Vienen mejores días (8ª parte)

diciembre 28, 2021

Enviado por Peter Amsterdam

Que cada día valga

[Better Days Ahead—Part 8: Make Each Day Count]

Todos queremos que nuestra vida valga, que deje huella. Ustedes, igual que yo, probablemente han leído artículos o libros sobre fijarse metas, cultivar buenos hábitos, trabajar en equipo, tener objetivos por los que luchar y demás, con la intención de sacar el mayor provecho al tiempo que Dios nos ha concedido. Elaborar planes y establecer metas puede llegar a ser una gran aventura, y seguidamente orar con afán y buscar al Señor para determinar en qué dirección nos está guiando y de qué modo quiere ayudarnos a realizar Su plan para la etapa particular en que nos encontramos en la vida. Claro que esa aventura no significa necesariamente embarcarnos en una fenomenal empresa para transformar el mundo. Puede consistir en asuntos como emprender un nuevo negocio o una labor sin ánimo de lucro, volver al colegio o a la universidad, iniciar una obra misionera, cambiar de trabajo, ofrecerse en un voluntariado o ayudar a otras personas de nuestro entorno ofreciendo consejo, ánimo, oración, etc.

A veces tenemos la inclinación a pensar que solo podemos dejar huella si hacemos algo destacado o extraordinario. Pensar de ese modo puede desanimarnos en lugar de motivarnos, particularmente cuando afrontamos otras circunstancias que limitan lo que podemos hacer cada día. Circunstancias tales como una condición médica, apremios de orden económico, las necesidades de tu clan familiar y las restricciones de la sociedad en general pueden alterar fuertemente tus planes.

Si bien es provechoso tener metas que impresionan, también es importante ponderar el poder de ver oportunidades en las cosas pequeñas de todos los días que marcan diferencia. Este enfoque nos puede ayudar a tener una actitud positiva a lo largo del día, ya que estaremos a la expectativa de lo que va a hacer el Señor para abrir una puerta, de manera que podamos ser un instrumento de bien para otros.

«Al ponernos a pensar en cómo podemos ser un gran aporte, no debemos desestimar los pequeños aportes que podemos hacer, los cuales, con el tiempo, se van sumando hasta constituir grandes aportes que muchas veces no logramos ver por adelantado.»  Marian Wright Edelman[1]

«No todos podemos hacer cosas grandiosas, pero sí podemos hacer cosas pequeñas con gran amor.»  Madre Teresa

«Cuanto más entro en años, más conciencia tomo de que las cosas muy pequeñas pueden obrar cambios en el mundo.»  Sandra Cisneros[2].

Influir positivamente. Por muy limitantes que sean tus circunstancias siempre hay algo que se puede hacer para influir para bien en la vida de otras personas. Hacer algo por alguien más, aunque sea pequeño, puede ser un peldaño hacia algo de mayor trascendencia. El artículo «Willie y los favores de cinco minutos», de Iris Richard (en Kenia), publicado en el número de julio de 2021 de la revista Conéctate[3] es un buen ejemplo de la importancia de los pequeños actos de bondad:

Ya terminábamos de distribuir cincuenta paquetes de diez kilos de ayuda a gente de bajos recursos en las afueras de uno de los barrios pobres más grandes de África Oriental.

Satisfecha por la labor realizada, yo estaba a punto de partir cuando Sally, una colega, tomó el último paquete y propuso:

—Antes de cerrar llevémosle rápido este paquete a Willie que vive arriba del cerro, pues él no puede caminar hasta aquí.

Yo estaba cansada, sudorosa y con dolor de espalda. […] Cuando me encontraba a punto de dejar la tarea para otro día, recordé el nuevo propósito que me había hecho, «favores de cinco minutos», motivado por algo que había leído en Internet:

«¿Te gustaría hacer algo para mejorar el mundo? […] Incorpora el concepto de los favores de cinco minutos que es tan sencillo como su nombre lo señala: Dedica cinco minutos del día para hacer algo en beneficio de otra persona. […] A ti no te costará mucho, pero podría tener un notable efecto en la vida de otra persona.»[4]

Iris luego explicó que decidió trepar el cerro para entregar el paquete de ayuda a aquel hombre necesitado. Vivía solo, en una desvencijada casucha de un solo ambiente. Su casa había sido arrasada por la crecida de un río, y había perdido una pierna luego que lo atropellara un auto y el conductor huyera. Como consecuencia, perdió su trabajo.

