Disciplinas espirituales: Adoración, 1ª parte
mayo 13, 2014
Enviado por Peter Amsterdam
Disciplinas espirituales: Adoración, 1ª parte
Duración del audio (en español): 20:57
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[The Spiritual Disciplines: Worship (Part 1)]
Hablando con la samaritana junto al pozo de Sicar, Jesús dijo:
La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren.[1]
Dios busca a quienes lo adoren en espíritu y en verdad. Nosotros, los que amamos y queremos complacer a Dios, debemos esmerarnos por adorarlo —en espíritu y en verdad— por el hecho de que Él lo desea. Además debiéramos estar dispuestos a disciplinarnos asumiendo el compromiso de dedicar periódicamente tiempo para venerarlo.
¿Qué es la adoración?
¿En qué consiste la adoración? ¿Qué finalidad tiene? ¿Qué significa adorar? ¿Cómo adoramos debidamente, en espíritu y en verdad?
La palabra adorar proviene del latín adorāre, y significa reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina. Es reverenciar y honrar a Dios con el culto religioso que le es debido y también amar con extremo. Adorar a Dios es atribuirle la estimación que le corresponde; reconocer, expresar y honrar Su valía, Su mérito. Donald Whitney lo expresa así: El Santo y Todopoderoso Dios, el Creador y Sustentador del Universo, el Juez Soberano a quien debemos dar cuenta de nuestras acciones, es digno de todo el reconocimiento y honra que podamos tributarle y de infinitamente más.[2] La adoración entraña reconocer nuestra dependencia de Dios, el Creador y sustentador de la vida.
La base del mérito de Dios y por tanto de nuestra adoración reside en Su naturaleza y carácter, en Sus atributos y Su esencia. Es el Creador de todo lo visible y lo invisible. Es todopoderoso, omnisciente, inmutable, infinito, eterno, omnipresente. Entre otras virtudes, encarna sabiduría, verdad, fidelidad, bondad, amor, misericordia, gracia, paciencia, santidad, rectitud y justicia. Si bien nosotros, seres creados a imagen y semejanza de Dios,[3] poseemos algunos de estos atributos en pequeñas proporciones, Dios encarna esos atributos. Siendo Él quien creó de la nada todo lo que existe, es infinitamente mayor que nosotros y por tanto digno de ser adorado.[4]
Señor, digno eres de recibir la gloria, la honra y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas.[5]
Amén de ser nuestro Creador, Él también es nuestro Redentor. Posibilitó que nosotros, siendo pecadores, nos reconciliáramos con Él. Actuó por medio del sacrificio de Jesús para traer salvación a todos los que creen en Él y aceptan Su redención. Nos redimió del pecado y de la muerte, y por ende es digno de nuestra alabanza.
Si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.[6]
Adoramos a Dios, porque es digno de nuestra adoración, toda vez que es mucho mayor que todo ser o cosa que exista. En la medida en que lo vamos conociendo mejor y adquiriendo un mayor entendimiento de Su amor y poder, de todo lo que ha hecho y hace constantemente por nosotros, entendemos con mayor claridad que debemos tributarle nuestra veneración. Su Palabra nos enseña que Él nos creó para Su gloria.
Trae a Mis hijos y Mis hijas desde lejos, desde el extremo del mundo, a todos los que llevan Mi nombre, a los que Yo creé y formé, a los que hice para gloria Mía.[7]
Por tanto, debemos hacer todas las cosas para la gloria de Dios. Ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios.[8] Nuestra razón de ser en la vida es cumplir el propósito para el que fuimos creados: glorificar a Dios.
La palabra del Antiguo Testamento hebreo que se suele traducir por adorar es shajá, que quiere decir postrarse delante de alguien, inclinarse con una reverencia, respeto y homenaje humildes. El vocablo griego empleado en el Nuevo Testamento es proskuneo, que significa besar la mano, postrarse, inclinarse, mostrar reverencia, adorar, el acto de tributar homenaje. Representa nuestra actitud interior de veneración y respecto hacia Dios.[9] Expresa nuestra rendición y sumisión a Él y nuestro reconocimiento de Su majestad, santidad y de que Él es quien gobierna nuestra vida.
