Dejar al descubierto mis tesoros

febrero 17, 2018

Enviado por María Fontaine

[Uncovering My Treasures]

No sé si te pasa lo mismo, pero hay momentos en que el estrés relacionado con mi trabajo y otros desafíos intentan ocupar una cantidad excesiva de mis pensamientos. Pareciera que dan vueltas a mi alrededor, gritándome para que les preste atención y es difícil oír algo que no sea su clamor. Es decir, si no escucho con atención el silbo apacible y suave de la voz de Dios.

Cuando empiezo a sentirme estresada, sé que algo no está bien. Un poema dice: «Ansiaba alegría y cosas bellas; mas el día seguía nublado y triste». ¡Por fin me di cuenta de lo que pasaba y decidí hacer algo! Sé que la única solución es detenerme por completo, aunque sea por unos minutos, para estar a solas con el Señor y darle toda mi atención.

En Sus brazos no hay exigencias, no hay estrés. Solo hay alabanza y agradecimiento, y el deseo de volver a centrar la atención en lo que es de verdad importante: Aquel con el que estoy, quién es Él y quién soy en el Señor.

Cuando me comporto como si mi amor es mi trabajo y no el Señor, todo empieza a salir mal. Todo parece difícil y tal vez ni lo haga bien. Esas dificultades inevitablemente se reflejan en mi espíritu y mis palabras.

Cuando eso pasó hace poco, le pedí al Señor que me perdonara por ver mis cargas de manera tan negativa. El Señor me recordó una explicación acerca de las cargas, una explicación en la que no había pensado por mucho tiempo. Ayuda a verlas desde una perspectiva muy diferente. Pasar tiempo con Jesús es la solución. Además de eso, es una manera de ver cómo quiere el Señor que reaccionemos ante lo que podría desanimarnos. Voy a copiar aquí parte de ese texto.

Levantarse por encima de las cargas

Arrastrarse gimiendo
bajo la carga es muerte segura.
La vida y el dinamismo son
para quien osa remontarse.
Lo que nos parecen pesados fardos
son alas que nos impulsan a mayor altura.
Sin pesos, coja estaría la fe.
Es que la fe se ejercita. Crece
afrontando circunstancias imposibles.

Paradoja del Cielo. Esa carga
que creemos que nos aplastará,
nos levantará hasta Dios.
Para eso es. Sube, alma mía,
que nada contigo podrá.
La carga solamente tritura
al que se pone debajo.

Y así es como lo hacemos:

Remontémonos sobre los afanes.
En la Palabra de Dios hay peldaños secretos.
Estar a solas con Cristo. Esa es la clave
para alzarse sobre la carga reposando en Él[1].

Después de meditar un poco al respecto, me llené de nuevo de modo que podía hablar de la abundancia de mi corazón. Luego, escribí mi alabanza al Señor recordándome de nuevo —tanto a mí como a quien quisiera escucharla— que mi vida es hermosa y que la alabanza le pertenece al Señor, ¡el Dios asombroso que me ha dado la vida! Eso me recordaba que no basta con empezar cada día entregándolo todo a Jesús, sino que espiritualmente debo permanecer cerca y ponerme en contacto con Él durante el día. Las cargas no nos aplastarán, ni siquiera nos dejarán alterados, ni nos estresarán ni harán que seamos negativos, mientras sigamos dándoselas al Señor. Podemos seguir recordándonos a nosotros mismos que Él envió las cargas para llevarnos, no para aplastarnos.

Como una introducción a mis alabanzas, coloco aquí un poema que refleja algunas de mis reflexiones acerca de Jesús.

Me preguntas: ¿Por qué sigo a mi Jesús,
por qué lo amo de esta manera?
¿Por qué iré a donde me guíe Su luz?
Por caminos que solo unos pocos eligen.

Tras las recompensas no voy,
ni los dones que espero recibir.
Su Presencia es lo que ansío yo.
Su Espíritu en el que confío y creo.

El Señor a Sus fieles no los libra
de todo sufrimiento y dolor.
También tengo problemas en la vida,
y camino penosamente en la lluvia.

Él me entrega un propósito y plan,
y el gozo que da a los Suyos.
El día de mañana traerá su afán,
pero un creyente nunca está a solas.

Cuando lo necesito, Su amor está presente,
Sus palabras redimen e inspiran.
Mi gran anhelo es estar con Él siempre.
En mi corazón está ese ardiente deseo.

¿Por qué amo a mi Señor Jesús?
Amigo, eso es tan fácil de ver,
pero me llena de asombro y gratitud
que Jesús ame a alguien como yo[2].

