Jesús, Su vida y mensaje: Milagros (8ª parte)

mayo 16, 2017

Enviado por Peter Amsterdam

Milagros sobre la naturaleza (2ª parte)

[Jesus—His Life and Message: Miracles (Part 8). Nature Miracles (Part 2)]

El milagro de la alimentación de los cinco mil es el único que hizo Jesús que figura en los cuatro Evangelios[1]. Si bien su emplazamiento en el texto varía entre uno y otro, los principales hechos son idénticos en todos los casos. Los cuatro coinciden en que había cinco mil personas, en que había cinco panes y dos peces, en que se recogieron doce cestas de sobras, en que Jesús bendijo la comida y en que mandó a Sus discípulos que hicieran que la gente se sentara. (Aparte de eso, dos Evangelios cuentan otro milagro en que Jesús dio de comer a cuatro mil personas[2]. Existen varias diferencias entre la alimentación de los cinco mil y la de los cuatro mil, lo cual indica que fueron sucesos separados. Sobre todo está la circunstancia de que el Evangelio de Mateo y el de Marcos incluyen ambos relatos.)

Utilizaré el texto de Marcos, que es el más extenso de los cuatro, introduciendo aspectos de los otros tres Evangelios.

Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Él les dijo: «Venid vosotros aparte, a un lugar desierto, y descansad un poco». (Eran muchos los que iban y venían, de manera que ni aun tenían tiempo para comer.) Y se fueron solos en una barca a un lugar desierto. Pero muchos los vieron ir y lo reconocieron; entonces muchos fueron allá a pie desde las ciudades, y llegaron antes que ellos, y se juntaron a Él. Salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas.

Cuando ya era muy avanzada la hora, Sus discípulos se acercaron a Él, y le dijeron: «El lugar es desierto y la hora ya muy avanzada. Despídelos para que vayan a los campos y aldeas de alrededor y compren pan, pues no tienen qué comer». Respondiendo Él, les dijo: «Dadles vosotros de comer». Ellos le dijeron: «¿Quieres que vayamos y compremos pan por doscientos denarios y les demos de comer?» Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver». Y al saberlo, dijeron: «Cinco, y dos peces».

Entonces les mandó que hicieran recostar a todos por grupos sobre la hierba verde. Se recostaron por grupos, de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta. Entonces tomó los cinco panes y los dos peces y, levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió los panes y dio a Sus discípulos para que los pusieran delante; también repartió los dos peces entre todos. Comieron todos y se saciaron. Y recogieron, de los pedazos y de lo que sobró de los peces, doce cestas llenas. Los que comieron eran cinco mil hombres[3].

Antes de eso, en este mismo capítulo, Jesús había enviado a Sus discípulos de dos en dos por las zonas aledañas, tras darles autoridad para expulsar espíritus impuros y sanar a los enfermos[4]. Al regresar, los seis equipos le contaron los milagros que habían realizado y lo que habían enseñado. Sin duda estaban exhaustos después de ese tiempo atendiendo a la gente, y Jesús los invitó a acompañarlo a un lugar retirado para tomarse un respiro. Salieron juntos en barca hacia lo que se describe, según las versiones, como un «lugar desierto», un «lugar apartado», un «lugar despoblado», un «lugar solitario» o un «lugar tranquilo». No es que estuviera necesariamente lejos, pero es probable que se tratara de un sitio en el campo, a cierta distancia de los pueblos llenos de gente.

Su escapada y su rato de descanso y recuperación se fue al traste por el hecho de que la barca se podía ver desde la orilla, con lo que una muchedumbre cada vez mayor los fue siguiendo a pie por el borde del mar; y cuando la barca llegó a su destino, había un gran gentío esperando. Al desembarcar, Jesús «vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor». Esas palabras evocan pasajes del Antiguo Testamento sobre la necesidad de un pastor para guiar al pueblo de Dios:

He visto a todo Israel esparcido por los montes, como ovejas que no tienen pastor[5].

Andan errantes por falta de pastor y son presa de todas las fieras del campo[6].

El Señor, Dios de los espíritus de toda carne, ponga sobre la congregación un hombre que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca, para que la congregación del Señor no sea como rebaño sin pastor[7].

Yo levantaré sobre ellas a un pastor que las apaciente: Mi siervo David. Él las apacentará, pues será su pastor[8].

Jesús se compadeció y «comenzó a enseñarles muchas cosas»[9]. En el Evangelio de Lucas dice que «los recibió, les hablaba del reino de Dios y sanaba a los que necesitaban ser curados»[10], mientras que Mateo dice que «sanó a los que de ellos estaban enfermos»[11]. Al final de la tarde los discípulos se dieron cuenta de que ni Jesús ni la multitud parecían estar a punto de finalizar la reunión, así que le propusieron pragmáticamente que despidiera a la gente para que fuera «a los campos y aldeas de alrededor y [comprara] pan»[12]. Ahora bien, eso no era muy práctico, ya que las aldeas cercanas no habrían estado en condiciones de proporcionar comida a tanta gente.

