Amar. Vivir. Predicar. Enseñar. Conclusión

enero 17, 2012

Enviado por Peter Amsterdam

Cuando hablé de los cuatro elementos del discipulado —amar, vivir, predicar y enseñar a Jesús—, me concentré en los principios de ser un cristiano activo, un discípulo de Cristo. Los principios de amarlo y vivirlo tienen que ver con nuestra comunión o vínculo con el Señor, cómo llevar una vida cristiana y cómo relacionarnos con los demás. Los principios de predicarlo y enseñarlo tienen que ver con la tarea que Jesús encomendó a Sus discípulos, el deber de participar en la Gran Misión.

En el marco de tales principios, nuestra manera de amarlo y de vivirlo es una cuestión personal. Tu relación con Dios es asunto tuyo. Si conoces los principios expuestos en las palabras de Jesús y en toda la Biblia y los pones en práctica —los vives—, cultivarás una relación viva con Dios. Será una relación personal que tendrás con Él, basada en la aplicación de Sus palabras, de los principios que Él estableció para los que eligen ir en pos de Él. Si te ciñes a los principios que Él expresó mediante Sus enseñanzas y Su conducta, Él te indicará la manera de aplicar tales principios a las situaciones con las que te topes en la vida. La clave está en amarlo y vivirlo de la forma que Él te indique, basándote en los principios plasmados en Su Palabra.

Lo mismo se aplica al elemento de predicarlo. No existe una sola manera de testificar. Dios nos llama a predicar el Evangelio, a comunicar Su amor y vida a los demás. Es uno de los aspectos de ser un discípulo. No obstante, el lugar y la forma de predicar el Evangelio, así como las personas a las que se lo prediques, dependerán de dónde te haya puesto Dios, de la vida a la que te haya llamado y de las personas que ponga en tu camino.

Cuando Jesús llama, dice: «Sígueme». Eso hace un discípulo, ni más ni menos; sigue a su maestro por donde sea que lo guíe. A algunos los lleva a atender a las multitudes; a otros, a apacentar a su círculo de amigos y conocidos. A algunos los conduce a países extraños; a otros, a su vecindario; y a otros, a sus propios hijos. Él nos llama a predicar el Evangelio en el entorno al que nos haya conducido. Obedecer ese llamado es transmitir el mensaje a las personas que ponga en nuestro camino.

Los mismos principios se aplican al elemento de enseñarlo. Para algunos, las clases de la Biblia en grupo serán un método estupendo para enseñar, mientras que para otros la enseñanza será más discreta: quizá consista en leer con alguien pasajes cortos de la Palabra de Dios, en pasarle algunos versículos o expresarle principios espirituales con sus propias palabras. Quizá signifique instruir a sus propios hijos o a los de sus amigos. Puede que consista en incluir a otras personas en la convivencia espiritual que ya tienen con su familia o amigos y de ese modo enseñarles a amar y vivir a Jesús.

La vida espiritual de una persona es como un viaje. El punto de origen de cada uno será distinto. Cada uno viajará a un ritmo diferente. Puede que el Señor te llame a caminar con alguien durante un tiempo, para transmitirle Su amor, Su verdad y Su Palabra y hacerse compañía el uno al otro. Puede que te toque sembrar, o regar, o ayudar a alguien a avanzar hacia el discipulado, o ayudarle a crecer como discípulo si se encuentra en la etapa de su travesía en la que está listo para entregar más de sí a Dios. Tu función es ayudarle, ofrecerle orientación cuando la pida, comunicarle los principios de Dios, ayudarle a entender Su Palabra y Sus caminos, brindarle aliento y apoyo, y compartir con esa persona tu vida y tu viaje como discípulo.

Instruir a alguien y hacer de él un discípulo toma tiempo. Pero si se logra convertir en discípulo aunque solo sea a una persona, es tiempo bien invertido. Puede que tendamos a evaluar nuestro éxito como maestros según el tamaño del grupo al que enseñemos, pero no es forzosamente así. De casualidad leí un artículo que abordaba de forma interesante ese tema. Estaba escrito por el Dr. David DeWitt:

En el transcurso de 10 años, un evangelizador que predique a 1.000 personas al día comunicará el mensaje a 3.650.000 personas. En ese mismo periodo, una persona que forme cada año un discípulo que también forme un discípulo cada año, influirá en 1.024 personas. En 25 años, el evangelizador que predica a 1.000 personas por día habrá llevado el mensaje a 9.125.000 personas. Por su parte, el que forma cada año un discípulo que a su vez forma un discípulo por año, se lo habrá comunicado a 33.554.432 personas[1].

