Más como Jesús: Carácter cristiano (1ª parte)

noviembre 29, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

[More Like Jesus: Christian Character (Part 1)]

(El presente artículo se basa en elementos extraídos del libro La devoción de Dios en acción, de Jerry Bridges[1].)

El factor clave para llegar a ser como Jesús consiste en cultivar un carácter a tono con Dios. Todo individuo posee un carácter determinado, que por definición son las cualidades propias de cada uno, el cual se refleja en su modo de sentir, pensar y comportarse. Carácter es el conjunto de atributos que determinan las acciones y reacciones morales y éticas de una persona. La mayoría de las personas poseen algunos rasgos de carácter buenos y algunos malos. Ciertas personas, independientemente de su fe religiosa, o carencia de la misma, poseen buen carácter y una moral fuerte. Cada uno desarrollamos nuestro carácter a lo largo de la vida.

Si bien cada persona —sea o no cristiana— posee un carácter, el presente artículo y los sucesivos se centrarán en los rasgos que, según la Escritura, cada creyente debe emular y que son los que nos llevan a adquirir una semejanza con Cristo. Esas cualidades, que yo denomino rasgos de carácter cristiano, se distinguen de otras, que aun siendo buenas, no necesariamente nos hacen más parecidos a Cristo. Por ejemplo, creatividad, flexibilidad, actitud vigilante, decisión y otros atributos muy convenientes, pero que la Escritura no aborda directamente, frente a otros rasgos que sí plantea, como son la fe, la amabilidad, la paciencia, el amor, la gratitud y otros. Pondremos el foco en el carácter cristiano.

Antes de zambullirnos en el tema, hay varios puntos que ameritan una aclaración. El primero es que ningún cristiano es perfecto: todos cometemos errores, todos pecamos y ninguno refleja completamente el espíritu de Cristo ni lo logrará en esta vida. Nuestro objetivo es permitir al Espíritu Santo obrar en nuestro interior, transformar nuestros pensamientos, metas, deseos, nuestra vida entera, a fin de ser mejores imitadores de Cristo. En segundo lugar, no es posible cultivar un carácter afín a Dios acatando una serie de reglas por mero sentido del deber, o con la idea de que si hacemos todo lo correcto estilo robots llegaremos a vivir en consonancia con Cristo. Aunque hay determinadas cosas que hacer y reglas que observar, no es la observancia maquinal de estas la que nos hace más cercanos a Dios. Se trata más bien de cumplir esas cosas motivados por el amor que abrigamos por Dios, el cual mora dentro de nosotros. Los actos que reflejan conformidad con Dios emanan de nuestro ser interior y son producto de la transformación que se operó en nosotros al momento de entablar una relación con Dios, cuando nos convertimos en creación nueva[2]. La transformación de nuestro carácter es por obra del Espíritu Santo.

Por supuesto que algún esfuerzo debemos poner de nuestra parte para ser mejores imitadores de Cristo. A fin de lograr que nuestra vida, pensamientos y actos coincidan con las enseñanzas de la Escritura es preciso que cada uno tomemos con regularidad determinadas decisiones morales, acompañadas de ciertos esfuerzos concretos, además de experimentar una transformación espiritual. Todo esto, sin embargo, debe enmarcarse dentro de la gracia de Dios. Como se mencionó en anteriores artículos de esta serie[3], es el Espíritu Santo el que realiza esos cambios en nuestra vida, los cuales nos permiten encaminarnos hacia una mayor semejanza con Cristo. Nosotros también desempeñamos una función, pero la transformación propiamente dicha se da por intermedio del Espíritu Santo. Es lo mismo cuando se maneja un velero: se deben colocar las velas en posición para que el viento las hinche. Es el viento el que mueve la nave, pero las velas deben estar desplegadas. La energía transformadora —el viento del Espíritu— tiene la virtud de cambiarnos; pero si queremos desplazarnos, debemos hacer el esfuerzo necesario para que las velas atrapen el viento.

