José llegó a mi puerta, 2ª parte

julio 5, 2014

Enviado por María Fontaine

Tercera visita

Una tarde, José nos visitó por tercera vez. A medida que empezamos a hablar, se hizo patente que él había reflexionado en lo que habíamos conversado la última vez. Parecía más resuelto y confiado para hablar de lo que había en lo profundo de su corazón. De inmediato, fue al grano.

Me preguntó:

—Si Dios se preocupa tanto por nosotros, ¿por qué permite todo el mal, y que se dañe a personas que intentan hacer lo correcto? Si Dios es tan poderoso, ¿por qué no corrige todo de modo que sea bueno y justo? Si a Dios le interesa tanto, ¿por qué permite que sucedan esas cosas terribles? ¿Por qué hay una pobreza tan grande, violencia, codicia, asesinatos y dolor?

Esa fue una larga conversación. Aquí reproduzco algunos puntos:

«En este mundo, no todo será justo y perfecto, porque Dios ha dado al hombre el libre albedrío y algunas de sus decisiones serán equivocadas; y habrá consecuencias de las que puede aprender. Sin embargo, esta vida no es solo para aprender lo que está mal. También es para aprender lo que trae el amor, el desinterés, el cariño, la misericordia y el perdón. En esta vida muchas cosas no parecen justas, y no lo son; sin embargo, Dios nos ama y está al mando. Al final, Él se asegurará de que todo se rectifique».

En nuestra primera charla José había dicho algo un poquito misterioso; pero en ese momento no parecía querer entrar en detalles. Cuando le pregunté qué pensaba de la religión, respondió:

—No lo tengo muy claro. No he querido pensar acerca de ese tema debido a lo que me sucedió en la infancia.

Era evidente que le costaba expresar algo que, por lo visto, quería decir, pero le daba un poco de miedo hablar de ello.

Luego, empezó a contar:

—De donde yo soy, los pobres deben trabajar desde pequeños. A los doce años, trabajaba en un camión recolector de basura. Otro chico —con discapacidad mental— de mi edad trabajaba conmigo; además, sufría de epilepsia. Su familia y él necesitaban dinero para comer y otras necesidades, y él pedía esas cosas a la gente, solo que era muy insistente. Hizo cosas que no debería haber hecho, pero no era malicioso; y a veces no entendía cómo debía comportarse. Estoy seguro de que no habría hecho daño a nadie intencionalmente. Parecía una persona tan pura, sincera. Parecerá extraño, pero casi lo consideraba un ángel.

»Decidí ser su amigo. Él necesitaba un amigo, así que yo lo cuidaba. Sin embargo, un día, mientras estábamos de pie en el camión recolector de basura, le dio un ataque. Cayó bajo las ruedas del camión y murió de inmediato. Jamás lo había contado a nadie. Me culpé a mí mismo. Me pareció que podría haber hecho algo para evitarlo. Eso, además de todo lo que he vivido, me atormentó los siguientes cinco años. Llegó un momento en que ya no pude soportarlo y me cerré emocionalmente. Sin embargo —vaciló antes de continuar—, jamás olvidé eso.»

Creo que José se abría y hablaba de esa experiencia profunda y dolorosa de su pasado, porque albergaba una pequeña esperanza de que tal vez yo pudiera ayudarlo después de todos esos años. Guardé silencio por unos momentos, respetando su dolor, mientras oraba con fervor para que el Señor me diera las palabras indicadas que lo ayudaran a entender y consolaran su corazón quebrantado. Le dije:

—José, esa fue una experiencia terrible. No me sorprende que todavía tengas angustia mental y emocional por lo sucedido. Lo lamento mucho. No es algo que se pueda arreglar fácil y rápidamente, pero te puedo decir algo que quizá te ayude a que sea más fácil de soportar.