No solo quiero alabarlo por mis bendiciones materiales que actualmente tengo en este mundo, aunque sean muchas. También quiero darle gracias por bendiciones mucho más importantes, cosas que no siempre puedo ver con los ojos, pero que son mías eternamente: ¡el privilegio de ser ciudadana del Cielo y de pertenecer a una cultura celestial y a una familia celestial en la que hay millones de millones!

Es una gran bendición poder hablar de nuestra vida celestial. Me siento orgullosa legítimamente de a quién pertenezco y de a quién sirvo y con quién puedo tener conversaciones en cualquier momento: ¡mi Padre celestial!

Estoy maravillada por el hecho de que el Dios que creó y dirige el universo también creó y guía mi vida. ¡Es el mismo magnífico Dios a quien le encanta vivir dentro de mi corazón e indicarme cómo vivir a Su estilo celestial!

¡Su amor por mí es tan grande que va más allá de lo que mi mente puede imaginar siquiera! Su presencia en mi vida jamás disminuirá, no se acabará, no dejará de fluir en mi interior con todo lo que puedo asimilar y más. Ha permitido que Él y yo trabajemos juntos para hacer que mi vida y la de otros sea más feliz y satisfactoria. ¡Es increíble!

Me siento honrada por conocer la verdad de que separada de Él, no puedo hacer nada que lleve fruto duradero, pero en Él todo lo puedo y mi vida tiene valor eterno. Tengo la bendición de que no estoy limitada a lo que veo en mí, a mis defectos e incapacidad. El Señor me permite que por medio de Sus ojos vea lo diferente que Él me ve de como yo me veo a mí misma.

Cuando me desvío, pierdo el equilibrio o me desanimo, Jesús está a mi lado para ayudarme a recuperar la perspectiva y estabilidad. Tengo un gran privilegio, el de haber recibido el regalo de las llaves del reino, y el acceso a Su poder que tanto yo, como quien lo desee, podemos aprovechar.

Estoy muy agradecida por la oportunidad de aprender humildad, equilibrio y paciencia, porque son de gran valor e importancia.

Cuando necesito curación, tengo el conocimiento y la certeza de que sanaré de la mejor manera y en el mejor momento. Tengo la alegría de saber que no partiré de esta Tierra un minuto antes ni un minuto tarde. ¡Estoy segura de que nada me pasará a menos que en última instancia me ayude! En este mundo lleno de miedo, ¡puedo combatir el temor exitosamente por medio de la fe!

Por muchos años que tenga, a diario puedo tener una experiencia de aprendizaje y desarrollo, de comprender algo mejor, de adquirir nuevos hábitos y acrecentar la fe de modo que me prepare para las siguientes etapas de la vida.

Jesús me dice que cada experiencia me moldea un poco más a fin de que llegue a ser la creación estupenda a la que juntos damos forma. Él nos ha dado ese privilegio: participar al elegir quiénes llegaremos a ser. ¡Asombroso!

Bendito sea el nombre del Señor, que nos ha dado beneficios en abundancia, ¡que superan todo lo que podríamos pedir o pensar! ¡Nuestra vida está llena de alegría que nos ha dado el Dios a quien adoramos!

¡Y ahora tenemos un himno de agradecimiento para añadir a mi corazón lleno de alabanza! A mi juicio, ¡el compositor escribió uno de los homenajes más hermosos y adecuados para nuestro Señor del amor![3] Notemos que hace varias referencias a la alegría, con palabras como «jubilosos», «dicha» y «gozo», entre otras.

Jubilosos te adoramos, Dios de gloria, Dios de amor.
Ante Ti los corazones se abren como al sol la flor.
Llévate los nubarrones de las dudas y el pesar.
Tú que eres dicha eterna, llénanos de gozo y paz.

Todas Tus obras son fiel reflejo de Tu esplendor.
Ángeles y estrellas siempre cantan a Tu alrededor.
Prados, bosques, valles, montes y las olas de la mar
con los pájaros cantores nos convocan a alabar.

Eres bendecido y bendices; perdonador, generoso.
Fuente de alegría, ¡océano de divino gozo!
Eres Padre, Amor maternal, Cristo Hermano;
pedimos de corazón: enséñanos a amarnos.

Únete a este alegre coro que inició la creación.
Dios el Padre nos gobierna, y el amor es nuestra unión.
Ven, marchemos y cantemos, la victoria llegará.
Entonemos todos juntos este himno triunfal.


[1] Mary Butterfield (1926), texto adaptado.

[2] Anónimo.

[3] Henry Jackson van Dyke, hijo (1907).