Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (No robarás, 2ª parte)

agosto 4, 2020

Enviado por Peter Amsterdam

Buena administración

[Living Christianity: The Ten Commandments (You Shall Not Steal, Part 2). Stewardship]

(Partes de este artículo provienen de los libros Christian Ethics de Wayne Grudem[1] y Christian Ethics: Contemporary Issues and Options de Norman Geisler[2].)

Como lo explicamos en el artículo de introducción al octavo mandamiento, no robarás, Dios es en última instancia el dueño de todo lo que existe. Así y todo, ha otorgado a los seres humanos la propiedad de aquellas cosas que les pertenecen: su hacienda o patrimonio. Los individuos poseen propiedad privada y deben rendir cuentas ante Dios por el uso que han hecho de dicha propiedad.

Naturalmente que la posesión de propiedad es temporal, ya que cada uno de nosotros a la postre muere y nuestra propiedad pasa entonces a otras manos. De ahí que sea bíblicamente correcto considerar la propiedad o posesión como administración o mayordomía: somos administradores de lo que Dios nos ha otorgado benévolamente y tendremos que dar cuenta del uso que hemos hecho de esas bendiciones. El concepto de administración no solo se aplica a las posesiones, sino también a otras cosas de las que somos responsables, como por ejemplo el empleo de nuestro tiempo, aptitudes, talentos y oportunidades.

La posesión de propiedad/riqueza tiene sus ventajas y sus desventajas. En esta sección de Vivir el cristianismo abordaremos estos dos aspectos. Las ventajas las trataremos primero en este artículo, seguidas por las desventajas en futuros artículos. En general la Escritura muestra una actitud favorable en torno a la prosperidad, aunque no en el contexto del evangelio de la prosperidad, que por supuesto es la falsa enseñanza de que la salud y la riqueza son el divino derecho de todo cristiano creyente en la Biblia. Más bien la Biblia se refiere a creyentes que prosperan en el sentido de hacer progresos, de avanzar hacia la consecución de sus metas y de tener éxito en sus empeños.

Algunos versículos del Antiguo Testamento que expresan este concepto son:

Guarden, pues, las palabras de este pacto y pónganlas por obra, para que prosperen en todo lo que hagan[3].

Nunca se apartará de tu boca este libro de la Ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que está escrito en él, porque entonces harás prosperar tu camino y todo te saldrá bien[4].

El deseo de adquirir la propiedad de cosas de las que luego terminamos siendo administradores puede ser una aspiración concedida por Dios para imitar, a pequeña escala, la soberanía que Dios ejerce sobre la creación. Ya si somos poseedores de una propiedad muy extensa, ya si de una muy pequeña, se nos llama a ser fieles administradores de lo que Dios nos ha dado. En el Evangelio de Mateo, Jesús narra una parábola sobre un hombre que partió de viaje y les confió su propiedad a sus siervos:

A uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad[5].

Si bien a los siervos se les encomendó la administración de distintas sumas de dinero, se esperaba que todos fueran fieles con lo que se les había encomendado. A los responsables de pequeñas sumas se los elogió igualmente, luego del retorno del amo, por el uso sensato que hicieron de las mismas.

Su señor le dijo: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor»[6].

En el libro del Génesis Dios instruyó a Adán y Eva:

Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo[7].

Al afirmar esto Dios les concedió una cuota de soberanía sobre Su creación. Se le encomendó a la humanidad la tarea de custodiar la Tierra. Los seres humanos debían aprovechar sus conocimientos y habilidades para crear cosas que los beneficiaran a ellos y a los demás.

Con el paso del tiempo eso llegó a incluir la fabricación y posesión de viviendas rudimentarias, medios para almacenar comida y otros. Más adelante se inventaron diversas modalidades de transporte como carretas y carrozas. En el transcurso de la historia las edificaciones y los medios de transporte fueron progresando hasta que hoy disponemos de autos, aviones, casas modernas, edificios de oficina, teléfonos móviles y demás. Dios concedió a los seres humanos la capacidad de aprender y de crear valor en el mundo, un valor que antes no existía, y al hacerlo hizo que florecieran. Ese florecimiento trasciende la creación de cosas materiales que benefician a la humanidad. Comprende también el arte, la música, la literatura y las relaciones interpersonales con nuestros seres queridos y amigos.

