Jesús, Su vida y mensaje: Seis enseñanzas (Lucas 12:1–10)

octubre 30, 2018

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: Six Sayings (Luke 12:1–10)]

Al principio del capítulo 12 de Lucas dice que miles de personas se habían congregado para escuchar a Jesús. En su presencia, Él dio instrucciones a Sus discípulos mediante seis declaraciones. Estas enseñanzas iban dirigidas a Sus seguidores más cercanos, a pesar de que habló al alcance del oído de otras personas y el mensaje también era aplicable a ellas.

Comenzó con una advertencia sobre la hipocresía:

Mientras tanto, millares de personas se habían juntado, hasta el punto que unos a otros se atropellaban. Jesús comenzó a decir primeramente a Sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía»[1].

Como en tiempos de Jesús la gente elaboraba su propio pan, conocía bien el efecto de la levadura en la masa: bastaba una pequeña cantidad de levadura para que poco a poco penetrara en la masa y la transformara. De la misma manera, la levadura de la hipocresía se había infiltrado en la vida de los fariseos y la había afectado. Ellos aseguraban estar santificados y procuraban observar la ley, pero era todo por guardar las apariencias. En otro pasaje, Jesús los comparó con «sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia»[2]. Decían tener principios y creencias morales, pero su conducta no se ajustaba a tales principios.

En el Evangelio de Mateo, Jesús describió esa hipocresía diciendo:

En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; pero no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, pero no hacen. Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas. Antes bien, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres[3].

Esta primera enseñanza es una advertencia para los discípulos y una exhortación a ser fieles a sus convicciones, a practicar su fe con la debida motivación y a no llevar una vida falsa, como por lo visto hacían muchos fariseos.

La segunda enseñanza es una promesa:

Nada hay encubierto que no haya de descubrirse, ni oculto que no haya de saberse. Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas[4].

Jesús señaló que la hipocresía es miope. La hipocresía requiere que algunas cosas permanezcan ocultas, ya que si salen a la luz queda de manifiesto la verdadera personalidad del hipócrita. Pero para Dios todo es ya visible.

Nada hay oculto que no haya de ser descubierto, ni escondido que no haya de ser conocido y de salir a la luz[5].

El día del juicio, todo saldrá a la luz. Debemos entender que nuestras acciones y palabras —nuestro verdadero ser interior— quedarán un día de manifiesto, por lo que debemos procurar que concuerden con quien decimos que somos o con lo que decimos que somos. Dios es omnisciente; conoce todas nuestras acciones y pensamientos, tanto los negativos como los positivos. Para quienes tienen mucho que ocultar, la frase de Jesús es una advertencia de que todo saldrá a la luz. Si nuestra meta es regirnos por las Escrituras, no tenemos nada que temer por el hecho de que Dios lo sepa todo.

Habiendo tocado el tema del juicio, en Su tercera enseñanza Jesús habla de la importancia de estar listos para el martirio:

Os digo, amigos Míos: No temáis a los que matan el cuerpo, pero después nada más pueden hacer. Os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que, después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno. Sí, os digo, a este temed[6].

Jesús indicó que Sus discípulos podían sufrir martirio, no garantizó que se fueran a librar de él. Pero señaló que el poder de los perseguidores es limitado, porque no pueden hacer nada peor que matar el cuerpo. En vez de tenerles miedo, los discípulos deben temer a Dios, cuyo poder se extiende más allá de la muerte. En las Escrituras, las repeticiones suelen utilizarse para enfatizar un punto. En este caso, Jesús emplea la palabra temer tres veces en dos frases, para hacer hincapié en la importancia de temer a Dios.

¿Qué significa temer a Dios en este contexto? Los biblistas lo explican de diversas maneras.

Leon Morris comenta en uno de sus libros:

Hoy en día el temor de Dios está bastante pasado de moda; nos gusta mucho más hacer hincapié en el amor de Dios. Si bien en un sentido el perfecto amor echa fuera el temor (1 Juan 4:18), en otro sentido el temor es totalmente compatible con el amor. Esa clase de temor es considerada continuamente en la Biblia como un ingrediente necesario para vivir con rectitud. Es una actitud que consiste en un reconocimiento de la grandeza y la justicia divinas por una parte, y en una admisión de nuestra pecaminosidad por otra. Un temor así nos guarda de la presunción y debe ocupar un lugar en una fe como Dios manda[7].

Darrell Bock escribe:

El enfático contraste con no tener miedo de las personas se hace patente en la triple repetición del llamado a temer a Dios. Después del mandamiento inicial de no temer (12:4), Jesús dice que se debe temer a Dios porque Él tiene autoridad para echar en el Gehena [infierno]. […] Es mejor temer al Juez que a los que no tienen ninguna autoridad real. […] Varios textos del NT advierten que uno debe responder ahora, no sea que Dios en el juicio lo arroje al fuego[8].

Veamos algunos de esos versículos:

Si tu pie te es ocasión de caer, córtalo, porque mejor te es entrar en la vida cojo, que teniendo dos pies ser arrojado al infierno […]. Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo, porque mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser arrojado al infierno[9].

Tal como señala Morris, la mayoría solemos pensar más en el amor de Dios que en Sus juicios. Pero el concepto de juicio está presente en todo el Nuevo Testamento.

Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo[10].

Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo, pues escrito está: «Vivo Yo, dice el Señor, que ante Mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios». De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí[11].

El Hijo del hombre vendrá en la gloria de Su Padre, con Sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras[12].

La cuarta enseñanza de Jesús fue esta:

¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios, pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos[13].

