Disciplinas espirituales: Introducción

enero 15, 2014

Enviado por Peter Amsterdam

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[The Spiritual Disciplines: Introduction]

Para mí tratar de vivir de acuerdo a las enseñanzas de Jesús y asemejarme más a Él es un objetivo personal, como sé que lo es para muchos de nosotros. Queremos seguir Su ejemplo de amor, compasión, generosidad, perdón y bondad, de obrar con oración y ser guiados por el Espíritu, amén de mantener una relación profunda con el Padre y la determinación de cumplir con los designios divinos.

Por naturaleza los cristianos aspiramos a modelar nuestra vida conforme a Jesús. Deseamos ser fieles a Dios, lo que significa llevar un modo de vida que honre a Dios basado en el conocimiento de Su Palabra, con conciencia de Su continua presencia en nosotros y dando reverencia a la misma. En suma, vivir de forma que le agrade. La cuestión es cómo hacerlo eficazmente. ¿Qué pasos podemos dar para llevar una vida que esté en armonía con Dios?

El apóstol Pablo escribió a Timoteo, un joven para quien hacía las veces de mentor. Le dijo que debía ejercitarse para vivir piadosamente,[1] que debía empeñarse en ello,[2] pues entraña grandes beneficios.[3] El término griego que empleó Pablo para referirse al ejercicio fue gymnazō, de donde proviene la palabra castellana gimnasia, y que significa desarrollar y fortalecer el cuerpo por medio de ejercicios. Dicho de otro modo, Pablo afirmaba que Timoteo debía esforzarse y ejercitarse para vivir piadosamente o según los principios divinos.

Todos sabemos que si queremos dominar una disciplina o volvernos expertos o profesionales en algún aspecto de la vida, debemos ejercitarnos y practicar. Cuando tenía catorce años aprendí los rudimentos de la guitarra. Con el tiempo logré tocar lo suficientemente bien para acompañarme cuando cantaba o cuando cantaban otros, pero nunca progresé mucho más. Siempre admiré a los buenos guitarristas que podían tocar más que acordes básicos, pues hasta ahí llegaban mis conocimientos. Hace algunos años estuve conversando con un joven primer guitarrista que en mi opinión tocaba increíblemente bien. Me explicó que su pericia se debía a que a lo largo de su adolescencia había practicado asiduamente las escalas. Dominaba el instrumento, porque le había dedicado tiempo y esfuerzo.

Además de no llegar a dominar la guitarra, cuando tenía diez años abandoné el estudio del piano después de unos pocos años de clases, porque no estaba dispuesto a perseverar en la ardua labor de ensayar lo necesario para llegar a tocar con buena técnica. Al igual que con la guitarra, aprendí los rudimentos, pero nunca llegué a ser bueno. Estoy poniendo la música como ejemplo, pero lo mismo se aplica a cualquier otro campo. Para adquirir destreza se requiere esfuerzo, práctica, tiempo y energías.

Las estrellas del deporte adquieren sus habilidades porque entrenan regularmente. Practican a diario, se sacrifican, se cuidan, se esfuerzan por superar sus debilidades, escuchan a sus entrenadores. Se adiestran constantemente en lo que hacen. Es frecuente que un experto haga parecer fácil su oficio: un patinador artístico que realiza un bello movimiento, un pintor que dibuja un retrato de gran parecido, un experto en saltos ornamentales que realiza un clavado perfecto. Parece que lo hacen sin esfuerzo alguno. Sin embargo, sabemos que para llegar a semejante nivel de destreza tuvieron que comprometerse a practicar arduamente y durante mucho tiempo. No empezaron siendo campeones o expertos; partieron con el deseo de adquirir esa habilidad y estuvieron dispuestos a trabajar por ello.

Llevar una vida que sea un reflejo de la luz y el amor de Jesús, vivir conforme a la voluntad de Dios, estar en sintonía con el Espíritu Santo, tomar decisiones que agraden a Dios, cultivar una relación estrecha con nuestro Creador... todo eso requiere un esfuerzo de nuestra parte. Pablo lo expresó muy claramente cuando dijo a Timoteo que debía ejercitarse en la piedad.

¿Cómo nos ejercitamos para la piedad? Esmerándonos por actuar de tal manera que estemos en condiciones de recibir las bendiciones y fuerzas divinas; y haciendo lo necesario para que nuestras actitudes internas estén a tono con el Espíritu, la Palabra y la voluntad de Dios. Llevar una vida centrada en Dios no es algo que se da espontáneamente; requiere esfuerzo y compromiso de nuestra parte. Hace falta un crecimiento espiritual, el cual contribuye a que cultivemos una vida de esas características. Al madurar en la fe, vivir cerca de Dios y en armonía con Su voluntad, nos transformamos interiormente, lo que a su vez se manifiesta en nuestra vida exterior y nos lleva a centrarnos más en Dios y asemejarnos más a Cristo.