»Creo que a veces Dios pone a personas en nuestra vida que tienen un gran impacto en nosotros; son como los ángeles de Dios —ya sea literalmente o en sentido figurado—, y son personas que nos parece que llegaron para ayudarnos. A veces, esas personas hasta pueden representar una prueba, para ver cómo responderemos a ellas, cómo las trataremos. Otras veces, son personas diferentes, personas que por alguna razón tal vez sean parias sociales, que son pobres o que tienen una discapacidad que requiere que decidamos si vamos a hacer un esfuerzo adicional a fin de ayudarlas o defenderlas de alguna forma. Tú reaccionaste con cariño, bondad y amistad. Obraste de manera correcta y con amor.

»Es muy difícil entender por qué alguien llega a esta vida con esas dificultades y enfermedades. Es algo que probablemente no entenderemos hasta que lleguemos al Cielo, pero sé que hay una razón para lo que sea que el Señor permite. Tu amigo sufrió mucho en su vida, pero a mi juicio, sea lo que sea que haya sufrido en esta Tierra, Jesús se lo ha recompensado con creces en la otra vida. Creo que el Señor, en Su misericordia y amor, se llevó al Cielo a tu amigo para librarlo de más dolor y sufrimiento.

»Aunque ese fue un suceso terrible, creo que probablemente tu amigo murió sin sufrir. De todos modos, es difícil pensar en eso. Pero algo que ya no tienes que hacer es sufrir por la muerte de tu amigo. Teniendo en cuenta la enorme compasión del Señor, estoy segura de que cuando eso sucedió, Jesús se llevó a ese chico y lo abrazó al darle la bienvenida en Su hogar. Puedes estar feliz de que tu amigo esté ahora en un lugar donde jamás volverá a sentir dolor.»

José se veía muy conmovido al pensar en ello. Por fin, sonrió, como si le hubieran quitado un peso de encima.

Le dije:

—José, sé que tienes heridas profundas por las que has sufrido mucho tiempo. Sin embargo, lo que te sucedió te ha dado ternura para otras personas y un deseo de hacer todo lo posible a fin de ayudarlas. ¿Sabías que al haber manifestado afecto a tu amigo y haber dado amor a las personas que has conocido, lo has hecho por Jesús? Le has manifestado amor a Él. Le has servido de una de las mejores maneras.

Luego, leímos juntos Mateo 25:35-40:

«Tuve hambre, y me alimentaron. Tuve sed, y me dieron de beber. Fui extranjero, y me invitaron a su hogar. Estuve desnudo, y me dieron ropa. Estuve enfermo, y me cuidaron. Estuve en prisión, y me visitaron. Entonces esas personas justas responderán: “Señor, ¿en qué momento te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos algo de beber, o te vimos como extranjero y te brindamos hospitalidad, o te vimos desnudo y te dimos ropa, o te vimos enfermo o en prisión, y te visitamos?” Y el Rey dirá: “Les digo la verdad, cuando hicieron alguna de estas cosas al más insignificante de éstos, mis hermanos, ¡me lo hicieron a Mí!”»[1].

José respondió:

—Veo que mi vida, tan difícil como ha sido, me ha hecho la persona que ahora soy. He llegado a comprender a la gente, a tener compasión de ella, porque sé lo que es ser lastimado y sufrir.

Me emocioné al ver que José aceptaba que todas esas dificultades que él ha tenido, Dios las empleaba para el bien. Le señalé Romanos 8:28 y hablamos de que es un principio muy importante. Poner en ese contexto lo que enfrentamos en la vida reemplaza la desesperanza, la culpa, la ira, la frustración y la necesidad de que todo sea justo en el momento, y en su lugar pone confianza en Él y en que al final redundará en nuestro bien y en el de otras personas. José había experimentado el cambio de perspectiva que Dios trae a la vida de Sus seguidores a medida que aprenden a confiar en Él para todo.

 A medida que José reflexiona ahora en lo que ha sido su vida, puede hacerlo con una perspectiva diferente. Por muy mala que haya sido la situación, la adversidad forma el carácter. Todos los grandes hombres y mujeres han sufrido adversidad, y él estaba en muy buena compañía.

