Valores fundamentales de LFI: Servir por amor a Jesús
noviembre 26, 2013
Enviado por Peter Amsterdam
Valores fundamentales de LFI: Servir por amor a Jesús
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Ejemplo os he dado para que, como Yo os he hecho, vosotros también hagáis[1].
En esto hemos conocido el amor, en que Él puso Su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad[2].
Respondiendo el Rey, les dirá: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis»[3].
No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús[4].
Somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios[5].
El noveno y último valor fundamental de La Familia Internacional es:
Servir por amor a Jesús. Ponemos nuestra fe en acción y tendemos la mano a los cansados y atribulados, los desfavorecidos, los oprimidos y los necesitados, por amor a Jesús.
Jesús vino para servir, y a nosotros se nos pide que hagamos lo mismo. Servir a los que tienen necesidades es una hermosa expresión de nuestra fe. Es preciso que los menos privilegiados, los necesitados y los que pasan hambre sepan que los amamos, que nos interesamos por ellos, que los valoramos. Dios los valora, y nosotros, como cristianos, también.
Prestar servicio en orfanatos, visitar a los enfermos y a los presos, cavar pozos, enseñar a los desfavorecidos, participar en brigadas médicas, defender los derechos de los oprimidos, etc. son valiosas maneras de hacer un mundo mejor y llevar el Espíritu de Jesús a los necesitados. Es posible que en el curso de tales actividades no siempre puedan hablar de su fe; pero la están viviendo, manifestando el amor de Dios al interesarse en los demás y atenderlos. Los que se benefician del amor de ustedes ven una expresión del amor de Dios, pues ustedes actúan por amor a Él.
San Agustín dijo: «¿Qué aspecto tiene el amor? Tiene manos para ayudar; pies para correr hacia los pobres y necesitados; ojos para ver el sufrimiento y la miseria; oídos para escuchar los suspiros y las penas de la humanidad. Así es»[6].
Al hablar de cómo obra Dios a través de nosotros, David, nuestro fundador, dijo:
No tiene otras manos que no sean las nuestras, ni otros labios que los nuestros; no tiene otros ojos que los nuestros, ni otro cuerpo que el nuestro, porque nosotros somos Su cuerpo, Su esposa por la que murió, para que viviéramos y amáramos como Él a los demás, con nuestras manos, nuestros labios, nuestra boca, nuestra lengua, nuestros ojos y nuestro cuerpo partido por ellos como el Suyo lo fue por nosotros, derramando nuestra sangre por ellos como se derramó la Suya por nosotros, y entregando nuestra vida por ellos como entregó Él la Suya por nosotros, hasta el punto de morir por ellos como Él murió por nosotros[7].
¿De qué manera vivió Jesús? ¿Por qué características se le conocía? Por Su compasión, por Su paciencia. Alimentaba a los pobres y sanaba a los enfermos. Estaba lleno de misericordia y de perdón. Era bondadoso y considerado. Amaba incondicionalmente. Se interesaba por los demás. Decía la verdad. Tenía una íntima relación con Sus seguidores y con Su Padre celestial. Tenía una misión: había venido para servir, no para ser servido. Los rasgos de Su personalidad que atraían a la gente son los mismos que deberían atraer a otras personas a nosotros, Sus seguidores. Deberíamos decir, como Juan el Bautista: «Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya»[8].
Vivir nuestra fe y seguir las pisadas de Jesús significa poner nuestra fe en acción y preocuparnos por los demás de todas las formas posibles, haciéndolo como para el Señor. Buscamos a los que, por mucho que tengan salud, dinero y conocimientos, están cansados, angustiados y perdidos. Tendemos la mano a los pobres, los enfermos y los que necesitan el bálsamo curador de Dios y nuevas esperanzas de cara al futuro. Nos conmueven las dificultades de los que sufren persecución u ostracismo social, o son obligados a vivir en situaciones inhumanas.
