Mujeres piadosas: En Hechos y en las Epístolas
mayo 24, 2016
Enviado por Peter Amsterdam
Mujeres piadosas: En Hechos y en las Epístolas
[Women of Faith: In Acts and the Epistles]
(Este texto forma parte de una serie de cuatro artículos que examinan el papel de la mujer en el Nuevo Testamento, a fin de arrojar luz sobre su significativa participación en los orígenes del cristianismo y su importante rol en la iglesia de hoy en día.)
Con Su modo de relacionarse con las mujeres durante Su vida pública, Jesús rompió el molde judío tradicional que había para ellas en el siglo I. Después de Su resurrección, Sus primeros seguidores continuaron aplicando el principio de que los hombres y las mujeres son igualmente capaces de ser discípulos y de participar en la difusión del Evangelio.
Esa igualdad se confirmó el día de Pentecostés. Justo antes de Su ascensión, Jesús mandó a los discípulos que se quedaran en Jerusalén y explicó: «Esperad la promesa del Padre, la cual oísteis de Mí, porque Juan ciertamente bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días»[1]. «Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra»[2].
Dice que mientras esperaban en Jerusalén, los creyentes —tanto hombres como mujeres, incluida María, la madre de Jesús, y Sus hermanos— estaban continuamente reuniéndose y consagrándose a la oración. Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban también todos juntos.
De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablaran[3].
Cuando el apóstol Pedro se puso a predicar a la muchedumbre que se había congregado, explicó lo sucedido citando un pasaje del libro de Joel:
«En los postreros días —dice Dios—, derramaré de Mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre Mis siervos y sobre Mis siervas, en aquellos días derramaré de Mi Espíritu, y profetizarán»[4].
Cuando se derramó el Espíritu Santo, había mujeres presentes; y Pedro, citando un pasaje del libro de Joel, recalcó que ellas habían recibido, al igual que los hombres, el Espíritu Santo y el poder para anunciar el evangelio.
El libro de los Hechos narra que, cuando se desató persecución, Saulo (que más adelante se convirtió en el apóstol Pablo) perseguía tanto a hombres como a mujeres.
Saulo […] asolaba la iglesia; entrando casa por casa, arrastraba a hombres y mujeres y los enviaba a la cárcel[5]. Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al Sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallaba algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajera presos a Jerusalén[6].
Los autores del libro Women in the Church[7] citan a Ben Worthington:
Para los lectores de Lucas, esto debía de implicar que las mujeres eran tan numerosas o importantes para la causa del Camino que Saulo no creía que podía detener el movimiento sin llevarse presas a las mujeres, no solo a los hombres[8].
En Hechos se habla de profetisas. Las hijas de Felipe profetizaban[9]. Pablo se refirió a las mujeres de un modo que sugiere que era bastante normal que una mujer profetizara en público:
Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, deshonra su cabeza[10].
Pablo también escribió acerca de los profetas de una manera que da a entender que estos, al igual que los que desempeñaban otras funciones, tenían un cargo oficial[11]. Eso indica hasta cierto punto que las mujeres tenían puestos directivos en la iglesia primitiva.
También consta que eran maestras en la iglesia. En Hechos 18 se habla de un judío llamado Apolos, elocuente orador que conocía bien las escrituras judías. Había sido instruido en el camino del Señor. Sin embargo, no sabía todo lo que había que saber. Cuando Priscila (también conocida como Prisca) y Aquila lo oyeron predicar valientemente en la sinagoga, lo llamaron aparte y le expusieron con aún mayor exactitud el camino de Dios[12]. Este es un caso en el que Priscila participó en el proceso de instruir a un hombre en la fe. En esta ocasión, así como en otros pasajes del Nuevo Testamento, el nombre de Priscila aparece delante del de su esposo, Aquila. En aquel tiempo era bastante infrecuente que se nombrara a la esposa antes que al marido. Grenz y Kjesbo escriben:
El hecho de que diga «Priscila y Aquila» da a entender que ella era probablemente la principal instructora. Tampoco se debe minimizar la profundidad de lo que enseñaban. Teniendo en cuenta que Apolos era «poderoso en las Escrituras», las explicaciones de Priscila y Aquila cuando le expusieron «con más exactitud el camino de Dios» debieron de ser bastante competentes para que él las aceptara[13].
Pablo se refirió a Priscila (Prisca) y Aquila como «mis colaboradores en Cristo Jesús, que expusieron su vida por mí, a los cuales no solo yo doy las gracias, sino también todas las iglesias de los gentiles. Saludad también a la iglesia que se reúne en su casa»[14]. Aquí Pablo llama a una mujer colaboradora, su expresión favorita para referirse a los que lo ayudaban en su ministerio. También llamó colaboradores a Timoteo[15] y a Tito[16], que claramente participaron en la dirección de la iglesia. Otras mujeres a las que Pablo llama colaboradoras son Evodia y Síntique, de las que dice que «han luchado a mi lado en la obra del evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida»[17].
En el capítulo 16 de Romanos, Pablo saluda a 27 personas y menciona detalles específicos de unas cuantas, incluidas seis mujeres. A Priscila la llama colaboradora; de María y de Pérsida dice que han «trabajado mucho»[18], y de Trifena y Trifosa que «trabajan arduamente en el Señor»[19]. (Más abajo hablaremos de Febe y de Junia, las otras dos que aparecen en la lista.) En este capítulo se observa que Pablo elogia a estas mujeres que participaban en el ministerio con las mismas palabras con que elogia a los hombres, lo cual muestra que consideraba a estos y a aquellas como iguales en la obra de Dios.
