Disciplinas espirituales: La evangelización

junio 3, 2014

Enviado por Peter Amsterdam

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[The Spiritual Disciplines: Evangelism]

En los días que transcurrieron entre Su resurrección y Su ascensión al Cielo, Jesús dio instrucciones a Sus discípulos. Lucas relata que se les apareció durante 40 días y les habló del reino de Dios. También les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperaran a recibir la promesa del Padre, que era la unción del Espíritu Santo[1]. Les dijo: «Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra»[2]. Durante ese tiempo también les dijo: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura»[3], y: «Haced discípulos a todas las naciones […], enseñándoles […] todas las cosas que os he mandado»[4]. Las últimas instrucciones que dio a los que creían en Él fue que predicaran el Evangelio, la buena nueva, en todo lugar, a todo el mundo; que enseñaran todo lo que habían aprendido de Él. Les dijo: «Como me envió el Padre, así también Yo os envío»[5]. Esas instrucciones que dio a los que creían en Él en aquella época son también para nosotros.

El mandato de Jesús es que prediquemos el Evangelio a toda criatura y hagamos discípulos. El aspecto de la evangelización en que se centra este artículo es la disciplina de proclamar el Evangelio a los que todavía no han alcanzado la salvación mediante la fe en Jesús. Convertir en discípulos a los que ya creen en Él es otra faceta de la evangelización, y constituye un tema complejo que requiere un estudio más a fondo del que permiten los artículos de Disciplinas espirituales. Dios mediante, ese aspecto de la evangelización lo trataremos más adelante en otra serie de artículos.

Todos los cristianos tienen el deber de anunciar el Evangelio, de ofrecer a los demás la oportunidad de aceptar a Jesús como su Salvador y de enseñarles a cultivar una relación personal con Dios. Jesús mismo nos manda comunicar el gran plan de salvación divino. La gente no suele abrazar la fe a menos que nosotros, los cristianos, le demos a conocer el Evangelio. «¿Cómo pueden ellos invocarlo para que los salve si no creen en Él? ¿Y cómo pueden creer en Él si nunca han oído de Él? ¿Y cómo pueden oír de Él a menos que alguien se lo diga?»[6] Las personas suelen enterarse del plan de salvación de Dios porque alguien les transmite el Evangelio; y ese alguien que debe hacer eso somos todos nosotros, los que ya conocemos a Jesús. Cumplir la gran misión que nos encomendó el Señor requiere un esfuerzo continuo. Ahí entra en juego la evangelización como disciplina espiritual.

Sabemos que Dios quiere que comuniquemos el mensaje del Evangelio; pero con harta frecuencia andamos muy ocupados. Cada día está tan lleno de compromisos que tomarnos un rato para testificar puede, algunas veces, parecernos casi imposible. Para cumplir el mandato de Jesús de anunciar el Evangelio debemos disciplinarnos y reservar tiempo para ello. Debemos tomar la decisión de darle prioridad. Debemos hacer un esfuerzo por descubrir o crear oportunidades de dar a conocer el Evangelio. Eso significa buscar ocasiones de interactuar con personas no creyentes en un ambiente propicio para la comunicación; por ejemplo, invitarlas a cenar o encontrarse con ellas en un café. Se puede buscar la manera de  verse con un compañero una vez terminado el trabajo o el horario de clases. En muchos casos, lo máximo que se logra es preparar el terreno, sin llegar a plantar la semilla. Esa fase inicial es lo que se denomina a veces preevangelizar. La siguiente cita de Norman Geisler lo explica muy bien.

Si evangelizar es plantar las semillas del Evangelio, entonces preevangelizar es preparar el terreno en la mente y el corazón de las personas, a fin de que estén más dispuestas a escuchar la verdad (1 Corintios 3:6). Por la clase de mundo en que vivimos, puede que no logremos plantar las semillas del Evangelio si no hemos labrado la tierra en la mente y el corazón de las personas. Si no se prepara el alma, puede que por una parte se cierren las puertas para plantar semillas ahora, y que por otra creemos una renuencia a prestar atención al mensaje del Evangelio más adelante. […] En el mundo en que vivimos, es posible que tengamos que plantar muchas semillas espirituales durante un tiempo para conseguir que alguien reflexione seriamente sobre la persona de Cristo. Puede que tengamos que preparar el terreno para luego tener oportunidad de plantar una semilla. No se nos pide que llevemos a todas las personas a Cristo, sino simplemente que demos a conocer a Cristo a todas las personas[7].