Rendir culto a Dios es el tributo que legítimamente debemos al que se nos ha revelado como Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo; que nos ha enseñado Su voluntad y Su propósito por medio de Su Palabra. Es el modo en que le retribuimos por haber entablado relación con nosotros por medio de Cristo y por el don de salvación que hemos recibido gracias a Su amor y sacrificio.
Actos de adoración
En tiempos del Antiguo Testamento el culto a Dios se centraba primordialmente en los ritos sacrificiales, la ofrenda de animales como medio de obtener el perdón de los pecados y a la vez como manifestación de gratitud y alabanza a Dios. A partir de la época de Moisés dichos sacrificios se celebraban en el tabernáculo y posteriormente en el templo de Jerusalén, el lugar en que Dios habitaba con Su pueblo. La mayoría de la gente solo tenía acceso al patio del templo; los sacerdotes, en cambio, sí podían entrar al atrio exterior, denominado el Lugar Santo. No obstante, el único que tenía acceso al Santo de los Santos —la cámara más recóndita del templo donde moraba la presencia de Dios— era el sumo sacerdote, al que en todo caso solo se le permitía entrar una vez al año.
El Nuevo Testamento nos enseña que el rito sacrificial perdió su vigencia una vez que Jesús ofrendó Su vida por nosotros en un solo sacrificio válido para todos los tiempos[10] y que por lo tanto ya no es necesario realizar ningún otro sacrificio en aras del perdón de los pecados y la reconciliación con Dios. Gracias a su muerte sacrificial, podemos ahora entrar en el Sancta Sanctorum mediante la sangre de Jesús.[11] Ahora tenemos acceso directo a la presencia de Dios por medio de la oración, la alabanza y la adoración. Los creyentes somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclame[mos] las obras maravillosas de aquel que [nos] llamó de las tinieblas a Su luz admirable.[12]
Como Jesús le explicó a la samaritana, la adoración no está ya vinculada a un lugar determinado como lo estuvo en otros tiempos; ahora se basa en la relación entre el adorador y Dios, una relación hecha posible gracias a la muerte y resurrección de Cristo. Ya no hace falta acudir a la morada de Dios —el templo— a fin de adorar. Llegó la hora en que Jesús hizo de enlace entre Dios y la humanidad, mediante la salvación propiciada por Su muerte y resurrección.
Nadie viene al Padre sino por Mí.[13]
Al afirmar que Dios busca adoradores que le rindan culto en espíritu y en verdad, Jesús expresaba que el verdadero culto trasciende las palabras que brotan de nuestros labios. Consiste en que nuestro espíritu se conecte con el Suyo en los momentos en que comulgamos con Él y en adorar a Dios por lo que es, tal y como nos ha revelado en Su Palabra.
Cuando adoramos al Señor, lo hacemos con respeto, reverencia y sobrecogimiento.
Adoremos a Dios con la devoción y reverencia que le agradan.[14]
Muchos versículos de la Biblia hacen referencia al temor del Señor. La palabra hebrea que traducida por temor conlleva el sentido de reverencia, sobrecogimiento o veneración. Cuando entendemos temer al Señor en esos términos logramos dimensionar las bendiciones que se les prometen a quienes reverencian al Señor y se estremecen en Su presencia. Él se complace en ellos,[15] se compadece de ellos,[16] los bendice[17] y les brinda Su amistad.[18] Además, Su amor estará siempre con ellos.[19]
Aspectos de la adoración
La alabanza es un aspecto primordial del culto que rendimos a Dios. Cuando lo alabamos, lo adoramos por Sus atributos. La alabanza es un elemento fundamental de la adoración, puesto que implica un reconocimiento verbal de las virtudes de Dios.
