La Roca

julio 3, 2012

Enviado por Peter Amsterdam

Hace poco, María y yo retornamos de un viaje que hicimos a Suiza para asistir a la reunión anual de directorio de la fundación y ocuparnos de otros asuntos de negocios de LFI. Mientras estábamos ahí, a menudo miraba por la ventana hacia el hermoso lago y las montañas que se ven desde el hogar de la Familia que nos acogió. Hay una montaña en particular, al otro lado del lago, que me llamó especialmente la atención. Sobresale como si se tratara de una roca gigantesca, y cada mañana, al abrir las cortinas me quedaba mirándola, maravillándome de lo majestuosa que se veía, descollando sobre el lago. Más o menos a la mitad de la montaña, subiendo desde su base, hay prados y árboles. Y después, por encima de esa línea de árboles, todo lo que hay hasta la cima es pura roca.

Tuvimos muchas reuniones, pero aproveché cada receso para salir a echarle un vistazo al bello paisaje. E invariablemente, mis ojos acababan por posarse en la montaña y disfrutar de su esplendor. Algunos días el cielo estaba azul y despejado, y la montaña se veía tan cerca que parecía que pudiera estirar la mano y tocarla. Un día, las nubes cubrieron completamente la mitad superior de la montaña, y lo único que se veía eran los árboles del medio, mientras que el resto permanecía oculto. Otra mañana, debido a la neblina, no se la veía en absoluto. Yo sabía que estaba ahí, pero escondida de mi vista.

En nuestra última mañana en Suiza, cuando me encontraba mirándola por última vez, el Señor me trajo al recuerdo a varios amigos con los que he conversado o sobre los que he escuchado últimamente, y las diversas experiencias y retos que han estado enfrentando. Uno de ellos, de la noche a la mañana se encontró combatiendo una enfermedad mortal, que requirió varios meses de hospitalización, y la incertidumbre constante de si se recuperaría o no. Otra pareja había hecho planes de instalarse en un lugar donde tendrían acceso a un apoyo económico, pero a último momento sus planes no prosperaron. Otra persona está mudando a su familia a otro país, sin saber si contará con los medios económicos para mantenerse cuando llegue a su nuevo destino. Tiene que mudarse por una serie de motivos, ha buscado fervientemente la orientación del Señor y las cosas parecen estar cayendo en su lugar, pero sigue siendo un paso de fe gigantesco. El ministerio de muchos años que tenía otra pareja acaba de concluir, y están viéndoselas negras; no saben qué hacer a futuro. Otro hombre se quedó sin trabajo justo cuando él y su esposa enfrentan enfermedad en la familia, y hasta el momento él no consigue trabajo.

Mientras miraba la montaña, pensaba en todos esos amigos y en los retos que les ha tocado enfrentar. Pensé en sus temores, en la incertidumbre de no saber qué les espera, de no saber qué harán para salir adelante ni qué les deparará el futuro. Cada uno de ellos ha expresado que si bien su fe ha sido puesta a prueba y sigue siendo puesta a prueba, están seguros de que el Señor los sacará adelante. Mientras pensaba en esos seres queridos y en tantas otras personas que enfrentan toda esa inseguridad, el Señor me recordó lo que había observado al contemplar la montaña todos esos días.

Me recordó que algunos días la montaña se veía con total claridad, al punto en que no cabía duda de que estuviera allí, mientas que otros días, partes se habían oscurecido, y en el día nublado no se la veía en absoluto. Y aun así, sin importar las condiciones del clima, cuando no se la podía ver, la montaña igual estaba ahí. Puede que la neblina o las tormentas dificultaran la visión o la cubrieran por completo, no obstante, ahí seguía firme, inamovible.

Me impactó el valor de esas personas y de las muchas otras que encaran las incertidumbres de la vida con una fe profunda, aun cuando la presencia del Señor es menos visible. El versículo de la Biblia que dice «porque por fe andamos, no por vista», me vino a la cabeza[1]. El hecho es que, al igual que la montaña, Dios siempre está presente, en toda Su  majestad. El que lo veamos o percibamos o no, es irrelevante comparado con el hecho de que está ahí. En medio de todas las tormentas de nuestra vida, en tiempos de incertidumbre, confusión o poca fe, en medio de los temores, los cuestionamientos, las dudas y la pérdida, Él sigue ahí.

Algunas cosas son soleadas y radiantes en nuestra vida, y las bendiciones de Dios nos resultan muy claras. En otros momentos —como cuando la cima de la montaña queda parcialmente cubierta— se nos hace un poco más difícil ver o sentir Su presencia; y en medio de la neblina espesa de la incertidumbre uno puede llegar a cuestionarse si, efectivamente, Dios sigue ahí. No obstante, al igual que en el caso de la montaña, nada ha cambiado de Su parte. Él está ahí, sólido, inmutable, siempre amoroso y preocupado por nosotros, siempre firme. Como dice en Lo esencial: Naturaleza y personalidad de Dios. La inmutabilidad de Dios, el Antiguo Testamento se refiere a Dios como «la Roca» en repetidas ocasiones. Era la manera que tenían los antiguos de expresar Su solidez, Su fidelidad absoluta, el hecho de que nunca flaquea, que siempre permanece fiel a Su palabra, a Sus promesas, que nunca cambia de parecer y está siempre ahí para apoyarnos. Es algo que entendí mejor al mirar aquella montaña, pues me di cuenta de que siempre seguía firme, pasara lo que pasara a su alrededor. Nada la movía.

