Pentálogo del desarrollo espiritual
julio 8, 2014
Enviado por Peter Amsterdam
Pentálogo del desarrollo espiritual
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Se empeñó en buscar al Señor. Mientras […] buscó a Dios, Dios le dio prosperidad[1].
Si quieres estar en buena forma física, tienes que alimentarte bien, hacer ejercicio y dedicar algo de tiempo y esfuerzo a adquirir buenos hábitos de salud. De manera similar, si quieres desarrollarte espiritualmente —o podríamos decir, si quieres estar en buena forma espiritual— es preciso que adoptes un buen régimen espiritual.
Ponerse y mantenerse en buena forma espiritual toma tiempo. Exige cierto nivel de compromiso. Requiere disciplina. Requiere sacrificio. También requiere fe, porque si priorizas tu vida espiritual dispondrás de menos tiempo para otras cosas, y es posible que ahora mismo estés tan ocupado que ni siquiera se te ocurra qué puedes cambiar.
Cuando me topo con obstáculos o circunstancias que tienden a desviarme de mis compromisos para con mi salud espiritual, el hecho de recordarme a mí mismo ciertas verdades me ayuda a enfocar objetivamente las cosas. Tales verdades son:
- Entregarle a Dios mi tiempo y mi corazón es una inversión duradera en la relación más importante de mi vida.
- El tiempo que dedico a Dios me hace mejor esposo, padre, abuelo, amigo y persona. El estar con Jesús no solo me beneficia a mí, sino a todas las personas que significan algo para mí.
- Aunque no le dedique suficiente tiempo a Dios, confío en que Él está satisfecho con todos los esfuerzos que hago en ese sentido, aun los más pequeños. Él conoce nuestra condición, nuestras circunstancias, y está dispuesto a colaborar con nosotros.
Uno de los grandes anhelos de Dios es tener una íntima relación con nosotros. Es reconfortante que Él esté más que deseoso de ayudarnos a mejorar nuestra salud espiritual.
Pues bien, veamos ahora los cinco puntos de nuestro pentálogo del desarrollo espiritual.
Número 1: Establecer conexión con Dios alimentando el espíritu.
Para estar radiantes de vitalidad espiritual, es fundamental que nos hagamos todos los días un espacio para alimentar saludablemente nuestro espíritu. Jesús afirmó que la Palabra de Dios es nuestra fuente de alimento espiritual al citar este versículo del Antiguo Testamento: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»[2].
La Biblia es esa «palabra que sale de la boca de Dios». De la misma manera que todos los días necesitamos ingerir alimentos físicos para nuestro sustento y buena salud, también debemos alimentar nuestro espíritu cada día. Leer la Palabra de Dios no es simplemente algo agradable que uno hace cuando dispone de tiempo para ello; todos debemos hacernos tiempo para leerla. Necesitamos alimentar nuestro espíritu a diario, aunque sea por un breve espacio de tiempo. Si solo dispones de unos minutos para el Señor, no dejes de tomártelos pensando que no servirán para nada o que no harán ninguna diferencia. Tómatelos. Jesús dijo: «Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida»[3]. No te pierdas tu dosis diaria de espíritu y de vida.
¿Con qué debes alimentar tu espíritu? Ante todo con la Biblia, la Palabra de Dios. La Biblia expone el plan de Dios para la humanidad. «Es el plan de Dios para la vida eterna, el cimiento sólido y auténtico de verdad sobre el que edificamos, y que Dios nos da dado. La Biblia presenta el plan de Dios para nosotros, desde el principio en el Génesis, pasando por la promesa de transformación espiritual mediante la resurrección, hasta las promesas del Apocalipsis de inmortalidad y dicha eterna en el Cielo con Dios. Es el libro más importante del mundo, el único cuyo Autor puede garantizarnos vida y amor, además de felicidad y Cielo para siempre. Es nuestro cimiento, nuestra guía, nuestro estándar y el patrón por el cual juzgamos todas las cosas»[4].