Me pareció que a José le vendría bien un poco de ayuda económica. Así pues, le propuse:

—José, no eres el único beneficiado de nuestras charlas. Yo también las disfruto y aprendo mucho. Y estoy conociéndote, lo cual es una experiencia gratificante para mí.

Le entregué un sobre. José tomó el sobre con curiosidad y lo abrió. Luego, al darse cuenta de lo que era, protestó:

—No puedo aceptarlo. Quise venir a conversar con usted. Primero, porque usted es muy amistosa y me interesaba oír lo que tenía que decir. Pero después se volvió un rato muy importante para mí. He aprovechado mucho estas conversaciones. No quiero aceptar dinero por ellas. No puedo hacerlo.

Respondí:

—José, míralo de esta forma. Todo lo que tenemos proviene del Señor y Él quiere que lo compartamos con otros. Así pues, quiero compartir esto contigo. Considéralo como un regalo de parte de Dios, ¡que puedes compartir con otras personas! Es decir, puedes hacer algo bueno por alguien, en vez de devolverme el favor. Los dos hacemos lo que podemos para satisfacer la necesidad de alguien, y el que recibe ayuda puede ayudar a alguien más.

Por lo visto, la idea lo entusiasmó. Sonrió y prometió que volveríamos a vernos y nos despedimos.

Cuarta visita

En la cuarta visita, nuestra conversación se centró en el tema de la oración. José contó algo que fue una confirmación de que la mano del Señor estaba en esas conversaciones.

Hablábamos de que a menudo Dios arregla situaciones para responder a nuestras oraciones.

José comentó con entusiasmo:

—Creo que eso fue lo que Dios hizo cuando la conocí a usted. Fue buena persona y me sentí cómodo al hablar con usted, así que por eso acepté. Vi que usted y su esposo son buenas personas y quise conocerlos mejor. Antes de conocerlos a ustedes, me encontraba desanimado, sin esperanza; casi había tocado fondo. Empecé a dar largos paseos cotidianos por la naturaleza. Reflexionaba. No eran oraciones formales, aprendidas de memoria, sino más bien conversaba directamente con Dios. No sabía qué hacer y me embargaban las emociones. Le presenté a Dios todas mis preguntas, lo que necesitaba que se me respondiera. También le dije que me hacía falta saber qué debía hacer en la vida. Y fue asombroso, pues justo después de eso, la conocí a usted. Creo que conocerla fue la respuesta a mis oraciones.

Eso llevó a hablar de las distintas formas en que Dios puede hablarnos: por medio de la Palabra de Dios en la Biblia; por medio de otra persona; por medio de la naturaleza; por medio de las circunstancias; por medio de nuestros pensamientos, etc. En ese momento, le expliqué lo que son las profecías, la diferencia entre la adivinación y cuando Dios habla directamente con nosotros y nos da asesoramiento y ánimo con respecto a lo que pasa en nuestra vida actual. Eso pareció ser un concepto que le resultaba totalmente nuevo. Le expliqué que muchas personas tienen esas conversaciones con Dios, por así decirlo; y que él también podría tener esas conversaciones.

Era evidente que José tenía una conexión con el Señor y era sensible a Su Espíritu. Como una sugerencia, le dije que si le pedía a Dios que lo guiara y luego registraba lo que Dios le indicaba y lo hacía, que aumentaría su capacidad de oír mensajes del Cielo. «Pidan, y se les dará»[2].

Al final de esa visita, le entregué a José un mensaje personal de Jesús para él. No quería animarlo solamente, sino también darle una muestra de que Dios puede dar instrucciones y revelaciones a Sus hijos. Esa profecía también me benefició, pues confirmó cómo veía Dios a José y nos ayudó a comprender mejor su corazón.