Gran parte de nuestro contacto inicial con otras personas puede considerarse preevangelización; es cuando estamos descubriendo cómo son y conversando sobre diversos temas, algunos de los cuales quizá sean muy profundos y nos den la oportunidad de responder a sus preguntas de una manera que refleje lo que enseña la Escritura, sin que citemos forzosamente pasajes de la Escritura en el diálogo. A medida que crezcan la amistad y la confianza, la gente tenderá más a escuchar de buen grado lo que le digamos sobre Jesús y la salvación. Y para cultivar esa amistad y confianza es preciso que nos hagamos tiempo para estar con esas personas en ambientes que sean propicios a tener conversaciones profundas, lo cual suele requerir planificación y esfuerzo.

A veces las oportunidades de testificar surgen de forma espontánea, y conviene que estemos atentos a ellas; mas sucede con frecuencia que para comunicar a alguien el Evangelio hay que crear deliberadamente la ocasión. Podemos quedar en encontrarnos con una persona en un momento y lugar que permitan tener una conversación profunda, creando una situación en la que la persona se sienta cómoda y así se preste a hablar de temas trascendentes. Eso puede darnos la oportunidad de hablar de temas espirituales y guiar la conversación hacia la cuestión de la salvación.

Por supuesto, no es que haya un único modo de comunicar el mensaje, ni un único ambiente en que se pueda hacer, pues en el mundo hay miles de millones de seres humanos de distinta nacionalidad, cosmovisión, intereses, gustos, idiosincrasias y personalidad. Si bien el Evangelio es para todos, en cada caso la manera de transmitirlo que suscite la mejor reacción será distinta. Por consiguiente, el Espíritu Santo se vale a menudo de nuestras habilidades y dones para llegar al corazón de ciertas personas que están predispuestas a reaccionar favorablemente ante nosotros como individuos. Aunque todos tenemos el encargo de anunciar el Evangelio y contamos con el poder del Espíritu Santo para hacerlo[8], no es que debamos usar todos los mismos métodos. Por lo general, el Señor nos impulsa a comunicar el mensaje de una forma que sea compatible con nuestra personalidad, temperamento, dones espirituales, oportunidades, etc.[9] La diversidad de personas que anuncian el Evangelio es necesaria por la diversidad de personas que necesitan oírlo.

Todos nos hallamos en distintas circunstancias, así que las personas a las que testifiquemos y nuestra forma de hacerlo dependerán de nuestra situación y de lo que Dios nos indique. Pero en cualquier caso tenemos la certeza de que Él, que ama a la humanidad y «no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan»[10], se valdrá de nosotros, sean cuales sean nuestras circunstancias, para comunicar Su mensaje, si se lo permitimos.

La disciplina espiritual de la evangelización es el compromiso de permitir que Dios se valga de nosotros como mensajeros. Practicarla es comprometerse a hacer el esfuerzo de testificar y dar los pasos previos que posibiliten la testificación. Dedicar deliberadamente tiempo a testificar, a responder al llamado de Jesús de predicar el Evangelio y hacer discípulos de todas las naciones, es un sacrificio; pero bien vale la pena por el fruto eterno que produce la testificación.

La Navidad pasada, María y yo nos propusimos repartir 50 revistas Conéctate. Fue divertido y gratificante, pero tuvimos que disciplinarnos, es decir, llevar revistas con nosotros cuando salíamos y entregárselas a las personas con las que entrábamos en contacto. Mientras escribía esto, me pregunté: «¿Por qué no reparto 50 revistas todos los meses?» Me comprometí a hacerlo un mes; pero ¿no debería disciplinarme y hacerlo todos los meses? ¡Por supuesto que sí! Si no lo he hecho todos los meses es únicamente porque no me he disciplinado. Más concretamente, no me he acostumbrado a encargar revistas cada cierto tiempo, a llevar algunas conmigo cada vez que salgo y a estar siempre atento a las oportunidades de entregárselas a las personas con las que me encuentro, o de llevar el último número de la revista a las personas a las que ya les di una el mes anterior. La disciplina de repartir la revista Conéctate consistiría, pues, en una serie de acciones repetidas con frecuencia.