Otra fuente de alimento para el espíritu son los textos (y también los audios y videos) devocionales y edificantes de personas de fe. Los escritos inspirados de otros cristianos pueden fortalecer nuestra fe, llevarnos a entender mejor las Escrituras y ayudarnos a aplicar la Palabra de Dios a las necesidades y retos que se nos presentan hoy en día.
Para cultivar nuestra relación con Dios y establecer una profunda conexión con Él debemos leer y estudiar Su Palabra. Cuando acalles tu espíritu y medites en la Palabra de Dios, cuando prestes atención a Su voz «apacible y delicada», Él te hablará al corazón y te orientará y guiará personalmente por la senda de la vida. Dios anhela tener una relación profunda con cada uno de nosotros, como la que uno tiene con un confidente o amigo leal, solo que aún más estrecha; y esa maravillosa relación con el amoroso Dios del universo se desarrolla y se cultiva dedicándole tiempo, sorbiendo Su Palabra, meditando en ella y permitiendo que penetre en nuestro corazón y nuestros pensamientos, que moldee nuestras decisiones y guíe nuestro comportamiento.
En Josué 1:8 se explica el secreto del éxito en la vida con estas palabras: «Nunca se apartará de tu boca este libro de la Ley [la Palabra de Dios], sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que está escrito en él, porque entonces harás prosperar tu camino y todo te saldrá bien».
Muchos de los personajes más sobresalientes de la Historia eran conscientes de esa verdad, incluidos científicos, filósofos, inventores, estadistas, etc. Hay sitios web que reproducen numerosas frases de grandes hombres y mujeres que adoptaron la Biblia como faro[5].
En el atareado mundo actual, hacerse tiempo para Dios es un reto diario. Aun así, los cristianos debemos dar máxima prioridad al tiempo en que nos conectamos con Dios y con Su Palabra. El proteger a toda costa ese tiempo nos permitirá consolidar la relación que Dios desea tener con nosotros y disfrutar de las bendiciones de vivir más cerca de Él. Pasar ratos de calidad con Dios asiduamente es la mejor inversión que puede hacer uno en la vida; reporta dividendos enormes y eternos.
Número 2: Cultivar activamente la oración.
La oración es un componente clave de nuestra espiritualidad; nos sirve para comunicarnos con Dios, nuestro Creador. Podemos hablar con Él, alabarlo, rendirle culto, contarle nuestras cuitas, inquietudes y necesidades, y pedirle que nos ayude, que intervenga, que nos dé fuerzas o lo que sea que nos haga falta. Orar es pedir que se haga la voluntad de Dios. También escuchamos Su voz y buscamos Su orientación, aliento, consuelo e instrucciones. La oración debe ser un diálogo, una forma de cultivar y profundizar nuestra relación con Dios.
Una vida espiritual sana debe incluir oración diaria. La Biblia nos manda orar «sin cesar»[6]. Oramos en cumplimiento de esa instrucción; por otra parte, cultivar la disciplina de la oración también nos reporta muchos beneficios.
- En respuesta a nuestras oraciones recibimos orientación, guía y provisión, conforme a la voluntad de Dios.
- Podemos interceder en oración por las personas que amamos y que significan mucho para nosotros. La oración nos permite darle a alguien, aunque esté lejos, la mayor ayuda posible y la más pertinente.
- Al encomendarle a Dios nuestras preocupaciones y ansiedades y confiar en que Él hará que se produzca el mejor desenlace para nosotros, nos llenamos de paz.
- Cultivando la oración de una manera constante y comprometida, podemos profundizar nuestra relación con Dios.
- Al dedicar tiempo a la oración, nos volvemos más como Jesús.