Sean cuales sean las circunstancias, procuramos descubrir cuál es la mejor manera de manifestar el amor de Dios. Es parte de ser la luz del mundo y la sal de la Tierra, de alumbrar a los necesitados con la luz y la verdad de Dios y dejar que se vea Su amor en acción.
En nuestro afán por vivir nuestro cristianismo, poner nuestra fe en acción y perseguir el Espíritu de Dios, procuramos de hecho volvernos como Jesús, adoptar Sus atributos, lo cual nos hace misericordiosos y compasivos, y nos lleva a conmovernos, a entender las necesidades físicas y espirituales de la gente y a esforzarnos por que su vida mejore, tanto en el aspecto espiritual como en el práctico. Actuamos como Jesús. Seguimos al Maestro.
En un sermón titulado Think Hard, Stay Humble, Francis Chan habla de un hombre llamado Vaughn que irradiaba el amor de Cristo a cuantas personas había a su alrededor. Reproduzco sus palabras:
Hace unos años vino a nuestra iglesia un misionero que nos contó bellísimos testimonios de la prédica del Evangelio a una tribu de una zona remota de Papúa Nueva Guinea. Al terminar dijo: «En realidad todo esto se debe a Vaughn, un pastor juvenil que tuve, que me amó y me animó a vivir por Cristo y anunciar el Evangelio». A la semana siguiente pasó por nuestra iglesia otra persona que hizo un llamado para que apadrináramos a niños que viven en la miseria. Él también concluyó su charla diciendo: «Si yo participo en este ministerio es por mi pastor juvenil, un tal Vaughn». ¡Resulta que ambos habían estado en el mismo grupo juvenil!
A la otra semana fue el turno de Dan, que nos habló de su ministerio en una casa de acogida de un barrio pobre del centro de Los Ángeles. Después de la charla de Dan, le comenté de pasada: «Fue muy curioso: las últimas dos semanas, los dos oradores que vinieron mencionaron el impacto que había tenido en ellos su pastor juvenil, Vaughn».
Dan tuvo un gesto de sorpresa. Me dijo: «Yo conozco a Vaughn. Ahora es pastor en San Diego, y se lleva a personas a los basurales de Tijuana [México], en los que hay niños escarbando en la basura. Justo estuve con él en Tijuana. Yendo por la ciudad, los niños corrían a él, y él los trataba con tanto amor y cariño. Los abrazaba, les hacía regalos y les daba comida. Arreglaba para que pudieran ducharse. Francis, fue sobrecogedor; todo el tiempo que estuve caminando con Vaughn, yo me decía: “Si Jesús estuviera en la Tierra, creo que me sentiría igual al caminar a Su lado”. Él transmitía amor a todas las personas con las que se encontraba y les hablaba de Dios. La gente se sentía atraída por su amor y afecto».
Luego Dan agregó: «Pasar un día con Vaughn fue lo más parecido a caminar con Jesús de todas las experiencias que he tenido».
Francis Chan concluye: Eso me llevó a preguntarme: «¿Alguna persona en su sano juicio diría eso de mí?» O ¿lo diría de ti? […] Reflexioné sobre el asunto e hice una oración: «Señor, eso es lo que quiero. No me interesa ser el mejor orador del mundo. Eso no tiene ninguna importancia. No me interesa ser la persona más inteligente del planeta. No quiero que se me conozca por eso. Quiero que lo que se diga de mí sea: “¡Caramba, cuánto se parece a Jesús!”»[9].
Eso es cristianismo activo. Eso es encarnar a Jesús frente a los demás, a fin de que lleguen a conocer el poder de Su amor, Su verdad y Su perdón.
Un hermoso aspecto de servir por amor al Señor son los actos invisibles u ocultos, de los que la mayoría de la gente nunca sabrá: cuando patrocinan a un equipo misionero en un país lejano; cuando dan algo que necesitan a alguien que lo necesita aún más; cuando sacrifican su valioso tiempo libre para interceder por las necesidades de alguien, sin que esa persona lo sepa siquiera. Lo hacemos para el Señor. Si las circunstancias no les permiten estar en primera línea de una obra misionera, pueden estar en primera línea con sus oraciones. Pueden orar por el alma de las personas, por su vida. Pueden orar por sus ministerios, por sus necesidades.