Parte de ese despliegue de velas tiene que ver con cultivar un carácter cristiano. Hay rasgos divinos que impregnan a una persona —un patrón de pensamiento, de conducta, y un modo de ser— que llegan a ser parte integral del núcleo de la persona. Eso es muy distinto a algo que se finge, una careta superficial que uno se pone para llamar la atención y suscitar admiración. Más bien supone una determinación y un empeño por vivir de conformidad con la enseñanza de la Escritura, a tal punto que sinceramente llega a formar parte de la persona misma. Va más allá de nuestra reputación; tiene que ver con lo que la persona es esencialmente. Viene a colación la frase de Abraham Lincoln: «El carácter es como un árbol y la reputación como su sombra». El carácter cristiano se basa en nuestro concepto de Dios y lo que representa: que nos ha hablado a través de Su Palabra, que sostenemos una relación con Él, que nos hemos consagrado a Él y, por tanto, deseamos modelar nuestra vida —activamente— según lo que nos ha revelado en la Biblia.

El carácter cristiano nos exige que optemos, con plena conciencia, por que el Espíritu Santo transforme nuestro carácter. Ello implica tomar una y otra vez las decisiones morales acertadas hasta que obrar como corresponde, de manera que agrade a Dios, nos resulte de lo más natural y llegue a ser parte intrínseca de nuestra persona. Cuando afrontemos una prueba o tentación de alguna índole, automáticamente responderemos como es debido gracias a la persona en que nos hemos convertido. Luego de haber formado día a día y año tras año tu carácter espiritual, al verte frente a un dilema moral de envergadura tienes la capacidad de sortearlo, ya que te adiestraste para actuar en consonancia con Dios o a semejanza de Cristo. En cierto sentido, habrás desarrollado músculos morales; habrás reprogramado tu cerebro o renovado tu alma para que procedan de tal manera que glorifique a Dios. Y no solo se trata de afrontar pruebas y tentaciones; va más allá de eso, a medida que cultivas ciertos atributos que reflejan a Cristo, como son el perdón, la generosidad, la humildad, la gratitud y otros. No obstante, el mismo principio es válido al revés, pues cuando a menudo se opta por perdonar, ser generoso, humilde y agradecido, al poco tiempo uno acaba interiorizando esas cualidades y asimilándolas hasta la médula. He ahí el proceso de desarrollo de un carácter que esté en armonía con Dios.

A lo largo de la Escritura descubrimos las características que se consideran cristianas, entre las cuales destacan las mencionadas en la lista del fruto del Espíritu: El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley[4]. Sin embargo, no están limitadas a esas; la Escritura alude a muchos otros rasgos. Se nos insta a tener corazones compasivos, bondad, humildad, mansedumbre, amabilidad, paciencia y perdón[5]; a pensar en todo lo que es puro, bello, digno de admiración, lo que suponga virtud o merezca elogio[6]; a ayudar a los necesitados, pues más bienaventurado es dar que recibir[7]; a tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros[8]; a seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y la humildad[9]; a cumplir con la palabra empeñada[10]; a ser moderados, respetables, sensatos, íntegros y bondadosos[11]; a andar en integridad, decir la verdad y cumplir lo prometido aunque salgamos perjudicados[12]; a dar ejemplo en la manera de hablar, en la conducta, y en amor, fe y pureza[13]; a ser prontos para escuchar, y lentos para hablar y para enojarnos[14]; a que nuestro amor brote de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera[15]; a ser hospitalarios, amigos del bien, sensatos, justos, santos y disciplinados[16]; a ser generosos y dispuestos a compartir lo que tenemos[17].

Estas y otras características se encuentran en la Escritura, y cuando hacemos un esfuerzo por cultivarlas en nosotros mismos, izamos velas para que el Espíritu Santo pueda obrar en nuestro corazón, mente y espíritu con el fin de transformarnos. Quizás algunas o muchas de estas cosas no nos nazcan espontáneamente, y la verdad es que al principio tal vez tengamos que forzarnos a adoptarlas. Puede ser incómodo sentir que te están poniendo en un molde para obligarte a adoptar un modo de ser que por naturaleza no es el tuyo. Y eso en efecto es lo que ocurre. La finalidad es fomentar en uno mismo un carácter amoldado a Cristo, y como dijo el apóstol Pablo, para ello se requiere despojarse del viejo hombre, con sus hechos,y revestirse del nuevo... conforme a la imagen del que lo creó, [el cual] se va renovando hasta el conocimiento pleno[18]. La semejanza a Cristo exige un cambio intencionado.

