Lo esencial: Naturaleza y personalidad de Dios

noviembre 22, 2011

Enviado por Peter Amsterdam

Paciencia, misericordia y gracia (2ª parte)

La misericordia divina se puede entender como el amor y la bondad que Dios manifiesta a los desdichados y afligidos, a los que padecen necesidad, por más que no la merezcan. Debido a nuestra condición de pecadores, sujetos a las consecuencias del pecado, los seres humanos nos encontramos en una lamentable situación y precisamos la ayuda de Dios. Él se compadece de los necesitados. Es compasivo y nos demuestra misericordia.

Qué es la misericordia divina

El teólogo James Leo Garrett escribió:

Los términos que se usan en la Biblia para referirse a la misericordia o compasión divina expresan la calidez y emoción de la propia naturaleza de Dios al perdonar, sanar y restituir a los seres humanos sujetos al pecado[1].

Louis Berkhof describió con las siguientes palabras la misericordia divina: «La bondad o amor que Dios demuestra a los desdichados o afligidos independientemente de lo que se merezcan»[2].

La palabra de uso más común en el Antiguo Testamento para expresar el concepto de misericordia fue checed, que se tradujo como misericordia, favor, amor permanente. Algunas traducciones modernas emplean expresiones como inagotable amor o grande en amor. Otra palabra veterotestamentaria que expresa misericordia y compasión es racham, que significa tener misericordia, ser compasivo, profesar tierno afecto, apiadarse. Se empleaba para denotar la compasión y misericordia divinas.

En el Nuevo Testamento, la palabra griega empleada con mayor incidencia es eleos. Se la define así: bondad o buena voluntad para con los desdichados y afligidos, junto con el deseo de ayudarlos; de Dios para con los hombres: en general, providencia; la misericordia y clemencia de Dios, que proporciona y ofrece a los hombres salvación por Cristo[3]. Esta palabra expresa la misericordia de Dios —por la cual envió salvación a la humanidad—, así como Su piedad y compasión, es decir, el que se apiade y sienta pena del sufrimiento ajeno.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la misericordia, la piedad y la compasión se aplican con frecuencia a situaciones en que la gente padece angustia, sufrimiento o necesidad.

David dijo a Gad: «Estoy en gran angustia. Pero es preferible caer ahora en manos del Señor, porque Sus misericordias son muchas»[4].

Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso; salvará la vida de los pobres[5].

Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero, sé limpio»[6].

Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, que era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad. Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: «Joven, a ti te digo, levántate». Entonces se incorporó el que había muerto y comenzó a hablar. Y [Jesús] lo dio a su madre[7].

Al ver las multitudes tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor[8].

Jesús se compadeció de ellos y les tocó los ojos. Al instante recobraron la vista y lo siguieron[9].

Aspectos de la misericordia divina

La misericordia de Dios es abundante y permanece para siempre:

Tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan[10].

Grande es hasta los cielos Tu misericordia y hasta las nubes Tu verdad[11].

Aclamad al Señor, porque Él es bueno; porque Su misericordia es eterna[12].

Cantaban, alabando y dando gracias al Señor, y decían: «Porque Él es bueno, porque para siempre es Su misericordia sobre Israel»[13].

Dios es misericordioso con los que lo aman:

Conoce, pues, que el Señor, tu Dios, es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan Sus mandamientos, hasta por mil generaciones[14].

Su misericordia es de generación en generación a los que le temen[15].

También lo es con los que no lo aman:

Bueno es el Señor para con todos, y Sus misericordias sobre todas Sus obras[16].

Amad, pues, a vuestros enemigos, haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es benigno para con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso[17].

Aun cuando nos hemos rebelado contra Ti, Tú, Señor nuestro, eres un Dios compasivo y perdonador[18].

La misericordia de Dios manifestada en la encarnación

La encarnación es el ejemplo más elocuente de la misericordia que Dios ha dispensado a la humanidad. El que Jesús se hiciera hombre para morir por nuestros pecados y sufrir Él mismo el castigo que legítimamente nos merecíamos es la mayor manifestación del amor y misericordia divinos. Movido por ese amor y misericordia, optó por hacer ese sacrificio a fin de reconciliarnos consigo mismo.

