
Vivir como discípulos, 4ª parte: Relación con Dios
septiembre 30, 2025
Enviado por Peter Amsterdam

Vivir como discípulos, 4ª parte: Relación con Dios
[The Life of Discipleship, Part 4: Relationship with God]
Nuestra relación con Dios —nuestro trato y comunión con Él— es fundamental en nuestra vida como discípulos. Los cristianos tenemos la bendición, el honor y el privilegio de disfrutar de una relación personal con Dios. ¡Es casi inconcebible que el Creador del universo desee tener comunión con nosotros y que, para reconciliarnos con Él, llegara al extremo de hacer que Su Hijo Jesús muriera en la cruz por toda la humanidad! Tal como escribió el apóstol Pablo: «Fiel es Dios, quien los ha llamado a tener comunión con Su Hijo Jesucristo, nuestro Señor» (1 Corintios 1:9).
Jesús nos dio ejemplo: Él cultivaba la relación con Su Padre. Los evangelios mencionan ocasiones en que se levantó de madrugada para orar (Marcos 1:35), se apartó de la multitud para orar (Lucas 5:15,16) o se pasó la noche entera orando (Lucas 6:12,13). Él se hacía tiempo para estar con Dios, para tener comunión con Él y recibir Sus instrucciones (Juan 5:30).
Tener comunión con Dios es pasar ratos en Su presencia, adorándolo, hablando con Él en oración, leyendo Su Palabra, prestando oído a lo que nos dice por medio de ella y escuchando Su voz cuando se dirige a nosotros personalmente. Debemos hacernos tiempo para alabarlo y darle gracias por ser quien es y por lo que ha hecho por nosotros, ofreciéndole siempre «sacrificio de alabanza» (Hebreos 13:15), y por otra parte mantenernos en comunión con Él a lo largo del día. Debemos pasar ratos en contacto con nuestro Creador y Salvador, el cual por Su gran amor sustenta nuestra vida y desea tener comunión con nosotros.
Cuando pasamos ratos de comunión con el Señor, Él responde. Si dejamos nuestras demás actividades y entramos en Su presencia, nos predisponemos para escucharlo y recibir Su orientación. Él puede entonces guiarnos con Sus consejos (Salmo 73:24) y enseñarnos a hacer Su voluntad (Salmo 143:10).
Orar, alabarlo y adorarlo, hablarle de nuestra vida —de nuestras esperanzas y sueños, de nuestros triunfos y fracasos, confesarle nuestros pecados, pedirle ayuda, expresarle que lo amamos— y escuchar lo que Él nos dice son todos aspectos de la comunión, amistad y relación que debemos tener con Él.
Un elemento clave de una relación es la comunicación recíproca. Lo mismo sucede en nuestra comunión con el Señor: debemos tanto escucharlo como hablarle. La principal manera de escuchar a Dios es leer Su Palabra, la Biblia. Cuando leemos pasajes de las Escrituras, reflexionamos sobre lo que dicen, meditamos en ellos y nos preguntamos qué significan para nosotros y cómo podemos aplicarlos en nuestra vida cotidiana, Él nos habla. También nos habla al alma cuando guardamos silencio y escuchamos Su voz queda y apacible.
Al abrirle nuestro corazón y nuestra vida y hablarle de nuestras cargas, preocupaciones y temores, así como de nuestras esperanzas, alegrías y sueños, nuestra relación con Él se vuelve más profunda. Cuando nos hacemos tiempo para estudiar la Palabra de Dios y meditar en ella y aprendemos a aplicarla, crecemos en fe y en confianza en Dios, y en nuestra comprensión y adoración de Él. Comunicarnos con Él mediante la oración, amarlo, pasar ratos escuchándolo, aprender de Él, tener comunión frecuente con Él… todo ello contribuye a acercarnos a Él y hacernos más como Él, tal como señala el siguiente artículo.
¿Qué significa tener comunión con Cristo?
