Jesús, Su vida y mensaje: Milagros (18ª parte)
agosto 8, 2017
Enviado por Peter Amsterdam
Jesús, Su vida y mensaje: Milagros (18ª parte)
Resucitaciones (4ª parte)
[Jesus—His Life and Message: Miracles (Part 18). Raising the Dead (Part 4)]
En este artículo continuaremos el relato de Lázaro que iniciamos en el anterior.
Jesús se encuentra con María
Luego de la conversación de Marta con Jesús y su declaración de fe —Sí, Señor; yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo— se nos dice que:
Habiendo dicho esto, fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto:
—El Maestro está aquí, y te llama.
Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y fue a Él. Jesús todavía no había entrado en la aldea, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Entonces los judíos que estaban en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que María se había levantado de prisa y había salido, la siguieron, diciendo:
—Va al sepulcro, a llorar allí.
María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verlo, se postró a Sus pies, diciéndole:
—Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano[1].
Jesús se quedó fuera de la aldea mientras Marta iba a avisarle a María que Él estaba allí. Marta habló en privado con María, muy probablemente para que los demás no se enteraran de que Jesús se hallaba cerca, quizá porque los dolientes que habían ido a acompañarlas en la pena eran de Jerusalén, donde por poco había sido apedreado Jesús días antes. Apenas María supo que Jesús se encontraba cerca, fue directa a verlo. Los que estaban en la casa la siguieron. Al ver a Jesús, María se postró a Sus pies, algo que ya había hecho antes, como se mencionó al principio de este capítulo y se vuelve a señalar en el próximo.
María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos[2].
Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos[3].
El Evangelio de Lucas narra que María se sentó a los pies del Señor a escuchar Sus enseñanzas.
En esta ocasión cae a Sus pies y en parte repite lo dicho por Marta cuando se encontró con Él un rato antes: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Al igual que Marta, expresó el convencimiento de que Jesús habría salvado a Lázaro de haber estado allí cuando este todavía vivía.
Jesús entonces, al verla llorando y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió[4].
El vocablo griego del que se tradujo la palabra llorando, se define así: gemir y llorar, lamentar o cualquier otra expresión de dolor o pena. Como se acostumbraba en aquella época, María y quienes la acompañaban plañían con gemidos y lágrimas en evidente manifestación de tristeza. Al ver aquella escena Jesús se estremeció y se conmovió hondamente. Esos términos se emplean en este versículo y se repiten unos versos más adelante. La palabra griega traducida por conmoverse hondamente no es de uso común. Significa emitir un fuerte ruido inarticulado. Su uso correcto al parecer está asociado al bufido de los caballos. Empleado con relación a la gente, por lo general denotaba ira. Se han propuesto varias posibilidades en cuanto al significado de este versículo y el modo de interpretarlo. La cuestión es qué o quién motivaba el enojo de Jesús.
Un autor explica:
La mayoría de las traducciones al inglés simplemente soslayan el problema ocultando la referencia a la ira. Jesús no se enfadó, insinúan; «se conmovió en espíritu y se perturbó» o «se estremeció en espíritu y se conmovió profundamente». No obstante, la mayoría de los exégetas reconocen que tanto en esa oportunidad como en el versículo 38 se da a entender sin lugar a dudas que Jesús estaba enfadado[5].
Una posibilidad es que se hubiera enojado con los judíos que acompañaban a María cuando ella llegó a visitarlo. Marta había avisado a María que Jesús estaba cerca de allí; sin embargo, lo hizo a una distancia prudencial para que los judíos no alcanzaran a oírla. Jesús, que mantenía una relación estrecha con esa familia, quizás habría querido estar un rato a solas con María así como lo había estado con Marta, pero los que la siguieron impidieron que el encuentro fuera más personal. La ira se menciona nuevamente cuando Jesús se halla frente a la tumba, una vez más motivada tal vez porque hubiera querido realizar el milagro en un ambiente más íntimo, como cuando resucitó a la hija de Jairo. Esa vez Jesús ordenó que todos salieran de la casa, salvo tres de Sus discípulos y los padres de la niña.
