Más como Jesús: Benignidad
agosto 22, 2017
Enviado por Peter Amsterdam
Más como Jesús: Benignidad
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Un aspecto de la imitación a Cristo que no se suele resaltar tanto como otros es la benignidad. Nos produce cierta sorpresa hallarlo mencionado a lo largo de la Escritura en alusión a Jesús y también a Su Padre. La benignidad también figura como parte del fruto del Espíritu Santo.
El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, [...] benignidad [...]; contra tales cosas no hay ley[1].
El profeta Isaías, al describir el poder de Dios, también habló de Su benignidad o ternura:
He aquí el Señor vendrá con poder, y Su brazo dominará [...]. Como pastor apacentará Su rebaño. En Su brazo llevará los corderos, junto a Su pecho los llevará; y pastoreará con ternura a las recién paridas[2].
El rey David, al exaltar al Señor y todo lo que había hecho, incluyó esta frase: Me diste asimismo el escudo de Tu salvación; Tu diestra me sustentó y Tu benignidad me ha engrandecido[3].El apóstol Pablo se refirió a esa cualidad de Jesús cuando escribió: Yo mismo, Pablo, les ruego por la mansedumbre y la benignidad de Cristo[4].
Cuando procuramos vivir la Palabra de Dios, movidos por el deseo de ser más como Jesús, por lo general oramos pidiendo humildad, paciencia, dominio propio, la capacidad de resistir nuestros asediantes pecados y cosas semejantes. Rara vez, sin embargo, oramos para ser más benignos, por lo menos no en mi caso. La benignidad o afabilidad suele ser algo que consideramos parte del temperamento de una persona más que una virtud cristiana, y aunque la mayoría consideraríamos pecados el descontrol, el orgullo y la impaciencia, no juzgaríamos así la falta de benignidad o suavidad. Hasta hace poco yo nunca oré para que se manifestase en mi vida el fruto espiritual de la benignidad.
¿Qué es entonces la benignidad? El Nuevo Testamento usa distintos vocablos griegos para expresar benignidad. El primero, epieikeia, se traduce generalmente por benigno, benignidad o gentileza, y revela una actitud considerada, atenta y amable en contraste con un ánimo caldeado que exige sus derechos. Connota el rasgo de procurar la paz en tono calmado[5]. El segundo vocablo griego que se tradujo como benignidad es praotēs, que Pabló empleó al enumerar el fruto del Espíritu. Esa palabra estaba vinculada a la esfera médica y comunicaba la idea de remedio paliativo, algo suave para el estómago. Se empleaba también con relación a animales domesticados. El autor Randy Frazee lo explica así:
Pongamos por ejemplo un caballo. Estos equinos pesan en promedio 500 kilos y tienen la capacidad de causar un daño grave o hasta de matar a un ser humano. No obstante, podemos acercarnos a la inmensa mayoría de los caballos, acariciarlos y considerarlos mansos y benignos. ¿Es eso fiel reflejo de su poderío y fuerza? No. Es un indicador de su naturaleza: lo que llegan a ser después de domados. Para el caballo la mansedumbre se traduce en que permite que se dominen su potencia y su fuerza. La persona benigna o afable no es un ser débil; es más bien un ser fuerte, seguro y maduro. Los benignos emplean su fuerza para enfrentar verdaderos gigantes y acometer empresas difíciles, pero optan por no llevarse por delante a los demás[6].
La benignidad conlleva poder bajo control. Así como el caballo, cada uno de nosotros tiene su poderío. Podemos valernos de nuestras palabras y actos para herir, rebajar o desalentar a los demás. O, usando la benignidad, podemos canalizar todo ese poderío en beneficio de los demás, con el ánimo de levantarlos e influir en ellos para bien. Aun cuando sea preciso corregir o disciplinar a alguien, lo podemos hacer con criterio amoroso y alentador. El apóstol Pablo escribió:
Si ven que alguien ha caído en algún pecado, ustedes que son espirituales deben ayudarlo a corregirse. Pero háganlo amablemente[7].
A menudo se equipara la benignidad con la mansedumbre, y las dos virtudes son afines. Tienen eso sí una diferencia, y es que la benignidad es un rasgo activo que describe la manera en que tratamos a otros, mientras que la mansedumbre es un rasgo pasivo referido a nuestra respuesta o reacción cuando otros nos maltratan. La mansedumbre es suavidad, fuerza controlada, que implica la capacidad de soportar reproches y desaires sin resentimiento. La benignidad en cambio supone demostrar activamente bondad y afabilidad hacia los demás tratándolos con delicadeza, de manera que refleje consideración y cariño por ellos.
