Mujeres piadosas: En los Evangelios, 2ª parte
mayo 17, 2016
Enviado por Peter Amsterdam
Mujeres piadosas: En los Evangelios, 2ª parte
[Women of Faith: In the Gospels, Part 2]
(Este texto forma parte de una serie de cuatro artículos que examinan el papel de la mujer en el Nuevo Testamento, a fin de arrojar luz sobre su significativa participación en los orígenes del cristianismo y su importante rol en la iglesia de hoy en día.)
En el artículo anterior vimos varias curaciones de mujeres que realizó Jesús; Su conversación con una samaritana que se convirtió en testigo, y Su relación con dos hermanas, una de las cuales se sentó a Sus pies como discípula, mientras que la otra lo reconoció como Mesías e Hijo de Dios. A continuación vamos a estudiar otros pasajes que muestran la actitud de Jesús —y por consiguiente de Su Padre— con respecto a las mujeres.
Para comenzar está el hecho de que en Sus enseñanzas presentó frecuentemente como buenos ejemplos a las mujeres. También leeremos descripciones de las mujeres que viajaban con Él como discípulas y que estuvieron presentes en Su crucifixión, y de las que fueron las primeras testigos de Su resurrección. Con todo eso veremos que las mujeres desempeñaron un papel bien significativo en Su ministerio.
En muchas de las enseñanzas de Jesús, incluidas las parábolas, hay protagonistas de sexo femenino a las que se presenta como buenos ejemplos de personas que responden a Dios con fe. En la parábola del juez injusto puso la persistencia de la viuda como ejemplo de oración y fe aun cuando no parece que se esté obteniendo una respuesta. Es interesante que pusiera ese ejemplo, tal como explica Ben Witherington:
El aspecto de la conducta de esta mujer en el que Jesús se centra (su perseverancia o persistencia) es una característica que en una sociedad patriarcal se solía considerar un atributo negativo en una mujer[1].
Jesús dijo a Sus discípulos que su persistencia en sus súplicas a Dios mientras esperaban Su regreso sería recompensada con justicia, ya que Dios oiría sus oraciones, e ilustró Su mensaje con el ejemplo de una mujer perseverante.
La parábola de la moneda perdida[2], en la que una mujer pierde en su casa una de sus diez monedas y la busca diligentemente hasta encontrarla, es análoga o equivalente a la de la oveja perdida, en que el pastor deja a las noventa y nueve para buscar a la que falta[3]. En esas dos parábolas, tanto la conducta del hombre como la de la mujer representan el modo de actuar de Dios, que busca a los perdidos. Jesús consideró que el comportamiento de los personajes en un relato y en el otro constituía una analogía igualmente buena de cómo busca Dios a los perdidos, y al poner a una mujer como ejemplo transmitió el mensaje en términos con los que ellas se pudieran identificar[4].
En Mateo 13 hay analogías que muestran que tanto la función del hombre como la de la mujer se prestan igualmente para ejemplificar el reino de Dios. En la parábola de la semilla de mostaza, un hombre siembra granos de mostaza, los cuales, a pesar de ser muy pequeños, producen plantas que llegan a ser grandes[5]. Inmediatamente después encontramos una parábola gemela, la de la levadura, en la que una mujer pone un poco de levadura en tres medidas de harina y así la hace crecer[6]. De nuevo, Jesús presenta dos ilustraciones para comunicar el mismo mensaje: una dirigida a los hombres y otra a las mujeres. Una vez más compara la función de un sexo y la del otro con la labor de difundir el evangelio, y presenta ambas funciones como igual de valiosas.
En la parábola de las vírgenes prudentes y las insensatas[7] (también conocida como la de las diez muchachas), Jesús elogia a unas mujeres (las prudentes) y censura a otras (las insensatas). Inmediatamente después viene la parábola de los talentos, en la que unos hombres son recompensados y otros censurados. En la de los talentos, el criterio de juicio es el trabajo de los hombres; en la de las vírgenes prudentes y las insensatas, es lo que se hace o se deja de hacer durante el período de espera. Aunque todas las mujeres se quedan dormidas mientras aguardan la llegada del novio, al oír el grito de: «¡Aquí viene el novio, salid a recibirlo!»[8], las cinco prudentes —que han tomado consigo vasijas de aceite— entran a la fiesta de bodas; en cambio, a las que no han sido precavidas y tienen que ir a comprar más aceite se les niega la entrada. Jesús pone a las mujeres prudentes como buenos ejemplos y a las insensatas como malos ejemplos. Se juzga de manera similar al hombre que no invirtió su talento. Jesús trató el tema del juicio mediante ejemplos equivalentes, uno con personajes masculinos y otro con personajes femeninos.