Dios nos ha dado la oración como un regalo. Por medio de ella podemos echar toda nuestra ansiedad terrenal sobre Sus fuertes hombros. Esta vida está plagada de inquietudes, temores y angustias; pero Pablo nos exhorta a no preocuparnos «por nada» y a orar «por todo»[7]. Afortunadamente, no debe inquietarnos si algo que nos pesa en el alma merece o no oración. Orar siempre es la mejor reacción. Si algo te preocupa, a Dios también. Como se ha dicho, «lo que es causa de inquietud debería ser causa de oración».
Pensarás: «¡Yo ando muy ocupado para dedicar tiempo a la oración!» En realidad dispones de 168 horas a la semana, como todo el mundo. Es cuestión de prioridades: ¿qué es lo que vas a hacer en esas 168 horas?
Los ratos de oración ferviente y sostenida constituyen una magnífica inversión; por otra parte, Dios también quiere que acostumbremos nuestra mente a comulgar con Él a lo largo del día, mientras realizamos otras actividades. No es preciso que lo paremos todo para orar. Cuando uno conjuga vida y oración, el resultado es una vida de bendiciones.
Evan Roberts dijo: «La oración es el secreto del poder espiritual». Y tal como explicó Martín Lutero: «Así como los sastres se dedican a confeccionar ropa y los zapateros a hacer zapatos, los cristianos deben dedicarse a la oración».
Número 3: Estar bien con el Señor.
El siguiente punto de nuestro pentálogo del desarrollo y la salud espiritual es estar bien con el Señor. Eso no significa que haya que ser perfecto. Todos pecamos, todos nos equivocamos; de hecho, todos los días. El Señor lo sabe, y no nos condena por nuestra imperfección ni por nuestros tropiezos. Jesús sabe todas las faltas que cometemos. Entiende nuestros defectos y nuestras flaquezas humanas, porque fue humano. Cuando dio la vida por nuestros pecados, sabía muy bien que nunca acertaríamos en todo ni lo haríamos todo bien, por mucho que nos esforzáramos. Podemos alcanzar ese maravilloso estado de paz y perdón confesándole frecuentemente nuestras faltas, errores y pecados. Cuando reconocemos humildemente nuestras faltas y acudimos corriendo a Él para que nos reciba con los brazos abiertos, hallamos paz en Su perdón.
Pecar es sencillamente obrar mal, errar el blanco, desobedecer deliberadamente, rebelarse, desviarse de la buena senda. Todos pecamos, sin excepción. Eclesiastés 7:20 dice: «Ciertamente no hay en la tierra hombre tan justo, que haga el bien y nunca peque».
Pecamos de distintas maneras: haciendo lo que sabemos que no debemos hacer, lo cual se llama pecado de obra; y no haciendo lo que sabemos que sí debemos hacer, que es lo que se conoce como pecado de omisión. Un pecado de obra consiste en hacer algo que sabemos que no está bien; es darle la espalda a Dios y Su voluntad, desobedecer Sus mandamientos o no ajustarse en acciones, actitudes o naturaleza a la ley moral de Dios, la cual es inherente a nuestra conciencia innata del bien y del mal y viene expresada en la Biblia.
Un pecado de omisión consiste en no hacer lo que sabemos que está bien, tal como se explica en Santiago 4:17: «El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado».
Si andamos reverentemente delante del Señor, nos sentiremos impulsados a confesarle con cierta frecuencia nuestros pecados y pedirle perdón. Si uno está acostumbrado a hacerlo, no cuesta. Es como cuando uno tiene un jardín del que hay que sacar las malas hierbas. Cuando la maleza apenas está brotando, es fácil agacharse y arrancarla; es únicamente cuando uno no se ha ocupado de las malas hierbas que estas aumentan de tamaño y terminan echando raíces que se meten mucho en la tierra. Cuando eso sucede, el trabajo de cavar, arrancar la maleza y limpiar el jardín requiere mucho más tiempo y esfuerzo. Lo mismo se aplica al jardín de nuestro corazón. Al confesar frecuentemente al Señor nuestras faltas, no dejamos que el pecado eche raíz.
