Virtudes de los seguidores de Cristo: benignidad

septiembre 5, 2024

Enviado por Peter Amsterdam

[Virtues for Christ-Followers: Kindness]

El quinto fruto del Espíritu mencionado en Gálatas 5:22 es la benignidad, que está estrechamente ligada a las demás virtudes. En 1 Corintios 13 se califica al amor como benigno. Cierta versión traduce así este pasaje: «El amor es paciente, es benigno», y continúa diciendo: «El amor no es envidioso; el amor no es presumido ni orgulloso; no se comporta con rudeza ni es egoísta ni se enoja fácilmente ni guarda rencor»[1].

Ser benigno es hablar con amor y actuar con consideración. Es tener un corazón compasivo y poner en práctica esa compasión y ese amor.

Si queremos crecer en benignidad y parecernos más a Cristo en nuestro trato con el prójimo, podemos empezar por imitar Su manera de relacionarse a diario con los demás. Si leemos la Palabra de Dios y nos esforzamos por vivirla, conviene que nos tomemos un tiempo para meditar sobre cómo podemos ponerla en práctica en nuestra cotidianidad, a fin de derramar Su benignidad sobre los que nos rodean.

Pablo enfatizó estos principios cuando escribió: «Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. Soportaos unos a otros y perdonaos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Sobre todo, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto»[2]<.

Los siguientes artículos describen maneras de cultivar la benignidad, vestirnos de esa virtud y, de paso, bendecir a otras personas comunicándoles el amor de Dios.

Parábolas sobre la benignidad

En una de Sus parábolas, Jesús cuenta la historia de un joven que se va de casa esperando hacer fortuna, pero con su vida disoluta termina despilfarrando su parte del patrimonio familiar. Humillado y sin un céntimo, regresa a casa, preparado y mentalizado para una reacción airada —o al menos paternalista— y una dura reprimenda. Su padre, sin embargo, lo recibe con los brazos abiertos y lágrimas de alegría.

En otra narración, un hombre que se desplaza de Jerusalén a Jericó es asaltado por unos ladrones que lo despojan de sus pertenencias, lo muelen a golpes y lo dejan medio muerto. Luego que un sacerdote y un levita pasan de largo sin socorrerlo, un samaritano —individuo de un grupo étnico despreciado por los judíos de aquella época— se compadece del malogrado viajero, lo traslada a un mesón de un pueblo vecino e incluso conviene con el mesonero en cubrir todos los gastos del herido hasta que se reponga plenamente de sus lesiones.

El Hijo Pródigo y el Buen Samaritano son de las parábolas más conocidas de Jesús. Ambas se centran en la benignidad. En la primera, con la figura del padre amoroso y perdonador Jesús retrata la benevolencia de Dios para con nosotros, un cariño incondicional que es uno de Sus atributos esenciales. En la segunda, nos insta a ser bondadosos con el prójimo, incluso con quienes no nos caen bien o nos tienen antipatía.

Ser benignos suele requerir un esfuerzo. No es algo que nos surja espontáneamente como a Dios. Pero la Biblia dice que «Dios trabaja en ustedes y les da el deseo y el poder para que hagan lo que a Él le agrada»[3]. Y Jesús dijo: «Si algo pedís en Mi nombre, Yo lo haré»[4]Ronan Keane[5]

Vestidos de benignidad

En 1975, John Molloy escribió un libro titulado Vístase para triunfar, que se convirtió en el decálogo de la moda para muchas personas deseosas de escalar posiciones en el mundo empresarial. Los consejos de Molloy se basaban en una sencilla premisa: «Vístase siempre como su jefe». Todos los días, cuando vamos a trabajar, al colegio o a participar en alguna actividad recreativa, hemos de decidir qué ponernos. Pero también debemos tomar decisiones sobre otro tipo de indumentaria: nuestras actitudes y acciones. Si afirmamos ser seguidores de Cristo, nuestra vestimenta espiritual es mucho más importante que la ropa física.