José, hijo bondadoso y compresivo:

La vida ha sido un gran desafío para ti. Sin embargo, he velado por ti a cada momento. Sé que me amas como a tu Dios a quien puedes acudir en épocas de dificultades y pérdida, sabiendo que responderé a tu clamor y que, en última instancia, haré que todo redunde en tu bien. Aunque el sufrimiento, la pobreza, la pérdida y el dolor del presente oculten el bien y las bendiciones que a la larga saldrán de todo eso, esa confianza y fe en Mí han dado forma a tu tierno corazón a fin de que se asemeje al Mío: compasivo, misericordioso, servicial, y que siempre se conmueve por la pérdida y el sufrimiento de los demás.

Has sido generoso, incluso cuando tenías poco. No permitiste que lo que te faltó abatiera tu espíritu ni endureciera tu corazón. Eso es parte de andar por la vida como Yo lo hice, ser generoso y no echarse atrás cuando ves las necesidades de quienes te rodean. He visto con admiración y alegría cada vez que permitiste que se te partiera el corazón de modo que quienes necesitan Mi amor con fervor lo sintieran por medio de ti.

Enfrentaste lo que parecían experiencias injustas. Y en el contexto de esta vida solamente, de verdad fueron injustas. Sin embargo, en esas experiencias encontraste muchos tesoros del corazón y del espíritu. Y en el contexto del Cielo y la eternidad, las muchas maravillas que te tengo preparadas superan con mucho eso que te ha ocurrido.

Llegó el momento de que des el siguiente paso. Tu humildad hace que te apartes, porque te parece que no lo mereces. Sin embargo, ahora es el momento de que des un paso de fe y te acerques más a Mí, que confíes en que soy parte de tu vida y que quiero estar en comunión contigo, como un amigo que es más cercano que un hermano.

Quiero que creas que no solo deseo ayudarte cuando estés en una situación crítica, sino estar presente siempre, hablar a tu corazón, experimentar lo que vives, tus sentimientos, tus alegrías. Quiero guiarte de forma activa, paso a paso, no de una manera formal o distante, sino de una manera cercana, personal.

Has buscado Mi ayuda y has confiando en Mí aunque te han pasado muchas cosas. Ahora confía en que te apoyaré constantemente. Te hablaré con claridad al corazón y en tus pensamientos. Te guiaré en tus decisiones. Te ayudaré a descubrir lo bueno que tengo para ti en cada experiencia.

Necesitas Mi poder y Mi Espíritu para andar por esta vida con la fuerza y la fe que puede transformar a la gente, al igual que Yo necesitaba el poder, guía y Espíritu de Mi Padre para andar por la Tierra. Esta conexión cercana conmigo no es algo que puedes ganar al ser lo bastante bueno. Ya te lo he dado como un don, porque has salido a mi encuentro.

A medida que influyes en quienes te rodean, hazles saber que los amo y tengo interés por cada uno en particular. Cuando vean tu amor y bondad, eso los ayudará a encontrar Mi amor y bondad.

En esa visita, también hablamos del ministerio de ayudantes angélicos y espíritus de difuntos. José estaba ansioso de hablar de lo que pensaba sobre el asunto. Su abuela, que amaba muchísimo a Dios, había muerto poco después de que él naciera. Al correr de los años, a José le parecía que su abuela lo ayudaba y le transmitía su sabiduría, pues por lo visto entendía a la gente y las situaciones con mayor profundidad que la mayoría de las personas. (Expresó todo eso con gran humildad.) Creo que lo dijo para ver cuál sería mi reacción. Reaccioné con entusiasmo y le dije que yo también creía que su abuela probablemente se comunicó con él desde un plano espiritual.

Sentí el impulso de contarle a José lo que Dios me había revelado acerca de las conversaciones que tuvimos.

