Recompensas

agosto 12, 2014

Enviado por Peter Amsterdam

[Rewards]

Por toda la Biblia encontramos numerosas promesas de las recompensas que se darán a los fieles, tanto en esta vida como en la venidera. Sin embargo, ¿cuál es la esencia y propósito de esas promesas? ¿Cuál es la relación entre la vida que llevamos y las recompensas que recibiremos? ¿Hay una garantía de que cada uno de nosotros recibirá recompensas? La respuesta a estas y otras preguntas está en la Palabra de Dios. Echemos una mirada.

El tribunal de Dios

La Biblia habla de que todos los seres humanos serán juzgados individualmente, establece que todos los que han vivido se presentarán delante de Dios para que se les juzgue, tanto los salvos como los que no sean salvos. El apóstol Pablo declaró que todos compareceremos ante el tribunal de Dios. […] De modo que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo[1]. Todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo[2].

Como creyentes, nuestro juicio delante de Cristo no estará centrado en si seremos condenados por nuestros pecados, porque ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús[3]. Puesto que hemos aceptado a Jesús como nuestro Salvador, Dios nos ve como justos. Aunque seamos culpables de pecar contra Dios, Jesús mismo ha recibido el castigo por nuestros pecados y por lo tanto no somos juzgados ni condenados como culpables de dichos pecados.

En verdad les digo: el que oye Mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no viene a condenación (a juicio), sino que ha pasado de muerte a vida[4].

Como hijos adoptados en la familia de Dios[5], perdonados y vistos por Dios como justos por medio del sacrificio de Jesús, no experimentaremos una separación de Dios, como es el caso de los que optaron por separarse de Dios en esta vida[6]. En cambio, eternamente viviremos en la presencia de Dios. Sin embargo, estaremos en el tribunal de Cristo, donde daremos cuenta de la vida que hayamos llevado y recibiremos lo que nos corresponde por lo que hemos hecho. Así pues, aunque no somos condenados, rendiremos cuentas ante el Señor. El juicio de los hijos de Dios puede verse como una evaluación de nuestra vida y el momento en que se entregan o retienen varios grados de recompensa. Ha llegado… el momento de recompensar a Tus siervos los profetas, a Tus santos y a los que temen Tu nombre, sean grandes o pequeños[7].

Cada uno de nosotros estará delante de nuestro Salvador quien, como dice Pablo, sacará a la luz las cosas ocultas en las tinieblas y también pondrá de manifiesto los designios de los corazones. Entonces cada uno recibirá de parte de Dios la alabanza que le corresponda[8]. Cuando seamos juzgados, no recibiremos condenación, sino elogios, los que el Señor tenga a bien ofrecernos.

Grados de recompensa

¿Todos recibirán de parte de Dios la misma alabanza o recompensa? La Biblia señala que habrá grados de recompensas para quienes sean salvos y que las recompensas se relacionan con nuestra vida para Jesús.

Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si alguno edifica sobre este fundamento, y pone oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, u hojarasca, su obra podrá verse claramente; el día la pondrá al descubierto, y la obra de cada uno, sea la que sea, será revelada y probada por el fuego. Si lo que alguno sobreedificó permanece, ése recibirá su recompensa. Si lo que alguno sobreedificó se quema, ése sufrirá una pérdida, si bien él mismo se salvará, aunque como quien escapa del fuego[9].

Eso da a entender que no será la misma recompensa para todos los cristianos. Algunos descubrirán que aunque son salvos, la vida que llevaron no reflejó el amor de Dios, no vivieron de manera que llevaba fruto en su vida o en la de otras personas, y no acumularon tesoros en el cielo. La idea que se expresa en este pasaje es que la casa de alguien se incendia y se han quemado todas sus posesiones, pero la persona logra salir de la casa con vida. Hay pérdida, pero al mismo tiempo gratitud porque se ha salvado del incendio.