Uno de los medios para propiciar ese crecimiento espiritual es la práctica de lo que se ha dado en llamar las disciplinas espirituales. Aprender sobre ellas y aplicarlas puede ayudarnos a profundizar significativamente nuestro amor por el Señor y nuestra conexión con Él. Puede contribuir a alinear nuestra vida con la voluntad de Dios y colocarnos en situación de recibir Sus bendiciones. Practicar las disciplinas espirituales es semejante a alcanzar destreza en cualquier otro campo: implica tomar decisiones que requieren autodisciplina. Aunque no es fácil, tiene su recompensa.

En su libro Disciplinas espirituales para la vida cristiana, Donald S. Whitney cita a Tom Landry, que entrenó al equipo de fútbol americano Dallas Cowboys durante treinta años:

La labor de un entrenador es hacer que sus hombres hagan lo que no quieren hacer a fin de llegar a ser lo que siempre quisieron.

Whitney añadió luego:

De forma muy similar, a los cristianos se los llama a obligarse a sí mismos a hacer algo que no harían espontáneamente —practicar las disciplinas espirituales— a fin de convertirse en lo que siempre quisieron ser, es decir, semejantes a Jesucristo. «Ejercítate —dicen las Escrituras— para la piedad».[4]

La presente serie de artículos aborda las disciplinas espirituales. Estas no constituyen un medio de ganarnos el amor o el favor de Dios a punta de obras o sacrificios ni entrañan un contrato entre tú y el Señor, por el cual «si haces esto, Dios hará aquello». Practicar las disciplinas espirituales es más bien un medio por el cual propicias la libre recepción de la gracia de Dios.

En el Nuevo Testamento la gracia normalmente se refiere a la dispensación misericordiosa de la salvación que nos hace Dios por medio de Jesús. No obstante, la palabra gracia no se circunscribe a la salvación. A lo largo de la Biblia se emplea en el sentido de bondad, amor inagotable, favor, los actos de compasión motivados por el afecto y la consideración. La gracia es el favor inmerecido y compasivo que Dios nos dispensa, no porque deba hacerlo ni porque se vea obligado a ello, sino movido por el amor que abriga por nosotros. A partir de mi experiencia con las disciplinas espirituales puedo afirmar que he sentido la gracia de Dios en mi vida.

El autor Richard Foster escribió:

El apóstol Pablo dice: «el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna» (Gálatas 6:8). La analogía de Pablo resulta instructiva. Un agricultor no puede hacer nada para que crezca el grano; lo único que puede hacer es proporcionar las condiciones adecuadas para propiciar su crecimiento. Cultiva la tierra, siembra la semilla, riega las plantas y luego las fuerzas naturales de la tierra actúan y el grano crece. Lo mismo sucede con las disciplinas espirituales. Son un medio de sembrar «para el Espíritu». Las disciplinas son el medio en que Dios nos planta en la tierra; nos ponen donde Dios puede obrar en nosotros y transformarnos. Por sí mismas las disciplinas espirituales no logran nada; solo pueden situarnos en un lugar donde la obra puede producirse. Son el mecanismo divino de la gracia. La piedad interior que procuramos no es algo que se nos derrama sobre la cabeza. Dios ha dispuesto que las disciplinas de la vida espiritual sean el medio por el cual nos ponemos en una situación en la que Él puede bendecirnos.[5]

Las disciplinas espirituales no son balas mágicas que introduzcan un cambio instantáneo en nuestra vida; son más bien un modo de vida que nos ponen en situación de ser transformados por Dios. Son un medio de cultivar una relación más profunda con Él, de vivir como lo hizo Jesús. Es más, incluyen muchas de las cosas que hizo Él cuando estuvo en la tierra, entre ellas, la oración, tiempo a solas y en quietud con el Padre, el ayuno, la abnegación, el servicio a los demás y muchas otras. Es lógico asumir que si queremos imitar a Jesús, desearemos emular el ejemplo de vida que nos dio, sobre todo en lo relativo a comulgar y conectar con Su Padre, y hacer lo mejor que podamos por ser modelos del amor y la compasión que Dios siente por los demás.

Hay tres vías principales mediante las cuales Dios nos ayuda a crecer a semejanza de Cristo. La primera son las personas: nuestros seres queridos, cónyuges, amigos, colegas, maestros, mentores y hasta nuestros mismos opositores. Todos ellos pueden ser catalizadores que produzcan cambios en nuestra vida.

