Meditaciones pascuales
marzo 30, 2021
Enviado por Peter Amsterdam
Meditaciones pascuales
[Easter Meditations]
La muerte y la resurrección de Jesús desencadenaron cambios sísmicos en nuestro mundo. Dios hizo con la humanidad una nueva alianza que nos permitiera estar con Él para siempre. Su Hijo murió en la cruz por nosotros, posibilitando que se nos perdonaran nuestros pecados y nos volviéramos miembros de la familia de Dios[1]. Celebrar la Pascua es alegrarnos por el hecho de que Dios nos ama tanto que ideó una manera de integrarnos en Su familia. Como Jesús murió y resucitó, también nosotros podemos levantarnos de los muertos y vivir para siempre con Él.
La Pascua es la celebración de los sucesos, el sentido y la importancia de la resurrección de Jesús. A continuación encontrarás una selección de pasajes de las Escrituras y canciones sobre el tema: la resurrección en sí, sus repercusiones, sus efectos, lo que nos enseña y la gloria de todo ello. Ruego que sean una inspiración para ti en tus celebraciones de la resurrección de Cristo.
(Un par de notas sobre la música y los enlaces: Si un enlace no te funciona a la primera, prueba a copiarlo a tu navegador; eso suele resolver el problema. Y si no funciona en absoluto en tu país, busca en YouTube el título de la canción para ver si encuentras otra opción. Todas las canciones son contemporáneas, con la excepción de Cristo ha resucitado hoy, escrita por Charles Wesley en 1730. Algunos de los enlaces de las canciones remiten a videos de actuaciones; en otros casos, solo está la música y aparece la letra en la pantalla. La letra de todas las canciones está también incluida en el texto que hay más abajo. En los videos a los que remiten los enlaces, los intérpretes no siempre siguen la letra de la canción palabra por palabra.)
Canción de apertura
Se levantó el amor crucificado
Mucho tiempo atrás, Él bendijo la Tierra.
Al nacer era más viejo que los años.
Y en el establo vio la cruz
a través de la primera de muchas lágrimas.
Una existencia errante, sin hogar,
arrojado a la senda del pesar.
El Pastor buscaba a los perdidos.
El precio fue Su vida.
Se levantó el amor crucificado.
El Resucitado en esplendor,
único defensor de Jehová,
ha triunfado.
Se levantó el amor crucificado,
y el sepulcro se volvió un lugar de esperanza,
pues el corazón que el pecado y el dolor rompieron
late de nuevo.
A lo largo de Tu vida sentiste el peso
de lo que habías venido a dar,
a fin de beber por nosotros de esa copa carmesí
para que pudiéramos realmente vivir.
A la postre llegó el tiempo de amar y morir,
el sombrío día señalado,
ese momento de abandono
en que Tu Padre ocultó de Ti Su rostro.
Se levantó el amor crucificado.
El que vivió y murió por mí
fue víctima de los clavos de Satanás.
Ahora respira de nuevo.
Se levantó el amor crucificado,
y el sepulcro se volvió un lugar de esperanza,
pues el corazón que el pecado y el dolor rompieron
late de nuevo.
Se levantó el amor crucificado.
El Resucitado en esplendor,
único defensor de Jehová,
ha triunfado.
Se levantó el amor crucificado,
y el sepulcro se volvió un lugar de esperanza,
pues el corazón que el pecado y el dolor rompieron
late de nuevo.
Se levantó el amor crucificado.
El que vivió y murió por mí
fue víctima de los clavos de Satanás.
Ahora respira de nuevo.
Letra y música: Michael Card
Preludio
Poco antes de Su crucifixión y muerte, Jesús fue a la casa de dos amigas Suyas, María y Marta. Lázaro, el hermano de ellas, había muerto unos días antes y había sido sepultado. Al llegar Jesús, Marta le dijo:
—Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora Dios te dará todo lo que le pidas.
—Tu hermano resucitará —le dijo Jesús.
—Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final —respondió Marta.
Entonces Jesús le dijo:
—Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en Mí no morirá jamás[2].
Poco después de esta conversación, Jesús fue arrestado, compareció ante un tribunal de ancianos judíos, fue declarado culpable de blasfemia y fue llevado ante Pilato, el procurador romano, que lo sentenció a muerte. Fue duramente azotado y colgado de una cruz hasta que murió, tras lo cual pusieron su cadáver en un sepulcro vigilado por soldados romanos, frente al cual hicieron rodar una gran piedra para tapar la entrada. Días más tarde, como era costumbre en aquel entonces, unas seguidoras de Jesús fueron al sepulcro con especias para ungir Su cuerpo[3].