Lo que hacemos en nuestra vida marca la diferencia en la otra vida, ya que cada uno recibe lo que le corresponde por lo que ha hecho mientras se encontraba en el cuerpo[10]. Eso no significa que nuestras obras nos salvarán del juicio, solo la fe en Jesús puede hacerlo. Pero sí significa que después de recibir la salvación, la manera en que vivamos se toma en cuenta con respecto a las recompensas. Hay una expectativa de que nuestra fe en Cristo resultará en que nuestras obras y manera de vivir sean como las de Cristo. Todo lo que uno hace surge de cómo está dirigido nuestro corazón. Y como creyentes, lo que hacemos en la vida debería surgir de nuestra relación con Jesús. La manera en que vivimos es un indicador de nuestra relación personal con Cristo, y la manera en que esa relación personal se manifiesta en nuestra vida, carácter, decisiones, relaciones con los demás, etc., desempeña un papel en las recompensas que recibimos.

Jesús enseñó eso cuando dijo: acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen, y donde ladrones no penetran ni roban; porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón[11]. Cuando vivimos nuestra fe aplicando las enseñanzas de Jesús, tendremos tesoros en el Cielo. Ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sé Mi discípulo[12]. Cuando ofrezcas un banquete, llama a pobres, mancos, cojos, ciegos, y serás bienaventurado (feliz), ya que ellos no tienen para recompensarte; pues tú serás recompensado en la resurrección de los justos[13]. Estos versículos enseñan que cuando actuamos con amor, cuando nos comportamos de acuerdo con la Palabra de Dios y en obediencia a ella, con el motivo correcto, seremos recompensados en el Cielo.

El factor de la motivación

Nuestra motivación desempeña un papel en la recompensa que recibimos, como se atestigua en el Sermón de la Montaña. Jesús señaló que quienes hacen lo correcto con las motivaciones equivocadas ya recibieron su recompensa; da a entender que no serán recompensados por ello en la vida venidera.

Cuando des limosna, no toques trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa. […] Cuando ustedes oren, no sean como los hipócritas; porque a ellos les gusta ponerse en pie y orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa. […] Y cuando ayunen, no pongan cara triste, como los hipócritas; porque ellos desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que están ayunando. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa[14].

En todos esos ejemplos, Jesús dijo que se hiciera en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Debemos hacer esas cosas «en secreto», lo que significa hacerlas como para el Señor y no con el propósito de obtener mérito o el reconocimiento de otros. Cuando actuamos cristianamente con el propósito de obedecer a Dios y alabarlo, cuando nos motiva nuestro deseo de vivir de manera que glorifique al Señor, y no a nosotros mismos, entonces acumulamos tesoros en el cielo.

Entender este concepto contribuye a aclarar que la manera en que vivimos nuestra fe, cómo construimos sobre el fundamento de Cristo, desempeña un papel en nuestras recompensas en la otra vida. Si construimos con materiales que glorifiquen a Dios; si vivimos de manera acorde con Su Palabra; si amamos a Dios, lo servimos de corazón, con nuestra alma, mente y fuerzas; entonces construiremos con oro, plata y piedras preciosas.

Claro, lo contrario también es cierto. Si no construimos con material durable, será reflejado en nuestra recompensa. Este concepto se expresa en la parábola del rey y los mayordomos; allí vemos que dos siervos hacen lo que su señor les dijo que hicieran. Uno de ellos recibe diez minas, otro cinco; y el tercer siervo que no hizo lo que le pidió su señor, no fue recompensado.

Por supuesto, deberíamos entender que las recompensas mencionadas en las parábolas y en otros pasajes de las Escrituras tienen por objeto enseñarnos determinados conceptos, y no tienen la finalidad de enseñar específicamente cuáles serán esas recompensas. Al leer la parábola del siervo al que le dieron diez ciudades para que las dirigiera no debería entenderse que significa que nuestras recompensas serán un número de ciudades para gobernar. La interpretación que transmite la parábola es que hay diferencias en las recompensas, no cuáles serán las recompensas.

El amor es la Fuente

Al hablar de recompensas, también debemos darnos cuenta de que no es como si tuviéramos un acuerdo contractual con Dios que dice que si hacemos tal y tal cosa, recibiremos una recompensa específica. Esa fue la actitud de los fariseos en la época de Jesús. Creían que al obedecer estrictamente las leyes obligarían a Dios a recompensarlos por su desempeño. Actualmente, esa actitud se refleja en todas las religiones no cristianas. También es un escollo común en los cristianos, pues en nuestro celo por complacer a Dios, podemos tener tendencia a querer ganarnos el favor de Dios por medio de nuestras obras u observancias.