Una limpieza frecuente permite que nuestra espiritualidad florezca, además de infundirnos paz. Nos acerca al Señor, pues subsana todo daño que haya sufrido nuestra relación con Él a consecuencia de nuestros pecados. Cuando sabemos que estamos bien con el Señor, cuando no albergamos pecados no confesados, tenemos más tendencia a acudir a Él para pasar ratos de adoración y oración en Su presencia, y más fe en que Él nos bendecirá y cuidará[8].
Número 4: Obedecer a Dios (Su Palabra, Su voz y Su guía).
Como seguidores de Jesús, nos esforzamos por conocer mejor a Dios y Su Palabra. Examinamos, investigamos y meditamos en la verdad de la Biblia y otros textos cristianos inspirados. Memorizamos versículos y estudiamos la Biblia. Hablamos de la Palabra de Dios con otros creyentes.
Todo eso está bien; pero nuestro deber para con Dios no termina ahí. Otro pilar fundamental del desarrollo espiritual es hacer lo que dice la Palabra de Dios. Se nos pide que cumplamos lo que Dios manda a todos los cristianos y también lo que Él nos muestra o indica individualmente.
No se trata de ser cristianos solo a un nivel intelectual y saber mucho de espiritualidad, doctrina y teología. No se trata de ser solo capaces de hablar de Jesús y de lo que Él espera de Sus seguidores. Tenemos que aplicar los principios espirituales. Tenemos que actuar de acuerdo con lo que Él espera de nosotros. Queremos ser ejemplos vivos, y eso se logra siendo hacedores de la Palabra y no solamente oidores[9].
Dios no nos indica a todos que hagamos exactamente lo mismo, pero sí nos impulsa a todos a actuar, obedecer, dar ejemplo, seguirlo y poner en práctica nuestra fe. Nuestra vida debe discurrir dentro del túnel de la voluntad de Dios, así que a la hora de tomar decisiones nos conviene buscar Su orientación para descubrir cuál es Su voluntad para nosotros; y luego debemos vivir apasionadamente, procurando la excelencia, esforzándonos al máximo, de todo corazón, por seguir a Dios.
La obediencia es un deber que tenemos que lleva aparejada una promesa de bendición. Jesús dijo en Juan 13:17: «Ahora que saben estas cosas, Dios los bendecirá por hacerlas»[10].
A continuación, un extracto de Una vida con propósito, de Rick Warren.
Dios no nos debe ninguna explicación o justificación de todo lo que nos pide. La comprensión puede esperar; la obediencia no. La obediencia instantánea nos enseña más acerca de Dios que una vida entera de debates sobre la Biblia. Es más, algunos mandamientos resultan incomprensibles hasta que uno los obedece. La obediencia conduce a la comprensión.
Con frecuencia le ofrecemos a Dios una obediencia parcial. Queremos que se nos dé la posibilidad de escoger qué mandamientos obedecer. Hacemos una lista de los que nos gustan y los obedecemos; pero pasamos por alto los que nos parecen irrazonables, difíciles, costosos o impopulares. Asistiré a la iglesia, pero no diezmaré. Leeré la Biblia, pero no perdonaré a los que me hieran. Pero la obediencia a medias es desobediencia.
La obediencia incondicional es gozosa y entusiasta. La Biblia nos exhorta: «Sirvan al Señor con alegría». […] Dirigiéndose a los cristianos, Santiago dijo: «Dios nos acepta por lo que hacemos, y no solo por lo que creemos». La Palabra de Dios establece claramente que no podemos ganarnos la salvación. Es puramente por gracia, no por ningún esfuerzo nuestro. Pero como hijos de Dios podemos complacer a nuestro Padre celestial con nuestra obediencia. Todo acto de obediencia es también un acto de adoración. ¿Por qué le agrada tanto a Dios la obediencia? Porque demuestra mucho amor por nuestra parte. Jesús dijo: «Si ustedes me aman, obedecerán Mis mandamientos». […] Jesús dejó bien claro que la obediencia es un requisito para gozar de intimidad con Dios cuando dijo: «Ustedes son Mis amigos si hacen lo que Yo les mando».