Echa un vistazo al código de vestimenta que nos ha dado Dios. Como pueblo elegido, debemos vestirnos «de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia» (Colosenses 3:12). También debemos ser tolerantes y perdonar (Colosenses 3:13). Sobre todo, debemos vestirnos «de amor, que es el vínculo perfecto» (Colosenses 3:14). ¿Empiezo cada día reconociendo a Cristo como mi Jefe, la Persona para la que trabajo? ¿Pongo atención para vestirme de actitudes que le agraden? ¿Me pongo lo que los otros más ansían ver: compasión, benignidad, humildad, amabilidad, paciencia y amor? Con esas vestiduras, voy a triunfar en el servicio a Dios.  Our Daily Bread[6]

*

La benignidad se expresa mediante acciones desinteresadas y es valorada por personas del mundo entero. Jesús dio un ejemplo superlativo de amor y bondad con Su vida y Su sacrificio en la cruz. El amor y la bondad son atributos fundamentales de Dios y frutos que se manifiestan en las personas entregadas a Dios. El apóstol Pablo nos insta a ser bondadosos unos con otros, a servirnos unos a otros humildemente con amor (Gálatas 5:13) y a hacer el bien a todos (Gálatas 6:10).  Compassion.com

Los siguientes artículos hacen hincapié en el origen de la benignidad, que es producida en nosotros por el Espíritu Santo cuando tratamos de imitar la benignidad de Dios, la benignidad que Jesús enseñó y personificó.

El origen de la benignidad cristiana

Es obvio que no es necesario ser cristiano para ser benigno. Es más, algunos no creyentes actúan con mayor benignidad que ciertos cristianos. Entonces, ¿qué pasa?

La principal diferencia entre la benignidad natural y la cristiana es su origen. Muchos no creyentes consideran que conducirse con amabilidad es simplemente lo correcto. Y desde luego eso contribuye a que el mundo sea más vivible para todos. Los actos de bondad son siempre una fuente refrescante de aliento.

Para los cristianos, el quinto elemento que se enumera en las Escrituras como fruto del Espíritu (Gálatas 5:22) es la benignidad. La benignidad cristiana fluye sobrenaturalmente en el alma de una persona salvada, redimida, nacida de nuevo, justificada y perdonada. […]

Si los cristianos deseamos ser benignos es principalmente por lo bondadoso y misericordioso que ha sido Dios con nosotros. Él perdonó nuestros pecados aunque no nos lo merecíamos. Dios nos ha concedido el don de la vida eterna en el Cielo (Romanos 6:23). ¿Por qué motivo? ¿Hicimos algo para merecernos Su bondad? Por supuesto que no. «Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). Fue el amor de Dios lo que dio lugar a nuestra salvación eterna.

Y es «Su benignidad [la que] nos guía al arrepentimiento» (Romanos 2:4). Somos parte de Su familia hoy, mañana y siempre. Y «nos ha dado, como garantía, el Espíritu en nuestros corazones» (2 Corintios 1:22). Esa garantía produce en nosotros una enorme motivación para ser bondadosos. Nuestra benignidad como cristianos tiene sus raíces en el amor que Dios nos manifestó por medio de Cristo.

La suposición natural del hombre es que puede ser lo bastante bueno y amable para ganarse el Cielo. En realidad, hay un solo acto de benignidad capaz de lavar nuestros pecados: la benignidad de Dios para con nosotros al enviar a Su único Hijo a sufrir y morir en la cruz por nuestra salvación (1 Pedro 3:18; Romanos 5:9; Hebreos 9:28). […]

¿Aceptas la benignidad de Dios en la persona de Jesucristo? En el instante en que aceptes Su benignidad confiando en que Jesús perdona tus pecados, te sentirás motivado a ser benigno con los demás por lo benigno que ha sido Dios contigo. «Nosotros amamos porque Él nos amó primero» (1 Juan 4:19).  Dan Delzell[7]

