La comunicación: una parte fundamental en las relaciones

febrero 6, 2024

Enviado por María Fontaine

[Communication—A Key Part of Relationships]

Los seres humanos necesitamos relacionarnos unos con otros y con Dios. Esas comunicaciones, o la falta de ellas, afectan la percepción que tenemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, ya sea positiva o negativamente. La comunicación es una parte fundamental para establecer una relación.

Todas nuestras relaciones tienen un impacto en nosotros. Las amistades y los amigos de muchos años, nuestros padres y hermanos, nuestros compañeros de trabajo, y nuestro cónyuge, todos tienen una influencia en quiénes llegamos a ser. Y la mayor de todas las relaciones, la que tenemos con Dios, puede ayudarnos a superar el impacto negativo de las circunstancias e influencias de nuestro pasado.

La mayoría de nosotros hemos visto que las relaciones fuertes y positivas pueden ayudarnos a superar las dificultades, la pérdida y profunda pena. Establecer una relación sólida, llena de fe, con Jesús puede hacer que los desafíos que lleguen a nuestra vida se conviertan en oportunidades para adquirir una mayor compasión, sabiduría y fortaleza de espíritu.

Nuestra relación con el Señor se vuelve más íntima o se estanca de manera parecida a otras relaciones. Si dedicamos tiempo y esfuerzo para acudir a Jesús de modo que nos guíe, entonces esa búsqueda activa desarrolla y fortalece nuestra conexión con Él. Si no optamos por dedicar tiempo y esfuerzo para comunicarnos con Él, lo que incluye el estudio de Su Palabra, entonces la familiaridad puede empezar a nublar nuestra visión.

En la Biblia no se encuentran frases que expresen específicamente: «Con la mucha familiaridad se pierde el respeto» o «lo que se tiene no se aprecia». Sin embargo, en el Antiguo y el Nuevo Testamento hay numerosos ejemplos de que estar muy familiarizados con las muchas bendiciones y la presencia del Señor en nuestra vida puede hacer que perdamos respeto, veneración y lo que en la Biblia se conoce como nuestro «temor del Señor». Podemos perder ese asombro, esa admiración ante Sus misericordias, Su amor y atención por nosotros que motiva nuestro corazón a desear estar tan cerca de Él como podamos.

La familiaridad con otros, en particular con los que tenemos una relación más profunda, se puede llevar a cabo de manera parecida. Tal vez por inercia nos comuniquemos con alguien con quien tenemos familiaridad, somos amables, tenemos conversaciones superficiales, o por cumplir con normas sociales, pero sin un intercambio verdadero de corazón a corazón. La vida puede convertirse en una rutina de acciones esperadas y reacciones que no nos conmueven, y gradualmente ese desinterés puede dañar o destruir esa relación. Hace que nuestras percepciones y expectativas de esa persona se vuelvan obsoletas porque no notamos el crecimiento y los cambios que ocurren en ella. Así pues, sin darnos cuenta, nuestras suposiciones sobre esa persona llegan a estar basadas en el pasado. Eso puede conducir a juicios equivocados y hacer mucho daño a nuestra relación.

Al comunicarse con otros, un instrumento valioso es pedir al Espíritu Santo que emplee amor y sabiduría para filtrar tus palabras. Las palabras tienen un efecto palpable, animan o abaten, bendicen o maldicen, salvan o condenan. La sabiduría y la actitud de oración son parte del respeto por otros y de mirar hacia Jesús para saber qué decir. El Espíritu Santo conoce lo que cada corazón necesita, incluso cuando nosotros no lo sabemos.

En particular, esto es cierto en nuestra comunicación con las personas más cercanas a nosotros, porque amar a alguien tiene que ver con permitirnos ser vulnerables. No podemos endurecernos ni protegernos de los que amamos, pues eso impedirá que reconozcamos sus sentimientos más profundos y necesidades.

Todos pasamos por momentos en que necesitamos hacer un esfuerzo adicional para ayudar a aquellos con los que tenemos una relación. No se trata de imparcialidad ni de esperar que todo sea «equitativo». Jesús nunca pidió que le devolvieran en igual medida todo lo que dio y sacrificó por nosotros.

Mientras más nos acercamos al Señor, más reconocemos el amor incondicional e ilimitado que Él tiene por nosotros y los demás. Mientras más avanzamos en nuestra relación con Él, al hacer que Su presencia sea parte de lo que sea que estemos haciendo, más aumentará nuestra confianza y fe en Él y Su amor.

El amor de Jesús no cambia. Él no nos ama más cuando hacemos lo correcto y no nos retira Su amor cuando no lo hacemos. Saber eso trae liberación del temor a ser juzgados y abandonados por el Señor.

«Sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo» (Efesios 4:32; RVR1995). A veces, vivir lo que dice ese versículo puede parecer algo enorme, pero dar un paso para hacer lo que podemos sirve de mucho.