En sus disertaciones sobre los atributos de Dios, J. I. Packer afirmó:

La salvación a través de la cruz resolvió un problema insoluble para el hombre. En ello se manifestó la sabiduría divina. ¿Cómo puede una persona de por sí impía y pecadora estar bien con Dios? Naturalmente la respuesta es por medio de la expiación sustitutoria. El hombre, sin embargo, jamás habría soñado que algo así era posible. Dios lo dispuso, Dios lo reveló, Dios lo efectuó; alabado sea Dios por ello. Cristo es la sabiduría de Dios, sabiduría que apareció de manera suprema por esa vía de salvación[19].

Dios, por Su amor y misericordia, dispuso un medio por el cual nosotros, que somos pecadores, podemos redimirnos. Su santidad y Su justicia, a la par que Su gracia y Su misericordia ―todos ellos atributos que forman parte de Su naturaleza y personalidad, de Su esencia―, obran conjuntamente por Su divino amor para plasmar lo que para el hombre es imposible: expiar nuestros pecados, suprimir la separación que existe entre nosotros y Dios como consecuencia del pecado, de modo que podamos vivir eternamente con Él.

Él les dio vida a ustedes, que estaban muertos a causa de sus delitos y pecados, en los cuales anduvieron en otro tiempo según la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos también todos nosotros en otro tiempo vivíamos en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de la mente, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos a causa de nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia ustedes han sido salvados), y con Él nos resucitó y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús, a fin de poder mostrar en los siglos venideros las sobreabundantes riquezas de Su gracia por Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios[20].

El filósofo y teólogo Rufus Jones ofreció esta fina explicación sobre el pecado y el sacrificio expiatorio de Cristo por nuestros pecados:

Los dos aspectos fundamentales del pecado son entonces (1) su efecto moral interior en el alma, su poder esclavizante sobre el pecador, y (2) su tendencia a crear un abismo entre Dios y el hombre, para hacer parecer iracundo a Dios. ¿Qué hace Cristo frente a esa situación humana?¿Cuál es el alma del Evangelio? En primera medida […], Él da a conocer a Dios como un Padre cuya naturaleza inherente es amor, ternura y perdón. En lugar de una rigurosa justicia soberana, nos presenta un infinito Amante. Cuando Juan dijo: «Dios es amor», no hizo otra cosa que expresar lo que Jesucristo enseñó con cada una de Sus acciones y exhibió eminentemente sobre la cruz. Renunciar a esta verdad y partir de la suposición de que es preciso apaciguar a Dios, ganarse Su amistad y cambiar Su actitud, es renunciar al alma del Evangelio […]. El que vino a revelarnos al Padre inequívocamente nos lo ha presentado lleno de amor, amor no solo por el santo, por el hijo legítimo, sino también por el pecador, el hijo en potencia. Una de dos: o Dios es amor, o debemos concluir que Cristo no lo reveló tal como es[21].

Dios, que es santo, recto y justo, amén de paciente, misericordioso y clemente, no quiere que nadie perezca en el pecado, que nadie tenga que cumplir la paga del pecado, que es la muerte.

El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento[22].

¿Acaso creen que me complace la muerte del malvado? ¿No quiero más bien que abandone su mala conducta y que viva? Yo, el Señor, lo afirmo. […] Yo no quiero la muerte de nadie. ¡Conviértanse, y vivirán! Lo afirma el Señor omnipotente[23].

Diles: «Tan cierto como que Yo vivo —afirma el Señor omnipotente—, que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva. ¡Conviértete, pueblo de Israel; conviértete de tu conducta perversa! ¿Por qué habrás de morir?»[24]

La paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro[25].

Para concluir, reproduzco las siguientes frases del teólogo Karl Barth, que expresan espléndidamente que el amor, la misericordia y la gracia de Dios emanan de Su naturaleza y de Su ser.

La misericordia de Dios reside en Su disposición para simpatizar con la angustia de otro ser, disposición que surge de Su más íntima naturaleza y se trasluce en todo Su ser y todo Su hacer[26].

El amor y la gracia divinos no son relaciones estrictamente matemáticas o mecánicas; tienen su verdadero asiento y origen en el movimiento del corazón de Dios[27].

