Disciplinas espirituales: El estudio
agosto 5, 2014
Enviado por Peter Amsterdam
Disciplinas espirituales: El estudio
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[The Spiritual Disciplines: Learning]
Aprender es algo que hacemos todos a lo largo de nuestra vida y que nos enriquece de distintas maneras. Aprendemos mediante el estudio y mediante la experiencia. La educación que recibimos en los primeros años nos enseña lo básico y nos proporciona herramientas para seguir aprendiendo. A medida que avanza la vida, muchos seguimos estudiando, incluso después de empezar a trabajar. Con el tiempo, algunos se vuelven expertos en su campo. Aun entonces continúan dedicando tiempo y esfuerzo al estudio a fin de estar al corriente de los avances que se realizan en el ámbito de su actividad.
Las personas que quieren llegar a ser competentes en algún área se obligan a leer, estudiar, aprender y practicar. Invierten tiempo en ello, gastan dinero, compran libros y asisten a clases, conferencias o seminarios. A veces contratan los servicios de un instructor o un tutor. Se presentan a exámenes y obtienen diplomas y títulos que demuestran su competencia en su campo, profesión o materia de interés.
Aprender, adquirir conocimientos y experiencia, es beneficioso. Puede servir para que estés mejor cualificado y seas más eficaz en tu terreno, más capaz de ayudar al prójimo; puede servir para introducir mejoras en tu lugar de trabajo y contribuir a que tengas un mejor concepto de ti mismo. Descubrir conocimientos y aprender a hacer cosas puede ser también una tremenda fuente de enriquecimiento y satisfacción personal. Gracias a Dios por todas las oportunidades de aprender que hay hoy en día.
El estudio en un contexto espiritual
En nuestra vida espiritual como cristianos, el estudio también desempeña un importante papel. Así como estamos dispuestos a pasarnos horas estudiando para progresar profesionalmente o adquirir mayor preparación en diversos aspectos de nuestra vida —como la formación de nuestros hijos, la cocina, la nutrición, la jardinería, los deportes, las inversiones, los idiomas, etc.—, también debemos estar dispuestos a dedicar cierto tiempo a cultivar nuestra fe. El propósito de la disciplina espiritual del estudio es acostumbrarnos a aprender y ampliar continuamente nuestros conocimientos sobre Dios y nuestra fe.
Cuando le preguntaron a Jesús: «¿Cuál es el gran mandamiento en la Ley?», respondió: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Este es el primero y grande mandamiento»[1]. Al practicar la disciplina del estudio, amamos a Dios con nuestra mente.
Por lo general, los cristianos se sienten más cómodos amando al Señor con su corazón y con su alma. Santificamos a Dios, lo reconocemos como Señor, lo adoramos por encima de todas las cosas y le entregamos nuestro corazón y nuestra alma. Acudimos a Su presencia con devoción y alabanza; nos conmovemos cuando cantamos, adoramos y rezamos. Escuchamos o leemos testimonios de Su maravillosa obra, lo sentimos actuar en nuestra vida, vemos cómo responde a nuestras oraciones. La mayoría nos sentimos a gusto con nuestra sincera devoción a Dios y las experiencias que tenemos con Él. Tales sentimientos se encuadran dentro de lo que Jesús denominó amar a Dios con nuestro corazón y nuestra alma.
Amar a Dios con nuestra mente también es parte integral del mayor mandamiento, y suele costarnos más, ya que requiere aplicación al estudio. Muchos consideran que la doctrina o teología cristiana es más árida que un desierto, y que estudiarla es llenarse la cabeza de información innecesaria y hasta inútil. Sin embargo, la teología es la ciencia que trata de Dios, y estudiando la doctrina se aprende lo que los cristianos creen y el porqué de tales creencias. Es importante saber eso para entender nuestra fe y ahondar en nuestro conocimiento de Dios.
Donald Whitney presenta en las siguientes frases un convincente argumento para aprender todo lo posible sobre Dios:
Lo que más desea Dios que hagamos es que lo amemos. Y entre otras cosas quiere que le manifestemos amor y obediencia mediante el estudio de lo divino. Glorificamos a Dios cuando utilizamos la mente que Él creó para ampliar nuestros conocimientos sobre Él, Sus caminos, Su Palabra y Su mundo[2].