Otros comentaristas creen que ese enojo se debía a la presencia y al dolor de las hermanas y los judíos, que casi lo obligaban a hacer un milagro, y semejante milagro sería imposible de esconder por lo que le podría causar más problemas con las autoridades religiosas.
Otros consideran que ese enojo se debía a Su indignación por la actitud hipócrita de los dolientes. Otros estiman que está relacionado con la incredulidad reflejada en la amargura descontrolada de María y sus amigos.
Lo presumible es que la escena de la angustia de María y sus compañeros enfureció a Jesús porque hizo aflorar dolorosamente en su conciencia el carácter maligno de la muerte, su antinaturalidad, su «violenta tiranía». En el dolor de María Él ve y palpa el sufrimiento de toda la raza humana y arde en ira contra el opresor de los hombres[6].
Jesús acude a la tumba de Lázaro
Y preguntó:
—¿Dónde lo pusisteis?
Le dijeron:
—Señor, ven y ve.
Jesús lloró.
Dijeron entonces los judíos:
—¡Mirad cuánto lo amaba!
Y algunos de ellos dijeron:
—¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?[7]
Al presenciar el llanto y los gemidos de otros, Jesús lloró. Llorar en este caso es traducción de una palabra cuyo sentido es el de un llanto callado. Sabiendo que iba a resucitar a Lázaro, lo más probable es que Su llanto no fuera consecuencia de la tristeza, sino más bien motivado por el dolor ajeno, en demostración de Su amor y compasión, al igual que de Su humanidad. Una vez más, la gente sacó a colación que Él hubiera podido sanar a Lázaro. Lo más probable es que al preguntar dónde estaba sepultado, los presentes lo hubiesen interpretado como un deseo de ir a llorar la muerte de Lázaro frente a su tumba.
Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva y tenía una piedra puesta encima. Dijo Jesús:
—Quitad la piedra.
Marta, la hermana del que había muerto, le dijo:
—Señor, hiede ya, porque lleva cuatro días.
Jesús le dijo:
—¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?[8]
Al llegar a la cueva donde estaba sepultado Lázaro, Jesús ordenó que se retirase la piedra que cubría la tumba. Los antiguos egipcios embalsamaban a sus muertos para conservarlos y evitar su descomposición. Los judíos, por su parte, ungían con especias los cuerpos de sus muertos, de manera que el hedor de la descomposición fuera un poco más soportable mientras duraba el duelo, por unos cuantos días como máximo. Su intención no era detener la descomposición, sino más bien estimularla, ya que al cabo de un año de enterrado el cadáver, los huesos se exhumaban y se volvían a sepultar. Marta sabía que para entonces el cuerpo de Lázaro ya se estaría descomponiendo, y la alusión al hedor reafirma el hecho de que Lázaro indudablemente estaba muerto.
Jesús le recuerda a Marta que Él le había dicho que si crees verás la gloria de Dios. Lo más probable es que se refiriera a una o a las dos cosas que ya le había dicho antes en este mismo pasaje: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella[9], y Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?[10] Marta le había dicho con anterioridad que ella sí creía; de ahí que la respuesta de Jesús a su mención de que el cuerpo ya hedía sirvió para recordarle que tuviera fe.
Entonces quitaron la piedra [...]. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo:
—Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sé que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que Tú me has enviado[11].
Se presume que quienes acompañaban a María cuando esta fue a ver a Jesús eran los mismos a los que Él indicó que retiraran la piedra de la boca de la sepultura. Jesús se dirigió entonces a Su Padre para agradecerle por haber oído Su súplica. Por el tiempo del verbo griego empleado por Juan se induce que Jesús muy posiblemente hizo una plegaria silenciosa a Su Padre, al que luego agradeció en voz alta por haber escuchado Su oración. Con ello indicaba que el poder para levantar a una persona de entre los muertos provenía de Su Padre. Si bien en los Evangelios aparecen numerosas alusiones a los episodios en que Jesús oró —pasó incluso noches enteras en oración—, solo hay otra ocasión además de esta en que reza antes de obrar un milagro, y es cuando dio gracias previo a la repartición de los panes y los peces[12]. No es que Jesús no orara antes de realizar milagros; sin duda que lo hacía. Más bien, los Evangelios ponen intencionadamente de relieve la deidad de Jesús para demostrar que, por derecho propio, tenía autoridad sobre Satanás, la muerte, los demonios y la enfermedad.