La segunda vía de cambio son las circunstancias, las dificultades y pruebas que enfrentamos, sea que estén relacionadas con nuestra salud, economía, perder un empleo o conseguir uno nuevo, mudarnos a otro lugar o cualquier cosa que nos exija estirarnos y salir de nuestra zona de confort. Dios se vale de las circunstancias para provocar cambios y propiciar nuestro crecimiento. Cuando se sirve de personas y circunstancias para suscitar nuestro crecimiento espiritual, emplea influencias externas que generalmente escapan a nuestro control.[6]

La tercera vía son las disciplinas espirituales, que obran de adentro para afuera. Si bien tenemos limitado control sobre las influencias y circunstancias externas que nos acercan a Dios, las disciplinas espirituales pueden generar cambios y crecimiento desde adentro. Se trata de que cada uno tome la decisión de actuar con la finalidad de provocar cambios espirituales y promover su desarrollo interior. En el caso de las otras dos vías, nuestras opciones y control son escasos; sin embargo, practicando las disciplinas espirituales podemos decidirnos a emplearlas como catalizador de maduración. Además podemos decidir cuáles practicar y cuándo.[7]

Las disciplinas que cubriremos en esta serie son la lectura asimilativa de la Biblia, la oración, buena administración, la sencillez, la dadivosidad, el uso prudente del tiempo, el ayuno, la soledad y el silencio, llevar un diario, el aprendizaje, la confesión, la adoración, la celebración, el servicio, la confraternización y el evangelismo. Diversos autores clasifican las disciplinas en distintas categorías y algunos enumeran otras disciplinas aparte las mencionadas. Las que incluiré en esta serie son las que cubre la mayoría de los autores y sobre las cuales casi todos coinciden.

¿Con cuánta profundidad comulgamos con Dios?, ¿cuánta apertura mostramos a Su influencia?, ¿en qué medida optamos por hacer Su voluntad?, ¿con cuánta dedicación nos proponemos a madurar en la fe? Todas estas son cosas que cada uno decide. ¿Qué tan importante es tu conexión con el Señor? ¿Qué estás dispuesto a hacer al respecto? Solo tú puedes responder a esos interrogantes. Ahora bien, si tienes el deseo de morar en Él y que Él more en ti, de crecer en la fe, de estar en condiciones de que Él suscite el crecimiento espiritual que anhelas, te recomiendo que practiques las disciplinas espirituales con regularidad.

El uso de las disciplinas es un asunto íntimo entre tú y el Señor. Si bien hay algunas que deben practicarse a diario, tales como la lectura asimilativa de la Biblia, la meditación, la oración y la alabanza, otras normalmente se emplean con menos frecuencia. Te toca a ti determinar en comunión con el Señor cuáles practicar y cuándo.

Aunque muchos grandes cristianos de la Historia practicaron los principios plasmados en las disciplinas espirituales, estas no están reservadas para quienes haya alcanzado tal grado de desarrollo espiritual. Las disciplinas son para cristianos comunes y corrientes como ustedes y como yo. Son para madres y padres, para trabajadores, estudiantes, misioneros y cualquiera que ame a Jesús y quiera dar cabida a Dios en su vida.

Las disciplinas espirituales que cubriré en esta serie las seleccioné de tres libros destacados sobre el tema: Celebration of Discipline, de Richard J. Foster; The Spirit of the Disciplines, de Dallas Willard, y Spiritual Disciplines for the Christian Life, de Donald S. Whitney.

La finalidad de esta serie es generar conciencia sobre las disciplinas espirituales, proporcionar una explicación elemental de las mismas para que puedan tener a mano los medios que les permitan fortalecer su vida espiritual y ayudarlos a alcanzar la meta de parecerse más a Jesús. También servirá de ayuda a quienes imparten clases, apacientan o dan formación discipular a otras personas. Por este medio podrán enseñarles acerca de las disciplinas. Mi oración es que las disciplinas espirituales sean una bendición para ustedes y para las personas a las que atienden espiritualmente.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos citados proceden de la Santa Biblia, versión Reina-Valera, revisión de 1995 (RVR 95), © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.


[1] Desecha las fábulas profanas y de viejas. Ejercítate para la piedad (1 Timoteo 4:7).

[2] Sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre (1 Timoteo 6:11).

[3] Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento (1 Timoteo 6:6).

[4] Whitney, Donald S., Spiritual Disciplines for the Christian Life (Colorado Springs: NavPress, 1991), 21.

[5] Foster, Richard J., Celebration of Discipline (New York: HarperOne, 1998), 7.

[6] Whitney, Spiritual Disciplines, 18.

[7] Ibídem, 18.

Traducción: Felipe Mathews y Gabriel García V.