La Epístola a los Gálatas: Capítulo 6 (versículos 5:25-6:5)

enero 16, 2024

Enviado por Peter Amsterdam

[The Book of Galatians: Chapter 6 (verses 5:25–6:5)]

Si bien los primeros dos versículos que veremos enseguida forman parte del capítulo 5 de la Epístola a los Gálatas, la mayoría de los exégetas considera que son los primeros dos versos del capítulo 6. En consecuencia, los incluyo aquí como parte del capítulo 6.

Ahora que vivimos en el Espíritu, andemos en el Espíritu[1].

Dado que los creyentes viven animados por el Espíritu Santo, debemos andar al compás de Él y obedecerle. Pablo quiere que los gálatas se planteen si viven en el Espíritu. Cuenta con que responderán que sí.

El verbo vivir se refiere a la vida que ahora poseen los creyentes gracias al alojamiento del Espíritu Santo en ellos. Ya que los gálatas llevan esa vida por medio del Espíritu Santo, están llamados a andar al compás del mismo. La frase griega traducida por andar al compás no se encuentra más que cuatro veces en el Nuevo Testamento, tres de ellas en los escritos de Pablo[2]. Dicha frase recalca que los creyentes deben estar en armonía con el Espíritu. La vida en el Espíritu no es automática; la batalla contra la carne continúa. Por eso los creyentes deben seguir andando a tono con el Espíritu (5:16) y guiarse por Él (5:18).

No seamos vanidosos, irritándonos unos a otros y envidiándonos unos a otros[3].

Pablo explica más concretamente lo que significa andar al compás del Espíritu. Advierte contra el orgullo, que se manifiesta cuando irritamos y enardecemos a otros, lo que deriva en riñas y peleas. Los creyentes andan desacompasados con el Espíritu cuando irritan o exasperan a los demás, si provocan a otros a ira. La envidia procede del engreimiento y el orgullo, de tal modo que uno se resiente del éxito y la felicidad ajenos o se regodea en las dificultades por las que pasan otros. Los creyentes que se sirven unos a otros con amor no sucumben a la envidia.

Hermanos, en caso de que alguien se encuentre enredado en alguna transgresión, ustedes que son espirituales restauren al tal con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado[4].

Pablo explica que a los que andan enzarzados en el pecado, sus compañeros creyentes los deben ayudar a volver al buen camino con amabilidad. En lugar de ser arrogantes o moralistas con otras personas, los creyentes deben ejercitar amor con ellas y demostrarles consideración. Su meta debiera ser edificarse mutuamente. En lugar de alegrarse de que otros caigan, Pablo instruye a los gálatas a restaurar a los que han caído en pecado.

Los creyentes, a pesar de estar llenos del Espíritu, viven todavía en esta presente época malvada (1:4) y por ende, pecan. Ahora bien, Pablo no dice que los que cometen pecado son víctimas renuentes; los creyentes tienen plena responsabilidad de sus pecados. Pablo dice que cuando uno se da cuenta de que otro creyente ha caído o ha sido sorprendido en alguna transgresión o pecado, debe hablar en privado con él o ella a fin de restituirlo/a a la comunión con Cristo.

Los que son «espirituales» tienen el deber de cuidar y restaurar a los que han pecado. Los «espirituales» no son un grupo elitista de creyentes ni tampoco están libres de pecado. Todos los gálatas recibieron el Espíritu cuando oyeron el mensaje del evangelio (3:2,5). Obtuvieron la promesa del Espíritu Santo (3:14). Dios les ha dado Su Espíritu porque son Sus hijos (4:6) y viven en o por el Espíritu (5:25). Por tanto, los que andan en el Espíritu (5:16), son guiados por el Espíritu (5:18) y se mantienen al compás del Espíritu (5:25), deben restablecer a los que han caído.