Le expliqué:

—José, cuando Jesús te trajo a mi puerta y dijo que debería conocerte, no tenía idea de la razón por la que Dios te trajo a ti en particular, salvo que me dijo que era importante que te conociera. Sin embargo, después de nuestras conversaciones, ¡estoy muy emocionada al ver que tienes mucho futuro! Creo que de verdad puedes ayudar mucho a los demás. Puedes comunicarte con la gente porque no la juzgas. Tienes un corazón tierno, sensible, y estás dispuesto a hacer sacrificios a fin de ayudar a alguien. Has pasado por muchas dificultades, has sufrido más que la mayoría, como lo expresaste; sin embargo, no te has dejado amargar por ello. Eres joven y tienes la mayor parte de tu vida por delante para llevar a cabo tu misión. Eres un hombre de convicciones. Tienes valores y vives conforme a ellos.

Parecía que se acercaba el momento de que José se marchara; esperaba que sus asuntos terminaran cualquier día. Así pues, preparé algunos obsequios que el Señor me había indicado que lo ayudarían a mejorar su conexión y relación con Él. Entre otras cosas, tenía para él un libro de Fundamentos, La cabaña, y otros textos devocionales que pensé que le serían útiles y le parecerían interesantes. También tenía una colección de frases de la Madre Teresa[3]. Cuando lo vio, exclamó emocionado:

—Cuando tenía ocho o nueve años, oí hablar de la Madre Teresa por primera vez. Me enteré de lo que hacía y del amor que tenía por los leprosos, los pobres, las personas sin hogar y los agonizantes. Tuvo un gran impacto en mi vida. Quise ser así, amar a la gente, ser bondadoso con ella y hacer todo lo posible por ayudarla.

Pensé que tal vez sería la última vez que vería a aquel joven discípulo, mientras se aventuraba a buscar la senda que el Señor definitivamente le había trazado. Sin embargo, como la experiencia me ha enseñado, a veces pensamos que hemos terminado, pero el hombre propone y Dios dispone. Descubriríamos que Jesús quería que transmitiera otras verdades a José. Dios no había terminado esa fase del curso de discipulado de José.

Quinta visita

Unos días después, José llamó para ver si podría pasar a visitarnos. Se veía cabizbajo cuando subió la escalera para saludarme. Se había entusiasmado con todo lo que había aprendido y con la expectativa de que pronto iría a su casa, donde se encontraba su esposa, su empleo y los planes de ayudar al prójimo. Sin embargo, hubo otra demora para terminar allí sus asuntos. Como la Biblia dice, la esperanza que se demora es tormento del corazón[4].

Se lamentó:

—No lo entiendo. Traté de ser paciente. Traté de aprender aquello para lo que Dios me trajo aquí. ¿Por qué hay otra demora? ¿Cree que hice algo mal?

Ya tenía preparados algunos temas de conversación. Sin embargo, al ver que para José era difícil enfrentar esas desilusiones, me pareció que el Señor me indicaba que cambiara de rumbo. Curiosamente, unos días antes había recordado un poema y estoy segura de que el Señor me preparó para ese momento.

Es un poema que me aprendí de memoria en mi adolescencia. Lo había escrito en la tapa de mi biblia:

«Decepción... Su decisión».
Cambié unas letras y así vi
que la frustración de mi propósito
es lo que Dios prefiere para mí.

Aunque no me lo parezca,
Su decisión es bendición,
pues Su sabiduría desde el inicio
conoce la terminación.

Después de leer ese poema con José, empezamos a hablar de lo que sucedía. Sugerí:

—José, quizá Jesús quiere que confíes en que Él quiere lo mejor para ti, ya sea que te lo parezca o no. Tal vez quiere que busques lo bueno que puede salir de esta demora. ¿Sabes qué me ha ayudado bastante cuando he enfrentado una gran desilusión, en las veces en que todos mis planes se vinieron abajo?

Hice una pausa por unos momentos, dándole tiempo a que reflexionara. Luego añadí:

—¡La alabanza, eso tiene mucho poder! Cuando alabamos a Dios, demostramos que tenemos fe en que Él sabe qué es lo mejor y que sin duda puede traer algo bueno en esa situación. Así que ya sea que los resultados sean instantáneos y los cambios milagrosos; o bien, que lleguen en forma de paz, fuerza y paciencia a fin de confiar y esperar el momento que a Dios le parezca más conveniente para lo que queremos o necesitamos, esas dos son victorias estupendas.

