Shalom de Navidad

diciembre 10, 2013

Enviado por Peter Amsterdam

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Una de las partes del relato de la Natividad que encuentro más bella, fascinante y cargada de significado es el episodio en que el ángel se aparece a los pastores y les anuncia el nacimiento de Jesús, tras lo cual emerge una multitud de las huestes celestiales que alaban a Dios. Un preludio digno del nacimiento del Hijo de Dios. Lucas nos narra así lo acontecido:

Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor[1].

El ángel anunció el nacimiento del Salvador, pero ahí no acabó todo. Lucas prosigue su relato:

De repente apareció una multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de Su buena voluntad»[2].

Algunas traducciones de la Biblia interpretan así la última parte de este versículo: «Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres»[3]. Si bien las dos traducciones son legítimas, la mayor parte de los exégetas bíblicos contemporáneos prefieren «en la tierra paz a los que gozan de Su buena voluntad».

En ambas versiones, las alabanzas que la multitud de ángeles tributan a Dios vinculan la venida del Salvador con la paz. Esa misma conexión entre el Salvador y la paz se hace presente en las profecías del Antiguo Testamento.

Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre Su hombro; y se llamará Su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz[4].

Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre Él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a Sus heridas fuimos sanados[5].

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el Mesías —el Salvador— está vinculado a la paz. Así y todo, si observamos el mundo actual o prácticamente cualquier época de la Historia, la paz muchas veces nos elude y no es nada fácil de encontrar. Las guerras y los conflictos civiles son endémicos a la humanidad. Desgraciadamente, no se ha producido en la tierra una paz duradera y desde luego no se da hoy en día. ¿Por qué entonces Jesús se llama el Príncipe de Paz? ¿Por qué los ángeles, cuando alabaron a Dios la noche de la Natividad de Jesús, aludieron a la paz?

La clave para establecer la debida conexión entre el nacimiento de Jesús y la paz radica en entender el significado original de las palabras empleadas para expresar paz en el Antiguo así como en el Nuevo Testamento. Examinemos brevemente el tema.

El vocablo de uso más extensivo en el Antiguo Testamento es shalom. Si bien la palabra shalom se emplea a veces en la Escritura para definir la paz como ausencia de conflicto, encierra también otros significados. El significado etimológico alude a gozar de bienestar o de salud. Expresa plenitud, vitalidad, seguridad, sanidad y prosperidad; contentamiento, tranquilidad, armonía, paz interior, falta de ansiedad y estrés. Se refiere igualmente a la amistad entre personas así como a la paz y la amistad entre las personas y Dios.

El vocablo griego de uso más difundido en el Nuevo Testamento para expresar la paz era eirene, que a veces denotaba un estado de tranquilidad nacional y conllevaba una exención de los estragos de la guerra. No obstante, la palabra se empleaba con mayor frecuencia para expresar seguridad, ausencia de peligro, prosperidad, armonía y buena voluntad entre individuos. Se refiere además al estado tranquilo del alma que reposa en la certeza de su salvación por medio de Cristo.

Aunque el mundo algún día, después de la segunda venida de Jesús, conocerá la paz en el sentido de ausencia de guerra, la paz a la que se suele aludir en la Palabra de Dios tiene que ver con el bienestar integral de las personas, tanto física como espiritualmente. La Escritura manifiesta reiteradamente que ese bienestar integral, esa tranquilidad y ese shalom provienen de una relación sana con Dios, la cual se gesta por medio del Salvador anunciado a los pastores dos mil años atrás aquella noche por intermedio de los ángeles.

La humanidad siempre ha tenido necesidad de reconciliarse con Dios. Nuestro pecado nos ha separado de Él y no hemos podido salvar la brecha. El apóstol Pablo estableció la analogía de nuestra enemistad con Dios. La vida, muerte y resurrección de Cristo propiciaron la reconciliación entre Dios y el hombre. Mediante la fe en Jesús, el Príncipe de Paz, podemos vivir en paz con Dios.

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo[6].

Pero Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida[7].

Al Padre agradó que en Él habitara toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de Su cruz[8].

Por medio del Príncipe de Paz se puede restablecer la armonía y la relación entre Dios y todos los que acogen a Jesús como su Salvador. La salvación nos justifica delante de Dios, puesto que se nos perdonan nuestros pecados. De ahí que la justicia derivada de la salvación nos proporciona paz y gozo.

Podemos entonces poseer la plenitud del shalom: cabalidad, vitalidad, seguridad, contentamiento, tranquilidad, armonía y paz interior, que es la fuente de serenidad en medio de las tormentas y los apremios que todos enfrentamos a lo largo de la vida. Es precisamente esa justicia, producto de la salvación obtenida mediante el sacrificio de Jesús, que nos brinda paz con Dios y que a su vez constituye la base de la paz verdadera que gozamos en nuestro interior.