Si te parece que no puedes tener una gran obra, no te tengas en menos. Haz lo que Dios te ha llamado a hacer, da testimonio y enseña a las personas que Él ponga en tu camino, y dejarás huella.

Francisco de Asís dijo: «De nada sirve caminar hasta algún sitio para predicar a menos que nuestro caminar sea nuestra prédica». Tengo la esperanza de que estos artículos sobre los cuatro elementos que enseñó Jesús a Sus discípulos —amarlo, vivirlo, predicarlo y enseñarlo— hayan servido para recordarte los principios según los cuales Jesús nos ha llamado a vivir, de modo que nuestro caminar sea nuestra prédica. Las fuerzas y la motivación para dar a conocer a Jesús vienen de amarlo, de estar conectados a Él. Después, por el hecho de amarlo, también lo viviremos, y los demás sentirán Su presencia a través de nosotros. Cuando eso ocurra, podremos predicarlo y enseñarlo, pues tendrán interés y querrán saber lo que sabemos y tener lo que tenemos, lo cual nos abrirá las puertas para conducirlos a Jesús.

Lo que pretendo al destacar algunos de los principios para ser un cristiano que lleva fruto, una persona que se adhiere a las enseñanzas de Jesús, es recalcar el concepto del cristianismo vivo, que no nace de reglas y normas, sino que se ajusta a los principios rectores del Evangelio.

Tu conducta, tu forma de proyectar a Jesús, de amarlo, vivirlo, predicarlo y enseñarlo, será un factor determinante en el cumplimiento de la Gran Misión en tu vecindario, ciudad, provincia o país.

Hasta ahora hemos hablado del individuo, de ti, de lo que significa ser discípulo, de lo que espera Jesús de Sus discípulos, según Sus propias palabras. Son palabras que dirigió a Sus primeros discípulos, y a lo largo de los más de 2.000 años de cristianismo se las ha repetido una y otra vez por medio de la Biblia a todos los cristianos, a todos los discípulos, a todos los que ha llamado a seguirlo. No obstante, el llamado es personal, es el llamamiento que te hace a ti.

La capacidad de un cristiano para testificar, vivir como un discípulo, predicar a Jesús y enseñarlo viene de hacer lo que Dios pide a los discípulos. Comienza con cada uno. Cada uno tiene que amarlo y vivir de acuerdo a Sus principios, y además debe tener la convicción, las ganas, el deseo de testificar, conquistar, predicar y enseñar. Cada uno de nosotros tiene oportunidades, tiene alguna red social, algún círculo en el que puede relacionarse y fortalecer la fe, la esperanza y el espíritu de otras personas conduciéndose como un discípulo y aplicando a sus relaciones los principios del discipulado. La eficacia de un discípulo no depende del tamaño de la iglesia a la que pertenece, ni del número de personas a las que él o la iglesia pueden atender; depende de que apaciente a las personas que el Señor ponga en su camino.

De más está decir que resulta mucho más fácil progresar en la labor misionera, en la enseñanza y en la predicación, si se cuenta con un cuerpo de creyentes que trabajen codo a codo con uno, o por lo menos con personas con las que se pueda fraternizar espiritualmente. Eso es importante.

Por un lado, el hecho de formar parte de una comunidad, de una hermandad, de un cuerpo de creyentes, te proporciona fuerzas y recursos que te capacitan para participar en la misión. Los discípulos necesitan compañerismo espiritual. Orar con otras personas, conectarse con el Señor en grupo, sea este reducido o grande, es algo que deben hacer las personas que valoran su condición de discípulos. La participación en ese tipo de compañerismo espiritual es el cimiento de una comunidad espiritual. Permite que el hierro se afile con el hierro, y que los carbones encendidos se comuniquen calor el uno al otro y sigan ardiendo[2].

Además, una comunidad espiritual constituye una estupenda plataforma para evangelizar, porque puedes introducir a las personas que conoces y que manifiestan interés en cuestiones espirituales en ese círculo de fraternidad y amistad. Pueden participar en las reuniones que se celebren. Tanto si se reúnen solo dos o tres personas en tu barrio o ciudad como si son veinte, si crean y hacen perdurar esa clase de comunidad puede convertirse en un nido de fe, amor, apoyo y aliento que beneficie tanto a los creyentes de larga data como a los nuevos. Se podría decir que en las reuniones para fraternizar espiritualmente se forma un ambiente que ayuda a los discípulos a amar y vivir a Jesús, y también a predicarlo y enseñarlo.

