Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (Matrimonio y sexualidad, 1ª parte)
noviembre 19, 2019
Enviado por Peter Amsterdam
Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (Matrimonio y sexualidad, 1ª parte)
[Living Christianity: The Ten Commandments (Marriage and Sex, Part 1)]
(Partes de este artículo provienen del libro Christian Ethics de Wayne Grudem[1].)
El siguiente tema de esta serie sobre ética cristiana corresponde al séptimo mandamiento: «No cometerás adulterio»[2]. La definición de adulterio según el diccionario de la RAE (Real Academia Española) es: Relación sexual voluntaria entre una persona casada y otra que no sea su cónyuge. Este mandamiento se repite en numerosas ocasiones, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento[3]. El vocablo hebreo empleado en el Antiguo Testamento para expresar adulterio es na’áf, mientras que en el Nuevo Testamento griego la palabra moi·kjéu·ō o moijéia tiene la misma definición.
En cierto sentido este mandamiento se puede abordar como un directorio que contiene varios subtemas. Además del adulterio, engloba asuntos como la institución matrimonial, el divorcio y las segundas nupcias; la soltería, la procreación, el control de la natalidad, la infertilidad y la adopción; asimismo cuestiones sexuales, entre ellas las relaciones prematrimoniales, la fornicación, el incesto, la pornografía y la homosexualidad. A través de varios artículos sobre los temas del matrimonio y el sexo, Vivir el Cristianismo recorrerá cada una de esas subdivisiones.
La ética sexual del mundo occidental experimentó un imponente cambio en la última parte del siglo XX. Como consecuencia tuvo lugar un abrupto viraje que la alejó de la enseñanza bíblica sobre la materia y así muchas cosas que estaban prohibidas en la Escritura tuvieron amplia aceptación en la sociedad contemporánea. Al abordar estos temas pondremos el foco en lo que enseña la Biblia. Sin embargo, no todos los cristianos ni credos religiosos coinciden en cuál es la interpretación acertada de las enseñanzas bíblicas sobre el matrimonio y la sexualidad. De ahí que en los puntos en que existan importantes discrepancias entre confesiones cristianas, procuraré presentar las distintas perspectivas.
La finalidad del séptimo mandamiento es resguardar el matrimonio. La Escritura concibe el matrimonio como una relación de toda una vida entre un hombre y una mujer. Pese a que varias naciones reconocen el matrimonio entre personas del mismo sexo, en el presente artículo nos concentraremos en el concepto bíblico del mismo.
El primer capítulo del Génesis declara:
Creó, pues, Dios al hombre a Su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Dios los bendijo y les dijo: «Sean fecundos y multiplíquense»[4].
Continuando en el Génesis encontramos que Adán, el hombre creado por Dios, estaba solo. En el capítulo 2 leemos que Dios creó a Eva, la primera mujer, a partir del costado de Adán, luego de lo cual Dios dijo:
Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne[5].
En estos versos vemos establecido el matrimonio, la primera institución humana y la única que precede a la caída de los seres humanos en el pecado, lo que ocurre en el capítulo 3 del Génesis.
La concepción bíblica del matrimonio es una alianza o sociedad conyugal para toda la vida. Un pacto o alianza es un acuerdo solemne entre dos partes; en el caso del matrimonio, entre marido y mujer.
El Señor ha visto que has sido desleal con la mujer de tu juventud, con tu compañera, con la que hiciste un pacto[6].
En la alianza conyugal un hombre y una mujer se prometen mutuamente ser fieles a su matrimonio mientras tengan vida.
Las ceremonias nupciales cristianas aluden a la presencia de Dios en calidad de testigo de los votos matrimoniales de la pareja. En los ritos cristianos por lo general se hace una declaración de este estilo: Estamos aquí congregados ante Dios para ser testigos de la unión de este hombre y esta mujer en santo matrimonio.
Según la Escritura, todo los matrimonios —sean o no cristianos— son alianzas concretadas delante de Dios. Cuando Jesús hablaba del matrimonio se refirió a lo que estaba escrito en el libro del Génesis en el sentido de que no son ya más dos, sino una sola carne. En seguida añadió: Por tanto, lo que Dios juntó no lo separe el hombre[7]. Lo que Jesús demostró claramente con esa observación es que cuando una pareja se casa tiene lugar un cambio fundamental, por cuanto Dios mismo ha enlazado a esa pareja en una unión espiritual, y los dos llegan a formar una sola carne. Esto hace que cada ceremonia matrimonial sea una ocasión sagrada de la que Dios es testigo, ya si la pareja cree en Dios, ya si no cree.
Todo matrimonio marca el principio de una nueva familia, bien diferenciada de las de la novia y el novio. El Génesis dice que el esposo deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser[8].Como consecuencia se forma un nuevo hogar. En muchas sociedades el matrimonio también modifica la situación legal de la pareja. En caso de que muera uno de los cónyuges, el otro adquiere los derechos de sucesión. De enfermarse uno de los cónyuges, el otro tiene la autoridad y la obligación de cuidar al enfermo y tomar las decisiones pertinentes a la atención médica que reciba. En caso de que tengan hijos, tienen la autoridad y el deber de criarlos.
La decisión de contraer matrimonio es una de las más importantes que puede tomar una persona en la vida. La Escritura se expresa respecto a la persona con la que debe casarse un creyente. En el Antiguo Testamento leemos que Dios prohibió al pueblo judío casarse con gente que adoraba otros dioses.
«Cuando el SEÑOR tu Dios te haya introducido en la tierra a la cual entrarás para tomarla en posesión, y haya expulsado de delante de ti a muchas naciones […], no emparentarás con ellas: No darás tu hija a su hijo ni tomarás su hija para tu hijo. Porque desviará a tu hijo de en pos de Mí, y servirá a otros dioses.»[9]
Encontramos el clásico ejemplo de esto en la vida del rey Salomón, que se casó con numerosas esposas extranjeras.