No hay ser divino más sublime que el Dios clemente y misericordioso; no hay santidad divina más sublime que la que Él manifiesta al mostrarse misericordioso y perdonar pecados. En esa acción Él mismo ―ni más ni menos― interviene por nosotros. Por Su buena voluntad adopta nuestra causa y asume nuestra responsabilidad a pesar de nuestra mala voluntad. En esa acción Él se manifiesta en toda la majestad de Su ser. Cuando pecamos contra el propio Dios, Él mismo toma medidas para reconciliarnos apiadándose de nosotros. Si encontramos, reconocemos y recibimos Su gracia, encontramos, reconocemos y recibimos nada más y nada menos que a Él mismo. Tiene entonces lugar por obra de la gracia la única acción que resulta eficaz contra el pecado[28].

No queriendo que ninguno perezca, Dios nos abrió una vía de salvación por medio de Jesús, de manera que mediante la fe en Él nos libramos de morir, de ser castigados por nuestros pecados, de quedar separados de Dios. Ese es el preciado don de nuestro Dios paciente, compasivo y misericordioso.


Notas

A menos que se indique otra cosa, los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso. También se citan versículos de la Nueva Versión Internacional (NVI) y de la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy (NBLH).


Bibliografía

Barth, Karl: The Doctrine of the Word of God, Vol.1 Part 2, Hendrickson Publishers, Peabody, 2010.

Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.

Cottrell, Jack: What the Bible Says About God the Creator, Wipf and Stock Publishers, Eugene, 1996.

Craig, William Lane: The Doctrine of God, charla de la serie Defenders.

Garrett, Jr., James Leo: Teología sistemática, bíblica, histórica, evangélica, tomo I, Mundo Hispano, 2007.

Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007.

Lewis, Gordon R., y Demarest, Bruce A.: Integrative Theology, Zondervan, Grand Rapids, 1996.

Milne, Bruce: Conocerán la verdad, un manual para la fe cristiana, Ediciones Puma, 2009.

Mueller, John Theodore: Christian Dogmatics, A Handbook of Doctrinal Theology for Pastors, Teachers, and Laymen, Concordia Publishing House, St. Louis, 1934.

Ott, Ludwig: Fundamentals of Catholic Dogma, Tan Books and Publishers, Inc., Rockford, 1960.

Packer, J. I.: The Attributes of God 1 and 2. Serie de charlas.

Williams, J. Rodman: Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective, Zondervan, Grand Rapids, 1996.


[1] Garrett, Jr., James Leo: Teología sistemática, bíblica, histórica, evangélica, tomo I, Mundo Hispano, 2007.

[2] Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.

[3] Lexicon/Concordance, BlueletterBible.org.

[4] 2 Samuel 24:14.

[5] Salmo 72:13.

[6] Marcos 1:41.

[7] Lucas 7:12–15.

[8] Mateo 9:36.

[9] Mateo 20:34 (NVI).

[10] Salmo 86:5.

[11] Salmo 57:10.

[12] 1 Crónicas 16:34.

[13] Esdras 3:11.

[14] Deuteronomio 7:9.

[15] Lucas 1:50.

[16] Salmo 145:9.

[17] Lucas 6:35,36.

[18] Daniel 9:9 (NVI).

[19] Packer, J. I.: The Attributes of God 1 and 2, charla 12, «God´s Praiseworthiness».

[20] Efesios 2:1–8 (NBLH)

[21] Jones, Rufus M.: The Double Search—Studies in Atonement and Prayer, Philadelphia, The John C. Winston Company, 1906, p. 73.

[22] 2 Pedro 3:9.

[23] Ezequiel 18:23,32 (NVI).

[24] Ezequiel 33:11 (NVI).

[25] Romanos 6:23.

[26] Barth, Karl: The Doctrine of the Word of God, Vol.1, Part 2, Hendrickson Publishers, Peabody, 2010, p. 369.

[27] Barth, Karl: The Doctrine of the Word of God, Vol.1, Part 2, Hendrickson Publishers, Peabody, 2010, p. 370.

[28] Barth, Karl: The Doctrine of the Word of God, Vol.1, Part 2, Hendrickson Publishers, Peabody, 2010, p. 350.

Traducción: Gabriel García V.
Revisión: Felipe Mathews y Jorge Solá