William Lane Craig lo explicó así:
Los cristianos debemos amar a Dios no solo con nuestra alma, no solo con nuestras fuerzas, sino también con nuestra mente. Y el estudio de Su verdad es una de las mejores maneras de expresar nuestro amor por Él: es una manifestación del deseo de conocer cómo es Él y cuál es Su verdad. De modo que el estudio de la doctrina cristiana es una demostración de nuestro amor a Dios; es disciplinar la mente con el fin de amar y conocer Su verdad. El estudio de la doctrina es una forma de amar a Dios con toda nuestra mente[3].
Porqués y efectos del estudio de Dios y de la fe
No hace falta convertirse en un exégeta de la Biblia para practicar la disciplina espiritual del estudio; pero sí hace falta dedicar algo de tiempo a ahondar en el conocimiento de Dios, de las Escrituras y de la fe. Adoptar la disciplina del estudio significa amar tanto a Dios que uno quiera aprender todo lo posible acerca de Él, acerca de Jesús, del sentido de la vida que llevó, del mensaje que predicó y de la muerte que sufrió. Es llegar a entender el plan divino de salvación, cómo se fue desvelando a lo largo del Antiguo Testamento y culminó con la vida y la muerte de Jesús. Es comprender quién es Dios, cuáles son Sus atributos, Su naturaleza y Su personalidad. Es aprender qué quiere de nosotros, Sus criaturas.
Cuando uno ama a una persona, procura aprender todo lo posible sobre la manera de ser de esa persona, lo que le gusta y lo que no le gusta, su pasado; uno se interesa por saber todo lo posible sobre ella. En lo que respecta a nuestra relación con Dios, la senda para descubrirlo y conocerlo íntimamente es aprender lo que ha revelado sobre Sí mismo en las Escrituras. Y para hacer eso bien, hay que estudiar.
Una de las finalidades de practicar cualquier disciplina espiritual es volverse más como Cristo. Eso requiere intrínsecamente una transformación, un ajustarse más a la forma de ser de Cristo y menos a los usos del mundo. Las Escrituras hablan de no conformarnos a este mundo y más bien transformarnos por medio de la renovación de nuestro entendimiento[4]. Una de las principales maneras de renovar nuestra mentalidad es llegar a conocer los caminos y la mente de Dios mediante el estudio diligente de Su Palabra.
Para cambiar nuestro corazón y nuestra vida, la Palabra de Dios tiene que pasar por nuestra cabeza[5].
A los cristianos se nos pide que amemos a Dios con toda nuestra mente. Se espera que estemos continuamente adquiriendo mayor madurez cristiana y ampliando nuestro conocimiento de Dios y de Su Palabra.
En realidad, a estas alturas ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo, necesitan leche en vez de alimento sólido. El que solo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual. Por eso, dejando a un lado las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez[6].
La disciplina espiritual del estudio incide también en nuestra labor de evangelización, pues cuanto mejor sepamos lo que enseña la Biblia, más capaces seremos de responder a las preguntas que nos hagan y de defender nuestra fe con conocimiento de causa si alguien cuestiona lo que decimos. «Estad siempre preparados para presentar defensa […] ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros»[7]. Hoy en día, la gente es menos propensa que antes a aceptar la salvación si no se responde a sus preguntas, preguntas que a menudo ponen en entredicho la visión bíblica (aunque en algunos casos se deben a malentendidos sobre lo que dice la Biblia).
El ser capaces de defender competentemente la fe y contestar las preguntas de las personas nos vuelve más eficaces como testigos. Existen libros que enseñan a responder las preguntas difíciles que hace la gente; por ejemplo, When God Goes to Starbucks (Paul Copan); Tactics (Greg Koukl); Preguntas difíciles, respuestas reales (William Lane Craig); Love Your God with All Your Mind (J. P. Moreland); To Everyone an Answer: A Case for the Christian Worldview (editado por Francis Beckwith, William Lane Craig y J. P. Moreland).