Alaben al Señor desde los cielos; alábenlo en las alturas. Alábenlo, todos Sus ángeles; alábenlo, todos Sus ejércitos. Alábenlo, sol y luna; alábenlo, todas las estrellas luminosas. Alábenlo, cielos de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos. Alaben ellos el nombre del Señor, pues Él ordenó y fueron creados. Alaben ellos el nombre del Señor, porque sólo Su nombre es exaltado; Su gloria es sobre tierra y cielos.[20]
La acción de gracias es también parte integral de la adoración. Agradecemos a Dios por todo lo que ha hecho y continúa haciendo, particularmente nuestra salvación.
Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.[21] Alabaré al Señor porque Él es justo.[22] Todas Tus maravillas contaré. En Ti me alegraré y me regocijaré; cantaré alabanzas a Tu nombre, oh Altísimo.[23] Mi Señor y Dios, yo quiero alabarte siempre con todo el corazón.[24]
Cuando acudimos ante el Señor, adorándolo por lo que es y lo que ha hecho, generalmente tomamos una conciencia más nítida de nuestra humanidad, en el sentido de las limitaciones, flaquezas, defectos y pecados que tenemos como seres humanos. Ello nos pone en una actitud de humildad y contrición, que también representa un aspecto de la adoración.
Cuando el profeta Isaías vio al Señor sentado en Su trono, las orlas de su manto que llenaban el templo, los ángeles que lo rodeaban diciendo «Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria» y el templo lleno de humo, reaccionó con humildad y contrición. Dijo: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!»[25] La santidad y perfección de Dios infundió en Isaías un profundo sentido de impureza, de pecado. Produjo en él un sentimiento de humildad y contrición. Asimismo nosotros debiéramos acudir ante el Señor en adoración sabiéndonos indignos y al mismo tiempo agradecidos de nuestra salvación, lo que nos permite acceder a Su presencia en calidad de hijos Suyos.
Al leer más a fondo la experiencia de Isaías descubrimos que después de ver al Señor y obtener expiación por su pecado,[26] sintió un llamamiento, una vocación de servicio. —¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y él respondió: —Aquí estoy. ¡Envíame a mí![27] Estar en la presencia del Señor trajo consigo el deseo de servir a Dios. El apóstol Pablo aludió a nuestro servicio al Señor como una forma de culto, cuando escribió: Hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.[28] El estímulo para hacer la voluntad de Dios, para responder a Su llamado y servirle, es al mismo tiempo parte y consecuencia del culto que le tributamos.
Un medio de dedicarle alabanza y gratitud es la música: cantar al Señor o escuchar canciones que le ofrecen alabanza y hacer nuestros los sentimientos expresados en esas canciones. Es posible que tengas ciertos temas musicales que te ayuden a transmitir tu gratitud y alabanza a Dios, los cuales entonas en señal de adoración.
Altísimo Señor, ¡qué bueno es darte gracias y cantar himnos en Tu honor! Anunciar por la mañana y por la noche Tu gran amor y fidelidad, al son de instrumentos de cuerda, con música suave de arpa y de salterio.[29] Qué bueno es cantar himnos a nuestro Dios. A Él se le deben dulces alabanzas.[30]
Cuando entramos por Sus puertas con acción de gracias y por Sus atrios con alabanza… cuando agradecemos a Dios y bendecimos Su nombre y todos Sus atributos… cuando le expresamos nuestro profundo amor… cuando lo veneramos, lo honramos y ensalzamos Su magnificencia, y cuando acudimos ante Él en humildad y contrición, lo adoramos como Él quiere que se lo adore: en espíritu y en verdad.