En los tres Evangelios sinópticos, Jesús responde a la sugerencia de los discípulos diciendo: «Dadles vosotros de comer». En el texto griego, la forma verbal es un imperativo; les está dando instrucciones. La idea parece ser que, como los discípulos acaban de regresar después de haber estado sanando enfermos y expulsando demonios como una extensión del ministerio de Jesús, en este caso también deben ejercer esa autoridad suministrando alimentos de alguna manera[13]. Pero ellos contestan preguntando: «¿Quieres que vayamos y compremos pan por doscientos denarios y les demos de comer?»[14] Doscientos denarios equivalían al salario de un trabajador durante ocho meses. Es de suponer que esa fuera una pregunta retórica, pues lo más probable es que no tuvieran tanto dinero. En el Evangelio de Juan Jesús le pregunta a Felipe: «“¿De dónde compraremos pan para que coman estos?” Pero esto decía para probarlo, porque Él sabía lo que iba a hacer»[15]. Jesús pregunta concretamente cuánta comida tienen, y le contestan que cinco panes y dos peces.

En ese momento, Jesús manda a Sus discípulos que hagan que la gente se recueste. La palabra griega empleada aquí para decir «recostarse» también puede traducirse como «sentarse». Cuando uno asistía a un banquete, adoptaba la posición de recostado. Todos los comentarios de los Evangelios que he leído explican que la instrucción de Jesús de recostarse en la hierba constituye una evocación de lo que se conoce como el banquete mesiánico, mencionado tanto en Mateo como en Lucas:

Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos[16].

Vendrán gentes del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios[17].

A la gente se le pide que se siente en grupos de cincuenta y de cien (probablemente quiere decir en grupos de 50 a 100 personas). No se explica el porqué, pero es lógico pensar que la distribución de la comida se facilitará si están todos en grupos. El que la gente esté separada en grupos también permitirá calcular aproximadamente el número de personas.

El Evangelio de Juan aclara que esto sucedió cuando se aproximaba la fiesta judía de la Pascua, que se celebra en primavera. Mateo y Marcos mencionan que se le mandó a la gente que se recostara en la hierba verde, lo cual también da a entender que esto sucedió en primavera, ya que durante el resto del año en esa parte del mundo no hay hierba verde en los campos[18].

Cuando la gente se hubo recostado, Jesús «tomó los cinco panes y los dos peces y, levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió los panes y dio a Sus discípulos para que los pusieran delante; también repartió los dos peces entre todos»[19]. Tras bendecir la comida o, como dice en Juan, «después de dar gracias»[20], la repartieron. Jesús hizo eso para expresar Su gratitud a Dios, así como Su dependencia de Él. Entre los judíos, una forma normal de bendecir la comida sería decir algo así como: «Bendito Tú que haces que la Tierra dé pan».

Los discípulos, al repartir el pan y los peces, participaron en cierta manera en el milagro de Jesús. En cierto sentido cumplieron la orden que Él les había dado antes: «Dadles vosotros de comer».

Los tres Evangelios sinópticos cuentan que «comieron todos y se saciaron». El de Juan dice que a los asistentes se les dio «cuanto querían». Todos los presentes pudieron comer hasta la saciedad, no faltó para nadie. Dice el texto que no solo quedaron todos satisfechos, sino que además se recogieron doce cestas de sobras. El hecho de que todos comieran hasta saciarse y al final sobrara bastante demuestra la grandiosidad del milagro. El escritor Joel Marcus comenta:

Es difícil que un lector moderno que vive cómodamente […] y nunca ha pasado hambre alcance a imaginarse el impacto que pudieron tener esas frases en algunos de los primeros oyentes, que quizá pasaban hambre a menudo. No por nada una de las imágenes bíblicas más frecuentes para ilustrar la dicha de la era venidera es la de un banquete en que los asistentes podrán comer todo lo que deseen[21].

Es posible que los que fueron alimentados conocieran bien un milagro similar que se narra en el Antiguo Testamento.

Llegó entonces un hombre de Baal-salisa, el cual trajo al hombre de Dios primicias de pan, veinte panes de cebada, y trigo nuevo en su espiga. Y Eliseo dijo: «Da a la gente para que coma». Su sirviente respondió: «¿Cómo podré servir esto a cien hombres?» Pero Eliseo insistió: «Da a la gente para que coma, porque así ha dicho el Señor: “Comerán y sobrará”». Entonces el criado les sirvió, ellos comieron y les sobró, conforme a la palabra del Señor[22].

Al igual que en el milagro del Antiguo Testamento, cuando Jesús alimentó a los cinco mil hubo comida suficiente y sobró. Es un milagro de abundancia tanto por la cantidad de sobras como por el número de personas alimentadas. Todos los relatos evangélicos dicen que había cinco mil hombres, y Mateo además puntualiza que, aparte de ellos, había mujeres y niños:

Los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños[23].

Eso aumentaría significativamente el número de personas presentes.

Los Evangelios de Mateo y Marcos terminan la narración de este milagro señalando que, una vez recogidas las sobras, Jesús rápidamente despachó a Sus discípulos en una barca.