La benignidad se manifiesta siendo considerados con los demás, teniendo con ellos una actitud amable y tratándolos con ternura y gentileza. Significa tener un temperamento suave y procurar que quienes nos rodean se sientan felices, amados y sepan que nos preocupamos por ellos. La persona benigna es de temperamento afable, considerada y amigable. Tal persona no hace uso de la fuerza para lograr lo que se propone; más bien demuestra una bondad humilde y legítima en sus interacciones y relaciones con los demás.
La benignidad puede llegar a ser un concepto particularmente difícil de asimilar para los hombres, toda vez que a los hombres no se nos exige ser benignos, pero sí varoniles. Con frecuencia a la afabilidad y la benignidad se las considera señales de debilidad que contrastan con ser duro, agresivo e inflexible. Sin embargo, en lugar de constituir una debilidad, la benignidad es francamente una fuerza que se aprovecha y se maneja con prudencia y con amor. Vemos este concepto expresado en versículos como estos:
La respuesta suave aplaca la ira, pero la palabra áspera hace subir el furor[8].
Con la mucha paciencia se persuade al príncipe, y la lengua suave quebranta los huesos[9].
Cuando una persona que se conduce con benignidad sale en defensa de la verdad y los principios divinos, lo hace con humildad y gentileza. La benignidad se aplica cuando testificamos y enseñamos o explicamos nuestra fe.
Manténganse siempre listos para defenderse, con mansedumbre y respeto, ante aquellos que les pidan explicarles la esperanza que hay en ustedes[10].
El siervo del Señor no debe ser amigo de contiendas, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido. Debe corregir con mansedumbre a los que se oponen[11].
Hace falta el poder del Espíritu Santo para ser afables y benignos en el modo de expresarnos, sobre todo cuando nos vemos ante un enfrentamiento o existen opiniones discrepantes. En momentos así es fácil salirse de las casillas y ventilar palabras airadas, crueles o desdeñosas. Así y todo, el fruto de la benignidad nos motiva a responder con ternura a los demás y demostrarles bondad.
Conviene recordar la benignidad de Jesús, la cual se aprecia en episodios como la interacción que tuvo con la samaritana junto al pozo de Jacob. Aquella mujer había tenido 5 maridos y vivía con un hombre que no era su marido; aun así, Jesús no la censuró, sino que la trató con amor y respeto[12]. Al leer el relato de la mujer sorprendida en adulterio, vemos que Jesús tampoco la condenó, sino que la amó y la perdonó con benignidad[13]. Al percatarse del trato áspero que Marta tuvo hacia su hermana María, Él abordó la situación con benignidad[14].
Vemos la benignidad de Dios en el perdón que nos otorga por nuestros pecados, en la misericordia que nos manifiesta, en la suprema paciencia que tiene con nosotros y la inquebrantable fidelidad que nos demuestra. Se lo llama Padre de misericordias y Dios de toda consolación[15]. Si aspiramos a ser más benignos quizá debiéramos dedicar tiempo a pensar en Dios y alabarlo por la benignidad y bondad que nos manifiesta cada día. Hacerlo nos recordará que nosotros también debemos ser benignos unos con otros como lo es Él con nosotros.
Ser benigno no significa ser ingenuo o crédulo. Jesús enseñó a Sus discípulos a ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas[16]. No debemos dejar que la gente se aproveche de nosotros y nos manipule para sus propios fines, así como tampoco debemos claudicar ante otras personas en asuntos en los que nos corresponde adoptar una actitud firme y no transigir. No obstante, podemos ser afables y benignos en el planteamiento de nuestra postura, aun cuando se trata de defender un principio moral. Si deseamos parecernos más a Cristo es fundamental que se nos conozca por nuestro carácter amable y benigno. La benignidad debe aplicarse con buen juicio y buen criterio[17]. Jesús dijo:
Lleven Mi yugo sobre ustedes, y aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para su alma[18].