Ella escribió: Willie recibió el paquete de ayuda con una gran sonrisa.

—¡Dios las envió! —exclamó mientras una lágrima le rodaba por la mejilla.

—Gracias a ustedes he hallado nueva esperanza y un sentido en la vida —exclamó cuando le llegaron productos donados por gente deseosa de ayudarlo a echar a andar su pequeño negocio al borde de la carretera.

He ahí un ejemplo de un pequeño acto de bondad; nunca se sabe el poder que tiene una de esas humildes acciones para transformar una vida.

Estoy convencida de que Dios quiere alentar a las personas; pero en muchos casos hace falta que seamos nosotros los portadores de ese ánimo, pues tenemos lo que otros necesitan. ¡Contamos con el Espíritu Santo y con las amorosas palabras de Dios! Podemos ejercer influencia aprovechando el poder que tienen nuestras palabras. No es necesario que sean profundas ni elocuentes: basta con que sean sencillas y satisfagan la necesidad de amor, esperanza, trascendencia y consuelo que tenga la persona a quien se las dirigimos.

Si piensas que no tienes tiempo, ni energías, ni experiencia, o que es poco lo que puedes ofrecer, no te preocupes: a la mayoría nos pasa lo mismo. No obstante, todos podemos enriquecer a los demás por medio de nuestras palabras de ánimo, las cuales nos permiten ejercer influencia y propagar el amor de Dios donde sea que vayamos. En apenas cinco minutos o menos podemos marcar la diferencia en un paradero de autobús, en el metro, en una tienda, en el trabajo, en el colegio, en línea, durante un paseo y en miles de circunstancias más.

Enseguida unas preguntas que podemos plantearnos: «¿Qué puedo decirle a esta persona que la vaya a ayudar de alguna manera, que le levante el ánimo y le alegre el día, que haga que se sienta apreciada, valorada y digna? Antes de despedirme, ¿qué puedo hacer para que esta persona se sienta bien consigo misma y se convenza de que lo que hace es importante?» Después pidamos al Señor que nos dé fe para decirle lo que sea que Él nos inspire.  María Fontaine

Cadena de favores. Ustedes probablemente han oído la expresión cadena de favores o pagar el favor recibido haciendo un favor a un tercero. Es decir, que cuando alguien hace algo por ti, en lugar de devolver directamente el favor a la que persona que te lo hizo, le dispensas esa misma amabilidad o una parecida a un tercero. Poner esto en práctica puede ser muy estimulante y una bendición, así para otros como para nosotros mismos. Aquí tienen un breve recuento de algo por el estilo escrito por una colega:

El Señor hizo algo singular por mí anoche. Salí a cenar a un pequeño restaurante italiano que es mi preferido. Había una camarera maravillosa. Hablamos un rato. Me enteré de que hacía escasos tres meses había llegado de Albania. Me contó que el traslado había sido «durísimo». En el transcurso de la cena se me acercó y me dijo:

—Usted es muy valiente, sentada aquí comiendo sola.

Un rato después pedí la cuenta. Dos mesas más allá de donde estaba yo, se encontraba una familia muy simpática con dos niños hermosos. Mientras cenaba procuré no observarlos ni escuchar indiscretamente su conversación. Pero me costó no hacerlo, pues los tenía delante de mí y los niños eran divinos.

Mientras se dirigía a mi mesa para entregarme la cuenta, la camarera pasó a dejarle la suya al esposo de aquella familia. Pasmada, se me acercó y dijo:

—Ese señor acaba de pagarle a usted su comida.