Culto privado y culto colectivo
Se nos llama a los creyentes a adorar tanto en privado como en público o en sociedad.[31] Se espera que de tanto en tanto rindamos culto a Dios en compañía de otros cristianos. Cuando nos reunimos con otras personas para alabar al Señor, para orar en conjunto, hay elementos que no se dan cuando adoramos y oramos solos. El libro del Apocalipsis nos ofrece un vislumbre de los creyentes adorando juntos en el Cielo:
Luego miré, y oí la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos. Había millones y millones de ellos, y decían con fuerte voz: «¡El Cordero que fue sacrificado es digno de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza!»[32]
La adoración en conjunto, sin embargo, no basta; tenemos también el deber de adorarlo individualmente.[33] En los Evangelios leemos que Jesús asistió a la sinagoga así como también a diversos festivales religiosos en el templo de Jerusalén,[34] en las fechas y lugares indicados para la época. No obstante, también se apartó de madrugada para comulgar a solas con Su Padre. Jesús habló del culto en la intimidad cuando dijo:
Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público.[35]
Tenemos una relación con Dios, pero toda relación robusta y provechosa exige una inversión de esfuerzo. Nuestra relación con el Señor es igual. Para estar relacionalmente cerca de Dios es preciso comulgar con Él en adoración y súplica; responderle con amor, honra y reverencia; exaltarlo y agradecerle; deleitarnos en Él.[36]
Que la adoración sea parte de nuestra vida
La disciplina espiritual de la adoración, al igual que las demás, exige un esfuerzo de nuestra parte, en particular la voluntad de dedicar periódicamente un tiempo para reverenciar al Señor. Hace falta determinación y un compromiso para acceder a la presencia del Señor en espíritu y en verdad. La adoración es más que un trámite habitual de oración, alabanza y canto; es acceder espiritualmente a la presencia de Dios, enchufar nuestro espíritu con el Suyo. Donald Whitney escribió:
Las aguas de la adoración no deben dejar de fluir nunca de nuestro corazón, porque Dios es siempre Dios y es siempre digno de reverencia.[37]
La adoración debiera ser parte del diálogo que mantenemos con Dios a lo largo del día. Cuando observamos la creación de Dios, miramos a una madre con su nene, las estrellas en la noche, cuando pensamos en el Señor, podemos rendirle honor, alabanza y gratitud por Sus maravillosas obras, por lo que ha hecho y lo que es. Cuando meditamos en Su Palabra, cuando pensamos en los bienes que nos ha conferido, la misericordia que nos ha demostrado, la gracia que nos ha otorgado, cuando rezamos y lo buscamos, en todos esos momentos podemos adorarlo.
Cuanto más expresamos verbalmente quién es Dios y lo que ha hecho, más presente se hace Él en cada aspecto de nuestra vida cotidiana. Cuando reconocemos con frecuencia Su amor, compasión, misericordia, bondad y justicia, interiorizamos esas virtudes y mayor probabilidad tenemos de emularlas en nuestras interacciones con nuestros semejantes. Cuando lo alabamos por Su poder, Su presencia y Su omnisciencia, nos acordamos de que está siempre con nosotros, que nos conoce hasta en el último detalle, que nos creó y que comprende los pensamientos y las intenciones de nuestro corazón. Hacer memoria de ello puede reafirmar nuestra determinación para poner todo de nuestra parte con tal de vivir conforme a Su Palabra, tratar a otros con amor y portarnos con los demás como queremos que se porten con nosotros.
Disciplinarnos para adorar en espíritu y en verdad es un empeño que vale la pena hacer y que debiera estar en la médula misma de nuestra relación con Dios nuestro Creador.
Vengan, adoremos y postrémonos; doblemos la rodilla ante el Señor nuestro Hacedor.[38] Tributen al Señor la gloria debida a Su nombre; adoren al Señor en la majestad de la santidad.[39]
En la segunda parte de este artículo abordaremos algunos conceptos bíblicos que esclarecen quién es Dios y que ha hecho. Expondremos una selección de versículos sobre diversas facetas del tema, que te pueden servir en tus momentos de adoración.
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos proceden de la Santa Biblia, versión Reina-Valera 95 (RVR 95), © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.
[1] Juan 4:23.
[2] Whitney, Donald S., Spiritual Disciplines for the Christian Life (Colorado Springs: Navpress, 1991), 87.
[3] Entonces dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza.» ...Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Génesis 1:26,27).
[4] Para mayor información sobre la naturaleza y personalidad divinas, véase la serie Lo esencial: Naturaleza y personalidad de Dios.