Aparte de resucitar al hijo de la viuda de Naín, como vimos en el artículo anterior, la continua preocupación de Jesús por las viudas se advierte cuando saca a la luz los pecados de los escribas, que según Él «devoran las casas de las viudas»[9]. Witherington explica de la siguiente manera esa expresión:
«Devorar una casa» es una expresión técnica que aparece en fuentes griegas extrabíblicas para referirse al acto de estafar a alguien y apoderarse de sus fondos o propiedades. ¿Cómo hacían eso los escribas? La sugerencia más común es que se aprovechaban de la amabilidad y hospitalidad de las viudas pudientes más allá de lo razonable. Una explicación más plausible es que esos escribas, como parte de su profesión, administraban legalmente los bienes de viudas adineradas y se cobraban más honorarios de los que les correspondían. […] Se confronta la naturaleza confiada de las viudas con las prácticas engañosas y codiciosas de los escribas. Jesús interviene como firme defensor de las viudas oprimidas o abusadas[10].
Un día, sentado en el templo de Jerusalén, Jesús estuvo observando a la gente que ponía dinero en la caja de las ofrendas. Vio a muchos ricos que echaban grandes sumas. Se acercó también una viuda que depositó dos moneditas de cobre. Jesús llamó expresamente a Sus discípulos y les comentó lo que había hecho la mujer:
De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca[11].
Se entiende que quería ponerla como ejemplo de sacrificio. Es posible que también quisiera hacer hincapié en la relación entre los bienes materiales y el discipulado, como hizo asimismo en otras ocasiones, como cuando le dijo al joven rico que si quería seguirlo vendiera sus posesiones y entregara el dinero a los pobres[12], cuando mandó a Sus discípulos que no se hicieran tesoros en la Tierra[13] y cuando declaró que los que no renuncian a lo que tienen no pueden ser discípulos[14].
Los cuatro Evangelios mencionan a un grupo de mujeres que siguieron a Jesús en Galilea y hasta Jerusalén y presenciaron Su crucifixión.
Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios. Lo acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, Susana y otras muchas que ayudaban con sus bienes[15].
El Evangelio de Marcos habla de las mujeres que presenciaron la crucifixión y dice de ellas: «Cuando Él estaba en Galilea, lo seguían y le servían»[16]. La palabra griega akoloutheō, traducida aquí y otras 75 veces en los Evangelios como «seguir», significa comúnmente «seguir como discípulo».
Era inaudito que una mujer judía dejara su casa y viajara con un rabino (maestro). El que hubiera mujeres —unas respetables, otras no tanto— que viajaban con Jesús y Sus discípulos de sexo masculino era escandaloso, como muchas cosas que Jesús decía y hacía. El caso es que, fuera o no escandaloso, esas mujeres lo seguían como discípulas.
Como acabamos de ver, cuando se menciona por nombre a las seguidoras de Jesús, la primera de la lista suele ser María Magdalena[17]. Por consiguiente, parece que fue una figura destacada entre las mujeres que siguieron y sirvieron a Jesús desde el inicio de Su ministerio en Galilea hasta Su muerte y aun después[18]. Juana era una mujer acomodada e importante, ya que estaba casada con el intendente de Herodes. De Susana no se sabe nada. El hecho de que Lucas solo enumere a tres mujeres se interpreta como que esas eran las tres discípulas más destacadas, no las únicas que viajaban con Jesús[19].
Cabe señalar que no fueron los doce apóstoles quienes presenciaron la muerte de Jesús (por lo visto solo había uno en el lugar), sino Sus amigas y discípulas. Los cuatro Evangelios dan testimonio de que las mujeres estuvieron presentes:
También había algunas mujeres mirando de lejos, entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé, quienes, cuando Él estaba en Galilea, lo seguían y le servían; y otras muchas que habían subido con Él a Jerusalén[20].
El Evangelio de Juan es el único que menciona la presencia de un hombre, y lo hace en relación con una mujer. «Cuando vio Jesús a Su madre y al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: “Mujer, he ahí tu hijo”»[21].