La palabra griega traducida por «cuartos» es assarion, una monedita de aquel tiempo que equivalía a un dieciseisavo de denario, o sea, de muy poco valor. Por lo visto, con dos asariones podían comprarse cinco pajarillos. Sin embargo, a pesar del insignificante valor monetario de los pajarillos, Dios les presta atención a todos sin excepción.

Jesús dio a entender que, si Dios cuida de los pajarillos, ¡cuánto más de los que lo siguen! Enfatizó este punto agregando que Él sabe cuántos cabellos tenemos en la cabeza, lo cual indica que nos quiere tanto que sabe hasta el último detalle sobre nosotros. Jesús ya ha dicho a Sus discípulos que teman a Dios, puesto que Él controla lo que les suceda después de la muerte. Ahora les dice que no teman, pues Dios lo sabe todo sobre ellos. Para demostrar que tienen valía emplea un argumento de menor a mayor. Si Dios considera tan importantes a los que son menores (los pajarillos) que los cuida, ¿cómo no va a cuidar de los discípulos?

Os digo que todo aquel que me confiese delante de los hombres, también el Hijo del hombre lo confesará delante de los ángeles de Dios; pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios[14].

En esta quinta enseñanza, Jesús deja bien claro que es trascendental estar comprometido con Él. Los que lo confiesen recibirán reconocimiento delante de los «ángeles de Dios». La expresión «ángeles de Dios» es una circunlocución, un recurso que utilizaban los judíos para evitar referirse específicamente a Dios. En el libro de Mateo se expresa lo mismo directamente:

A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, Yo también lo confesaré delante de Mi Padre que está en los cielos[15].

Esto es maravillosamente tranquilizador. En otros pasajes del Nuevo Testamento hay declaraciones similares:

Si sufrimos, también reinaremos con Él; si lo negamos, Él también nos negará[16].

El que se avergüence de Mí y de Mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de Su Padre con los santos ángeles[17].

Cierto autor comenta:

Ese «reconocimiento» va mucho más allá de una simple confesión verbal. Es un testimonio tanto de palabra como de hecho; es decir, la confesión pública debe ir acompañada de una vida de obediencia a los mandamientos de Dios. A los fariseos se los criticó porque su ser interior no concordaba con su profesión externa. En cambio, a los creyentes se los exhorta a integrar conducta y vida interior[18].

Por supuesto, ninguno de nosotros es perfecto, y puede haber momentos en que no reconozcamos debidamente al Señor en nuestra vida. ¿Significa eso que Él no nos confesará? La respuesta está en la diferencia entre el apóstol Pedro y Judas. Judas traicionó a Jesús, y al hacerlo renegó de su fidelidad al Señor. Después fue atormentado por lo que había hecho y se quitó la vida. Pedro negó a Jesús en público en tres ocasiones. Según el evangelio, Jesús hubiera debido negarlo en el Cielo. Pero a Pedro le dolió lo que había hecho, se arrepintió y más adelante hizo numerosas declaraciones públicas en favor de Jesús. A Pedro le faltó convicción durante un tiempo, pero luego lamentó haber negado a Jesús y se convirtió en un gran testigo de la divinidad de Jesús. El concepto que enseñó es que quienes se dediquen a negarlo, quienes lo nieguen sistemáticamente, y mueran en ese estado de negación, serán negados ante Dios en el Cielo, tal como consta claramente en el libro de Mateo:

A cualquiera que me niegue delante de los hombres, Yo también lo negaré delante de Mi Padre que está en los cielos[19].

A continuación, Jesús impartió una sexta enseñanza que da mucho que pensar:

Todo aquel que diga alguna palabra contra el Hijo del hombre, será perdonado; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no será perdonado[20].

Hizo una distinción entre hablar mal de Él y blasfemar contra el Espíritu Santo. Declaró que había un pecado tan grave que era imperdonable. ¿Qué significa blasfemar contra el Espíritu Santo? En este caso se entiende la blasfemia como algo más que hablar en contra del Espíritu Santo; es más bien el pertinaz rechazo de la obra de salvación del Espíritu. Lo que priva a un ser humano del perdón de los pecados es esa actitud encallecida contra Dios que lo lleva a rechazar obstinadamente y no querer aceptar el mensaje de salvación. Se entiende como una decisión permanente de rechazo que se convierte en dureza de corazón con relación a Dios. Como escribe cierto autor:

No es que se reduzca la capacidad de perdón de Dios, sino que esa clase de pecador pierde la capacidad de arrepentirse y creer[21].

A los cristianos se nos pide que demos a conocer el evangelio. Al hacerlo, participamos en la obra del Espíritu Santo consistente en llevar a las personas a un punto de decisión. Por supuesto, son ellas las que escogen si creer o no creer. En vista de cuáles son las consecuencias potenciales para los que rechazan de plano el testimonio del Espíritu, podemos rogar que, aunque no reciban a Jesús ahora mismo, en algún momento de su vida acepten el magnífico regalo que Dios, por amor, les hace con la salvación.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Lucas 12:1.

[2] Mateo 23:27.

[3] Mateo 23:2–5.

[4] Lucas 12:2,3.

[5] Lucas 8:17.

[6] Lucas 12:4,5.

[7] Morris, Luke, 227.

[8] Bock, Luke Volume 2: 9:51–24:53, 1136.

[9] Marcos 9:45,47.

[10] 2 Corintios 5:10.

[11] Romanos 14:10–12.

[12] Mateo 16:27.

[13] Lucas 12:6,7.

[14] Lucas 12:8,9.

[15] Mateo 10:32.

[16] 2 Timoteo 2:12.

[17] Marcos 8:38.

[18] Stein, The New American Commentary, 348.

[19] Mateo 10:33.

[20] Lucas 12:10.

[21] Morris, Luke, 229.