeres se dirigían adonde estaban los discípulos para decirles que fueran a Galilea, algunos de los guardias entraron en la ciudad y les contaron a los principales sacerdotes lo que había ocurrido. Normalmente, los guardias acudían a sus superiores para comunicarles las incidencias; pero Poncio Pilato había puesto los guardias romanos a disposición de los dirigentes judíos, por lo que fueron a informar a estos[7]. Quizá se sintieron algo aliviados de no tener que informar a sus superiores romanos, ya que habrían tenido que confesar que no habían sabido impedir la extracción de un cadáver de un sepulcro que ellos estaban vigilando. Aunque el cuerpo de Jesús no había sido robado, les habría resultado difícil explicar a los oficiales romanos qué había sucedido exactamente.

Al escuchar a los guardias, a los principales sacerdotes les pareció que el asunto era suficientemente importante como para consultar con los ancianos antes de tomar una decisión. Unos y otros resolvieron que lo mejor era sobornar a los guardias para que mintieran sobre lo ocurrido. El texto dice que «dieron mucho dinero a los soldados». Según otras traducciones de la Biblia, «les dieron a los soldados una fuerte suma de dinero»[8]. Al aceptar el soborno, los soldados se comprometieron a mentir sobre lo que había sucedido. En el ejército romano, dormirse estando de guardia era considerado un grave incumplimiento del deber, así que decirles a sus superiores que los discípulos vinieron de noche, mientras ellos dormían, y «hurtaron» el cuerpo era bastante arriesgado. Pero ante la gran suma de dinero que les ofrecieron, por lo visto les pareció que valía la pena arriesgarse.

Lo que les encargaron que dijeran era muy sencillo: que los discípulos se habían presentado de noche, mientras ellos dormían, y habían robado Su cuerpo. Los principales sacerdotes y los ancianos les aseguraron que si el gobernador, Poncio Pilato, se enteraba de que el cuerpo de Jesús ya no estaba en el sepulcro, la jerarquía judía los sacaría del apuro, probablemente pagando un soborno al gobernador. Había bastantes posibilidades de que el asunto no llegara a oídos de Pilato, ya que él vivía en Cesarea y se dirigiría allí cuando terminara la fiesta.

Ellos tomaron el dinero e hicieron como se les había instruido. Este dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy[9].

Los soldados aceptaron de buen grado el dinero y dijeron que los discípulos de Jesús habían robado Su cuerpo. Esta solución debió de complacer tanto a los líderes religiosos como a los soldados. En el momento en que se escribió el Evangelio de Mateo (probablemente después del año 70 d.C.), el cuento de que los discípulos habían llegado de noche y robado del sepulcro el cuerpo de Jesús mientras los guardias dormían había estado circulando unos 35 años.

Encuentros con los discípulos

El Evangelio de Marcos narra que María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé llevaron especias para ungir el cuerpo de Jesús[10]. Al entrar en el sepulcro, vieron a un joven con una túnica blanca (un ángel) sentado a la derecha[11]. Este les indicó que informaran a los discípulos que Jesús iba a Galilea y que lo verían allí[12]. Dice el texto que entonces «ellas salieron huyendo del sepulcro, porque les había entrado temblor y espanto; y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo»[13]. Por lo visto se sobrecogieron al ver al ángel y escuchar su mensaje, por lo que huyeron del sepulcro. El relato se detiene en este punto, sin decirnos si cumplieron el encargo del ángel de avisar a los discípulos.

Según el Evangelio de Juan, había dos ángeles en el sepulcro de Jesús, «sentados el uno a la cabecera y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto»[14]. Ellos le preguntaron a María por qué lloraba.

Les dijo: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús que estaba allí; pero no sabía que era Jesús[15].

María les dijo por qué lloraba —supuso que alguien había venido y se había llevado el cuerpo de Jesús— y se dio la vuelta. El texto no explica por qué se dio la vuelta; tal vez oyó algo que se movía detrás de ella, o los ángeles le indicaron que lo hiciera.