Disciplinarnos para estudiar nos permite instruir mejor a otros en la fe. «El que preside la comunidad, en su calidad de administrador de Dios, […] debe estar firmemente adherido a la enseñanza cierta, la que está conforme a la norma de la fe, para ser capaz de exhortar en la sana doctrina»[8]. Para profundizar nuestra relación con el Señor, volvernos más como Cristo, convertirnos en cristianos maduros y ser más eficaces en nuestra evangelización y enseñanza, bien vale la pena que nos disciplinemos para estudiar la Palabra de Dios y ampliar nuestros conocimientos.
Diferencia entre la lectura devocional y el estudio
Desde luego las lecturas devocionales nos sirven para aprender principios espirituales; pero la disciplina del estudio va más allá. Se trata de un compromiso para indagar el significado de las Escrituras, el mensaje que se transmitió a sus primeros lectores, las verdades que revelan y las doctrinas que se derivan de tales verdades. El propósito primordial de una lectura devocional es la reflexión: «¿Qué significan para mí las Escrituras? ¿Cómo se aplican a mi vida hoy en día?» Eso es importante, y es uno de los principales medios que usa Dios para hablar al corazón de las personas sobre sus necesidades, pecados, etc. A menudo hay un componente experiencial por el hecho de que la lectura devocional, el sermón, el testimonio, pueden inspirarnos, elevarnos el espíritu, crear en nosotros una sensación agradable y acercarnos al Señor; y todo ello es muy valioso y por supuesto nos lleva a aprender más sobre el Señor y Sus caminos. Sin embargo, la disciplina del estudio se centra en el esfuerzo por escudriñar a fondo la Palabra de Dios con el fin de adquirir conocimientos y ampliar nuestra comprensión.
La finalidad de la disciplina del estudio es descubrir el significado y el mensaje de las Escrituras, ya que por medio de ellas Dios se nos ha revelado y nos ha dado a conocer Sus instrucciones, Su plan, la senda para acceder a la salvación y Sus expectativas en cuanto a nosotros. Estudiar las Escrituras y los libros que enseñan su significado, o el significado de ciertos libros de la Biblia, o que exponen las doctrinas contenidas en las Escrituras, todo eso está incluido en la disciplina del estudio.
A mí me gusta leer la Biblia, y por lo general considero que entiendo lo que dice. No obstante, cuando combino mi lectura con la consulta de una Biblia de estudio, o cuando leo libros o escucho charlas que explican con mayor profundidad el significado de ciertos pasajes, el contexto en que se escribieron o los motivos por los que los cristianos creemos lo que creemos sobre la base de lo que revelan las Escrituras, siento que comprendo más a fondo la Biblia, sus enseñanzas y su relación con mi fe y mi vida.
No tengo reparos en admitir que el estudio de la teología y de la doctrina no siempre resulta fácil. Requiere aplicación, y en ocasiones hay que meterse en textos complicados. Hay que hacer un esfuerzo por adquirir una perspectiva más integral de lo que Dios ha revelado a la humanidad por medio de Su Palabra escrita. Es muy distinto de leer la Biblia como fuente de aliento, o leer un devocionario, o escuchar una charla inspirativa. Estudiar las Escrituras con el propósito de saber más de Dios amplía nuestro conocimiento de Él y de nuestra fe. Es una forma de amarlo. Combinando esa clase de estudio y aprendizaje con las lecturas devocionales, amamos a Dios de todas las maneras que Él nos ha pedido: con nuestro corazón, con nuestra alma y con nuestra mente.
Al emprender esta clase de estudio, uno toma conciencia de cómo opera la fe. Entiende más a fondo los motivos de cada cosa. Cuando se conocen mejor las Escrituras, su contexto y su significado de conjunto —incluida la historia de la relación de Dios con la humanidad en general y con el antiguo Israel en particular, y el concepto del plan divino de salvación por medio de Jesús—, se capta con mayor claridad quién es Él y por qué hace lo que hace. Uno llega a conocerlo mejor y comprende mejor lo que quiere de nosotros y por qué. En pocas palabras, uno puede llegar a conocerlo personalmente de una manera aún más profunda. Los conocimientos que adquirimos al estudiar a Dios a nivel de fundamento, partiendo de una comprensión más profunda de lo que nos ha dicho sobre Sí mismo, nos permiten entender mejor los motivos por los que quiere que seamos y vivamos de cierta manera y cómo podemos ajustar mejor nuestra conducta a Su naturaleza.