Así como por la desobediencia de un hombre muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, muchos serán constituidos justos[9].

La justicia producirá la paz; el resultado de la justicia será tranquilidad y confianza eternas[10].

El amor y la verdad se darán cita, la paz y la justicia se besarán[11].

El reino de Dios no es cuestión de comidas o bebidas, sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo[12].

Jesús —el Señor de la paz— nos ofrece una paz que sobrepasa todo nuestro entendimiento. Nos ha entregado Su paz, y en la medida en que fijamos nuestros pensamientos y nuestra confianza en Él, nos concede perfecta paz, o como reza el texto original hebreo, shalom shalom. Repetir una palabra en hebreo era un modo de otorgarle un grado mayor de significación. En este caso, no se trata de paz a secas, sino de perfecta paz.

El mismo Señor de paz os dé siempre paz en toda manera[13].

La paz de Dios, que desborda toda inteligencia, guardará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús[14].

La paz os dejo, Mi paz os doy[15].

Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en Ti persevera, porque en Ti ha confiado[16].

Encontramos paz en el Salvador, paz cuando amamos la Palabra de Dios, paz cuando nuestros caminos complacen al Señor, paz por medio de la presencia del Espíritu Santo, paz en la fe y paz cuando Cristo reina en nuestro corazón.

Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo[17].

Mucha paz tienen los que aman Tu Ley, y no hay para ellos tropiezo[18].

Cuando los caminos del hombre son agradables al Señor, aun a sus enemigos hace que estén en paz con él[19].

El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz[20].

Que el Dios de la esperanza llene de alegría y paz la fe que ustedes tienen, para que desborden de esperanza sostenidos por la fuerza del Espíritu[21].

 Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo[22].

La hueste angelical que alababa a Dios la noche de la natividad de Jesús pregonaba la paz que desde ese momento Dios ponía a nuestra disposición con el nacimiento del Salvador. La paz de Dios que obtenemos mediante la salvación, la paz interior derivada de nuestra conexión con Dios, la paz que emana de saber que Dios nos ama y ha propiciado que vivamos con Él para siempre.

Es la misma paz que se nos ha encomendado transmitir a otros difundiendo el mensaje del amor de Dios, el mensaje de salvación. Es la paz que brindamos cuando damos a conocer el mensaje de reconciliación con Dios, que es el mensaje de salvación, el mensaje de eterna paz.

Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios»[23].

Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!»[24]

Ojalá todos hagamos lo posible por sembrar la paz de Dios en la vida de quienes no conocen la paz verdadera, la paz que solo Dios es capaz de proporcionar. Ojalá todos demos a conocer el mayor regalo de todos, el Príncipe de Paz, y comuniquemos este mensaje a muchos esta temporada navideña.

Cuando el canto de los ángeles se aplaque,
cuando la estrella desaparezca de los cielos,
cuando reyes y príncipes vuelvan a casa,
cuando los pastores retornen a sus rebaños,
entonces comienza la labor de Navidad:
encontrar a los perdidos,
sanar a los quebrantados de espíritu,
dar de comer a los hambrientos,
liberar a los oprimidos,
reconstruir las naciones,
fomentar la paz entre los pueblos,
hacer algo de música con el corazón…
y emitir la luz de Cristo,
cada día, por todos los medios, en todo lo que hacemos y decimos.
Entonces comienza la labor de Navidad.
Howard Thurman

Que el Dios de paz sea con todos vosotros[25].


[1] Lucas 2:8-11.

[2] Lucas 2:13,14.

[3] Lucas 2:14 (RV60).

[4] Isaías 9:6.

[5] Isaías 53:5.

[6] Romanos 5:1.

[7] Romanos 5:8,10.

[8] Colosenses 1:19-20.

[9] Romanos 5:19.

[10] Isaías 32:17 (BLPH).

[11] Salmo 85:10 (DHH).

[12] Romanos 14:17 (NVI).

[13] 2 Tesalonicenses 3:16.

[14] Filipenses 4:7 (BLPH).

[15] Juan 14:27.

[16] Isaías 26:3.

[17] Juan 16:33 (DHH).

[18] Salmo 119:165.

[19] Proverbios 16:7 (NBLH).

[20] Gálatas 5:22.

[21] Romanos 15:13 (BLPH).

[22] Colosenses 3:15 (NVI).

[23] 2 Corintios 5:20 (NVI).

[24] Isaías 52:7.

[25] Romanos 15:33.

Leído por Gabriel García Valdivieso. Traducción: Gabriel García V. y Antonia López.