Tener invitados para cenar, encontrarse con un colega para tomar un café, cultivar una relación con amigos no cristianos, visitar a los vecinos, entregar a alguien un folleto o alguna publicación, son cosas que solo ocurren si uno las prepara, si uno se disciplina y busca deliberadamente oportunidades de comunicar el Evangelio. Los planes que haga cada cual dependerán de su situación y sus dones, y no es que todos vayamos a utilizar los mismos métodos. Donald Whitney escribió:

En unas de sus epístolas, el apóstol Pedro divide todos los dones espirituales en dos grandes categorías: los de prestar servicio y los de hablar (1 Pedro 4:10,11)[11]. Algunos han comprobado que pueden evangelizar más prestando servicio; otros, hablando. Prestar servicio con fines de evangelización puede ser, por ejemplo, convidar a unas personas a comer y vivir el Evangelio delante de ellas. Cuando los invitados vean lo que distingue a tu hogar y tu vida familiar, puede que surjan de inmediato o más adelante oportunidades de comunicar el Evangelio de palabra. Puedes preparar una comida o hacer unas hamburguesas a la parrilla para darle a tu cónyuge la oportunidad de hablar de su fe. Dicen que toda familia tiene en promedio una «crisis» cada seis meses. Cuando alguien se enferma, se queda sin trabajo o se ve en apuros económicos, y también cuando se produce un nacimiento, un fallecimiento, etc., actuar como servidor cristiano para con esa familia demuestra con frecuencia la realidad de la fe que uno profesa, de una forma que despierta el interés de las personas. Prestando servicio uno puede tener la oportunidad de entregar alguna publicación de evangelización o de llevar a cabo de formas más creativas la gran misión que Jesús nos encomendó[12].

Como hemos sido llamados a anunciar el Evangelio sean cuales sean nuestras circunstancias, el Espíritu de Dios puede indicarnos una forma de hacerlo que se adapte a nuestra situación. Quizá te resulta prácticamente imposible encontrar tiempo para reunirte con otras personas porque tienes que cuidar de tus hijos o de tus padres, que ya son ancianos. Aunque no puedas tener largas conversaciones con otros, puedes plantar semillas. Puedes darles un folleto. Puedes preguntarles si tienen alguna necesidad por la que tú podrías orar. Puedes tratarlos con amabilidad y decirles que Jesús los ama. Aunque no puedas hacer mucha testificación a fondo, puedes preparar el terreno en el corazón de las personas manifestándoles cuánto las ama Dios y cuánto se preocupa por ellas.

Muchos nos hallamos en una situación en que podríamos hacernos algo de tiempo para testificar, pero no nos hemos disciplinado en ese sentido. No es algo que esté en nuestra lista de tareas, y no pensamos en ello. Y lo que no se planifica, rara vez se hace. La disciplina de la evangelización comienza con un compromiso, seguido de un esfuerzo de búsqueda del Señor para ver cómo podemos incorporar eso a nuestra vida de una forma realista. Si le pedimos que nos ayude a testificar y que nos muestre qué método va a dar resultado en nuestras circunstancias, Él puede darnos ideas y oportunidades.

En lo tocante a la difusión del Evangelio, yo estoy firmemente convencido del valor del individuo. Si bien es el mensaje del Evangelio —el amor de Dios y el sacrificio de Jesús— lo que en definitiva lo conduce a uno a la salvación, el que una persona quiera escuchar ese mensaje depende con frecuencia de nosotros. Como decía Dwight Moody: «Toda Biblia debe estar encuadernada en cuero de zapatos». Nosotros somos el Evangelio en cuero de zapatos, la persona de contacto con el Espíritu Santo, el agente humano del poder divino[13]. El amor, la amabilidad, la ternura, la atención y el interés que la gente percibe en nosotros hace que quiera escuchar lo que le decimos. Cuando dejamos que la luz y el calor del Espíritu de Dios emanen de nosotros, la gente siente el amor de Dios. Por medio de nosotros, Jesús «manifiesta en todo lugar el olor de Su conocimiento, porque para Dios somos grato olor de Cristo entre los que se salvan»[14]. Para percibir ese olor, las personas tienen que entrar en contacto con nosotros. Cuando lo hacen, y ven y sienten nuestro amor, cuando les parece que pueden hablar con nosotros, hacernos preguntas y sincerarse, tenemos oportunidad de preparar el terreno respondiendo a sus preguntas, con la esperanza de plantar en su corazón la semilla del amor y la verdad de Dios.

Sucede con frecuencia que los demás se sienten atraídos a nosotros porque, aunque no lo sepan, estamos llenos del Espíritu, la luz y el amor de Dios. El hecho de que noten algo distinto en nosotros puede darnos la oportunidad de hablarles en algún momento del Señor. Pero si no llegamos a verbalizar lo que nos hace distintos, es posible que nunca lo descubran y que se pierdan la oportunidad de conocer el don de la salvación y la vida transformada que está a su disposición y que solo tienen que aceptar. Leí una anécdota —desgraciadamente no recuerdo dónde— sobre un cristiano que se esforzó por vivir cristianamente, con amabilidad y amor, pero no le dijo a nadie que era cristiano. Un día se le acercó un colega y le dijo: «Por fin entiendo lo que te hace tan diferente de los demás: ¡eres vegetariano!»

