Valores fundamentales de LFI: El valor del individuo

octubre 22, 2013

Enviado por Peter Amsterdam

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Considerad, pues, hermanos, vuestra vocación y ved que no hay muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en Su presencia[1].

No es difícil para el Señor dar la victoria, sea con muchos o con pocos[2].

Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?[3]

No me escogieron ustedes a Mí, sino que Yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en Mi nombre[4].

Todo lo puedo en Cristo que me fortalece[5].

El quinto valor fundamental de La Familia Internacional es:

El valor del individuo. Valoramos a cada persona, con sus aptitudes, habilidades y cualidades particulares. Estamos convencidos de que todos pueden contribuir a transformar el mundo corazón por corazón.

Jesús dice a todos Sus seguidores: «Yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto». En mi opinión, ese versículo es maravilloso. Muestra la confianza que deposita Dios en cada uno de nosotros. Eso debería inspirarnos fe y darnos la seguridad de que somos capaces de hacer lo que Dios nos pida, puesto que Él personalmente nos escogió para ello. No has terminado en manos de Dios por pura casualidad. No es que tenga que conformarse contigo porque no encontró a nadie más. Al contrario, Él te eligió. Y no solo eso, sino que te comisionó. ¿Para qué? ¡Para que des fruto que perdure!

Así que sabemos que hemos sido escogidos y comisionados por Dios. Por otra parte, sabemos que a Él no se le oculta nada de nosotros. Él conoce nuestra hechura. Sabe de qué somos capaces. Conoce nuestros dones, nuestras habilidades, nuestras flaquezas y nuestros puntos fuertes. Sea cual sea el concepto que tengamos de nosotros mismos, por muy incapaces que nos sintamos, ¡Él nos seleccionó para estar en Su equipo! Tiene la certeza de que reunimos las condiciones para desempeñar, con Su poder, la función que Él nos asigne.

Si nos vemos desde la perspectiva divina, tendremos un sano respeto de nosotros mismos. Como hijos de Dios, somos valiosos. Somos cristianos, es decir, representantes Suyos, portadores de Su verdad y Su mensaje. ¡Ya ves lo importantes que somos! Así que no te tengas en poco ni te convenzas de que eres incapaz de hacer lo que Él te pide. Fuiste hecho a imagen de Dios. Estás salvado. Dios te ama tanto que dejó que Su Hijo muriera por ti; debe de ser que eres muy importante. Dios siente por ti un amor total y perfecto. Tienes el Espíritu Santo morando en ti. Eso es impresionante. Está claro que para Dios tienes mucho valor; por consiguiente, es preciso que te valores a ti mismo y que tomes conciencia de tu utilidad para Dios.

En todo esto, el secreto radica en el poder de Dios. El auténtico valor del individuo estriba en el poder de Aquel que nos creó, nos redimió y ahora nos pide que lo glorifiquemos en nuestra vida. Me encanta este versículo del Evangelio de Marcos: «Jesús, mirándolos, dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios”»[6]. Eso es verdadero poder, y es el poder que aprovechamos y que hace valioso a cada individuo. Nuestro valor se fundamenta en el poder de Aquel a quien servimos: Jesús.

También debemos apreciar y respetar los dones y habilidades ajenos. Dios puede valerse de todas las personas, de cualquiera. Es posible que otros tengan capacidades y cualidades que a ti te faltan; pero en el Cuerpo de Cristo todas se aprovechan. La mayoría de las personas necesitan que se las estimule a cultivar y ejercitar sus dones naturales; así que cuando animas a un compañero a hacer uso del talento que Dios le ha dado, lo estás capacitando para lograr más al servicio de Dios.

Dios nos hizo a todos únicos. En todo el mundo no hay nadie que sea idéntico a ti, que haya vivido exactamente las mismas experiencias, que tenga los mismos conocimientos, intereses o habilidades. El Señor te hizo tal como eres. Él desea que descubras los dones naturales y las cualidades que te concedió, que los cultives y que los aproveches para tu propio bienestar y felicidad, y para contribuir al bienestar y la dicha de los demás.

Todos nosotros que somos cristianos hemos sido llamados por Dios a dar fruto que perdure. Eso quiere decir que cada uno de nosotros tiene algo positivo y beneficioso que aportar. Dios puede aprovechar nuestros dones y cualidades naturales —la forma de ser que nos dio— en primer lugar para que demos fruto en nuestra travesía por la vida y, en segundo lugar, para que demos fruto al conectar a otros con Él.

Cuando el corazón y la vida de una persona se transforman como resultado de descubrir y aceptar a Jesús, esa persona, como seguidora de Jesús, recibe el llamado de dar a conocer la buena nueva de la salvación. Es lógico, pues, que Dios quiera aprovechar en alguna medida sus dones, habilidades y cualidades singulares para la misión de cambiar el mundo.

Para contribuir a los cambios que hacen falta en el mundo, todos nosotros podemos reflejar a Jesús en nuestra manera de vivir, permitir que el Espíritu Santo brille a través de nosotros y comunicar a los demás el Evangelio. Hemos sido llamados a cambiar el mundo transformando corazones. Todos tenemos la capacidad de influir positivamente en los demás; pero para ello, aparte de dedicar tiempo y esfuerzo a esa tarea, tenemos que valernos intencionadamente de nuestros dones y habilidades —y hasta de nuestra personalidad— para la gloria de Dios.

Dios quiere valerse de ti y de tus dones para expresar Su amor a la humanidad de una forma única.

Sabiendo que Dios quiere valerse de nuestros dones y habilidades para Su gloria, conviene que descubramos cuáles son esos dones, cualidades y capacidades que tenemos. Él nos da talento en bruto y espera que invirtamos en nosotros mismos, que cultivemos nuestros dones y mejoremos nuestras habilidades.