¿Cómo se manifiesta la benignidad? Demuestra respeto por la dignidad de los demás. Es considerada, tiene en cuenta que otros son distintos a nosotros y tienen diferentes opiniones, sentimientos y demás. Muestra asimismo respeto por esas diferencias. Evita el habla categórica y el estilo abrupto; además procura interactuar con sensibilidad y respeto, demostrando consideración con todos. De ser necesario, procurará cambiar una opinión equivocada haciendo uso de la persuasión y la cortesía en lugar de imponerse mediante el sometimiento o la intimidación. Se muestra sensible a las reacciones de los demás y atenta a los sentimientos que les genera lo que se está diciendo. No se siente amenazada por la discrepancia ni la resiente. Busca más bien instruir con suavidad, acudiendo a Dios para disolver la oposición. No rebaja ni menosprecia a los demás, ni difunde chismes sobre ellos. Si alguien precisa guía y corrección procura restaurarlo con tacto. Se preocupa por los demás, poniendo empeño para que se sientan cómodos o relajados en nuestra presencia. Los trata como nos gustaría que nos trataran a nosotros, es decir, con amor, respeto y amabilidad[19].
El apóstol Pablo instruyó:
Les exhorto a que lleven una vida en consonancia con el llamamiento que han recibido. Sean humildes, amables, comprensivos. Sopórtense unos a otros con amor. No ahorren esfuerzos para consolidar, con ataduras de paz, la unidad, que es fruto del Espíritu[20].
Asimismo instó a los creyentes: Que a nadie difamen, que no sean amigos de contiendas, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con toda la humanidad[21].
Pero tú, hombre de Dios, [...] lleva una vida de rectitud, de piedad, de fe, de amor, de fortaleza en el sufrimiento y de humildad de corazón[22].
A veces con quienes más nos cuesta ser benignos es con nuestros más cercanos. Nos familiarizamos en exceso y día a día nos vemos cara a cara con sus faltas, idiosincrasias y hábitos molestos. Nos ponemos irascibles, descorteses, impacientes y ásperos, cuando en realidad nuestros familiares —los seres más queridos que tenemos— merecen que los tratemos con benignidad, paciencia, cariño y consideración. Conviene recordar que nosotros también adolecemos de cantidad de fallos, hábitos e idiosincrasias que otras personas toman con benignidad y tienen la bondad de pasar por alto o tolerar pacientemente. Eso ayuda a cultivar la benignidad con nuestros semejantes.
Hace poco leí un artículo en un blog escrito por una persona que tenía dificultades para comunicarse con sus familiares y amigos y decidió practicar un ayuno de sarcasmo para cambiar su modo de dirigirse a los demás. Si tenemos tendencia a ser criticones, a hablar con arrogancia a los demás, a señalarles sus faltas o hacer notar sus debilidades… si nos enojamos con facilidad o tenemos poca paciencia con las ideas o perspectivas ajenas… debemos pedir la ayuda del Espíritu Santo para manifestar más benignidad en nuestra vida.
Quizá nos venga bien preguntarnos en qué condiciones se encuentra el fruto de la benignidad en nuestra vida y en nuestra relación con los demás. ¿Nuestras actitudes y acciones, nuestra conducta y conversación exhiben benignidad? De no ser así, ¿nos comprometeríamos a cultivar este fruto del Espíritu tanto en oración como en acción?
Es aconsejable recordar que Dios ha sido infinitamente benigno con cada uno de nosotros. Nos amó, envió a Su Hijo para morir por nosotros y nos obsequió con Su salvación. No tuvimos que hacer méritos ni esforzarnos para ganárnosla; fue un don que Él amablemente nos concedió. Que ese fruto del Espíritu se haga patente en nuestra vida. Que la benignidad de Jesús brille a través de nosotros a medida que reflejamos Su persona y Su amor a los demás.
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Gálatas 5:22–23.
[2] Isaías 40:10,11.
[3] Salmo 18:35.
[4] 2 Corintios 10:1 (NBLH).
[5] Frazee, Randy, Pensar, actuar, ser como Jesús (Editorial Vida, 2014).
[6] Ibídem, 210.
[7] Gálatas 6:1 (DHH).
[8] Proverbios 15:1.
[9] Proverbios 25:15 (LBLA).
[10] 1 Pedro 3:15 (RVC).
[11] 2 Timoteo 2:24,25.
[12] Juan 4:4–29.
[13] Juan 8:1–11.
[14] Lucas 10:40–42.
[15] 2 Corintios 1:3.
[16] Mateo 10:16. Algunas traducciones de la Biblia emplean astutos en lugar de prudentes e inocentes en vez de sencillos.
[17] Puntos tomados de un sermón del reverendo Charles Seet, pronunciado en 2006.
[18] Mateo 11:29.
[19] Estas pautas son una síntesis de La devoción de Dios en acción, de Jerry Bridges (Libros Desafío, 10 de octubre de 2011).
[20] Efesios 4:1-3 (BLPH).
[21] Tito 3:2.
[22] 1 Timoteo 6:11.