Oré con él para que Dios acortara el tiempo antes de su partida, o que le diera la paz y fe para esperar gentilmente y con una actitud de alabanza. Eso pareció devolverle la alegría y esperanza para esperar el resultado que trajera Dios.

Le entregué una oración para que la hiciera cuando llegara a casa; es esta: «Jesús, sé que me amas y quieres que sea feliz. La Biblia dice que eres el “Príncipe de paz”. Ahora mismo necesito que me des Tu paz en mi corazón y pensamientos. Ayúdame a estar tranquilo, en calma, sean cuales sean las circunstancias. Ven a mí y dame paz. Ayúdame a relajarme y a no preocuparme. Asimismo, te pido que de ahora en adelante, Tu Espíritu Santo viva en mi interior y me ayude a tener más amor y confianza».

Tuvimos la oportunidad de hablar de muchos principios espirituales que son importantes, por lo menos mencionarlos brevemente. En nuestras charlas, hablamos de la salvación, el Espíritu Santo, testificar, la oración, la lectura de la Palabra, el Cielo y el amor ilimitado de Dios. Habíamos hablado de la ley de Dios en contraposición a las tradiciones de los hombres, de la guerra espiritual y muchos otros temas, a medida que surgían de manera natural en nuestras conversaciones.

Noté que José es un pensador, que se tomaba tiempo a fin de asimilar, digerir y meditar en los temas más profundos de la vida. Me había dicho que tiene por costumbre reflexionar antes de irse a dormir en la noche. Piensa en lo que ocurrió en el día y planifica el día siguiente. Había precisado: «Si no lo hiciera, no sobreviviría».

Mi corazón está lleno de gratitud al Señor cuando veo todo lo que Él ha hecho por José. Lo puso en una situación en que tuvo oportunidad de dedicar tiempo a reflexionar acerca de su vida y buscar soluciones. Luego, me bendijo dándome la oportunidad de ayudar a José trayéndolo directamente a mi casa, pues no habría podido salir y hallarlo. También estoy agradecida por las instrucciones específicas que Jesús me dio en Sus palabras de profecía.

El Señor es compasivo. Vio la necesidad espiritual de José, sus preguntas sinceras, penas profundas y que José se esforzaba al máximo por satisfacer las necesidades de otros, y que los amaba y se preocupaba por ellos. El Señor organizó todo, hasta el más mínimo detalle, por amor a José y también por amor a mí. Sabe cuánto me encanta ser embajadora Suya. Es un gran privilegio transmitir lo que el Señor nos ha dado a alguien como José, que tiene tantos deseos de aprender y mucho futuro.

Si este encuentro con José ha reforzado algo en mi vida, es el hecho de que si oramos para ser una bendición para otros, el Señor responderá a nuestras oraciones, sea cual sea nuestra situación. Si oramos para bendecir la vida de alguien, el Señor pondrá en nuestro camino a alguien que desee conocerlo mejor y que quiere acudir a Él para que le dé respuestas. Si tu pasión es trabajar en equipo con Jesús a fin de ver la transformación de una vida valiosa, y tienes la disposición de hacer lo que haga falta, solo exprésalo y busca la oportunidad. ¡Llegará!

Puedes tener la certeza de que hay muchos José. Hay un José cerca de ti. O un Juan, Mohamed, Fátima, Suraj, Sofía, Hiroto, Emma, Jing, Amit, Tariq, Luca, Iván o João. Hay una persona en la puerta de tu vida, que tiene grandes deseos de conocer las respuestas que el Señor quiere darle a él o ella por medio de ti.


[1] NTV.

[2] Mateo 7:7 NVI.

[3] 150 Quotes from Blessed Mother Teresa of Calcutta.

[4] Proverbios 13:12.

Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.