En seguida hizo a Sus discípulos entrar en la barca e ir delante de Él a Betsaida, en la otra ribera, entre tanto que Él despedía a la multitud[24].

Juan da detalles adicionales:

Entonces aquellos hombres, al ver la señal que Jesús había hecho, dijeron: «Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo». Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de Él y hacerlo rey, volvió a retirarse al monte Él solo[25].

Quizás el motivo por el que Jesús embarcó velozmente a Sus discípulos y los envió a otra parte fue que entendió que se había generado cierta agitación política entre la gente a consecuencia de aquel milagro de abundancia. Según Juan, la muchedumbre vio en Jesús el cumplimiento de Deuteronomio 18:

Un profeta como tú les levantaré en medio de sus hermanos; pondré Mis palabras en su boca y él les dirá todo lo que Yo le mande. Pero a cualquiera que no oiga las palabras que él pronuncie en Mi nombre, Yo le pediré cuenta[26].

Leon Morris explica:

Los judíos de aquel período tenían intensos anhelos nacionalistas. Seguro que muchos, al presenciar aquel milagro, sintieron que Jesús era un líder acreditado por Dios, la persona idónea para dirigirlos en la lucha contra los romanos. Así que se dispusieron a proclamarlo rey[27].

Por supuesto, como se observa en el capítulo 4 de Mateo, Jesús ya había rechazado la idea de ser un rey terrenal:

Lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: «Todo esto te daré, si postrado me adoras». Entonces Jesús le dijo: «Vete, Satanás, porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás y solo a Él servirás”»[28].

El milagro de la alimentación de los cinco mil es parecido a algunos del Antiguo Testamento en que Dios se valió de algo que estaba a la mano y lo transformó. Cuando Moisés pidió una señal para poder demostrar que Dios le había hablado, Él hizo que su vara se convirtiera en una serpiente[29]. Cuando una viuda se vio en apuros económicos y existía el peligro de que se llevaran a sus hijos como esclavos para cobrarle sus deudas, el profeta Eliseo le preguntó qué tenía de valor. Ella le respondió que nada aparte de una vasija de aceite. Él le dijo que tomara prestadas todas las vasijas que pudiera y que vertiera el aceite que tenía en las jarras que le prestaran. El aceite se multiplicó, todas las vasijas quedaron llenas y pudo vender el aceite para saldar sus deudas[30]. En este milagro que acabamos de leer, Jesús preguntó con qué recursos contaban, y seguidamente multiplicó unos cuantos panes y peces para dar de comer a una tremenda multitud.

Si bien Jesús multiplicó los alimentos, luego también dio instrucciones de que se recogieran las sobras. Aunque tenía la confianza de que Su Padre proveería, no desperdició aquella abundancia. Debemos seguir Su ejemplo en ambos aspectos: confiar en que Dios suplirá lo que nos falte, y al mismo tiempo no despilfarrar lo que ya nos ha dado. Él espera que administremos bien todo lo que nos ha proporcionado.

El poder de Jesús sobre la naturaleza, evidenciado por la multiplicación de los panes y peces y otros milagros que realizó, demostró que Él venía de Dios y que Su Padre obraba por intermedio de Él.

Las obras que el Padre me dio para que cumpliera, las mismas obras que Yo hago, dan testimonio de Mí, de que el Padre me ha enviado[31].

Si no hago las obras de Mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, aunque no me creáis a Mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en Mí y Yo en el Padre[32].

¿No crees que Yo soy en el Padre y el Padre en Mí? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre, que vive en Mí, Él hace las obras. Creedme que Yo soy en el Padre, y el Padre en Mí; de otra manera, creedme por las mismas obras[33].

(Continuará en Milagros sobre la naturaleza, 3ª parte.)


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Marcos 6:34–44; Mateo 14:13–21; Lucas 9:10–17; Juan 6:1–16.

[2] Mateo 15:32–38; Marcos 8:1–9.

[3] Marcos 6:30–44.

[4] Marcos 6:7–13.

[5] 1 Reyes 22:17.

[6] Ezequiel 34:5.

[7] Números 27:16,17.

[8] Ezequiel 34:23.

[9] Marcos 6:34.

[10] Lucas 9:11.

[11] Mateo 14:14.

[12] Marcos 6:36.

[13] Stein, Mark, 314.

[14] Marcos 6:37.

[15] Juan 6:5,6.

[16] Mateo 8:11.

[17] Lucas 13:29.

[18] Stein, Mark, 315

[19] Marcos 6:41.

[20] Juan 6:11.

[21] Joel Marcus, Mark 1–8: A New Translation with Introduction and Commentary (Nueva York: Doubleday. 2000), 420. (Citado en Stein, Mark, 347.)

[22] 2 Reyes 4:42–44.

[23] Mateo 14:21.

[24] Marcos 6:45. También Mateo 14:22.

[25] Juan 6:14,15.

[26] Deuteronomio 18:18,19.

[27] Morris, El Evangelio según Juan, 394.

[28] Mateo 4:8–10.

[29] Éxodo 4:1–5.

[30] 2 Reyes 4:1–7.

[31] Juan 5:36.

[32] Juan 10:37,38.

[33] Juan 14:10,11.