Puede que un grupo decida juntarse para fraternizar espiritualmente, orar, alabar, cantar, leer y adorar al Señor. O quizá sus integrantes colaboren para llevar a cabo una labor misionera o para enseñar a otros de manera colectiva. O quizás hagan una combinación de algunas de esas cosas, o todas ellas. Da igual que sean tres, diez o docenas de personas: el tener una convivencia y comunidad espiritual puede ampliar sus posibilidades y multiplicar su eficacia.

La convivencia espiritual y la adoración en grupo son elementos que nos ayudarán a llevar el mensaje a nuestra localidad, ciudad o país. Contribuyen a que la iglesia crezca. Al unirnos y dar a otros la oportunidad de orar, alabar y amar a Dios con nosotros, se crearán comunidades, redes de personas que podrán crecer juntas en lo que se refiere a amar y vivir a Jesús, y que después trabajarán codo a codo para predicarlo y enseñarlo.

La creación y expansión de una comunidad espiritual fomenta el discipulado. Ayuda a los discípulos a permanecer conectados espiritualmente con Dios y con los demás por el hecho de amarlo y vivirlo juntos. Promueve el cumplimiento de la misión, pues infunde a los discípulos más fuerzas para predicarlo y una plataforma para enseñarlo a los demás. Y los nuevos creyentes están bien atendidos, pues esa hermandad espiritual se convierte en su refugio espiritual, un lugar donde pueden crecer espiritualmente y convertirse ellos mismos en discípulos.

Jesús ha encomendado a Sus discípulos la misión de transmitir el Evangelio a todo el mundo. El lugar al que te haya llamado el Señor es tu campo de misión, y te ha encargado que comuniques el mensaje a las personas que ponga en tu camino. A nivel individual, lo más probable es que participes en la misión entablando conversaciones privadas con personas a las que vayas conociendo, compañeros de trabajo o gente con la que entres en contacto. Luego está también el aspecto de combinar tus esfuerzos con los de otros. Eso se puede hacer aunando fuerzas en iniciativas relacionadas con la misión, o reuniéndose para orar; e idealmente invitando también a otras personas a tales reuniones y encuentros de oración. Esa comunidad espiritual se convierte en el semillero, por así decirlo, de donde crezca la misión en tu ciudad o país.

En cada nación de la Tierra hay personas que necesitan a Jesús. En cada ciudad y barrio hay personas que lo necesitan. Tú les puedes llevar a Jesús. Necesitan el amor incondicional de Dios. Necesitan discípulos que no solo las ayuden a hallar salvación en Jesús, sino que también las acompañen por la senda del crecimiento y el discipulado cristiano. Te necesitan.

¿Estás dispuesto a amar a Jesús, vivirlo, predicarlo y enseñarlo? Sí es así, haz todo lo que puedas por cumplir con esos elementos, sean cuales sean las circunstancias en que te encuentres; y de ser posible, busca otras personas que estén dispuestas a hacerlo contigo.

La misión de un discípulo es conquistar a otros. Si te parece que no puedes hacer mucho, haz lo que puedas. El Señor bendecirá tus esfuerzos. Como dijo San Francisco, que tu caminar sea tu prédica. Aunque en estos momentos no puedas dedicar mucho tiempo —o nada— a predicar, tu vida puede ser un ejemplo del amor de Jesús.

Sé un discípulo. Lleva a Jesús a los demás. Haz lo que puedas para promover la misión. Esa es la razón de ser de LFI, un aspecto clave del discipulado y lo que Dios nos ha encomendado. Alguien te dio a conocer a ti el Evangelio. Alguien te condujo a Jesús. Tienes vida eterna. Has sido llamado a comunicar eso a los demás. Descubre la mejor forma de hacerlo donde tú estás, en tu ciudad, en tu barrio, entre las personas que conoces, o dirígete a un público más amplio a través de la internet, el correo electrónico o realizando viajes misioneros de vez en cuando. Transmite el mensaje a quien Dios te indique y de la forma que Él te señale. Esfuérzate por cambiar tu parte del mundo, por transformar a las personas que Él ponga en tu camino.

Insta a tiempo y fuera de tiempo. Comunica el Evangelio a las personas con las que Él te ponga en contacto. Eso hizo Jesús. Eso hicieron Sus primeros discípulos. Así es como el cristianismo ha continuado creciendo. Y así también llevarás tú fruto como discípulo.


[1] DeWitt, David: Seven Principles of Biblical Discipleship.

[2] Proverbios 27:17.

Traducción: Cedro Robertson y Jorge Solá.