Obedecemos a Dios no por obligación, por temor o por coacción, sino porque lo amamos y confiamos en que Él sabe lo que más nos conviene. Queremos seguir a Cristo porque estamos agradecidos por todo lo que Él ha hecho por nosotros; y cuanto más de cerca lo seguimos, más se profundiza nuestra amistad. Los no creyentes suelen pensar que los cristianos obedecemos por obligación, porque nos sentimos culpables o por temor al castigo, pero es todo lo contrario. Obedecemos por amor, porque se nos ha perdonado y liberado, y ¡nuestra obediencia nos proporciona gran gozo! Jesús dijo: «Así como el Padre me ha amado a Mí, también Yo los he amado a ustedes. Permanezcan en Mi amor. Si obedecen Mis mandamientos, permanecerán en Mi amor, así como Yo he obedecido los mandamientos de Mi Padre y permanezco en Su amor. Les he dicho esto para que tengan Mi alegría y así su alegría sea completa»[11].
Ahora veamos el último punto de nuestro pentálogo del desarrollo espiritual.
Número 5: Formar una comunidad de creyentes.
Quiero abordar este tema leyendo varios versículos de la Biblia.
«Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos, porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos»[12].
«Según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y especialmente a los de la familia de la fe»[13].
«Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo»[14].
«No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca»[15].
Tal como explicamos en Disciplinas espirituales: Compañerismo y confraternidad, la cuestión tiene distintas facetas. Aquí me refiero a la fraternidad en el sentido de reunirse con otros cristianos para rendir culto, orar y cultivar lazos de amistad con ellos. A los creyentes nos hace mucho bien juntarnos. Cuando adoramos al Señor con otros cristianos, leemos Su Palabra, cantamos y oramos juntos y nos hacemos confidencias, nos fortalecemos. Recobramos vigor, nuestra visión se aclara y quedamos mejor preparados para lo que el Señor nos envíe como parte de nuestro trabajo para Su reino.
En el libro Rediscovering Church, Bill Hybels refiere un mensaje de un tal Dr. Gilbert que dijo: «La fraternidad en el sentido bíblico tiene poder para revolucionar vidas. Las máscaras caen, las conversaciones adquieren profundidad, las personas se hacen vulnerables y se cuentan experiencias, se invita a la responsabilidad personal y fluye la ternura. Todos se convierten verdaderamente en hermanos y se ayudan a llevar la carga»[16].
Puede resultar difícil encontrar tiempo para disfrutar de ratos de calidad en compañía de otros cristianos, o para formar o buscar un círculo cristiano en el que uno se sienta a gusto. Pero te encarezco que hagas el esfuerzo de reunirte con la mayor frecuencia posible con una comunidad de creyentes. No solo es importante para tu propia edificación y goce; también te capacitará para ejercer una influencia mayor en el mundo.
Es importante que los creyentes formemos parte de una comunidad, que nos reunamos y adoremos juntos a Dios. Además, esa comunidad debe servir para que los que deseen conocer mejor a Dios y la Biblia tengan un lugar seguro donde se sientan bien recibidos y puedan participar, hacer preguntas y fortalecerse en la fe.
Rick Warren escribió:
El Nuevo Testamento emplea más de cincuenta veces la expresión «unos a otros» o «unos con otros». Se nos manda amarnos unos a otros, orar unos por otros, alentarnos unos a otros, exhortarnos unos a otros, saludarnos unos a otros, servirnos unos a otros, enseñarnos unos a otros, aceptarnos unos a otros, honrarnos unos a otros, llevar los unos las cargas de los otros, perdonarnos unos a otros, someternos unos a otros, tenernos cariño unos a otros y muchas otras tareas recíprocas. ¡Eso es membresía bíblica! Esas son nuestras obligaciones familiares, y Dios espera que las cumplamos en una congregación local. ¿Con quién haces tú todo eso?