[5] Apocalipsis 4:11.
[6] Romanos 5:10,11.
[7] Isaías 43:6,7 (DHH).
[8] 1 Corintios 10:31 (NVI).
[9] Alexander, T. D. y Rosner, B. S., eds., en New Dictionary of Biblical Theology (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2000).
[10] Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios (Hebreos 10:12).
[11] Hebreos 10:19.
[12] 1 Pedro 2:9 NVI.
[13] Juan 14:6.
[14] Hebreos 12:28 (DHH).
[15] Se complace en los que le temen, en los que confían en Su gran amor (Salmo 147:11 [NVI]).
[16] Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen (Salmo103:13 [NBLH]).
[17] Bendecirá a quienes lo veneran, a los pequeños y grandes (Salmo 115:13 [BLPH]).
[18] El Señor brinda Su amistad a quienes le honran, y les da a conocer Su pacto (Salmo 25:14 [NVI]).
[19] El amor del Señor es eterno y siempre está con los que le temen; Su justicia está con los hijos de sus hijos (Salmo 103:17 [NVI]).
[20] Salmo 148:1–5,13 (NBLH).
[21] Efesios 5:20.
[22] Salmo 7:17 (DHH).
[23] Salmo 9:1,2 (NBLH).
[24] Salmo 86:12 (TLA).
[25] Isaías 6:3–5 (NVI).
[26] En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar. Con ella me tocó los labios y me dijo: «Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado» (Isaías 6:6,7 [NVI]).
[27] Isaías 6:8 (NVI).
[28] Romanos 12:1 (RVR1960).
[29] Salmo 92:1–3 (DHH).
[30] Salmo 147:1 (DHH).
[31] Te confesaré en la gran congregación; te alabaré en medio de numeroso pueblo (Salmo 35:18).
[32] Apocalipsis 5: 11,12 (DHH).
[33] Con labios de júbilo te alabará mi boca, cuando me acuerde de Ti en mi lecho, cuando medite en Ti en las vigilias de la noche (Salmo 63:5,6).
[34] Sinagoga: Vino a Nazaret, donde se había criado; y el sábado entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer (Lucas 4:16).
Entraron en Capernaúm, y el sábado entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar (Marcos 1:21).
Pascua: Él dijo: —Id a la ciudad, a cierto hombre, y decidle: «El Maestro dice: “Mi tiempo está cerca; en tu casa celebraré la Pascua con Mis discípulos”». Los discípulos hicieron como Jesús les mandó y prepararon la Pascua (Mateo 26:18,19).
La Pascua de los Judíos estaba cerca, y Jesús subió a Jerusalén. En el templo encontró a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero allí sentados. Y haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos fuera del templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas de los que cambiaban el dinero y volcó las mesas. A los que vendían palomas les dijo: «Quiten esto de aquí; no hagan de la casa de Mi Padre una casa de comercio» (Juan 2:13–16 [NBLH]).
Otras festividades: La fiesta de los Judíos, la de los Tabernáculos, estaba cerca. Por eso los hermanos de Jesús le dijeron: «Sal de aquí, y vete a Judea para que también Tus discípulos vean las obras que Tú haces»… Pero cuando Sus hermanos subieron a la fiesta, entonces Jesús también subió; no abiertamente, sino en secreto… A la mitad de la fiesta, Jesús subió al templo y se puso a enseñar... En el último día, el gran día de la fiesta, Jesús puesto en pie, exclamó en alta voz: «Si alguien tiene sed, que venga a Mí y beba» (Juan 7:2,3,10,14,37 [NBLH]).
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús andaba en el Templo por el pórtico de Salomón (Juan 10:22,23).
[35] Mateo 6:6.
[36] Deléitate en el Señor, y Él te concederá los deseos de tu corazón (Salmo 37:4).
[37] Whitney, Spiritual Disciplines, 96.
[38] Salmo 95:6 (NBLH).
[39] Salmo 29:2 (NBLH).