Parábolas de Jesús: Los dos constructores, Mateo 7:24–27

junio 28, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

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[The Stories Jesus Told: The Two Builders, Matthew 7:24–27]

Como parte del Sermón del Monte, Jesús cuenta a Sus discípulos una parábola cuyo propósito es mostrar claramente la importancia de aplicar lo que Él enseña. Tanto la versión del Sermón del Monte de Mateo como la de Lucas[1] terminan con la parábola de los dos constructores: el que edifica una casa que permanece y el que edifica una que colapsa.

Mateo 7:24–27

A cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca. Descendió la lluvia, vinieron ríos, soplaron vientos y golpearon contra aquella casa; pero no cayó, porque estaba cimentada sobre la roca. Pero a cualquiera que me oye estas palabras y no las practica, lo compararé a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena. Descendió la lluvia, vinieron ríos, soplaron vientos y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.

En el Evangelio de Lucas, la misma parábola tiene algunos detalles distintos:

Lucas 6:47–49

Todo aquel que viene a Mí y oye Mis palabras y las obedece, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre que, al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover porque estaba fundada sobre la roca. Pero el que las oyó y no las obedeció, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó y fue grande la ruina de aquella casa.

Las diferencias entre ambos textos son menores. Algunos comentaristas explican que Lucas, que escribió para cristianos gentiles, adaptó ligeramente la parábola para que la descripción les resultara más relevante, mientras que el texto de Mateo refleja las prácticas de construcción de la Palestina del siglo I. Me referiré principalmente a la versión de Mateo, con comentarios ocasionales sobre la de Lucas.

El constructor prudente de Mateo se asegura de que su casa esté edificada sobre una firme base de roca; el hombre de Lucas se pone a cavar en la capa superior del suelo hasta llegar al lecho de roca, sobre el que pone los cimientos de la casa. Ambos vienen a decir lo mismo: que darle a la casa un cimiento firme la fortalece. El que oye las palabras de Jesús y las pone en práctica es como ese constructor.

El segundo constructor se ahorra la dura tarea de cavar hasta el lecho de roca y opta por una solución más sencilla: construye en la superficie sin un buen cimiento. Lucas dice que el segundo constructor edifica su casa sobre tierra, sin fundamento. Mateo viene a decir lo mismo al explicar que edifica su casa sobre la arena.

Una vez terminadas, ambas casas tienen más o menos el mismo aspecto; en condiciones normales, uno no notaría ninguna diferencia. Pero sí la hay, y ¡de qué manera! En Palestina, en el siglo I, la mayoría de las casas se construían en los meses de verano para no tener que trabajar al aire libre en la temporada de lluvias. Los veranos son calurosos, y cavar los cimientos en esa época del año era difícil. Pero esa dura labor era necesaria para edificar una casa firme.

La diferencia entre las dos casas se advierte cuando llegan las lluvias. En Israel, la temporada de precipitaciones va de mediados de octubre hasta marzo, y la mayor parte cae en enero. Cuando llueve mucho, con el agua procedente de las colinas y montañas se puede producir una escorrentía que se lleva todo por delante.

A esa situación se refiere Jesús al decir: «Descendió la lluvia, vinieron ríos, soplaron vientos y golpearon contra aquella casa». Un aguacero acompañado de vientos y crecidas se abalanza sobre la casa construida sobre roca; pero esta se mantiene firme. En cambio, la que no tiene cimientos se viene abajo. Ambas se ven expuestas a la lluvia, el viento, la tormenta y la inundación; pero la única que no sufre daños es la que tiene buenos cimientos.

Lucas se centra en la inundación y en las aguas que se abalanzan sobre la casa y la derriban. Es posible que esa imagen encontrara más eco entre su público, que vivía fuera de Israel y debía de estar más acostumbrado a ríos que se desbordaban y causaban inundaciones. En cualquier caso, la casa sin cimientos se vino abajo.

Al contar esta parábola, Jesús presenta a Sus oyentes una elección: oír y no hacer caso, u oír y poner en práctica. En el Sermón del Monte, Jesús ha impartido enseñanzas sobre cómo ser discípulos y vivir en el reino de Dios. A continuación lanza una invitación a hacer el esfuerzo de aplicar lo que Él ha enseñado. Los judíos a los que se dirigía estaban acostumbrados al concepto de oír y hacer lo que enseñaba la Torá; pero Jesús se refería específicamente a oír y aplicar «estas palabras», las Suyas. El mensaje es que los que oyen y aplican lo que Él enseña son prudentes; y los que no lo hacen, insensatos. También da a entender que Sus enseñanzas están al mismo nivel que las de las Escrituras. Más tarde dijo: «El cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán»[2].

En el Antiguo Testamento se emplea la alegoría de la tormenta y la inundación para referirse a las dificultades de la vida[3] y también a los castigos divinos[4]. El colapso de una de las casas es, en definitiva, una imagen de juicio. Al mismo tiempo, se puede entender que la parábola se refiere a las pruebas con que se tropiezan los creyentes en esta vida.

Esta parábola, que está al final del Sermón del Monte, se la refirió Jesús a Sus discípulos[5], y va asimismo dirigida a todos los que creemos en Él y lo seguimos. Él espera que los cristianos apliquemos Sus enseñanzas; cuando no lo hacemos, nos comportamos como el constructor insensato, que vio cómo su fe y su fortaleza le fallaron en la hora de la prueba. La piedra de toque del discipulado, de la auténtica fe, son las obras. Oír la Palabra de Dios sin obedecer, sin aplicarla, no basta. Según Jesús, quien no rija su vida por lo que Él enseñó será como un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena.

Nuestra fe —al igual que nuestro discipulado— debe ser firme y duradera, e ir creciendo y madurando. De la misma manera que cavar hasta el lecho de roca y construir cimientos era laborioso en la Palestina del siglo I, escuchar las enseñanzas de Jesús y aplicarlas a diario requiere gran esfuerzo. Es trabajoso vivir conforme a Sus enseñanzas, pero es necesario si esperamos volvernos fuertes y maduros en nuestra fe y aguantar las tormentas de la vida. Si nos comprometemos a escuchar y aplicar Sus enseñanzas y nos esforzamos en ese sentido, seremos como el constructor prudente cuya casa resistió.

Como escribió Santiago, hermano de Jesús: «Sed hacedores de la palabra y no tan solamente oidores»[6].


Los dos constructores, Mateo 7:24–27

24 A cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca.

25 Descendió la lluvia, vinieron ríos, soplaron vientos y golpearon contra aquella casa; pero no cayó, porque estaba cimentada sobre la roca.

26 Pero a cualquiera que me oye estas palabras y no las practica, lo compararé a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena.

27 Descendió la lluvia, vinieron ríos, soplaron vientos y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Mateo 5:1–7:27; Lucas 6:20–49.

[2] Marcos 13:31. También Mateo 24:35; Lucas 21:33.

[3] Salmo 69:2.

[4] Isaías 8:7,8; Ezequiel 38:22.

[5] Viendo la multitud, subió al monte y se sentó. Se le acercaron Sus discípulos, y Él, abriendo Su boca, les enseñaba (Mateo 5:1,2).

[6] Santiago 1:22.