Es asombroso pensar que Dios participa en nuestra vida. Tener comunión con Cristo no solo es participar en la vida de Cristo, sino también que Él participe en la nuestra. Personalmente, esta revelación me ha ayudado a enfocar la vida de otra manera. […]
Cuando surgen dificultades o momentos difíciles, esto puede ayudarnos a reconocer que Jesucristo está con nosotros en cada situación. Cuando las cosas van bien, como una seda, nos permite ver que Él sigue estando con nosotros en todo. Él es inclusivo e íntimo. No nos deja solos para que resolvamos las cosas. Participa en nuestra vida. […]
La palabra comunión en la Biblia no solo tiene el sentido de relación. Relación significa conexión. Si bien es cierto que estamos conectados a Cristo (Juan 15), se nos invita a algo más profundo: a tener comunión con Él.
La invitación inicial es a establecer una relación con Dios, a conectarnos a Él. Al salvarnos, Jesús nos pone en relación con Él. Pero el concepto de comunión con Dios es una invitación a intimar con Él, a tener una conexión continua con Él y pasar tiempo con Él. […] No se trata tan solo de tener una relación con Él (es decir, de estar conectados a Él y restaurados en Él), sino de llegar a tener comunión con Él, pues de esa manera «andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo, Su Hijo, nos limpia de todo pecado» (1 Juan 1:6,7).
Esa es la vía o fórmula para volvernos más como Él y ver Su vida en la nuestra. Cuando tenemos comunión con Jesús, nos volvemos más como Él y lo reflejamos, y de esa manera nuestra relación con Dios adquiere mayor profundidad. Tanya Remkiv[1]
El principio de la oración
Cuando los discípulos de Jesús le pidieron que les enseñara a orar. Él les enseñó el Padrenuestro. Al hacer esa oración, reverenciamos a Dios por ser el único que es santo y está por encima de todo; le pedimos que se haga Su voluntad en la Tierra y en nuestra vida; reconocemos que dependemos de Él para satisfacer nuestras necesidades cotidianas, y le pedimos que perdone nuestros pecados (Mateo 6:9–13).
Jesús también enseñó a Sus discípulos a velar en oración, a permanecer despiertos y orar (Mateo 26:41). Nos dejó ejemplo de orar a solas (Lucas 6:12), de hacer acción de gracias, de rezar con otros creyentes y de interceder por los demás (Juan 17:20–26). Su ejemplo cuando se apartaba del ajetreo y se hacía tiempo para orar Él solo, así como cuando oraba e intercedía por otros, marca el camino para todos los que anhelan seguir Sus pisadas.
Uno de los principios fundamentales que enseñó a Sus seguidores con respecto a la oración fue sobre la clase de relación que debemos tener con Su Padre. Él rezaba continuamente a Su Padre, y enseñó a Sus discípulos a hacer lo mismo. Somos hijos e hijas de Dios por haber sido adoptados en la familia de Dios. Cuando oramos, nos presentamos ante Abba, nuestro Padre.
A los cristianos se nos ha concedido el increíble privilegio de acceder a la mismísima presencia de Dios mediante la oración. Podemos tener comunión con Él, alabarlo, adorarlo, darle gracias por todo lo que ha hecho y por Su bondad y Su gracia, Sus inmerecidos favores para con nosotros. Podemos desnudar nuestro corazón delante de Él, contarle nuestros pensamientos y deseos más íntimos, lo que nos preocupa, y presentarle nuestras dificultades, problemas y necesidades. Podemos interceder por quienes están en apuros y encomendarle a nuestros seres queridos. Podemos exponerle todos nuestros recelos, inquietudes y angustias.
Si nos sentimos débiles y exhaustos, podemos desahogarnos con Él. Si hemos fallado, cometido un error, u obrado mal y pecado, podemos confesárselo, y pedir y obtener perdón. Podemos conversar con Él ya sea que estemos alegres o tristes, saludables o enfermos, gozando de abundancia o padeciendo necesidad, porque tenemos una relación con Aquel que no solo nos creó, sino que además nos ama profundamente y desea participar en cada aspecto de nuestra vida. Por medio de la oración lo invitamos a participar en nuestra vida cotidiana y le pedimos que intervenga directa e íntimamente en ella.