Benignidad cristiana

La benignidad está subestimada. Tenemos la idea de que consiste en ser amables o agradables, como si fuese principalmente cuestión de sonreír, llevarse bien con los demás, y no ofender. Podría verse como una virtud bastante mundana. Pero la Biblia la describe de una manera muy diferente y convincente. […]

La verdadera benignidad es fruto del Espíritu (Gálatas 5:22). Es una orientación sobrenatural y generosa de nuestro corazón hacia el prójimo, aunque este no se la merezca ni corresponda a nuestro amor. Dios mismo es benigno de esta manera. Su benignidad tiene como objeto guiar a las personas al arrepentimiento (Romanos 2:4), lo cual da a entender que todavía no se han vuelto hacia Él. […] Nuestra benignidad refleja los sentimientos de nuestro Padre. «Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como también Dios os perdonó a vosotros en Cristo» (Efesios 4:32, RVR1977). […]

La benignidad no es poca cosa. Da un fruto maravilloso tanto en nosotros como en los que nos rodean. «El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida, la justicia y el honor» (Proverbios 21:21). Cuando le pedimos al Espíritu Santo que cree en nuestro interior un corazón benigno que derrame palabras afables, lo invitamos a realizar en nosotros una obra sobrenatural.  Stephen Witmer[8]

El siguiente testimonio es un vivo ejemplo de benignidad, y de cómo unos actos de bondad pueden cambiar el rumbo de la vida de una persona.

El premio de la benignidad

Una serie de pérdidas traumáticas me llevó a resentirme con Dios. Sola, sin ningún medio de sustento ni vislumbre alguna de esperanza, había intentado quitarme la vida. Recobré el conocimiento en un hospital, donde pasé los siguientes días recuperándome. Llegó el Día de los Enamorados, el primero que pasaba sin mi marido. Sentada sola en una sala del hospital derramé las últimas lágrimas que me quedaban.

Una pareja pasó por delante de mí y se detuvo. Lo oí a él decir:

—Espera un momento.

Se me acercó, me levantó con un dedo el rostro bañado en lágrimas… y me dio un beso en la mejilla. Era un paciente con el que había conversado un ratito la noche anterior. Pero ¿por qué aquel hombre, a quien casi ni conocía, me dio ese beso? ¿Qué lo impulsó a intentar sacarme de las sombras en que estaba sumida? ¿Qué había hecho yo para merecer semejante gesto?

Al cabo de unos minutos empecé a entrar en razón. Pensé: «Me han hecho un regalo estupendo, el de la esperanza, y no me queda otra que compartirlo con los demás». Con esa reflexión di el primer pasito para salir de la profunda sima en que había caído.

Pocos días después me dieron el alta. Miré lo que me quedaba de mis ahorros: apenas unas monedas. En la alacena no tenía más que una caja de polenta y una lata de salsa de tomate. Me dije: «Así las cosas, en los próximos días no comeré otra cosa que polenta con salsa de tomate. La prepararé toda de una vez».

Terminé de cocinar y, cuando me disponía a sentarme a comer, sonó el timbre de la puerta. Al abrir, me encontré con una joven que parecía a punto de morir de inanición. La acompañaba un niño de cinco o seis años igual de desnutrido. La muchacha dijo que era refugiada y que no encontraba trabajo. Me preguntó si tenía unas monedas que darle. Recordé que me quedaban unas pocas. «¿De qué le servirán a ella… o a mí?»

—Unas monedas es todo lo que me queda —respondí—. Yo también sé lo que es padecer necesidad. Pero acabo de preparar polenta con salsa de tomate. ¿Quieren comer?

Madre e hijo aceptaron con timidez. Comimos en la mesa de la cocina. Luego recordé que unos días antes me habían regalado una barra de chocolate, que había guardado para momentos aún más difíciles. Se la regalé al niño, que a cambio me dio un abrazo que jamás olvidaré.

Me enteré de que vivían cerca, así que los invité a volver. Les expliqué que no podía prometerles comidas con primero, segundo y tercer plato, pero que compartiríamos lo que tuviera. Sonrieron. Nos despedimos con un apretón de manos. Desde entonces no los he vuelto a ver.