Primera lectura: El descubrimiento
Muy de mañana el primer día de la semana, apenas salido el sol, se dirigieron al sepulcro. Iban diciéndose unas a otras:
—¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?
Pues la piedra era muy grande. Pero al fijarse bien, se dieron cuenta de que estaba corrida. Al entrar en el sepulcro vieron a un joven vestido con un manto blanco, sentado a la derecha, y se asustaron (Marcos 16:2–5).
—¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que vive? No está aquí; ¡ha resucitado! Recuerden lo que les dijo cuando todavía estaba con ustedes en Galilea: «El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado, pero al tercer día resucitará».
Entonces ellas se acordaron de las palabras de Jesús. Al regresar del sepulcro, les contaron todas estas cosas a los once y a todos los demás (Lucas 24:5–9).
Aquel mismo día dos de ellos se dirigían a un pueblo llamado Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén. Iban conversando sobre todo lo que había acontecido. Sucedió que, mientras hablaban y discutían, Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos; pero no lo reconocieron, pues sus ojos estaban velados.
—¿Qué vienen discutiendo por el camino? —les preguntó.
Se detuvieron, cabizbajos; y uno de ellos, llamado Cleofas, le dijo:
—¿Eres Tú el único peregrino en Jerusalén que no se ha enterado de todo lo que ha pasado recientemente?
—¿Qué es lo que ha pasado? —les preguntó.
—Lo de Jesús de Nazaret. Era un profeta, poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo. Los jefes de los sacerdotes y nuestros gobernantes lo entregaron para ser condenado a muerte, y lo crucificaron; pero nosotros abrigábamos la esperanza de que era Él quien redimiría a Israel. Es más, ya hace tres días que sucedió todo esto. También algunas mujeres de nuestro grupo nos dejaron asombrados. Esta mañana, muy temprano, fueron al sepulcro pero no hallaron Su cuerpo. Cuando volvieron, nos contaron que se les habían aparecido unos ángeles quienes les dijeron que Él está vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron después al sepulcro y lo encontraron tal como habían dicho las mujeres, pero a Él no lo vieron.
—¡Qué torpes son ustedes —les dijo—, y qué tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de entrar en Su gloria?
Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras.
Al acercarse al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como que iba más lejos. Pero ellos insistieron:
—Quédate con nosotros, que está atardeciendo; ya es casi de noche.
Así que entró para quedarse con ellos. Luego, estando con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él desapareció. Se decían el uno al otro:
—¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras?
Al instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron a los once y a los que estaban reunidos con ellos.
—¡Es cierto! —decían—. El Señor ha resucitado y se le ha aparecido a Simón.
Los dos, por su parte, contaron lo que les había sucedido en el camino, y cómo habían reconocido a Jesús cuando partió el pan. Todavía estaban ellos hablando acerca de esto, cuando Jesús mismo se puso en medio de ellos y les dijo:
—Paz a ustedes (Lucas 24:13–36).
Aterrorizados, creyeron que veían a un espíritu.
—¿Por qué se asustan tanto? —les preguntó—. ¿Por qué les vienen dudas? Miren Mis manos y Mis pies. ¡Soy Yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo Yo (Lucas 24:37–39).
Luego les dijo:
—Cuando todavía estaba Yo con ustedes, les decía que tenía que cumplirse todo lo que está escrito acerca de Mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras.
—Esto es lo que está escrito —les explicó—: que el Cristo padecerá y resucitará al tercer día, y en Su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas (Lucas 24:43–48).
Las puertas estaban trancadas
y todas las ventanas aseguradas.
Pasé la noche sin dormir,
levantándome con cada sonido,
en parte por mi pesar sin esperanza
y en parte por miedo a que al llegar el día
los soldados forzaran la entrada
y se nos llevaran a todos a rastras.
Justo antes del amanecer
oí algo en la pared.
La puerta empezó a temblar,
y una voz se puso a llamar.
Corrí a la ventana.
Miré hacia abajo, a la calle,
esperando ver espadas y antorchas
y oír pisadas de soldados.
Pero no había nadie, sino María,
así que bajé para dejarla pasar.
Juan estaba a mi lado
cuando ella me contó de dónde venía.