Cuando Salomón era ya anciano, sus mujeres hicieron que su corazón se desviara tras otros dioses. Su corazón no fue íntegro para con el SEÑOR su Dios, como el corazón de su padre David[10].
Se dan, sin embargo, ejemplos en la Escritura de no judíos que convertidos al judaísmo se casaron con israelitas. Tal es el caso de Rut[11].
En el Nuevo Testamento hallamos el dictado:
No se unan en yugo desigual con los no creyentes. Porque ¿qué compañerismo tiene la rectitud con el desorden? ¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas?[12]
Si bien en esta instancia no se refería específicamente al matrimonio, el principio que profesa se puede aplicar a la elección de cónyuge. En otra oportunidad el apóstol Pablo escribió:
La esposa está ligada mientras viva su esposo. Pero si su esposo muere, está libre para casarse con quien quiera, con tal que sea en el Señor[13].
Al escribir la cláusula con tal de que sea en el Señor, el apóstol Pablo indicaba que si bien la viuda podía volver a casarse, debía hacerlo únicamente con otro creyente cristiano. Aunque en ese pasaje Pablo se dirigía solamente a las viudas, por lo general dentro del cristianismo se interpreta que ello infiere que los cristianos deben casarse con otros creyentes. Claro que muchos cristianos se han casado con personas no cristianas y han gozado de excelentes matrimonios. En algunos ha resultado incluso que el cónyuge no cristiano se ha hecho cristiano.
Si bien las anteriores afirmaciones del Nuevo Testamento no prohíben explícitamente el matrimonio entre creyentes y no creyentes, ofrecen consejos prudentes en cuanto a la persona con la que uno decide casarse. En términos generales, puede que un cónyuge cristiano no esté en condiciones de vivir plenamente su fe si se casa con un no creyente, ya que para estar en sintonía con su cónyuge no cristiano quizá tenga que marginar de su vida al Señor y su fe. Tal vez ello le impida hasta cierto punto practicar su fe y vivir según ella en los asuntos cotidianos. Por ejemplo, es posible que le ponga trabas a su vida devocional o le dificulte criar a sus hijos en la fe, demostrar hospitalidad a otros creyentes, diezmar, apoyar a misioneros o confraternizar con otros creyentes con tal de mantener la paz en el hogar.
A la inversa, si el creyente dentro del matrimonio participa con empeño en la práctica de su fe, el cónyuge no creyente podría quedar marginado. Cuando el marido o mujer no cristiano no entiende la razón por la que se estudia la Biblia, por la que se ora, se testifica o se reúnen los fieles entre sí en una iglesia o en pequeños grupos, no participa en esas actividades junto con su cónyuge creyente. En casos así, puede que la unicidad del matrimonio, la profunda unión entre cónyuges, no se desarrolle con la debida vitalidad, toda vez que uno de ellos queda excluido de los importantes compromisos del otro. En tales circunstancias puede generarse mucha tensión en el matrimonio, lo que podría derivar en su disolución; o quizás el matrimonio permanezca intacto porque uno u otro de los cónyuges cede y da su brazo a torcer en algunos aspectos, lo que sin embargo puede dejar a ambas partes desdichadas y solitarias.
Naturalmente todas las parejas de casados tienen desacuerdos, discusiones y pruebas difíciles que franquear. No obstante, las parejas cristianas cuentan con los comunes denominadores de la fe, la Escritura, la oración y el Espíritu Santo que los ligan y pueden ayudarlos a superar sus diferencias o darles la gracia para aceptarlas con amor. La diferencia primordial entre un matrimonio cristiano y uno no cristiano es que Jesús está presente y es de suponer que se halla en el centro de la relación. Cuando una pareja está unida en Cristo su meta es crecer en semejanza con el Maestro a través de su matrimonio. De ser así, se forma un fuerte matrimonio cristiano.
El cristianismo insta a las parejas de casados a practicar la sumisión mutua entre marido y mujer y a servirse el uno al otro con amor. Debemos amar incondicionalmente a nuestro cónyuge, tal como Cristo nos amó, y al mismo tiempo respetarlo por lo que es como persona. Nuestro matrimonio es la relación más importante que establecemos en la Tierra, y aunque otras relaciones tienen importancia, ninguna debe anteponerse a esta. Si bien es posible que con el paso del tiempo los cónyuges no se sientan tan enamorados como cuando se casaron, los matrimonios sólidos duran porque ambas partes se comprometieron en presencia de Dios, lo que trasciende los sentimientos y emociones que abriguen en el presente.
En el libro del Génesis leemos que Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él». De ahí que creara a la mujer a partir de una costilla que sacó de Adán. En ese sentido, Dios hizo dos de uno. Cuando una pareja se casa, Él hace de los dos uno. El matrimonio une a un hombre y una mujer de modo que sean una sola carne[14].
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de las versiones Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y Reina Valera Actualizada (RVA-2015), © Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.
[1] Grudem, Wayne, Christian Ethics (Wheaton: Crossway, 2018).
[2] Éxodo 20:14.
[3] Deuteronomio 5:18; Mateo 5:27, 28; Mateo 19:18; Marcos 10:19; Lucas18:20; Romanos 13:9; Santiago 2:11.
[4] Génesis 1:27,28.
[5] Génesis 2:24.
[6] Malaquías 2:14 (RVC).
[7] Mateo 19:6.
[8] Génesis 2:24 (NVI).
[9] Deuteronomio 7:1–4.
[10] 1 Reyes 11:4.
[11] Rut 1:16.
[12] 2 Corintios 6:14.
[13] 1 Corintios 7:39.
[14] Génesis 2:24.