Aprender deliberadamente
Los beneficios de estudiar y ahondar en temas espirituales son múltiples, pero el proceso no es fácil; requiere esfuerzo, aplicación, tiempo y disciplina. Sin embargo, por mi experiencia personal puedo decir que vale la pena. Al entender mejor cómo se articulan mis creencias se me ha desvelado el significado de las Escrituras, y mi fe ha adquirido mayor profundidad. Si bien algunos de los textos que he leído y estudiado han sido bastante áridos y académicos, a base de perseverar en mi programa de estudio he alcanzado una mayor comprensión de Dios y de Su verdad. En la serie Lo esencial procuré condensar los rudimentos de teología que adquirí con mis estudios, con la intención de que fueran una buena base para estudiar las Escrituras a un nivel elemental.
Mediante la disciplina del estudio, uno aprende deliberadamente, no de forma accidental. Donald Whitney expresa así este concepto:
La edad y la experiencia por sí solas no confieren mayor madurez espiritual. Uno no se vuelve más como Jesús de forma casual o automática con el paso de los años. […] Los que no se esfuerzan por aprender solo adquieren conocimientos espirituales y bíblicos de manera fortuita o comodona. Ocasionalmente se benefician de algún dato o principio bíblico que oyen de boca de otra persona. De vez en cuando les viene un ramalazo de interés en el tema. Pero esa no es manera de acercarse a Dios. Con la disciplina del estudio aprendemos deliberadamente, no de forma accidental. […] Para aprender intencionadamente hace falta disciplina[9].
Aunque cueste encontrar tiempo para estudiar y aprender, merece la pena. Se suele estudiar leyendo textos, pero hay también otras opciones: existen en línea cursos en audio y en video que enseñan muy bien el porqué de la fe cristiana. Si te resulta más fácil aprender escuchando que leyendo, te recomiendo el curso Defenders de William Lane Craig. Es esclarecedor y educativo, es alimento para el espíritu y explica de una manera excelente cada una de las principales doctrinas cristianas. No digo que sea un curso fácil, aparte que es bastante extenso: son 178 clases de entre 15 y 30 minutos sobre 11 creencias cardinales. También se encuentran en línea transcripciones de las clases[10]. Desde luego se requiere disciplina para hacer todo un curso así; pero lo mismo ocurre con cualquier curso exhaustivo que uno tome. La mayoría de los libros de teología que abarcan esos mismos temas tienen un mínimo de 1.000 páginas. Uno que es más corto es Theology: The Basics, de Alister E. McGrath.
Aunque no dispongas de mucho tiempo, si te comprometes a leer aunque sea unas pocas páginas cada día, o a escuchar una charla cada mañana, con el tiempo habrás hecho todo un curso, y eso te ayudará a entender tu fe de una manera más profunda y consolidará tu concepto de Dios y tu conexión con Él. El hecho de conocerlo mejor y comprender mejor Su Palabra te ayudará a ser mejor persona, mejor cristiano y mejor testigo. Te descubrirá un nuevo modo de amar a Dios, a fin de que procures amarlo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
Nota:
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos proceden de la Santa Biblia, versión Reina-Valera 95 (RVR 95), © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.
[1] Mateo 22:36–38.
[2] Donald S. Whitney, Spiritual Disciplines for the Christian Life (Colorado Springs: Navpress, 1991), 226.
[3] William Lane Craig, Foundations of Christian Doctrine—Part 1.
[4] No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:2).
[5] Whitney, Spiritual Disciplines, 228.
[6] Hebreos 5:12–14; 6:1 (NVI).
[7] 1 Pedro 3:15.
[8] Tito 1:7,9 (LPD).
[9] Whitney, Spiritual Disciplines, 228–229.