Dijo: «Quizá se lo han llevado durante la noche,
y ninguno de nosotros sabe adónde.
Han rodado la piedra,
y ahora Su cuerpo no está allí».
Los dos salimos corriendo hacia el huerto.
Juan se adelantó.
Encontramos la piedra y la tumba desocupada,
tal como había dicho María.
Los lienzos con los que lo habían enrollado
parecían una cáscara vacía.
Cómo o adónde se lo habían llevado
no acertaba yo a entender.
Algo extraño había sucedido allí,
no sabía bien qué.
Juan creyó que era un milagro,
yo solo me di la vuelta y me fui.
Las circunstancias y especulaciones
no lograron animarme mucho,
pues los había visto crucificarlo
y luego lo vi morir.
De regreso en la casa,
la culpa y la angustia me embargaron.
Todo lo que le había prometido
no hacía sino aumentar mi vergüenza.
Al final, a la hora de decidir,
había negado conocer Su nombre.
Aunque Él estuviera vivo,
ya no sería lo mismo.
De repente el aire se llenó
de un extraño y dulce perfume.
La luz que venía de todos lados
se llevó las sombras de la habitación.
Jesús estaba en pie ante mí
con los brazos bien abiertos.
Caí de rodillas,
me agarré a Él y lloré.
Entonces Él me levantó,
y al mirarlo a los ojos
vi que el amor irradiaba de Él
como la luz que viene de los cielos.
Mi culpa y mi confusión
se desvanecieron, ¡qué liberación!,
y todos los temores que había tenido
se fundieron en paz.
¡Está vivo! ¡Está vivo!
Está vivo, y yo he sido perdonado.
Las puertas del Cielo están abiertas de par en par.
¡Está vivo! ¡Está vivo!
Está vivo, y yo he sido perdonado.
Las puertas del Cielo están abiertas de par en par.
¡Está vivo! ¡Está vivo!
Está vivo, y yo he sido perdonado.
Las puertas del Cielo están abiertas de par en par.
¡Está vivo! ¡Está vivo! ¡Está vivo!
Letra y música: Don Francisco
Segunda lectura: La proclamación
Por el apóstol Pedro:
Ustedes conocen este mensaje que se difundió por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret: cómo lo ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y cómo anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. Lo mataron, colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y dispuso que se apareciera, no a todo el pueblo, sino a nosotros, testigos previamente escogidos por Dios, que comimos y bebimos con Él después de Su resurrección. Él nos mandó a predicar al pueblo y a dar solemne testimonio de que ha sido nombrado por Dios como juez de vivos y muertos. De Él dan testimonio todos los profetas, que todo el que cree en Él recibe, por medio de Su nombre, el perdón de los pecados (Hechos 10:37–43).
Pueblo de Israel, escuchen esto: Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes con milagros, señales y prodigios, los cuales realizó Dios entre ustedes por medio de Él, como bien lo saben. Este fue entregado según el determinado propósito y el previo conocimiento de Dios; y por medio de gente malvada, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz. Sin embargo, Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque era imposible que la muerte lo mantuviera bajo su dominio. […] A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, ha derramado esto que ustedes ahora ven y oyen (Hechos 2:22–24,32,33).
Por el apóstol Pablo:
Ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos han muerto. Luego se apareció a Jacobo, más tarde a todos los apóstoles, y por último, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí (1 Corintios 15:3–8).
Que nadie permanezca atrapado en el pecado,
en la mentira de la vergüenza interna.
Fijamos los ojos en la cruz
y corremos a Él, que demostró gran amor
y derramó Su sangre por nosotros.
Libremente la derramaste por nosotros.
Cristo ha resucitado,
pisoteando la muerte con Su muerte.
¡Despierta, despierta!
¡Ven y levántate de la tumba!
Cristo ha resucitado.
Somos de nuevo uno con Él.
¡Despierta, despierta!
¡Ven y levántate de la tumba!
Bajo el peso de todo nuestro pecado,
no te inclinas sino ante la voluntad del Cielo.
No hay ardid del infierno, ni corona de escarnecedor,
ni pesada carga que pueda doblegarte.
Con fuerza reinas.
Proclame por siempre Tu iglesia que…
Cristo ha resucitado,
pisoteando la muerte con Su muerte.
¡Despierta, despierta!
¡Ven y levántate de la tumba!
Cristo ha resucitado.
Somos de nuevo uno con Él.
¡Despierta, despierta!
¡Ven y levántate de la tumba!