Hay otras indicaciones de que en la iglesia primitiva las mujeres ejercían funciones directivas. Algunas eran benefactoras y ofrecían su casa como lugar de culto. Eso es algo que hicieron María, la madre de Juan Marcos[20], Lidia[21] y Priscila (juntamente con Aquila)[22]. A Febe se la llama diakonos, que en griego significa diaconisa, y algunos estudiosos consideran que eso significa que ostentaba un título oficial en la iglesia de Cencrea y que participaba en el servicio de la misma. Otros lo interpretan en el sentido de que era una benefactora de la iglesia. Sea como sea, Pablo claramente la honró y la consideró suficientemente importante como para decir a los creyentes de Roma: «Recibidla en el Señor, como es digno de los santos, y ayudadla en cualquier cosa en que necesite de vosotros, porque ella ha ayudado a muchos y a mí mismo»[23].
En Romanos 16:7 Pablo escribe:
Saludad a Andrónico y Junia, mis parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que llegaron a Cristo antes que yo[24].
Entre los eruditos ha habido disparidad de opiniones con relación a este versículo y su significado. Junia fue considerado nombre de mujer hasta el siglo XIII, cuando en algunos manuscritos se cambió por Junias, que indicaría que se trataba de alguien de sexo masculino. La expresión «ilustres entre los apóstoles» puede traducirse de dos maneras: «bien conocidos entre los apóstoles» o «destacados como apóstoles». Hoy en día la mayoría de los estudiosos considera que Junia fue una mujer, y que la mejor traducción sería «destacados como apóstoles», lo cual significaría que Junia era llamada apóstol. No es que fuera una de los doce apóstoles; pero como Andrónico y Junia se volvieron creyentes antes que Pablo, es posible que estuvieran entre los 500 hermanos a los que Jesús se apareció antes de Su ascensión[25]. Por el uso que hace Pablo de la palabra se puede entender que tenían un título oficial, algo así como Bernabé, que fue llamado apóstol porque se le había encargado que actuara en representación de la iglesia local y había sido confirmado por el Espíritu Santo[26]. En fin, que es muy posible que Junia fuera conocida como apóstol.
Un pasaje clave en los escritos de Pablo que muestra la igualdad de la mujer y el hombre es Gálatas 3:26–29:
Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa.
Pablo deja bien claro que las distinciones entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, han quedado eliminadas entre los creyentes. Todo el que se ha revestido o cubierto de Cristo es considerado igual. Tal como explican Grenz y Kjesbo, «el ropaje que todos los creyentes tienen en común les confiere una uniformidad que es mayor que cualquier distinción humana»[27]. Esa uniformidad se reconoce en la distribución de los dones del Espíritu:
Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de actividades, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para el bien de todos. […] Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere[28].
Puesto que todos los creyentes —ya sean judíos o gentiles, esclavos o libres, hombres o mujeres— reciben los dones del Espíritu, todos están en la misma categoría espiritual.
Pablo argumenta que, a consecuencia de la reconciliación con Dios por medio de Cristo, la antigua manera de relacionarse como judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, ha quedado superada. Esa nueva perspectiva conduce a la unidad de todos los creyentes. Grenz y Kjesbo escriben:
Según Pablo, entonces, toda persona debe glorificar a Dios en el contexto —y a través del vehículo— de su ascendencia étnica, su condición social y su sexo. Esas distinciones humanas no quedan obliteradas en Cristo, sino que, como carecen de importancia en lo referente a la posición de una persona coram Deo [frente a Dios], dejan de constituir la base de las diferencias funcionales dentro de la comunidad de Cristo[29].
Más sucintamente:
Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús[30].
En resumen, el modo en que Jesús se relacionó con las mujeres y el hecho de que las aceptara como discípulas y las presentara en Sus enseñanzas como buenos ejemplos y fieles testigos preparó el terreno para que ellas participaran en pie de igualdad con los hombres en el ministerio de la iglesia primitiva. Eso representó un cambio radical en el siglo I. Luego en el libro de los Hechos consta que las mujeres recibieron el Espíritu Santo tanto como los hombres y que fueron profetisas y maestras. El apóstol Pablo las tuvo por colaboradoras y diaconisas, y a Junia la consideró una apóstol. Claramente reconoció y apoyó el ministerio de las mujeres como líderes cristianas.
En otras partes de los escritos de Pablo hay pasajes que parecen restringir a las mujeres. Los estudiaremos en el siguiente artículo.
(Continuará.)
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Hechos 1:4,5.
[2] Hechos 1:8.
[3] Hechos 2:2–4.
[4] Hechos 2:17,18.
[5] Hechos 8:3.
[6] Hechos 9:1,2.
[7] Stanley J. Grenz y Denise Muir Kjesbo, Women in the Church (Downers Grove: IVP Academic, 1995).
[8] Grenz y Kjesbo, Women in the Church, 80.
[9] Hechos 21:8,9.
[10] 1 Corintios 11:4,5.
[11] A unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas (1 Corintios 12:28).
El que descendió es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo (Efesios 4:10–12).
[12] Hechos 18:24–26.
[13] Grenz y Kjesbo, Women in the Church, 82.
[14] Romanos 16:3–5.
[15] Romanos 16:21; 1 Tesalonicenses 3:2.
[16] 2 Corintios 8:23.
[17] Filipenses 4:3 (NVI).
[18] Romanos 16:6,12.
[19] Romanos 16:12.
[20] Hechos 12:12.
[21] Hechos 16:14,15.
[22] 1 Corintios 16:19.
[23] Romanos 16:2.
[24] Romanos 16:7 (BJ).
[25] Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún y otros ya han muerto (1 Corintios 15:6).
[26] Hechos 13:2; 14:14.
[27] Grenz y Kjesbo, Women in the Church, 100.
[28] 1 Corintios 12:4–7,11.
[29] Grenz y Kjesbo, Women in the Church, 106.
[30] Gálatas 3:28.