Me sorprendí y me conmoví. Entonces fui a darle las gracias. Hablamos por uno o dos minutos, y al despedirse me dijo:

—Cuando puedas, sigue la cadena de favores.

—Sí —le dije—, lo haré en este mismo momento con nuestra camarera.

Cuando ya me iba, fui a buscar a la chica albana que me había atendido y le dije:

—Él me dijo que continuara con la cadena de favores y lo voy a hacer en este momento.

Le tomé la mano y le puse un billete equivalente a lo que me había costado la comida. Luego le di un abrazo, la besé en la mejilla y añadí:

—¡Dios te bendiga!

Se puso contentísima. ¡Yo sabía que el Señor había hecho eso para animarla a ella, y a mí!

Dios puede tomar nuestros pequeños esfuerzos y multiplicarlos en la vida de otras personas. Y si somos fieles en aprovechar las pequeñas oportunidades de ser testigos de Su amor cuando estas se presenten, el Señor puede abrir entonces la puerta para mayores oportunidades. La Biblia dice que «el que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel» (Lucas 16:10).

Jesús: El amor se manifiesta por la acción, se demuestra al manifestar interés. Cuando están dispuestos a dar de ustedes mismos, a ser un amigo para alguien, un compañero o prestar un oído atento… cuando asienten a tomarse el tiempo para conversar con alguien que se siente solo o que busca la verdad, o para hacer que alguien se sienta necesario e importante, todo eso en sí brinda cierta satisfacción, una recompensa espiritual.

Cuando dan de esa forma, aunque en un principio suponga un sacrificio y deban dedicar tiempo a ello, no tardarán en darse cuenta de las recompensas y verán con mucha claridad que han hecho lo que tenían que hacer. Notan que brota Mi amor en el corazón de ustedes, que se sienten satisfechos y realizados, cabales y contentos al saber que han hecho sentir feliz a una persona, que le han aligerado la carga y la han ayudado a no rendirse.

Al realizar esos pequeños actos de amor y abnegación reciben personalmente el gozo y la paz de Mi Espíritu. No es algo pasajero, que dependa de las circunstancias, sino un don que Yo les concedo: la felicidad que brinda saber que han sido una bendición para un ser necesitado.

Los cristianos estamos llamados a hacer la voluntad de Dios. A medida que nos esmeramos por agradar a Dios nos corresponde hacer lo que podamos día a día con arreglo a nuestros medios y esfera de influencia. La frase clave aquí es día a día. Quizá no veamos resultados inmediatos, pero no podemos dejar que eso nos desanime. Podemos confiar en la promesa divina: «No nos cansemos, pues, de hacer el bien porque a su tiempo cosecharemos, si no desmayamos» (Gálatas 6:9).

Dios es tan grande como para interesarse en nuestras tareas más pequeñas. Es tan santo como para consagrar nuestros momentos más ínfimos. Es tan inmenso como para otorgar trascendencia a las pequeñeces de nuestra vida. Y con ellas, concedernos espléndidas y singulares dichas. En Cristo, por Su Espíritu, es dable hallar «gozo en cada ocasión», no solo en los destellos públicos, rutilantes, fulgurantes, de nuestras diversas vocaciones, sino en los momentos más pequeños, de ínfima importancia y a todas luces insignificantes.  David Mathis[5]

Tenemos el privilegio de conocer al Señor y Su Palabra, y a medida que hacemos lo que podemos cada día por ser fieles a nuestra vocación como seguidores y representantes Suyos, le hallaremos sentido a nuestra vida. Podemos sacarle provecho a cada día haciendo lo posible por amar al Señor con todo nuestro corazón, mente y alma, y amar al prójimo como a nosotros mismos. Y en esos momentos en que nos parece que no estamos aportando nada o que no tenemos mucho fruto que exhibir a cambio de nuestras labores, podemos tener la tranquilidad y la certeza de que si no nos damos por vencidos sino que continuamos poniendo todo de nuestra parte por dar testimonio del amor y verdad del Señor, un día lo oiremos decir: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en Mi gozo» (V. Mateo 25:21). ¡Entonces todo habrá valido la pena!