Muerte, ¿dónde está tu aguijón?
Infierno, ¿dónde está tu victoria?
¡Iglesia, ven a la luz!
¡La gloria de Dios ha vencido a la noche!
Muerte, ¿dónde está tu aguijón?
Infierno, ¿dónde está tu victoria?
¡Iglesia, ven a la luz!
Nuestro Dios no está muerto. ¡Vive! ¡Vive!
Cristo ha resucitado,
pisoteando la muerte con Su muerte.
¡Despierta, despierta!
¡Ven y levántate de la tumba!
Cristo ha resucitado.
Somos de nuevo uno con Él.
¡Despierta, despierta!
¡Ven y levántate de la tumba!
Levántate de la tumba.
Letra y música: Matt Maher
Tercera lectura: El efecto
Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo (Romanos 10:9).
¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por Su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva y recibamos una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo para ustedes, a quienes el poder de Dios protege mediante la fe hasta que llegue la salvación que se ha de revelar en los últimos tiempos (1 Pedro 1:3–5).
Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con Él en las regiones celestiales, para mostrar en los tiempos venideros la incomparable riqueza de Su gracia, que por Su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús (Efesios 2:4–7).
Si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de Su Espíritu, que vive en ustedes (Romanos 8:11).
Él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado (2 Corintios 5:15).
Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros (Romanos 8:34).
Cristo, el Señor, ha resucitado hoy. ¡Aleluya!
Toda la creación a una dice: ¡Aleluya!
Alzad bien alto vuestras alegrías y triunfos. ¡Aleluya!
Cantad, oh Cielos, y responda la Tierra: ¡Aleluya!
Vive de nuevo nuestro glorioso Rey. ¡Aleluya!
¿Dónde está ahora, Muerte, tu aguijón? ¡Aleluya!
Muriendo una sola vez, a todos salva. ¡Aleluya!
¿Dónde está, Sepulcro, tu victoria? ¡Aleluya!
Consumada está la obra redentora del amor. ¡Aleluya!
Se ha librado la pelea, ganado la batalla. ¡Aleluya!
La muerte en vano le prohíbe resucitar. ¡Aleluya!
Cristo ha abierto el paraíso. ¡Aleluya!
Nos elevamos ahora adonde Cristo nos precede. ¡Aleluya!
Siguiendo a nuestro exaltado Caudillo. ¡Aleluya!
Hechos como Él, como Él nos levantamos. ¡Aleluya!
Nuestras son la cruz, la tumba y los cielos. ¡Aleluya!
Letra: Charles Wesley
Música: Himnario Lyra Davidica
Cuarta lectura: Instrucción
Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto. Cristo, a quien Dios escogió antes de la creación del mundo, se ha manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes. Por medio de Él ustedes creen en Dios, que lo resucitó y glorificó, de modo que su fe y su esperanza están puestas en Dios (1 Pedro 1:18–21).
Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes. Aún más, resultaríamos falsos testigos de Dios por haber testificado que Dios resucitó a Cristo, lo cual no habría sucedido, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria y todavía están en sus pecados. […] Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias de los que murieron. De hecho, ya que la muerte vino por medio de un hombre, también por medio de un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir (1 Corintios 15:14–17, 20–22).
Hermanos míos, ustedes murieron a la ley mediante el cuerpo crucificado de Cristo, a fin de pertenecer al que fue levantado de entre los muertos. De este modo daremos fruto para Dios (Romanos 7:4).
Sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros con Él y nos llevará junto con ustedes a Su presencia (2 Corintios 4:14).
Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, que es la vida de ustedes, se manifieste, entonces también ustedes serán manifestados con Él en gloria (Colosenses 3:1–4).
Este mensaje es digno de crédito: Si morimos con Él, también viviremos con Él; si resistimos, también reinaremos con Él (2 Timoteo 2:11,12).
(El video incluye dos canciones, Jesús salva y Ha resucitado.)
Escucha el palpitar del corazón del Cielo:
«Jesús salva, Jesús salva».
Y la misericordia, que calladamente musita:
«Jesús salva, Jesús salva».
Escucha cantar a la hueste de ángeles:
«Gloria al recién nacido Rey»,
y la resonante alegría, que repite:
«Jesús salva».
Mira cómo lo adoran los corazones más humildes.
Jesús salva, Jesús salva.
Los más sabios ante Él se inclinan.
Jesús salva, Jesús salva.
