Jesús, Su vida y mensaje: Milagros (1ª parte)
febrero 7, 2017
Enviado por Peter Amsterdam
Jesús, Su vida y mensaje: Milagros (1ª parte)
[Jesus—His Life and Message: Miracles (Part 1)]
Uno de los aspectos clave del ministerio de Jesús fueron los milagros que realizó. Los Evangelios relatan nada menos que 34 milagros concretos. En otras quince ocasiones se refieren a Sus intervenciones milagrosas en términos más generales[1], como cuando dicen:
Dijo a Sus discípulos que le tuvieran siempre lista la barca, para evitar que la multitud lo oprimiera, pues, como había sanado a muchos, todos los que tenían plagas se echaban sobre Él para tocarlo[2].
Sanó a muchos que padecían de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios[3].
Al salir ellos de la barca, en seguida la gente lo reconoció. Mientras recorrían toda la tierra de alrededor, comenzaron a traer de todas partes enfermos en camillas a donde oían que estaba. Y dondequiera que entraba, ya fuera en aldeas, en ciudades o en campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos y le rogaban que los dejara tocar siquiera el borde de Su manto; y todos los que lo tocaban quedaban sanos[4].
Además de los milagros que hizo Jesús, los Evangelios nos cuentan hechos milagrosos que ocurrieron en torno a Él: Su concepción virginal, Su transfiguración, Su resurrección y ascensión, y las diversas veces en que se apareció a Sus seguidores después de Su resurrección. Claramente los milagros desempeñaron un papel importante en Su ministerio y ocupan un lugar destacado en el relato de Su vida que hay en los Evangelios y el Nuevo Testamento.
Antes de estudiar a fondo los milagros de Jesús, como haremos en los próximos artículos, conviene que repasemos ciertas generalidades. Comencemos por ver qué es un milagro.
Un milagro se define como un acontecimiento extraordinario del mundo físico que es contrario a las leyes de la naturaleza, supera todo poder humano o natural conocido y demuestra la intervención divina en los asuntos humanos. Es un hecho asombroso que constituye una manifestación inexplicable del poder de Dios. En las Escrituras, los milagros suceden por la intervención directa de Dios en los asuntos humanos, o son realizados por agentes humanos ungidos por Dios.
Examinemos algunos milagros del Antiguo Testamento.
Los milagros en el Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento refiere milagros que Dios obró directamente, así como milagros realizados por profetas o siervos de Dios que actuaron con el poder divino. Un ejemplo de intervención divina directa es cuando Dios dio el maná al pueblo de Israel.
«Yo he oído las murmuraciones de los hijos de Israel. Háblales y diles: “Al caer la tarde comeréis carne, y por la mañana os saciaréis de pan. Así sabréis que Yo soy el Señor, vuestro Dios”». Al llegar la tarde, subieron codornices que cubrieron el campamento, y por la mañana descendió rocío alrededor del campamento. Cuando el rocío cesó de descender, apareció sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda, menuda como escarcha sobre la tierra[5].
Así comieron los hijos de Israel maná durante cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada; maná comieron hasta que llegaron a los límites de la tierra de Canaán[6].
El maná cesó al día siguiente, desde que comenzaron a comer de los frutos de la tierra, y los hijos de Israel nunca más tuvieron maná, sino que comieron de los frutos de la tierra de Canaán aquel año[7].
Un caso, tomado del Antiguo Testamento, en que Dios actuó por medio de una persona ungida para hacer milagros es la historia de la viuda que alojó al profeta Elías. Su hijo murió y, cuando ella se lo contó a Elías, él llevó al chico a su cuarto y lo acostó en la cama.
Se tendió sobre el niño tres veces y clamó al Señor: «Señor, Dios mío, te ruego que hagas volver el alma a este niño». El Señor oyó la voz de Elías, el alma volvió al niño y este revivió. […] Entonces la mujer dijo a Elías: «Ahora reconozco que tú eres un varón de Dios y que la palabra del Señor es verdad en tu boca»[8].
En el libro del Génesis hay por una parte milagros que son bendiciones de Dios, como las diferentes mujeres estériles que dieron a luz[9], y por otra milagros relacionados con la ira y los castigos divinos, como el diluvio universal[10], la confusión de lenguas de Babel[11] y el cegamiento de la población de Sodoma[12]. En el libro del Éxodo, los milagros enfatizan dos principios. El primero es que Dios tiene poder absoluto, como se advierte en las plagas que envió a los egipcios cuando los israelitas eran sus esclavos. Le dijo a Moisés: «Sabrán los egipcios que Yo soy el Señor, cuando extienda Mi mano sobre Egipto y saque a los hijos de Israel de en medio de ellos»[13]. Las plagas les hicieron ver a los egipcios que Yahveh, el Dios de Israel, era más poderoso que sus dioses, a la vez que convencieron a los israelitas de que su Dios era capaz de librarlos de sus opresores. Cuando cruzaron el mar Rojo, Él destruyó al ejército egipcio, y quedó de manifiesto Su poder para vengarlos. Dios hizo milagros en Egipto con tres propósitos: para que todos supieran que Él es el Señor, para que supieran que Él es el Señor en medio de la tierra[14] y para que entendieran que no hay como Él en toda la Tierra[15].