Donald Whitney cuenta una historia similar pero más triste:

Me hablaron de un hombre que se hizo cristiano durante una campaña de evangelización en una ciudad del noroeste de Estados Unidos. Cuando se lo contó a su jefe, este le respondió: «¡Estupendo! ¡Yo también soy cristiano y llevaba años orando por usted!» Al nuevo creyente se le cayó el alma a los pies. «¿Cómo es que nunca me lo dijo? —le preguntó—. Si todos estos años no he estado interesado en el Evangelio ha sido precisamente por usted». «¿Cómo es eso? —se sorprendió el patrón—. Yo he hecho todo lo posible por conducirme como un cristiano en el trabajo». «Pues por eso mismo —explicó el empleado—. Porque vivía de forma ejemplar y no me dijo que era todo gracias a Cristo. Me convencí de que si usted era capaz de ser bueno y feliz sin Cristo, yo también»[15].

Así pues, aunque vivir el Evangelio y ser una imagen de Cristo puede atraer inicialmente a las personas y volverlas abiertas y receptivas al Evangelio, también es necesario que oigan el mensaje en palabras. Dar ejemplo del amor de Dios es sumamente importante; pero en algún momento debemos verbalizar el mensaje de la salvación a fin de incorporar a los demás a la familia de Dios.

Cristo llama a todos los cristianos a anunciar el Evangelio. Tenemos a nuestro alrededor a personas que aún no han oído la magnífica noticia de que Dios las ama, de que envió a Su Hijo para que todos los que creyeran en Él pudieran renacer, salvarse y establecer una relación con Él. Es preciso que alguien entre en contacto con ellas, les explique cómo pueden recibir el regalo de amor de Dios, les enseñe a transformarse espiritualmente y las guíe en su desarrollo espiritual. Esas personas que hay a nuestro alrededor tienen una necesidad, y nosotros conocemos la solución. ¿Qué nos impide dársela?

Todos andamos ocupados, pero la comunicación del Evangelio a los que todavía no han recibido ese gran regalo debe permear todo nuestro cristianismo. Como el Padre envió a Jesús, Jesús nos envía a nosotros. Hemos sido llamados, enviados y comisionados para anunciar el Evangelio. Cada uno de nosotros debe encontrar una manera de aprovechar los dones y habilidades que Dios le ha concedido para darlo a conocer. Búscalo y pídele que te muestre cómo, dónde, cuándo y a quién puedes comunicar tu fe. Recuerda que, sean cuales sean tus circunstancias, eres un discípulo enviado al mundo —tu mundo, tu ciudad, tu barrio, tu empresa, tu familia— con la misión de dar a conocer a Jesús a los que Él pone en tu camino. Las oportunidades de testificar no se dan por sí solas. Debemos disciplinarnos para crearlas.

Testificar es hacer una inversión perdurable en la eternidad, tanto la nuestra como la de los demás. A los cristianos se nos pide que hagamos espacio en nuestra vida, nuestro corazón y nuestra agenda para compartir con los demás la Palabra y la verdad de Dios, y eso requiere disciplina, determinación y compromiso.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todas los versículos proceden de la Santa Biblia, versión Reina-Valera 95 (RVR 95), © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.


[1] Hechos 1:4.

[2] Hechos 1:8.

[3] Marcos 16:14,15.

[4] Mateo 28:19,20.

[5] Juan 20:21.

[6] Romanos 10:14 (NTV).

[7] Norman y David Geisler, Conversational Evangelism (Eugene, EE. UU.: Harvest House Publishers, 2009), 22–23.

[8] Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos (Hechos 1:8).

[9] Donald S. Whitney, Spiritual Disciplines for the Christian Life (Colorado Springs: Navpress, 1991), 104.

[10] 2 Pedro 3:9 (NVI).

[11] Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas. El que habla, hágalo como quien expresa las palabras mismas de Dios; el que presta algún servicio, hágalo como quien tiene el poder de Dios. Así Dios será en todo alabado por medio de Jesucristo (1 Pedro 4:10,11, NVI).

[12] Whitney, Spiritual Disciplines, 110.

[13] K. Hemphill, «Preaching and Evangelism», M. Duduit, ed., Handbook of Contemporary Preaching (Nashville, EE. UU.: Broadman Press, 1992), 525.

[14] 2 Corintios 2:14,15.

[15] Whitney, Spiritual Disciplines, 111.