¿Quién es Dios sino solo el Señor? ¿Y qué roca hay fuera de nuestro Dios?[2].

El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador; mi Dios es mi roca, en quien encuentro protección. Él es mi escudo, el poder que me salva y mi lugar seguro[3].

Solo él es mi roca y mi salvación, mi fortaleza donde jamás seré sacudido[4].

Contemplar esa montaña —esa roca gigantesca que descollaba sobre el lago— me recordó la estabilidad de Dios, la certeza de Su presencia y Su ayuda, más allá de las circunstancias. Puede que nos preocupemos o temamos; tal vez dudemos o experimentemos inseguridad. Las tormentas que parecen tragarse nuestra vida en determinados momentos pueden hacer que parezca que Él ya no está, que no nos escucha, o que no le importamos. Pero la realidad de las cosas es que las tormentas, la neblina y los vientos de la vida no afectan en nada la presencia de Dios, al igual que esos elementos de la naturaleza no afectan a la montaña.

Dios siempre está ahí. Él es fiel, siempre. Es la Roca inamovible. Jamás nos dejará ni nos desamparará[5]. Puede que nuestra fe nos falle, pero Él no depende de nuestra fe porque Él es la Roca, la montaña, el Dios fiel en quien podemos apoyarnos. Siempre.

Esa montaña me recordó la fidelidad de Dios, Su amor y Sus cuidados; fue un recordatorio de que Dios está al timón. Aun cuando yo o mis seres queridos nos sentimos inseguros, o incluso cuando parece que las nubes y la neblina llevan demasiado tiempo presentes, la roca sigue firme, la montaña sigue ahí.

En otro momento, cuando me encontraba meditando y orando al respecto, el Señor dijo:

Yo soy la roca fuerte, el fundamento firme. Yo soy el que es fiel y verdadero, que siempre está ahí para ayudarte, el que te ama con un amor eterno. Aunque hay momentos en que no sientes Mi presencia, en que sientes que te he abandonado o en que te sientes temeroso y necesitas seguridad pero no la encuentras, debes recordar que Yo siempre estoy ahí. Tus circunstancias no determinan si estoy o no contigo. Siempre estoy contigo. Siempre escucho tus oraciones, y siempre te responderé. Puede que no sea cuando tú lo tenías programado, o incluso puede que la respuesta no sea la que deseabas recibir, pero Yo siempre respondo.

Muchas veces recibir, e incluso comprender la respuesta que te doy, requiere paciencia. En ocasiones tienes que esperar a que llegue toda la respuesta, o la comprensión de lo que te he respondido. En algunos casos Mis respuestas consisten en un proceso que requiere que ciertas cosas sucedan una y otra vez a lo largo de determinado periodo de tiempo. Pero igual siempre estoy ahí, dispuesto a escuchar tus oraciones y a respondértelas. Y cuando no te respondo de inmediato —lo cual a menudo conduce a un periodo en que todo se ve nublado e incierto— no significa que no esté presente o que me niegue a responder. Debes recordar siempre que detrás de la niebla y la incertidumbre Yo sigo ahí, al igual que la montaña sigue ahí aun cuando no puedes verla. Yo soy fiel y verdadero, la Roca a la que puedes acudir. Soy inamovible en Mis promesas, en Mi amor y cuidados por ti y por los tuyos. Estoy siempre contigo, hasta el fin del mundo, e incluso por la eternidad. Pase lo que pase, ten la seguridad de que siempre estoy ahí, siempre te amaré y cuidaré de ti; nunca te fallaré. Sigue confiando en Mí, porque Yo siempre estoy ahí.

Esta mañana, mientras meditaba y oraba sobre algunas de mis propias incertidumbres y pruebas de fe, me sorprendí cantando una vieja canción de la Familia que cita el Salmo 121. Me recordó la fidelidad de Dios y de Su promesa de guardarnos a lo largo de la vida.

Alzaré Mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá el que guarda a Israel. El Señor es tu guardador; el Señor es tu sombra a tu diestra. El sol no te fatigará de día ni la luna de noche. El Señor te guardará de todo mal; Él guardará tu alma. El Señor guardará tu salida y tu entrada, desde ahora y para siempre[6].


[1] 2 Corintios 5:7.

[2] Salmo 18:31.

[3] Salmo 18:2 NTV.

[4] Salmo 62:2 NTV.

[5] Hebreos 13:5.

[6] Salmo 121:1–8 RV.

Traducción: Quiti y Antonia López.