En vez de ver las recompensas como pago por las cosas que hemos hecho para el Señor en esta vida, quizá sería más apropiado considerarlas como un reconocimiento que hace el Señor de nuestro amor y nuestra obediencia a Su Palabra y de que vivimos como Él nos instruyó. Jesús dijo: «Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos»[15]. En otras palabras, vives según las enseñanzas de Jesús, porque lo amas. La manera en que vivimos refleja nuestro amor por Dios. La expectativa no es solo seguir unas reglas; es llegar a tener una relación profunda con Dios, que lleguemos a ser la persona indicada, un buen árbol que lleva buen fruto. Lo que somos determina lo que hacemos.

Somos recompensados porque amamos a Dios, producto del amor y gracia que Él nos ha otorgado, interactuamos con Dios y los demás de manera que glorifique a Dios. Las recompensas que Dios decida darnos, sean las que sean, en esta vida o en la próxima, no se ganan ni se merecen solo por nuestras obras, como tampoco nos ganamos el amor de Dios ni la salvación que ofrece. Las recompensas son las bendiciones que recibimos por vivir nuestro amor por el Señor.

La mayor recompensa es la bendición de tener una relación con nuestro Creador, el Dios de amor que nos ha salvado por medio del sacrificio de Su hijo; y ahora mismo, en esta vida, tenemos esa bendición. Vivimos con la presencia de Dios, nos llena Su Espíritu, experimentamos Su bondad, Sus manifestaciones —grandes y pequeñas— de amor. Para los creyentes, la mayor recompensa es que el Señor está presente en nuestra vida.

Interés personal o egoísmo

Cuando tengamos en cuenta nuestras recompensas tal vez nos preguntemos si nuestra motivación al aplicar en nuestra vida la enseñanza del Señor, lo que resultará en recompensas, se debe a un interés personal. Y si es así, ¿es algo malo? En el Nuevo Testamento hay numerosas referencias al concepto de recompensas, que están allí por una razón. Sin duda animaron a los mártires que estuvieron a punto de perder la vida por no negar su fe, sino por aferrarse a las promesas de Dios. Ayudan y han ayudado a muchos cristianos a seguir el llamado de Dios y elegir servirlo como pastores, misioneros y de otras maneras, a pesar de que originalmente tenían otras esperanzas y planes para su vida. Optan por seguir a Dios porque lo aman, y lo hacen con la seguridad de que serán recompensados.

Esperar con ilusión ser recompensado es en cierta medida interés personal, pero no es egoísmo. Hay una diferencia entre esas dos cosas. El egoísmo promueve el bienestar propio a costa de otros. El interés personal con relación a las recompensas se centra en nuestro deseo de compañía con Dios y el deseo de complacerlo, lo que resulta en vivir para la gloria de Dios, en devoción individual, y atrae a otros hacia el Señor. La posibilidad de recompensas puede contribuir a motivarnos a actos piadosos, pues esperamos disfrutar esas recompensas. La posibilidad de pérdida es también un factor que nos motiva.

En el Nuevo Testamento, las recompensas ofrecen ánimo y motivación para vivir de manera que refleje la naturaleza de Dios, hacer los cambios necesarios en nuestra vida, y perseverar, como se refleja en estos versículos.

Amen a sus enemigos, y hagan bien, y presten no esperando nada a cambio, y su recompensa será grande. […][16] Quien dé siquiera un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por tratarse de uno de Mis discípulos, les aseguro que no perderá su recompensa[17]. ¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero solo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre[18]. Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien sirven[19].

Las recompensas por vivir acorde con las instrucciones de Dios no están limitadas a la próxima vida, también se prometen bendiciones materiales y espirituales en este mundo.

En verdad les digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres o hijos por la causa del reino de Dios, que no reciba muchas veces más en este tiempo, y en el siglo venidero, la vida eterna[20]. Ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido[21]. Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es[22].