Observemos el lenguaje que empleó Pablo cuando nos explica en sus escritos qué hace falta para cultivar un carácter piadoso, el esfuerzo moral que exige:

Hagan morir todo lo que es propio de la naturaleza terrenal...[19]

Ahora abandonen también todo esto...[20]

Por encima de todo, vístanse de...[21]

Este pasaje nos revela que hay que poner verdadero empeño para imitar a Cristo. Al principio no nos nace espontáneamente, pero a la postre, lo vamos interiorizando conforme vamos formando el carácter. De todos modos, los pasos que damos para llegar a ese punto requieren decisiones y acciones difíciles que van a contrapelo del instinto. Hay que optar por hacer morir y abandonar pecados a los que nos hemos habituado. Romper malos hábitos y sustituirlos por buenos no es tarea fácil, así como tampoco lo es cambiar actitudes, conductas y acciones pecaminosas por otras buenas. Existen algunos hábitos de mente, cuerpo, imaginación, habla y otros que es necesario desaprender para dar lugar a nuevos hábitos que hay que aprender.

Para despojarnos de algunas cosas y revestirnos de otras debemos resolver una y otra vez hacer, o abstenernos de hacer, determinadas cosas a fin de crear nuevas pautas que a la larga se nos hagan habituales. Al principio cuesta, pues nos parece muy poco natural; con el tiempo, no obstante, se va creando un nuevo hábito a tono con Dios. Por ejemplo, si somos egoístas por naturaleza, romper el hábito de ese rasgo de carácter exige una modificación en nuestro modo de ser. Tenemos que luchar contra la actitud egoísta que hemos incorporado en nuestra naturaleza decidiendo con esmero ser más generosos, no exigir que las cosas salgan como queremos y hacer más bien un esfuerzo para dejar que salgan como quieren los demás. Un cambio así requiere una lucha interna, mas con el tiempo nuestra tendencia a pensar exclusivamente en nosotros mismos y en lo que queremos disminuirá y llegaremos a ser más sensibles a las necesidades ajenas y más conscientes de ellas. Nos pareceremos más a Cristo en ese aspecto.

Cabe destacar que la semejanza a Cristo pide tanto despojarse como revestirse de rasgos de carácter. Muchas veces los creyentes se enfocan en despojarse de rasgos de naturaleza pecaminosa. Consideramos que el objetivo es dejar nuestro pecado, creyendo que si superamos tal o cual pecado estaremos más cerca del Señor, seremos mejores personas y agradaremos más a Dios. Si bien eso es cierto, luchar contra nuestra naturaleza pecaminosa constituye apenas parte de la batalla. Se enseña a los creyentes que sean renovados en el espíritu de su mente, y se vistan del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad[22]. Nos es preciso desarrollar características acordes con los principios divinos además de despojarnos de las que contravienen tales principios. Así como se nos insta a despojarnos de los rasgos de nuestro viejo yo, se nos llama a revestirnos de los rasgos del nuevo. No podemos omitir ninguna de las dos.

La tarea que tenemos por delante es despojarnos del pecado y revestirnos de los atributos divinos, a fin de posibilitar que el viento del Espíritu de Dios nos impulse hacia una mayor semejanza a Cristo.

Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante[23].

Dejemos a un lado las obras de la oscuridad y pongámonos la armadura de la luz[24].

Antes ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor; anden como hijos de luz[25].

Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados[26].


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Jerry Bridges, La devoción de Dios en acción (Libros Desafío, 10 de octubre de 2011).

[2] 2 Corintios 5:17.

[3] Más como Jesús: Icemos nuestras velas.

[4] Gálatas 5:22,23.

[5] Colosenses 3:12–14 (DHH).

[6] Filipenses 4:8,9.

[7] Hechos 20:35.

[8] Mateo 7:12.

[9] 1 Timoteo 6:11.

[10] Mateo 5:36,37.

[11] Tito 2:2–8.

[12] Salmo 15.

[13] 1 Timoteo 4:12.

[14] Santiago 1:19.

[15] 1 Timoteo 1:5.

[16] Tito 1:8.

[17] 1 Timoteo 6:18.

[18] Colosenses 3:9,10.

[19] Colosenses 3:5 (NVI).

[20] Colosenses 3:8 (NVI).

[21] Colosenses 3:14 (NVI).

[22] Efesios 4:23,24 (NBLH).

[23] Hebreos 12:1.

[24] Romanos 13:12 (NVI).

[25] Efesios 5:8 (NBLH).

[26] Efesios 5:1.