Cómo superar las prisiones de la vida

octubre 20, 2012

Enviado por María Fontaine

Cuando estamos en medio de algún padecimiento, por lo general las preguntas que nos hacemos son: «¿Va a terminar esto? ¿Cómo detengo el sufrimiento? ¿Cómo puedo hacer que cese y pueda así volver a hacer algo útil o bueno?»

No obstante, cuando vemos las cosas desde otra perspectiva aparecen otras opciones. Podemos decir: «¿Cómo puedo encontrarle el lado positivo a esta situación? ¿Qué puedo ganar de este sufrimiento o pérdida? ¿Cómo puedo convertir este impasse en un instrumento que de alguna manera me impulse hacia adelante?»

Circunstancias tales como una pérdida, el dolor, las enfermedades, las penas, la soledad, sufrir persecución, etc., no son las que determinan el resultado de una situación determinada; lo que lo determina es la forma en que encaramos las circunstancias.

El éxito no consiste simplemente en escapar a los problemas de la vida. Es aprender a beneficiarse de dichas dificultades en beneficio propio y de los demás. La fe y el amor del Señor por nosotros son parte integral de nuestra vida como cristianos, pero debemos decidirnos a hacer uso de lo que Él nos provee. Por ser criaturas con libre albedrío, cada cual debe decidir en qué forma va a reaccionar ante las dificultades, si va a luchar por remontarse sobre los desafíos y marcar la diferencia a pesar (e incluso debido) a las dificultades que se le presentan, o si va a sucumbir ante ellas y convertirse en víctima de sus propias circunstancias.

Como reza el dicho: lo trágico no es que los hombres lo intenten y fracasen, sino que nunca lo intenten.

Me topé con un relato de una hija de una mujer cuya fe cambió vidas y marcó la diferencia para muchos a pesar de sufrir una pérdida irreparable y de su sufrimiento. Su madre había sido una persona dinámica, activa y dotada en muchos aspectos, cuando poco después de cumplir los treinta años, quedó incapacitada debido a un tumor en la espina dorsal que le paralizó la mayor parte del cuerpo.

La hija describía como el tumor le había triturado a su madre el cuerpo pero no su espíritu. Esta última había tomado a consciencia la difícil decisión de convertir cada tropiezo en una nueva oportunidad. Eligió transformar tan dolorosa pérdida de lo que para ella había tenido tanto valor en un instrumento del que se podía beneficiar.

Estableció una fundación para ayudar a las personas con discapacidad a lograr más. Se valió de su propia invalidez como una oportunidad para enseñar educación especial y lo hizo de forma aún más eficaz debido a que conocía muy de cerca las necesidades de los alumnos. Aprendió destrezas que enseñó a quienes las necesitarían. Incluso formó equipo con su hija cuando ésta se hizo adulta para ayudarla a enseñar a los reclusos de las penitenciarías donde ella trabajaba. Los internos se agolpaban alrededor de ella ávidos de aprender cualquier cosa que ella les enseñara. Su determinación les inspiraba esperanza.

Acogía cualquier cosa que le deparaba la vida y buscaba la forma de utilizarla constructivamente. Su impertérrito entusiasmo por la vida y su fe —que vivía a diario—, también constituyeron un poderoso incentivo en la vida de su hija.

Cuando la madre se hizo mayor y no podía asistir a las cárceles, siguió enseñando y aconsejando a los reclusos por correspondencia. Una carta que la señora le escribió a un interno, a mi juicio resume la forma en que Jesús desea que veamos la vida y el privilegio de estar aquí de cara a las dichas y maravillas así como a nuestras propias «prisiones» de sufrimiento y batallas que a veces debemos afrontar.

La carta decía así:

Querido Waymon:

Quiero que sepas que he estado pensando en ti desde que recibí tu carta. Mencionas lo difícil que es estar tras las rejas y de veras lo siento. Pero cuando dijiste que yo no podía imaginarme lo que es estar en la cárcel sentí el impulso de decirte que te equivocas.

Existen diferentes clases de libertad, Waymon, diferentes tipos de prisiones.

A veces, nos las imponemos nosotros mismos.

Cuando —a los treinta y un años—, me desperté ante la realidad de estar paralizada por completo, me sentí atrapada; abrumada por la sensación de estar presa dentro de un cuerpo que nunca más me permitiría correr por una pradera, bailar o cargar en brazos a mi hija.

Por muchos días permanecí allí tendida, luchando por aceptar mi condición, tratando de no sucumbir ante la autoconmiseración. Me preguntaba si de veras valía la pena seguir viviendo bajo semejantes circunstancias y si no sería preferible morir.

Le daba vueltas al concepto de estar presa porque me parecía que había perdido todo lo que tenía algún valor en la vida. Había llegado al límite de la desesperación.

Pero cierto día se me ocurrió que en realidad aún me quedaban algunas posibles opciones y que era libre de elegir entre ellas. ¿Sonreiría al ver de nuevo a mis hijos o me echaría llorar? ¿Arremetería contra Dios, o le pediría que me fortaleciera la fe?

En otras palabras, ¿qué iba a hacer con el libre albedrió que Dios me había concedido y que aún era mío?

Tomé la decisión de esforzarme, mientras estuviera viva, por vivir tan plenamente como pudiera, por convertir mis experiencias aparentemente negativas en positivas, por encontrar formas de remontarme sobre mis limitaciones físicas expandiendo mis fronteras mentales y espirituales. Podía escoger entre ser un modelo a imitar para mis hijos o atrofiarme y morir, tanto emocional como físicamente.

Waymon, hay diversos tipos de libertad. Cuando perdemos uno de ellos, simplemente debemos buscar uno nuevo.

Tú y yo tenemos la bendición de elegir entre buenos libros, cuáles leeremos y cuáles desecharemos.

Puedes mirar las rejas que te rodean o puedes mirar más allá de ellas. Puedes ser un modelo a seguir para reclusos más jóvenes o puedes alternar con los buscapleitos. Puedes amar a Dios y desear conocerlo o puedes volverle la espalda.

En cierta forma, Waymon, estamos en la misma barca[1].


[1] Jack Canfield, Mark Victor Hansen, Heather McNamara, Chicken Soup for the Unsinkable Soul: 101 Inspirational Stories of Overcoming Life's Challenges (Deerfield Beach, Florida: Heath Communications, 1999), 13–15.

Traducción: Luis Azcuénaga y Antonia López.