El segundo principio que se pone de relieve con los milagros del Éxodo es que Dios cuida y protege a Su pueblo cuando este acude a Él. Durante 40 años Dios los alimentó, les proporcionó agua, maná, carne y protección, evitó que se les gastara la ropa, los guio mediante una columna de nube y una columna de fuego, etc. A lo largo de esos años se puso a prueba la fidelidad de la gente para con Aquel que proveía para sus necesidades. Dios se reveló como protector y sostén de Su pueblo, al tiempo que les hizo ver que debían obedecer Sus mandamientos[16].
Durante los reinados de los reyes Saúl, David y Salomón —período conocido como el del reino unido—, la actividad milagrosa de que hay constancia en la Biblia es mucho menor. Eso cambió con Elías y Eliseo. En ese momento hacían falta milagros, ya que la fe en Dios se había apagado, y había mucha idolatría en toda la tierra de Israel. Fue entonces cuando Elías desafió a los sacerdotes de Baal[17], la harina de la viuda de Sarepta no escaseó[18], su hijo revivió[19], el río Jordán se dividió[20], Naamán se curó de la lepra[21], y otro niño resucitó[22], aparte de otros milagros. Posteriormente, en el período de los profetas mayores y profetas menores —conocidos como los profetas escritores porque en la Biblia figuran sus escritos—, hubo pocos milagros, salvo los que constan en los libros de Jonás y Daniel.
En el Antiguo Testamento, las dos palabras que más se usan para referirse a los milagros son señales y prodigios. Con frecuencia se emplean juntas. Hay más de un término hebreo que se traduce como prodigio: uno sirve para denominar un poderoso hecho sobrenatural; el otro, algo que el ser humano no es capaz de entender. Esos términos suelen emplearse para aludir a las intervenciones de Dios en la historia humana. El vocablo hebreo traducido como señal se refiere a un acto que ocurre como muestra o promesa del control de Dios sobre los acontecimientos y como revelación de Su presencia entre Su pueblo[23].
Los milagros en el Nuevo Testamento
Al igual que en el Antiguo Testamento, en el Nuevo los milagros son señales y prodigios que ponen de manifiesto la presencia de Dios. La diferencia radica en que, en los Evangelios, la presencia de Dios está encarnada en Jesús, el Hijo de Dios. La encarnación puede considerarse el mayor milagro de todos, ya que Dios no solo intervino en la historia humana, sino que se introdujo en ella. Los milagros del Éxodo condujeron a una alianza entre Dios y el pueblo hebreo, y de modo similar los que hizo Jesús prepararon el terreno para el establecimiento de una nueva alianza[24].
En los tres primeros Evangelios —Mateo, Marcos y Lucas—, la palabra griega traducida como milagros es dýnamis, que significa «potencia» o «acción poderosa»; a veces se traduce como «hecho poderoso» o «maravilla»[25]. En el Evangelio de Juan, a los milagros no se los llama dýnamis; este Evangelio los llama «señales», utilizando el término griego sêmeia. Por ejemplo:
Lo seguía una gran multitud, porque veían las señales que hacía en los enfermos[26].
Aquellos hombres, al ver la señal que Jesús había hecho, dijeron: «Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo»[27].
Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de Sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro[28].
Juan empleó la palabra señales porque los milagros de Jesús, aparte de su efecto inmediato, llamaban la atención sobre la verdad acerca de Dios que Él había venido a revelar. Eran señales que mostraban que el poder y la autoridad de Jesús venían de Dios.
Este vino a Jesús de noche y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que Tú haces, si no está Dios con él»[29].
Muchos de la multitud creyeron en Él y decían: «El Cristo, cuando venga, ¿hará más señales que las que este hace?»[30]
Aparte de hacer Él mismo milagros, Jesús facultó también a Sus discípulos para hacer milagros:
Llamando a Sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus impuros, para que los echaran fuera y para sanar toda enfermedad y toda dolencia[31].
Les dijo que harían obras aún mayores que las que Él hacía:
De cierto, de cierto os digo: El que en Mí cree, las obras que Yo hago, él también las hará; y aún mayores hará, porque Yo voy al Padre[32].
Se nos habla de las «señales y prodigios» que hicieron Sus discípulos y otros que fueron ungidos por el Espíritu Santo y que, mediante los milagros que realizaron, demostraron que el evangelio que predicaban era auténtico.
Por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo[33].
Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo[34].
Se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con valentía, confiados en el Señor, el cual daba testimonio de la palabra de Su gracia, concediendo que se hicieran por las manos de ellos señales y prodigios[35].
Como veremos cuando ahondemos más en este estudio, Jesús realizó muchos tipos de milagros: curó enfermos, expulsó demonios, resucitó muertos, y también hizo milagros que demostraron Su autoridad sobre las fuerzas de la naturaleza, como cuando alimentó a cinco mil personas con cinco panes y dos peces, cuando caminó sobre el agua, cuando calmó una tormenta y cuando convirtió el agua en vino.