Mira cómo bulle de alabanzas el cielo
y derrite con su fuego la oscuridad.
Habrá luz para siempre.
Jesús salva.
Vivirá y conocerá nuestro dolor.
Jesús salva, Jesús salva.
Morirá llevando nuestra carga.
Jesús salva, Jesús salva.
«¡Consumado está! —gritará la cruz—,
Cristo ha pagado el costo de la redención»,
mientras el sepulcro vacío declara:
«Jesús salva».
La libertad llama.
Caen las cadenas.
Nace la esperanza,
resplandeciente y verdadera.
Rompe el día.
La noche tiembla.
Dios lo hace todo nuevo.
Jesús salva.
¡Cuánto a Cristo son deudores
—Jesús salva, Jesús salva—
los santos que a una voz exclaman:
«Jesús salva, Jesús salva»!
Alzándose muy veloces y fuertes,
elevando la melodía de la salvación,
los redimidos cantarán para siempre:
«Jesús salva».
Letra: Travis Cottell
Música: William Kirkpatrick
Ha resucitado
Escucha las campanas.
Cantan que puedes nacer de nuevo.
Escucha las campanas.
Cantan que Cristo ha resucitado.
El ángel que se sentó en la piedra del sepulcro
declaró: «Ha resucitado, tal como dijo.
Rápido, id a decir a Sus discípulos
que Jesucristo ya no está muerto».
Alégrese el mundo. Ha resucitado. Aleluya.
Ha resucitado. Aleluya.
Ha resucitado. Aleluya.
Escucha las campanas.
Cantan que puedes curarte ahora mismo.
Escucha las campanas.
Cantan: «Cristo lo revelará ahora».
Los ángeles todos nos rodean
y ministran con el poder de Jesús.
Rápido, extiende la mano para recibir,
pues esta podría ser tu hora de gloria.
Alégrese el mundo. Ha resucitado. Aleluya.
Ha resucitado. Aleluya.
Ha resucitado. Aleluya, aleluya.
El ángel que se sentó en la piedra del sepulcro
declaró: «Ha resucitado, tal como dijo.
Rápido, id a decir a Sus discípulos
que Jesucristo ya no está muerto».
Alégrese el mundo. Ha resucitado. Aleluya.
Ha resucitado. Aleluya.
Ha resucitado. Aleluya.
Aleluya.
Letra y música: Keith Green
Quinta lectura: Más allá
Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre glorioso, les dé el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que lo conozcan mejor. Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza Él los ha llamado, cuál es la riqueza de Su gloriosa herencia entre los santos, y cuán incomparable es la grandeza de Su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a Su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no solo en este mundo sino también en el venidero. Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia. Esta, que es Su cuerpo, es la plenitud de aquel que lo llena todo por completo (Efesios 1:17–23).
Vi a un ángel poderoso que proclamaba a gran voz:
—¿Quién es digno de romper los sellos y de abrir el rollo?
Pero ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra, hubo nadie capaz de abrirlo ni de examinar su contenido. Y lloraba yo mucho porque no se había encontrado a nadie que fuera digno de abrir el rollo ni de examinar su contenido. Uno de los ancianos me dijo:
—¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido! Él sí puede abrir el rollo y sus siete sellos.
Entonces vi, en medio de los cuatro seres vivientes y del trono y los ancianos, a un Cordero que estaba de pie y parecía haber sido sacrificado. […] Se acercó y recibió el rollo de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. […]
Y entonaban este nuevo cántico:
—Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con Tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra (Apocalipsis 5:2–10).
Luego miré, y oí la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos. El número de ellos era millares de millares y millones de millones. Cantaban con todas sus fuerzas:
—¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!
Y oí a cuanta criatura hay en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, a todos en la creación, que cantaban:
—¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos! (Apocalipsis 5:11–13).
Aleluya.
Aleluya.
Nuestro Dios poderoso es rey.
Aleluya.
Aleluya.
Nuestro Dios poderoso es rey.
Aleluya.
Aleluya.
Santo,
santo eres Tú, Dios, poderoso Rey.
Digno eres Tú,
Cordero de Dios.
Eres santo,
santo eres Tú, Dios, poderoso Rey.
Digno eres Tú,
Cordero de Dios.
Eres santo.
Letra y música: Michael Smith
Notas
Artículo publicado anteriormente en marzo de 2016.
Todos los versículos de la Biblia proceden de Nueva Versión Internacional (NVI), © Biblica Inc., 1999.