Habiendo dicho esto, clamó a gran voz:
—¡Lázaro, ven fuera!
Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo:
—Desatadlo y dejadlo ir[13].
Habiendo dado gracias a Su Padre por contestar Su oración, Jesús habló directamente a Lázaro ordenándole que saliera. Lázaro hizo justamente eso. Estaba enfundado en sus ropas fúnebres, envuelto en un lienzo grande de lino y atado de manos y pies con tiras del mismo. La cabeza la habría tenido envuelta en un paño facial distinto para mantener fija la mandíbula. Estando atado de esa manera le habría costado caminar, pero sí le habría permitido arrastrar los pies o dar saltitos mientras emergía de la cueva.
La alusión a las ropas fúnebres y a que Lázaro estaba envuelto en un sudario quizá se incluyó en el relato para resaltar la diferencia entre la resucitación de Lázaro y la resurrección de Cristo. En la resurrección de Jesús no hubo necesidad de que nadie retirara la piedra; el cuerpo de Jesús ya no yacía allí ni estaba ya enrollado en ropas fúnebres. Cuando Juan se asomó a la tumba de Jesús, leemos que vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, entró en el sepulcro y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte[14].
Aunque Jesús levantó a Lázaro de los muertos, este a la postre murió y aguarda la resurrección final en la que todos los que han muerto en Cristo resucitarán para la eternidad. La resurrección de Jesús, en cambio, fue de distinta magnitud que la de Lázaro, como se puede apreciar en lo que escribió el apóstol Pablo: Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias de los que murieron. De hecho, ya que la muerte vino por medio de un hombre, también por medio de un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir, pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; después, cuando Él venga, los que le pertenecen. Entonces vendrá el fin, cuando Él entregue el reino a Dios el Padre, luego de destruir todo dominio, autoridad y poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta poner a todos Sus enemigos debajo de Sus pies. El último enemigo que será destruido es la muerte[15].
Entonces muchos de los judíos que habían ido para acompañar a María y vieron lo que había hecho Jesús, creyeron en Él. Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho[16].
Al ser testigos de la resurrección de Lázaro, muchos de los judíos que estaban presentes creyeron en Jesús. No obstante, algunos de los testigos terminaron siendo traidores a Cristo. En el resto del capítulo 11 de Juan se lee que después de levantar a Lázaro de los muertos, algunos de los presentes informaron de lo sucedido a los principales sacerdotes y al «Consejo Supremo», así que desde aquel día acordaron matarlo[17]. Fue como si al devolverle la vida a Lázaro Jesús hubiese firmado Su propia sentencia de muerte. Al mismo tiempo demostró que el poder de Dios obraba en Él, fortaleció la fe de los creyentes y llevó a más gente a creer.
Los milagros de curación de Jesús y los casos en que intervino prodigiosamente en la naturaleza, liberó a los poseídos por Satanás y levantó a personas de los muertos, todos esos actos atestiguaron que el poder de Dios residía en Él. Fueron prueba de que era quien afirmaba ser: el Hijo de Dios.
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Juan 11:28–32.
[2] Juan 11:2.
[3] Juan 12:3.
[4] Juan 11:33.
[5] Michaels, The Gospel of John, 636.
[6] B. B. Warfield, “The Emotional Life of Our Lord,” en The Person and Work of Christ (Presbyterian and Reformed, 1950), 115. Citado en Bruce Milne, The Message of John, 165.
[7] Juan 11:34–37.
[8] Juan 11:38–40.
[9] Juan 11:4.
[10] Juan 11:25,26.
[11] Juan 11:41,42.
[12] Juan 6:11, Mateo 15:36, Marcos 8:7.
[13] Juan 11:43,44.
[14] Juan 20:5,6,7.
[15] 1 Corintios 15:20–26 (NVI).
[16] Juan 11:45,46.
[17] Juan 11:53.