Los Evangelios explican que los milagros de Jesús respondieron a diversos motivos o propósitos:
Para glorificar a Dios
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella»[36].
La multitud se maravillaba al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos andaban y los ciegos veían. Y glorificaban al Dios de Israel[37].
Para restablecer la salud de las personas
Respondiendo Jesús, dijo: «¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como quieres». Y su hija fue sanada desde aquella hora[38].
Cuando [Jesús] los vio, les dijo: «Id, mostraos a los sacerdotes». Y aconteció que, mientras iban, quedaron limpios[39].
Salieron a ver lo que había sucedido; vinieron a Jesús y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios sentado a los pies de Jesús, vestido y en su cabal juicio[40].
Para revelar el reino de Dios
Si Yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿por quién los echan vuestros hijos? Por tanto, ellos serán vuestros jueces. Pero si Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios[41].
Al oír Juan [el Bautista] en la cárcel los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos a preguntarle: «¿Eres Tú aquel que había de venir o esperaremos a otro? Respondiendo Jesús, les dijo: «Id y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio»[42].
Para cumplir la Palabra de Dios
Al caer la noche le llevaron muchos endemoniados, y con la palabra echó fuera a los demonios y sanó a todos los enfermos, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: «Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias»[43].
Lo siguió mucha gente, y sanaba a todos, y les encargaba rigurosamente que no lo descubrieran, para que se cumpliera lo que dijo el profeta Isaías: «Este es Mi siervo, a quien he escogido; Mi amado, en quien se agrada Mi alma. Pondré Mi Espíritu sobre Él, y a los gentiles anunciará juicio»[44].
Para demostrar que Él era el Mesías
Las obras que Yo hago en nombre de Mi Padre, ellas dan testimonio de Mí[45].
Si no hago las obras de Mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, aunque no me creáis a Mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en Mí y Yo en el Padre[46].
Las mismas obras que Yo hago dan testimonio de Mí, de que el Padre me ha enviado[47].
Cuando se disponía a resucitar a Lázaro, Jesús oró: «Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sé que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que Tú me has enviado». Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: «¡Lázaro, ven fuera!»[48]
Los milagros que hizo Jesús constituyeron una parte importante de Su ministerio y acreditaron contundentemente quién era Él, en qué nombre había venido, y que estaba lleno del poder y la unción de Dios, Su Padre. En los próximos artículos de esta serie, Jesús, Su vida y mensaje, estudiaremos los milagros que realizó y el mensaje que dio con ellos.
Nota
Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] B. L. Blackburn, «Miracles and Miracle Stories», en J. B. Green y S. McKnight (eds.), Dictionary of Jesus and the Gospels, 549–59.
[2] Marcos 3:9,10.
[3] Marcos 1:34.
[4] Marcos 6:54–56.
[5] Éxodo 16:12–14.
[6] Éxodo 16:35.
[7] Josué 5:12.
[8] 1 Reyes 17:21,22,24.
[9] Sara, la esposa de Abraham: Génesis 17:15–17,21; 21:1–3. Rebeca, la esposa de Isaac: Génesis 25:21. Raquel, la esposa más joven de Jacob: Génesis 29:31; 30:22–24. Ana, la madre de Samuel: 1 Samuel 1:1–20.
[10] Génesis 6–7.
[11] Génesis 11.
[12] Génesis 19:11.
[13] Éxodo 7:5.
[14] Éxodo 8:22.
[15] Éxodo 9:14.
[16] Los principios expuestos en este y en los anteriores párrafos están tomados de Baker Encyclopedia of the Bible, de Walter Elwell y Barry Beitzel (eds.) (Grand Rapids: Baker Book House, 1988), 1468–1473.
[17] 1 Reyes 18:30–38.
[18] 1 Reyes 17:14–16.
[19] 1 Reyes 17:17–24.
[20] 2 Reyes 2:7,8,14.
[21] 2 Reyes 5:10–14.
[22] 2 Reyes 4:18–37.
[23] Elwell y Beitzel, Baker Encyclopedia of the Bible, 1468–1473.
[24] Ibíd.
[25] Mateo 11:20–23; Marcos 6:2,5.
[26] Juan 6:2.
[27] Juan 6:14.
[28] Juan 20:30.
[29] Juan 3:2.
[30] Juan 7:31.
[31] Mateo 10:1.
[32] Juan 14:12.
[33] Hechos 5:12.
[34] Hechos 6:8.
[35] Hechos 14:3.
[36] Juan 11:4.
[37] Mateo 15:31.
[38] Mateo 15:28.
[39] Lucas 17:14.
[40] Lucas 8:35.
[41] Mateo 12:27,28.
[42] Mateo 11:2–5.
[43] Mateo 8:16,17.
[44] Mateo 12:15–18.
[45] Juan 10:25.
[46] Juan 10:37,38.
[47] Juan 5:36.
[48] Juan 11:41–43.