Al darse la vuelta, vio a Jesús, pero por alguna razón no lo reconoció. Aunque no sabemos el motivo, resulta que hubo al menos otros dos incidentes en que Sus discípulos no lo reconocieron después de Su resurrección. Según el Evangelio de Lucas:

Dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén. Hablaban entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Y sucedió que, mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos. Pero los ojos de ellos estaban velados, para que no lo reconocieran[16].

El Evangelio de Juan relata que «cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa, pero los discípulos no sabían que era Jesús»[17].

Jesús le dijo: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el jardinero, le dijo: «Señor, si Tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo llevaré»[18].

Jesús repitió la pregunta que habían hecho los ángeles, «¿Por qué lloras?», y añadió otra: «¿A quién buscas?» María pensó que se trataba del jardinero, tal vez porque era temprano; ¿quién más habría estado en el sepulcro a esa hora? O quizá porque tenía un aspecto de alguna manera distinto. Además, supuso que aquel jardinero podía haberse llevado el cuerpo de Jesús. Por eso le pidió que, si se lo había llevado, le dijera dónde estaba para que ella lo pudiera recuperar.

Jesús le dijo: «¡María!» Volviéndose ella, le dijo: «¡Raboni!» que significa: «Maestro». Jesús le dijo: «¡Suéltame!, porque aún no he subido a Mi Padre; pero ve a Mis hermanos y diles: “Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios”»[19]

María no había reconocido a Jesús; sin embargo, al oírlo pronunciar su nombre supo que era Él. Entonces lo llamó «raboni», maestro. Cierto autor explica: «Por lo general, se entiende que raboni tenía una connotación más personal y afectuosa que el título de rabino»[20].

Jesús le dijo que no lo tocara porque no había subido al Padre. Cierto autor lo explica así: «El imperativo presente negativo significa “deja de hacer tal cosa”, no “no empieces a hacerla”. Aquí significa “deja de agarrarme”, no “no comiences a tocarme”». Es obvio que María, por su alegría al ver al Señor, lo había abrazado, posiblemente de la misma manera y con el mismo propósito que las mujeres que, según la descripción de Mateo, «abrazaron Sus pies y lo adoraron»[21].

Hasta este punto, los hermanos de Jesús y Sus discípulos eran dos grupos separados. En un pasaje anterior del libro de Juan dice: «Después de esto descendieron a Capernaúm Él, Su madre, Sus hermanos y Sus discípulos»[22]. Aquí Jesús llama hermanos a Sus discípulos.

Ve a Mis hermanos y diles: «Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios»[23].

Dice que Su Padre es también el Padre de ellos, consecuencia natural de haberlos llamado hermanos.

El libro de Juan narra que «fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos la noticia de que había visto al Señor, y que Él le había dicho estas cosas»[24]. Según el Evangelio de Marcos, María Magdalena «lo hizo saber a los que habían estado con Él, los cuales estaban tristes y llorando. Ellos, cuando oyeron que vivía y que había sido visto por ella, no lo creyeron»[25]. En el Evangelio de Lucas dice:

Eran María Magdalena, Juana y María, madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles[26].

(Continuará.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995 © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 28:6,7. V. Jesús, Su vida y mensaje: La resurrección (1ª parte).

[2] Mateo 28:8.

[3] Morris, The Gospel According to Matthew, 738.

[4] Mateo 28:8–10.

[5] Mateo 28:10.

[6] Mateo 28:11–15.

[7] Mateo 27:65.

[8] NVI, CST.

[9] Mateo 28:15.

[10] Marcos 16:1.

[11] V. Jesús, Su vida y mensaje: La resurrección (1ª parte).

[12] Marcos 16:7.

[13] Marcos 16:8.

[14] Juan 20:12.

[15] Juan 20:13,14.

[16] Lucas 24:13–16.

[17] Juan 21:4.

[18] Juan 20:15.

[19] Juan 20:16,17.

[20] Michaels, The Gospel of John, 1000.

[21] Mateo 28:9.

[22] Juan 2:12.

[23] Juan 20:17.

[24] Juan 20:18.

[25] Marcos 16:10,11.

[26] Lucas 24:10.