Ninguna competición

El concepto de recompensas celestiales no tiene nada que ver con la competición ni el orgullo que proviene de ello. No es como si trabajáramos arduamente para el Señor en esta vida a fin de llegar a ser una celebridad en el Cielo, mientras que otros serán sirvientes de la casa. Y no estaremos tristes ni nos lamentaremos por pensar que nuestras recompensas son menores que las de otra persona, pues esos sentimientos son de nuestra vida terrenal y se habrán ido para siempre.

Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir[23].

Wayne Grudem escribió:

Aunque en el Cielo habrá grados de recompensa, el gozo de cada persona será pleno y completo por la eternidad. Si nos preguntamos cómo puede ser esto cuando hay distintos grados de recompensa, simplemente pone de manifiesto que nuestra percepción de felicidad se basa en la suposición de que la felicidad depende de lo que poseemos o de la posición social o poder que tengamos. En realidad, sin embargo, nuestra verdadera felicidad consiste en deleitarnos en Dios y regocijarnos en el estado y reconocimiento que Él nos ha dado[24].

Este pasaje expresa bien el concepto:

Aunque pueden existir [estos grados de recompensas], los que estén en el Cielo serán glorificados, y sus valores serán completamente distintos de los valores terrenales. No habrá envidia ni celos, sino más bien alabanza. No dirán: «¿Por qué recibiste más recompensas que yo?»; lo más probable es que digan «es estupenda la manera en que permitiste que obrara en ti el poder del Señor». O bien: «Es asombroso que hayas soportado toda esa persecución por amor al Señor». Por fin, todos en el Cielo se darán cuenta de que las recompensas, como la salvación, provienen de la gracia de Dios, y le darán gloria en consecuencia[25].

La vida de nosotros los cristianos debe estar centrada en Dios, en vivir de manera que lo glorifique. Las recompensas que recibimos por vivir de esa manera se darán como un reconocimiento exterior del amor y obediencia a Dios que manifestamos por medio de la vida que llevamos. Deberíamos tener presente que nuestro amor por el Señor, la manera en que lo seguimos y le servimos, y nuestros actos para Su gloria, son factores que se toman en cuenta para las recompensas que se recibirán en el Cielo y en cierta medida también en esta vida. Nuestra meta no son las recompensas; es amar a Dios y vivir para Él. Nos esforzamos al máximo cuando entendemos que Dios mismo es nuestra mayor recompensa.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos están tomados de la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy © The Lockman Foundation, 2005. Utilizados con permiso. Derechos reservados.


[1] Romanos 14:10,12.

[2] 2 Corintios 5:10.

[3] Romanos 8:1.

[4] Juan 5:24.

[5] Gálatas 4:4-7 Cuando vino la plenitud (el cumplimiento) del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, a fin de que redimiera a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción de hijos. Y porque ustedes son hijos, Dios ha enviado el Espíritu de Su Hijo a nuestros corazones, clamando: «¡Abba! ¡Padre!» Por tanto, ya no eres siervo, sino hijo; y si hijo, también heredero por medio de Dios.

[6] James Leo Garrett, hijo, Systematic Theology, Biblical, Historical, and Evangelical, tomo 1 (N. Richland Hills: BIBAL Press, 2000), 858.

[7] Apocalipsis 11:18 NVI.

[8] 1 Corintios 4:5.

[9] 1 Corintios 3:11-15 RVC.

[10] 2 Corintios 5:10 NVI.

[11] Mateo 6:20-21.

[12] Mateo 19:21.

[13] Lucas 14:13-14.

[14] Mateo 6:2,5,16.

[15] Juan 14:15.

[16] Lucas 6:35.

[17] Mateo 10:42 NVI.

[18] 1 Corintios 9:24-25 NVI.

[19] Colosenses 3:23-24.

[20] Lucas 18:29-30.

[21] 1 Corintios 13:12.

[22] 1 Juan 3:2.

[23] Apocalipsis 21:4 NVI.

[24] Wayne Grudem, Systematic Theology, An Introduction to Biblical Doctrine (Grand Rapids: InterVarsity Press, 2000), 1145.

[25] T. D. Alexander y B. S. Rosner, editores, New Dictionary of Biblical Theology (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2000).