En el Evangelio de Marcos, el discipulado de las mujeres que presenciaron la crucifixión se pone de manifiesto por tres hechos: ya lo seguían cuando estaba en Galilea, lo que indica que fueron discípulas durante la mayor parte de Su vida pública; lo servían; y al presenciar Su crucifixión y luego ir al sepulcro, fueron testigos de los sucesos más trascendentales de la vida de Jesús: Su muerte y después Su resurrección. Al mostrar que eran discípulas, Marcos indica que fueron testigos confiables de la muerte y resurrección de Jesús.
Los cuatro Evangelios señalan que fueron algunas discípulas de Jesús las primeras en visitar el sepulcro vacío y las primeras a las que se les dijo que Él había resucitado. María Magdalena y otra María vieron en qué tumba lo pusieron[22]. Después del sábado, el primer día de la semana, volvieron al sepulcro con especias para ungir Su cuerpo[23]. Se encontraron con que la piedra estaba rodada, el cuerpo de Jesús había desaparecido, y un ángel les dijo que había resucitado[24].
En tres de los cuatro Evangelios, cuando se narra la resurrección de Jesús, Él se aparece primero a mujeres.
Ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a Sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, Jesús les salió al encuentro, diciendo: «¡Salve!» Y ellas, acercándose, abrazaron Sus pies y lo adoraron[25]. Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena, de quien había echado siete demonios[26]. [María Magdalena] se volvió y vio a Jesús que estaba allí; pero no sabía que era Jesús. […] Jesús le dijo: «¡María!» Volviéndose ella, le dijo: «¡Raboni!», que significa: «Maestro»[27].
Todos los primeros discípulos fueron testigos de la resurrección de Jesús porque lo vieron vivo después de Su crucifixión; pero las primeras personas que lo vieron fueron mujeres. El hecho de que los evangelistas digan que las primeras personas en descubrir el sepulcro vacío fueron mujeres se suele presentar como un argumento significativo en favor de la veracidad de los Evangelios. Como en el siglo I las mujeres, por lo general, no eran consideradas testigos confiables, los evangelistas no habrían llamado la atención sobre el hecho de que los testigos fueron mujeres a menos que su testimonio fuera veraz.
A lo largo de los Evangelios se observa que Jesús echó por tierra la idea de que el papel de la mujer se limitaba al hogar y que indicó que ella también podía desempeñar una función en la vida pública y religiosa. En los Evangelios consta que Él conversó con mujeres, que en Sus enseñanzas las presentó como buenos ejemplos, que ellas proclamaron Su mensaje, que entendieron correctamente quién era y que dieron testimonio de Su muerte y resurrección. Todo eso sirve de fundamento al postulado de que a los ojos de Dios, en Su reino, en cuanto a lo espiritual, la mujer tiene la misma valía y categoría que el hombre. Por medio de Jesús, el antiguo orden religioso patriarcal estaba comenzando a quedar desplazado, sustituido por el nuevo concepto, propio del reino, sobre el valor y la igualdad de la mujer.
Los primeros seguidores de Jesús entendieron ese concepto y lo promovieron y aplicaron en la iglesia primitiva. A partir del día de Pentecostés, las mujeres desempeñaron importantes funciones en la iglesia, tal como se aprecia en el libro de los Hechos y en las Epístolas, tema que abordaremos en el siguiente artículo.
Nota
Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Ben Witherington III, Women in the Ministry of Jesus (Cambridge: Cambridge University Press, 1983), 37.
[2] Lucas 15:8–10.
[3] Lucas 15:4–7.
[4] Witherington, Women in the Ministry of Jesus, 39.
[5] Mateo 13:31,32.
[6] Mateo 13:33.
[7] Mateo 25:1–13.
[8] Mateo 25:6.
[9] Marcos 12:40.
[10] Witherington, Women in the Ministry of Jesus, 17.
[11] Marcos 12:43.
[12] Mateo 19:21–23.
[13] Mateo 6:19–21.
[14] Lucas 14:33.
[15] Lucas 8:1–3.
[16] Marcos 15:41.
[17] Mateo 27:56,61; 28:1; Marcos 15:40,47, 16:1; Lucas 24:10.
[18] J. D. Barry et al., eds., Lexham Bible Dictionary (Bellingham: Lexham Press, 2015).
[19] Witherington, Women in the Ministry of Jesus, 118.
[20] Marcos 15:40,41. V. también Mateo 27:55,56; Lucas 23:49; Juan 19:25.
[21] Juan 19:26.
[22] Marcos 15:47.
[23] Marcos 16:1.
[24] Lucas 24:1–9; Marcos 16:4–7.
[25] Mateo 28:8,9.
[26] Marcos 16:9.
[27] Juan 20:14,16.