La oración no debe ser un monólogo en el que solo hablemos nosotros, pretendiendo que Dios se limite a prestarnos oído. Cuando oramos, también debemos escuchar lo que Él nos quiera decir por medio de la Biblia, por medio de buenos maestros y predicadores, o guardando silencio delante de Él y abriendo nuestro corazón para oír Su voz. Él puede hablarnos de múltiples maneras: mientras meditamos en Su Palabra, cuando le preguntamos cómo podemos aplicar a diario lo que hemos leído, y en los momentos en que hacemos silencio en nuestro interior y le damos oportunidad de comunicarse con nosotros.
Con Su ejemplo y Sus enseñanzas, Jesús señaló la importancia de la oración y, sobre todo, que nuestras oraciones tienen que basarse en una íntima relación con Dios. Aparte de los ratos que dedicamos exclusivamente a la oración, se nos pide que estemos en continua comunión con Dios; en cierto modo es como tener un diálogo constante con Él, hablarle, pedirle orientación, alabarlo y escucharlo a lo largo del día. Se entiende que ese es el sentido de la exhortación general que hace Pablo a orar constantemente o «sin cesar» (1 Tesalonicenses 5:17). Si somos realistas, en medio de nuestras ajetreadas jornadas laborales y nuestras responsabilidades cotidianas quizá no tengamos ocasión de detener todas nuestras actividades durante un largo período de tiempo para dedicarnos exclusivamente a rezar. Pero en el curso del día, mientras realizamos nuestro trabajo y cumplimos nuestras obligaciones, podemos «practicar la presencia de Jesús»[2] entregándole continuamente nuestros pensamientos, actividades y comunicaciones con los demás.
Conmovido por la oración
Lo primero, oremos. ¿Vas a viajar para ayudar a los hambrientos? Asegúrate de bañar tu misión en oración. ¿Te esfuerzas por desenredar los nudos de la injusticia? Ora. ¿Cansado de un mundo de racismo y divisiones? También Dios lo está, y le encantaría hablar contigo del tema.
Principalmente, oremos. ¿Nos llamó Dios a predicar sin cesar? ¿A enseñar sin cesar? ¿A tener reuniones sin cesar? ¿A cantar sin cesar? No, pero sí nos llamó a orar sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17).
¿Declaró Jesús: «Mi casa será llamada casa de estudio»? ¿De fraternidad? ¿De música? ¿De instrucción? ¿De actividades? No, pero sí dijo: «Mi casa será llamada casa de oración» (Marcos 11:17 NVI).
Ninguna otra actividad espiritual tiene resultados tan garantizados. «Si en este mundo dos de ustedes se ponen de acuerdo en lo que piden, Mi Padre, que está en los cielos, se lo concederá» (Mateo 18:19). Él se conmueve ante un corazón humilde y orante. Le conmueve la oración. Max Lucado[3]
Invitación a tener comunión con Dios
Dios nos redimió de la sanción que nos correspondía por nuestro pecado movido por el amor que siente por la humanidad, y lo hizo por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Si conocemos Su amor y hemos recuperado nuestra comunión con Él es gracias a la muerte expiatoria de Su amado Hijo. Nosotros lo amamos y reverenciamos por Su amor y perdón.
Cuando leemos: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16), entendemos que el sentido es: «Dios me ama a mí personalmente». Nuestra salvación y relación con Él dependen enteramente de la obra de Jesús; se nos conceden por amor como un regalo. Su amor es incondicional; no se ve afectado por nuestros errores, pecados, fracasos o episodios de desaliento. Él nos ama como a hijos única y exclusivamente porque estamos unidos a Su Hijo por medio de la salvación. Ninguna «cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 8:38,39).
Nuestro deseo de tener una relación con Dios nos motiva a permanecer en Él mediante la oración, la adoración y la lectura de la Biblia, y a vivir nuestra fe sirviéndolo y dando a conocer Su amor y Su verdad. Como discípulos, buscamos ardientemente disfrutar de la comunión con Él y de Su presencia en nuestra vida.
El llamado que hizo Jesús a una de las iglesias del Apocalipsis es el mismo que nos hace hoy a nosotros: «Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo» (Apocalipsis 3:20). En la cultura de la época de Jesús, una invitación a compartir una comida con alguien era una invitación a establecer una relación. Los discípulos de Jesús deseamos que nuestra relación con Él progrese, queremos conocerlo mejor, amarlo más profundamente. Cuando hemos estado en Su presencia, irradiamos Sus atributos, Su amor, bondad, compasión, calidez, perdón y misericordia.