Los deben restituir con amabilidad y mansedumbre. Un espíritu tierno y humilde no provoca al que ha pecado; antes lo trata con dignidad. Esa bondad es fruto del Espíritu (5:23). Los que envidian a los demás se regodean de los pecados ajenos. Al quedar expuestas las faltas ajenas, ellos quedan bien en comparación. En cambio, el que de veras ama a los demás y anda en el Espíritu, los abordará con firmeza, ya que han pecado, acompañada de humildad, de manera que reciban un trato amable.

Pablo recuerda a los creyentes que se mantengan sobre aviso, no sea que ellos también sean tentados. Explica lo que acarrea la humildad. Uno no se concentra en los pecados de los demás porque hayan pecado; más bien, los que ayudan a restaurar a los caídos son humildes, pues tienen conciencia de su falibilidad e inclinación a pecar. Ser conscientes de sus propios fallos evita que los creyentes sean presa de la arrogancia.

Sobrelleven los unos las cargas de los otros y de esta manera cumplirán la ley de Cristo[5].

El precepto expresado aquí representa una exhortación general a que unos a otros se ayuden a llevar sus cargas. Podría referirse a ayudar a otras personas cuando pecan. Sin embargo, es poco probable que se limite únicamente a sobrellevar los pecados ajenos, toda vez que los creyentes soportan una variedad de cargas no equiparables con el pecado, como son la persecución, la enfermedad, aprietos económicos, etc.

Porque si alguien estima que es algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña[6].

A los orgullosos se los alecciona sobre creerse mejores que los demás. Las personas así son presumidas, orgullosas y enfrascadas en sí mismas. Quienes no ayudan a otros con sus pruebas y dificultades y viven aislados, pecan de orgullo. Es posible que Pablo se refiera a los que se enorgullecen por creerse inmunes a la tentación y que como consecuencia consideran innecesario preocuparse de sus propias faltas. Dicha arrogancia separa a la gente de su prójimo. Aunque hay que decir que es engañosa, ya que los orgullosos viven impresionados de sí mismos cuando en verdad no tienen nada de qué enorgullecerse.

Así que, examine cada uno su obra, y entonces tendrá motivo de orgullo solo en sí mismo y no en otro[7].

Los creyentes que están en sintonía con el Espíritu se preocupan por los demás. Cumplen la ley del amor de Cristo al sobrellevar las cargas ajenas y restaurar con mansedumbre y humildad a los que pecan. Vulneran en cambio el ejemplo de Cristo cuando están llenos de sí mismo e irritan a sus semejantes. Los creyentes han de vivir en comunidad con otros creyentes y estar atentos a las necesidades ajenas.

Por otra parte, los creyentes tienen que rendir cuentas personalmente ante Dios por su propia vida. De ahí que Pablo los inste a examinar su trayectoria con cuidado y realismo. No deben engañarse a sí mismos sobreestimando lo que han logrado. El orgullo o jactancia a los que alude Pablo son de proyección futura. Es probable que se refiera al juicio final, el día en que el Señor sopesará la obra de cada persona.

Porque cada cual llevará su propia carga[8].

En el día final uno solamente presumirá de su propia obra, pues cada uno llevará su propia carga delante de Dios. Pablo aclara que si bien debemos ayudarnos mutuamente y sobrellevar los unos las cargas de los otros, en definitiva cada uno llevamos nuestra propia carga en esta vida. Somos responsables de nuestra propia conducta.

Pablo hace hincapié en que los creyentes deben apoyarse y ayudarse mutuamente con las preocupaciones de esta vida. Al mismo tiempo deben recordar que en el día del juicio comparecerán solos ante Dios. Los creyentes no serán juzgados con respecto a lo que hayan hecho otros, sino según la vida que hayan llevado ellos mismos.

(Continuará.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de las versiones Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y Reina Valera Actualizada (RVA-2015), © Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.


[1] Gálatas 5:25.

[2] Hechos 21:24; Romanos 4:12; Gálatas 6:16; Filipenses 3:16.

[3] Gálatas 5:26.

[4] Gálatas 6:1.

[5] Gálatas 6:2.

[6] Gálatas 6:3.

[7] Gálatas 6:4.

[8] Gálatas 6:5.

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