Lo que hacemos por los demás —nuestro servicio, nuestras oraciones, nuestros donativos—, lo hacemos por Jesús. No para obtener reconocimiento, para crecer en número, por lucro o para subir escalones en la sociedad. Todo lo que hacemos, en cualquier ministerio, es para glorificar al Señor. Eso es servir por amor a Jesús.
Nuestro objetivo es ensalzar a Jesús, no enaltecernos a nosotros mismos. Como dice esa frase bien conocida que se ha repetido desde hace muchos años: «Uno puede hacer mucho bien en este mundo si no le importa quién se lleve el reconocimiento»[10]. Es una gran verdad. Y yo me atrevería a decir que un gesto o un acto amoroso puede ser aún más eficaz cuando uno lo hace para el Señor, dándole a Dios toda la gloria y todo el reconocimiento.
2 Corintios 5:20 dice: «Somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros». Esa es una declaración impresionante. Fijémonos en la primera parte: «Somos embajadores en nombre de Cristo».
¿Qué es un embajador? Según el diccionario, es un diplomático que representa oficialmente al gobierno de su país, un emisario.
Así que somos enviados oficiales y representantes de Cristo. Somos ciudadanos del Cielo y representamos el reino de Dios. Hemos sido destinados temporalmente a la Tierra para representar a nuestro país, a nuestro Soberano. Ser un embajador es un gran honor, y nuestra conducta debe reflejar eso.
El versículo luego dice: «Como si Dios rogara por medio de nosotros». Eso significa que Dios está haciendo un llamamiento al mundo por nuestra boca. Así como en el mundo un embajador es el rostro de su país ante la gente con la que se encuentra, nosotros somos el rostro de Dios y de Su reino. Debemos dar a las personas con las que entramos en contacto una probadita del Cielo, de la cultura celestial que representamos.
Una de las funciones de un embajador es trabajar en pro de la paz, promover la paz. Nosotros representamos al Príncipe de Paz, y se nos ha encomendado la misión de transmitir Su mensaje al mundo. ¿Qué mensaje es ese? La segunda mitad del versículo lo aclara: «Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios»[11].
Jesús cuenta con que lo representemos ante las personas que nos rodean, ¡que les demos a conocer la maravillosa noticia de que pueden reconciliarse con Dios! Piensen en esto: hay millones, incluso miles de millones de personas que no conocen personalmente a Dios, que nunca han oído hablar de Jesús y que no saben nada de la salvación que se nos ofrece y del tesoro de vida eterna que les aguarda si tan solo aceptan a Jesús como su Salvador. Tenemos el honor de divulgar esa buena noticia, dar a conocer a Jesús y en última instancia llevar al Cielo con nosotros al mayor número posible de personas.
¡Ojalá seamos todos embajadores de Cristo, activos y dignos! No representamos un hermoso y magnífico país de la Tierra, sino el reino más sensacional y espectacular del universo: el reino de Dios. Deberíamos enorgullecernos inmensamente del supremo llamamiento que hemos recibido. Es sin duda un privilegio servir a Dios como embajadores Suyos, y deberíamos comunicar el amor, el cariño y la compasión de Jesús en todo lo que hagamos, sea grande o pequeño. Al tomar «la forma de siervo», Jesús dio el mayor ejemplo de servicio que verá este mundo[12].
La madre Teresa dijo:
En cada ser humano veo a Jesús. Me digo: «Este Jesús tiene hambre; tengo que darle de comer. Este Jesús está enfermo, tiene lepra o gangrena; tengo que lavarlo y atenderlo. Sirvo a los demás por amor a Jesús».