Algunos tienen tendencia a ser agresivos en su enfoque al tratar de comunicarse con otras personas, lo que puede dar la impresión de ser contenciosos. Otros, se desvinculan de los enfrentamientos al evitar comunicarse con los que son más agresivos. Es posible que reaccionen de manera defensiva o simplemente guarden silencio y se aparten de quien les parece que los ataca.

Ninguno de esos enfoques promueve la comunicación abierta. Es posible que el agresor se vaya sintiendo que ha ganado, pero es una victoria vacía porque en realidad nada cambió, y a fin de cuentas no se le escuchó.

Algunos simplemente se retiran y en silencio se quedan con su postura personal mientras se distancian de la otra persona, lo que los deja sintiéndose derrotados, deprimidos, y que no se les escuchó, lo que gradualmente puede convertirse en resentimiento.

En la comunicación, las prioridades deberían ser una disposición a escuchar y a considerar lo que tiene que decir la otra persona con quien te comunicas, el respeto y la franqueza para reconocer que a veces otros pueden tener razón, y la actitud abierta para aceptar que incluso cuando no estemos de acuerdo en algunas cosas, las diferencias de opinión no deberían obstaculizar el amor, el respeto y que nos cuidemos unos a otros.

A continuación, dejamos unos breves recordatorios para tenerlos en cuenta en nuestras comunicaciones.

• Lo que decimos refleja lo que hay en nuestro corazón. «De la abundancia del corazón habla la boca» (Lucas 6:45; RVA-2015). Dedicar tiempo a orar y hacer examen de conciencia antes de hablar puede permitir que el Señor equilibre nuestras emociones con Su perspectiva.

• Las palabras hirientes o frases despectivas pueden engañarte haciéndote pensar que te sales con la tuya, pero al final, pueden costarte lo que de verdad es valioso: la conexión que tienes con alguien que amas o que te importa. Presionar a otros para que cedan a tu voluntad puede actuar como un veneno para la intimidad, la confianza y la comunicación franca. La humildad, el amor, la sabiduría y la franqueza son un bálsamo sanador y un antídoto.

• En toda comunicación, es importante recordar que no es únicamente cómo interpretamos nosotros el sentido de lo que decimos, sino cómo interpreta la otra persona lo que decimos. A medida que entendemos mejor a las personas que son importantes para nosotros, podemos aprender a comunicarnos más eficazmente con ellas.

Me parece que los versículos que añadimos a continuación se aplican en particular a las comunicaciones con otros y las palabras que decimos. El objetivo no es no decir nada, sino que todo lo que digamos infunda amor, sabiduría y la guía del Espíritu Santo.

Respecto al primer versículo de la lista, es interesante recordar que cuando se «refrena» a un caballo no es para evitar que el caballo se mueva; más bien, se guía al caballo para que vaya a dónde sea mejor.

«Si alguno de ustedes cree ser religioso, pero no refrena su lengua, se engaña a sí mismo y su religión no vale nada» (Santiago 1:26; RVC).

«El que guarda su boca guarda su vida, pero al que mucho abre sus labios le vendrá ruina» (Proverbios 13:3; RVA-2015).

«Pon, oh SEÑOR, guardia a mi boca; guarda la puerta de mis labios» (Salmo 141:3; RVA-2015).

«El que guarda su boca y su lengua guarda su alma de angustias» (Proverbios 21:23; RVA-2015).

«Esté llena mi boca de Tu alabanza, de Tu gloria todo el día» (Salmo 71:8; RVA-2015).

«Que las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón sean de Tu agrado, oh Señor, mi roca y mi redentor» (Salmo 19:14; NTV).

«Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes» (Efesios 4:29; RVR1995).

«Todo lo que comen pasa a través del estómago y luego termina en la cloaca, pero las palabras que ustedes dicen provienen del corazón; eso es lo que los contamina» (Mateo 15:17,18; NTV).

«Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, pero no apresurarse para hablar ni para enojarse; pues el enojo de una persona no produce la vida justa que Dios quiere» (Santiago 1:19,20; NVI).

«En las muchas palabras, la transgresión es inevitable, pero el que refrena sus labios es prudente» (Proverbios 10:19; NBLA).

«Hay quienes hablan como dando estocadas de espada, pero la lengua de los sabios es medicina» (Proverbios 12:18; RVA-2015).

«Las palabras amables son como la miel: dulces al alma y saludables para el cuerpo» (Proverbios 16:24; NTV).

Como reflexión final, piensa en cuál es el propósito principal de la sal al cocinar. Resalta los buenos sabores de la comida de modo que se disfrute más y para que aumente nuestro deseo de comerla. El resultado es que por milenios la sal ha sido uno de los productos más apreciados por la humanidad. Creo que es lo que Pablo describía en Colosenses 4:6 (RVA-2015) cuando habló de nuestras comunicaciones: «Que la palabra de ustedes sea siempre agradable, sazonada con sal, para que sepan cómo les conviene responder a cada uno».