Tres días después vi una oferta de empleo en el periódico y me presenté en la empresa, aunque no reunía los requisitos para el puesto ni tenía experiencia en ese tipo de trabajo. Apenas unos minutos después de iniciada la entrevista, me hicieron una pregunta para la que no estaba preparada:

—¿Le parece bien empezar mañana?

Antes de que pudiera responder, me asaltó de pronto un pensamiento: «Aquellos dos desconocidos que llamaron a mi puerta, ¿no serían ángeles que estaban realizando una misión?»

Me dio la impresión de que había sido aprobada no solo en la entrevista de trabajo, sino en un examen. Primero Dios envió a un hombre para demostrarme que me amaba y no me había olvidado; luego me envió a una madre con su hijo para ver si era coherente con mi promesa de transmitir a otros aquel amor y aquella esperanza. Cuando lo hice, me abrió las compuertas de Sus bendiciones.  Erika Blečić

[Cuando escribió ese testimonio, Erika se sentía tan feliz y realizada con su trabajo de periodista como con su otro trabajo de contribuir a divulgar el amor de Dios. Los ancianos de los hogares para jubilados que visita agradecen su amistad, interés y disposición para escucharlos.][9]

Oración para pedir benignidad

Amado Dios, me presento hoy ante Ti con un corazón humilde y el deseo de parecerme más a Ti. Lléname de Tu Espíritu de benignidad y compasión, de manera que sea una luz para los que me rodean. Ayúdame a recordar en mi día a día lo que dice Filipenses 2:3. Recuérdame que no haga nada por ambición, egoísmo o vanagloria, sino que considere a los demás superiores a mí.

Señor, sé que la benignidad no siempre viene fácil, sobre todo cuando me topo con personas o situaciones difíciles. Te ruego que me des la fortaleza y la sabiduría para responder con gracia y amor. Que me apresure a escuchar, pero tarde en hablar y tarde en enojarme.

También te pido que me ayudes a ser consciente de las necesidades ajenas. A veces las personas, cuando están sufriendo, no saben pedir ayuda. Dame ojos para ver y oídos para oír, de modo que sea una fuente de consuelo y apoyo para los necesitados.

Te pido que me ayudes a hacer un esfuerzo deliberado a lo largo del día por ser amable. Ya sea con una sonrisa, una palabra cariñosa o un simple acto de servicio, quiero reflejar Tu amor y Tu gracia.

Por último, Señor, te ruego que me bendigas dándome un corazón agradecido. Ayúdame a reconocer las bendiciones que he recibido y agradecértelas. Que mi gratitud se desborde y se traduzca en actos de bondad y generosidad hacia los demás.

Gracias, Dios, por Tu amor y Tu gracia. Te pido en el nombre de Jesús que me ayudes a parecerme cada día más a Ti. Amén.  Stephanie Reeves[10]

Reflexiones

«Sobre nosotros ha engrandecido Su misericordia, y la fidelidad del Señor es para siempre. ¡Aleluya!» (Salmo 117:2).

«La benignidad es una parte esencial de la obra de Dios y de la nuestra aquí en la Tierra.»  Billy Graham

«Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como también Dios os perdonó a vosotros en Cristo» (Efesios 4:32).

«Todo el mundo entiende el lenguaje de la amabilidad. Los cristianos somos embajadores del amor de Dios; la amabilidad con que tratamos a los demás les hace notorio el amor de Dios y Su interés por ellos, y contribuye a acercarlos a Él.»  Rafael Holding

(Continuará.)


Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995 © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] 1 Corintios 13:4,5 (NBV).

[2] Colosenses 3:12–14.

[3] Filipenses 2:13 (NTV).

[4] Juan 14:14.

[5] Ayuda y te ayudarán, «Conéctate», junio de 2013.

[9] Examen para una nueva vida, «Conéctate», febrero de 2013.