Puesto que Dios instruyó a los seres humanos a que subyugaran la tierra en calidad de mayordomos de Su creación es justo sacar la conclusión de que Él sembró en nuestro corazón el deseo de hacerlo. A lo largo de la Historia los seres humanos se han esforzado por elaborar cosas útiles de la tierra para el bien de la humanidad. El deseo de crear y disfrutar de esas cosas deriva de un instinto que Dios insufló en los seres humanos desde antes que existiera pecado en el mundo, cuando ordenó a Adán y Eva que poblaran la tierra, la subyugaran y ejercieran dominio sobre ella. Claro que por causa de su desobediencia el pecado entró en el mundo; así y todo, el deseo de crear, fabricar y gozar de productos útiles debe considerarse un instinto moralmente bueno infundido por Dios en la raza humana.

Si bien la posesión de propiedad está considerada sana moralmente, la Biblia entrega claras advertencias en contra de amar las cosas materiales más de lo debido. Jesús enseñó:

Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá al uno y amará al otro, o se dedicará al uno y menospreciará al otro. No pueden servir a Dios y a las riquezas[8].

El apóstol Pablo escribió que un obispo de la iglesia no debería ser amante del dinero[9]. En la epístola a los Hebreos leemos:

Sean sus costumbres sin amor al dinero, contentos con lo que tienen ahora porque Él mismo ha dicho: Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé[10].

Resulta evidente que el uso indebido del dinero y una actitud errónea con respecto a la fortuna pueden derivar en pecado.

Ciertos cristianos predican la llamada «teología de la prosperidad», conocida también como «el evangelio de la prosperidad» o «el evangelio de la salud y la riqueza». Quienes profesan esta doctrina sostienen que es la voluntad de Dios para cada creyente gozar de buena salud y de prosperidad material mientras está en esta vida. La idea es que si donas suficiente dinero a la iglesia, Dios te hará próspero y te protegerá de enfermedades. Es una falsa doctrina. No hay versículos del Nuevo Testamento que garanticen riqueza a los creyentes; más bien existen promesas de que Dios proveerá para las necesidades de Su pueblo.

Cada uno dé como propuso en su corazón, no con tristeza ni por obligación porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en ustedes toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo necesario, abunden para toda buena obra[11].

Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús[12].

El Nuevo Testamento hace más hincapié en las bendiciones espirituales que el antiguo. El nuevo atribuye menos importancia a las bendiciones materiales, aunque los dos tipos de bendiciones se mencionan en ambos testamentos.

El Nuevo Testamento enseña que Dios premia la dadivosidad.

Den, y se les dará; medida buena, apretada, sacudida y rebosante se les dará en su regazo. Porque con la medida con que miden se les volverá a medir[13].

Esa, sin embargo, no es una promesa que asegure que los cristianos generosos adquirirán fortuna; reafirma más bien que cuando donamos generosamente para la obra de Dios, Él a cambio provee para nuestras necesidades.

En el texto de los Evangelios leemos que Jesús obró milagros de curación física; mas no figuran relatos de milagros que enriquecieran a la gente. Es verdad que Él milagrosamente dio de comer a cinco mil personas a partir de cinco panes y dos pescados con el fin de satisfacer sus necesidades del momento; pero tampoco las mandó a casa con bolsas llenas de dinero. La única vez que proporcionó recursos fue cuando Pedro atrapó un pez y utilizó el dinero que este llevaba en la boca para pagar el impuesto del templo. En esos casos se observa a Jesús proveyendo para las necesidades, pero no haciendo promesas de prosperidad.