Dios quiere que experimentemos la vida juntos. En la Biblia, esa experiencia compartida se conoce como comunión[17].
Te recomiendo que cultives lazos con otros creyentes y formes una comunidad para la gloria de Dios. Lo mucho que ganarás con ello compensará con creces el tiempo, el dinero y los sacrificios que te cueste. Cada vez que María y yo nos reunimos con afiliados a LFI y otros cristianos, luego nos alegramos de haberlo hecho. Reunirse con otras personas para disfrutar de fraternidad espiritual toma tiempo, esfuerzo y energías; pero vigoriza mi espíritu, y siempre me alegro de haber participado[18].
En resumidas cuentas, los cinco pilares fundamentales para cultivar una dinámica vida espiritual son:
- Establecer conexión con Dios alimentando el espíritu.
- Cultivar activamente la oración.
- Estar bien con el Señor.
- Obedecer a Dios.
- Formar una comunidad de creyentes.
Al evaluar tu vida espiritual y confrontarla con esos cinco pilares, ten presentes las maravillosas promesas que Dios ha vinculado a nuestra obediencia.
Aquí tienes algunas frases de las Escrituras que hablan de cómo bendice Dios a los que lo aman, andan en Sus caminos y guardan Sus mandamientos[19].
Dice que Él…
…apartará de ti toda enfermedad.
…abrirá las ventanas de los Cielos y derramará sobre ti bendición hasta que sobreabunde.
Dice que tú…
…serás bienaventurado en lo que haces.
…prosperarás y tendrás éxito.
…prolongarás tus días.
Y que…
…no te faltará nada.
…grande será el bienestar de tus hijos.
…cualquier cosa que pidas la recibirás.
A pesar de que somos muy indignos, Dios nos ha dado muchísimo. ¡Eso debería estimularnos a alabarlo, adorarlo y glorificarlo continuamente por Su bondad, Su misericordia y Su amor inagotable!
Los cristianos somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamemos las obras maravillosas de aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable»[20].
[1] 2 Crónicas 26:5 (NVI).
[2] Mateo 4:4; Deuteronomio 8:3. A menos que se indique otra cosa, todos los versículos citados proceden de la versión RVR 95.
[3] Juan 6:63.
[4] David Brandt Berg, La Palabra nueva y vieja, septiembre de 1974, CM 329:7,8, adaptado.
[5] Algunos ejemplos aquí y aquí.
[6] 1 Tesalonicenses 5:17.
[7] Filipenses 4:6 (NTV).
[8] Lecturas relacionadas: Lo esencial: El pecado; Disciplinas espirituales: La confesión.
[9] Santiago 1:22.
[10] NTV.
[11] Rick Warren, Una vida con propósito: ¿Para qué estoy aquí en la Tierra? (Vida: 2003), 74–75, 100–101.
[12] Mateo 18:19,20.
[13] Gálatas 6:10.
[14] Gálatas 6:2.
[15] Hebreos 10:25.
[16] Tomado de un sermón de Dave McFadden titulado A Golden Lampstand, 8 de junio de 2010. El Dr. Gilbert Bilezikian es un escritor, profesor y pastor bautista nacido en Francia y radicado en Estados Unidos. Fue confundador, junto con Bill Hybels, de la iglesia Willow Creek Community Church.
[17] Warren, Una vida con propósito, 142, 148.
[18] Lecturas relacionadas: la serie sobre Disciplinas espirituales.
[19] Deuteronomio 30:16.
[20] 1 Pedro 2:9 (NVI).
Traducción: Jorge Solá y Antonia López.