A los que abran la puerta, Jesús les promete una comunión íntima, representada por una cena juntos. […] Hoy Jesús sigue diciendo: «¡Estoy a la puerta y llamo!» […] Sigue enviando sinceras invitaciones para disfrutar de plena comunión con Él. El que tiene las llaves del reino de los Cielos (Mateo 16:19; Apocalipsis 1:18) nos llama a todos a escuchar Su voz y abrirle la puerta para que pueda entrar y gozar de íntima unión con nosotros. A los que respondan, Jesucristo les garantiza una puerta abierta a la vida eterna y la recompensa de gobernar con Él en el Cielo. Got Questions[4]
Reflexiones
Nuestra relación con Dios es precisamente eso, una relación. Su invitación es clara y sencilla: «Ven y conversa conmigo». ¿Y nuestra respuesta? «Aquí vengo, Señor» (Salmo 27:8 NTV). Nosotros permanecemos con Él, y Él con nosotros. Max Lucado
Fuimos creados para tener una relación consciente y personal con Dios. A los que disfrutamos de la bendición de conocer a Dios se nos pide que tengamos una relación personal con el Creador. […] Dios lo comparte todo con nosotros en nuestra vida, lo bueno y lo malo. No nos guardamos nada. Dios puede gestionarlo todo sin ningún problema. De hecho, Él nos abraza sin importar en qué momento de la vida nos encontremos. Jovian Weigel
La amistad con Dios se cultiva contándole todas tus vivencias. Por supuesto que es importante adquirir el hábito de dedicarle todos los días un rato a Dios; pero lo que Él desea es más que un espacio en tu agenda. Quiere participar en cada actividad, en cada conversación, en cada problema e incluso en cada pensamiento que tengas. Puedes mantener una conversación continua y abierta con Él a lo largo del día y hablarle de lo que estés haciendo o pensando en ese momento. Orar sin cesar es conversar con Dios mientras haces la compra, conduces, trabajas o realizas cualquier otra tarea cotidiana. Rick Warren
Qué dice la Biblia
«Dedíquense a la oración, y sean constantes en sus acciones de gracias» (Colosenses 4:2).
«¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos!» (1 Juan 3:1 NVI).
«Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en todo, porque esta es Su voluntad para ustedes en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:16–18).
Oración
Padre celestial, mi anhelo es que mi relación contigo se vuelva más profunda. Quiero conocerte más íntimamente y reflejar Tu carácter más plenamente. […] Aumenta mi fe y mi confianza en Ti. Ayúdame a entender más cabalmente Tu Palabra y a aplicarla a diario. Afianza mi práctica de la oración y enséñame a escuchar Tu voz. Muéstrame en qué aspectos necesito madurar y dame valor para hacer frente a esos retos. Ayúdame a negarme a mí mismo cada día y a vivir para Cristo. Que crezca en humildad, compasión y amor al prójimo. Señor, conviérteme en la persona que querías que llegara a ser cuando me creaste. Que mi vida sea un testimonio de Tu poder transformador. En el nombre de Jesús, amén[5].
Traducción: Esteban.
[1] Tanya Remkiv, «What Does Fellowship with Christ Mean», 19 de diciembre de 2022, https://tanyaremkiv.com/2022/12/19/what-does-fellowship-with-christ-mean/
[2] Practicar la presencia de Jesús es una disciplina espiritual propuesta por el hermano Lorenzo, que recomendaba estar continuamente consciente de la presencia de Dios en todos los aspectos de la vida. Consiste en cultivar una relación profunda e íntima con Jesús mediante la práctica de la oración y la reflexión a lo largo del día, incluso mientras se realizan actividades rutinarias.
[3] Max Lucado, Dios está con usted cada día: Devocional de 365 días (Casa Creación, 2016).
[4] «¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo: “He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo”?», GotQuestions.org, https://www.gotquestions.org/Espanol/Yo-estoy-puerta-y-llamo.html.
[5] «10 Powerful Prayers to Get Closer to God and Find Stillness in His Presence», My Prayer Item, https://myprayeritem.com/10-powerful-prayers-to-get-closer-to-god/.
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