A lo largo del Nuevo Testamento se ponen de relieve, como ejemplos de fe, varios casos de gente pobre. Jesús elogió a la pobre viuda que depositó sus dos únicas moneditas de cobre en el arca del tesoro del templo[14]. El apóstol Pablo ponderó a los cristianos macedonios que pese a su extrema pobreza abundaron en las riquezas de su generosidad[15]. Pablo dijo de sí mismo y sus compañeros: Hasta la hora presente sufrimos hambre y sed, nos falta ropa, andamos heridos de golpes y sin dónde morar. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos[16]. También escribió sobre épocas de escasez y penuria durante sus viajes misioneros: En trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez[17]. En la epístola de Santiago leemos:

Amados hermanos míos, oigan: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que lo aman?[18]

El mensaje del Nuevo Testamento con relación a la riqueza difiere mucho del de la teología de la prosperidad. El Nuevo Testamento no enseña a los cristianos a perseguir la prosperidad; al contrario, nos advierte repetidamente sobre el peligro que entraña. El apóstol Pablo escribió:

Así que, teniendo el sustento y con qué cubrirnos estaremos contentos con esto. Porque los que desean enriquecerse caen en tentación y trampa, y en muchas pasiones insensatas y dañinas que hunden a los hombres en ruina y perdición. Porque el amor al dinero es raíz de todos los males; el cual codiciando algunos, fueron descarriados de la fe y se traspasaron a sí mismos con muchos dolores. Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas[19].

Otros versículos expresan una advertencia similar:

Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios[20].

Pero ¡ay de vosotros, ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo[21].

Dios dijo al hombre que quería construir graneros más grandes: «Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma, y lo que has guardado, ¿de quién será?»[22]

¡Vamos pues ahora, oh ricos! Lloren y aúllen por las miserias que vienen sobre ustedes. Sus riquezas se han podrido, y sus ropas están comidas de polilla. Su oro y plata están enmohecidos; su moho servirá de testimonio contra ustedes y devorará su carne como fuego[23].

Estos versículos no significan que el Nuevo Testamento enseñe que la prosperidad sea perniciosa; pero sí enuncian advertencias sobre las tentaciones que acarrean las riquezas y a la vez ofrecen sabios consejos sobre su debida utilización.

Si en calidad de cristianos Dios nos bendice con abundancia, debemos responder ante Dios por el empleo que hagamos de esa abundancia. Me pareció que el autor Wayne Grudem dio un consejo muy acertado al respecto:

Entre los usos buenos y prudentes que debemos hacer de nuestras posesiones conviene asignar cierta cantidad para gastar en nosotros mismos —comida, ropa, alojamiento y otros menesteres—, cierta cantidad para donar a la obra de la iglesia y los necesitados, cierta cantidad para ahorrar de cara al futuro y cierta cantidad para invertir con miras a incrementar nuestros recursos y productividad[24].


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de las versiones Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y Reina Valera Actualizada (RVA-2015), © Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.


[1] Grudem, Wayne, Christian Ethics (Wheaton: Crossway, 2018).

[2] Geisler, Norman L., Christian Ethics: Contemporary Issues and Options (Baker Academic, 2010).

[3] Deuteronomio 29:9.

[4] Josué 1:8.

[5] Mateo 25:15.

[6] Mateo 25:23.

[7] Génesis 1:28 (NVI).

[8] Mateo 6:24.

[9] 1 Timoteo 3:3.

[10] Hebreos 13:5.

[11] 2 Corintios 9:7,8.

[12] Filipenses 4:19.

[13] Lucas 6:38.

[14] Lucas 21:1–4.

[15] 2 Corintios 8:2.

[16] 1 Corintios 4:11,12.

[17] 2 Corintios 11:27.

[18] Santiago 2:5.

[19] 1 Timoteo 6:8–11.

[20] Mateo 19:24.

[21] Lucas 6:24.

[22] Lucas 12:20.

[23] Santiago 5:1–3.

[24] Grudem, Christian Ethics, 916.