Esa cita expresa la esencia de este valor fundamental. Servimos al prójimo por nuestro amor a Jesús. Ese amor nos impulsa a servir a nuestros semejantes en Su nombre. Nos motiva a ser embajadores Suyos en cualquier situación en que nos hallemos. Nos lleva a dejar que Él se valga de nosotros para prestar asistencia práctica a los necesitados y ofrecer esperanza y sanación a quienes tienen el corazón quebrantado. Si vemos a Jesús en todas las personas con quienes nos encontremos, nos comportaremos más como Él.
Somos las manos con las que puede ayudar y tocar, la boca con la que puede decir la verdad y comunicar aliento y esperanza, los ojos con los que puede manifestar Su compasión, los pies con los que puede caminar junto a un alma cansada, y los brazos con los que puede ayudar a llevar su pesada carga. Hacemos todo eso por Él, para Él, porque procuramos hacer lo que Él haría si estuviera aquí. Tenemos el registro de Su vida en la Tierra, que nos muestra cuánto nos amó, cuánto amó a Sus criaturas. Por la Biblia sabemos con cuánta compasión se relacionó con los que estaban vivos en Su época, y lo comprometido que se mostró cuando hablaba con Sus discípulos y con la gente.
Sitúense por un momento hace 2.000 años, si pueden, e imagínense la experiencia de conocer a Jesús. Imagínense cómo habría sido conversar con Él, con el mismísimo Hijo de Dios. Imagínense Su comprensión, Su compasión, Su amor. ¿Pueden concebir siquiera cómo habría sido ver al Hijo de Dios —la encarnación de Dios— y oírlo hablar, escucharlo hablar del Padre, del mundo venidero, del motivo por el que fuimos creados y del magnífico plan de Dios para la humanidad? ¡Qué maravilla!
Aunque no hemos vivido esa experiencia, Jesús nos ha confiado la misión de transmitir a nuestros semejantes, a los que conviven hoy con nosotros en este planeta, Su amor personal, incondicional y abarcador. Él cuenta con que nosotros seamos Sus representantes.
¿Cómo creen que Jesús se relacionaría con sus vecinos? ¿Cómo trataría a una pobre niña que perdió a sus padres? ¿Cómo se dirigiría a una persona angustiada, abatida, descaminada? ¿Cómo hablaría con ese compañero de trabajo que les pone los nervios de punta y a quien procuran evitar a toda costa?
Si pensamos en Jesús, en Su carácter, Su amor y Su sacrificio en la cruz por cada uno de nosotros, y luego respondemos a esas preguntas, se nos aclara bastante cómo deberíamos relacionarnos con esas personas. Los que seguimos a Jesús somos Su rostro, Su sonrisa, Sus abrazos. Somos los instrumentos de que dispone Dios, y Jesús cuenta con nosotros. Cuenta conmigo, cuenta con ustedes, cuenta con cada uno de nosotros.
Esforcémonos, entonces, todo lo posible, ¿de acuerdo? Seamos como Jesús. Amemos como Jesús. Abramos nuestro corazón a los demás como representantes de Jesús. Seamos conductos despejados por los que Dios pueda sanar y salvar a este mundo de personas necesitadas y quebrantadas.
Que todo lo que hagamos, de palabra o de hecho, lo hagamos para Jesús, para Su gloria.
Nota: Los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Juan 13:15.
[2] 1 Juan 3:16–18.
[3] Mateo 25:40.
[4] 2 Corintios 4:5.
[5] 2 Corintios 5:20.
[6] Lloyd Cory, Quote, Unquote (Victor Books, 1977), 197.
[7] Citado en Amor por los perdidos, noviembre de 2007 (publicado originalmente en mayo de 1976).
[8] Juan 3:30.
[9] Blog Bread for the Journey, 26 de enero de 2011.
[10] Frase anónima, probablemente basada en algo que dijo en 1863 el padre Strickland, un sacerdote jesuita. Muchas personas famosas la han parafraseado, como Harry Truman y Ronald Reagan.
[11] 2 Corintios 5:20.
[12] Filipenses 2:7.
Leído por Gabriel García Valdivieso. Traducción: Jorge Solá y Antonia López.