Cuando nos entregamos a Dios, Él nos hace nuevas criaturas[7]. Pero no quiere que perdamos nuestra identidad; quiere que cada persona siga siendo tal como Él la concibió al crearla. Él no desecha el talento en bruto que puso en nosotros cuando nos creó. Si hacemos buen uso de nuestras habilidades, Él nos ayuda a desarrollarnos plenamente. Como dijo C. S. Lewis: «Cuanto más nos dejamos llevar por Dios, más nos convertimos en nosotros mismos, porque Él nos hizo».

Puesto que tenemos el Espíritu Santo, cada uno de nosotros para ayudar al prójimo cuenta con uno o varios dones del Espíritu de los que Dios puede valerse. Vienen enumerados en el Nuevo Testamento, y entre otros está el de sabiduría, el de conocimiento, el de fe, el de sanidad, el de hacer milagros, el de profecía, el de distinguir entre espíritus, el de lenguas, el de interpretación de lenguas, el de enseñar, el de ayudar y el de dirigir[8]. Se trata de dones que el Espíritu Santo nos concede para nuestra propia edificación y también para la de otros miembros del Cuerpo de Cristo.

Cuando se agregan los dones del Espíritu Santo a las cualidades y habilidades naturales y la experiencia, se crea una oportunidad de que resplandezca una hermosa combinación de nuestro talento y el Espíritu de Dios.

En el servicio a Dios, no hay nadie que no pueda tener una influencia positiva por ser demasiado joven, viejo, pobre, inculto o lo que sea. El siguiente relato, publicado en The Dawn, ilustra bien este punto:

Sir Michael Costa se hallaba en cierta ocasión ensayando con una gran orquesta y un coro de cientos de voces. Entre el fragor del órgano y el redoble de los timbales, el que tocaba el flautín se dijo: «Con tanto estruendo, mi pequeño instrumento no pinta nada», y dejó de tocar. De pronto, el gran director alzó los brazos y se hizo silencio. «¿Qué pasa con el flautín?», exclamó. Dios, en Su orquesta, está atento al sonido de cada instrumento.

El siguiente párrafo, tomado de la publicación periódica Sunday School Times, debería animarnos a todos:

Para serle útiles a Dios, debemos cumplir ciertos requisitos. No se trata de contar con grandes conocimientos, mucho talento, riquezas, capacidad directiva u otros dones que la mayoría nunca tendremos. Pablo, por inspiración, nos dijo exactamente en qué consisten. La siguiente descripción se atribuye a D. L. Moody: «Pablo enumera cinco cosas que Dios emplea: lo débil, lo necio, lo vil, lo menospreciado y lo que no es. Cuando estamos listos para poner a los pies del Señor nuestra fortaleza y nuestra debilidad, entonces Él puede valerse de nosotros».

Dios creó todo tipo de personas. No hay un solo tipo que sea más eficaz para dar a conocer a Jesús o influir en el mundo tal como Dios les ha indicado que lo hagan. Por muy distinto que te consideres, hay personas que son como tú, que se sentirán atraídas hacia ti y se identificarán contigo. Podrás interactuar fácilmente con ellas, y establecer con ellas una relación que para otros sería imposible.

Buckmister Fuller dijo:

«Nunca olvides que eres único. Nunca olvides que si en esta Tierra no hubiera necesidad de ti y de tu unicidad, no estarías aquí. Y nunca olvides, por muy agobiantes que sean los desafíos y problemas de la vida, que una sola persona puede hacer una diferencia. De hecho, todos los cambios importantes que se han producido en el mundo se han debido siempre a una persona. Procura ser esa persona».

¡Cuánto más válido es eso si trabajamos mano a mano con el Dios del universo!

A veces nos parece que, si no participamos en una obra grande o importante, nuestros actos tienen poco valor. Hay muchas organizaciones que realizan una labor tremenda, que aportan bastante a la comunidad, que contribuyen a mejorar la vida de las personas y que ofrecen ayuda práctica y espiritual a gran escala. Sin duda son grandes obras, sumamente valiosas y dignas de elogio.

Sin embargo, lo que debemos preguntarnos es: «¿Qué espera el Señor de ? ¿Qué me pide?» Y: «¿Lo estoy haciendo?»

La grandeza de una obra consiste en que corresponda a lo que Dios nos pide. Si nos pide que amemos a una sola persona, esa es nuestra gran obra. Si nos pide que ganemos un alma para Cristo, esa es nuestra gran obra. Como dijo la difunta madre Teresa: «No podemos hacer grandes cosas, pero sí pequeñas cosas con una gran medida de amor». La grandeza de lo que hacemos para Dios no se mide necesariamente por las proporciones de nuestra labor ni por los miles de beneficiarios que pueda tener, sino por nuestra obediencia y fidelidad en el cumplimiento de la voluntad divina en nuestra vida y por el gran amor con que ejecutemos lo que Dios nos pide.

Si no sabes bien qué hacer o cómo quiere Dios que contribuyas a la expansión de Su reino o que sirvas al prójimo, pídele que te oriente y te guíe. Encomiéndale tus pasos y decisiones, y confía en que Él allanará tus sendas. Él tiene un plan que te dará resultado. Si estás abierto a Sus indicaciones, no te preocupes, que Él te mostrará el camino.

También puedes considerar si quizás ha llegado el momento de lanzarte a hacer algo, lo que puedas. Prueba varias cosas. Si comienzas a hacer algo, probablemente te darás cuenta de qué es lo que se te da mejor. Sentirás al Señor guiándote en tu corazón. Te confirmará que estás donde debes estar, o por el contrario verás que eso no es para ti. Como reza el dicho: «Para que el timón surta efecto, el barco tiene que estar en movimiento».

Si eres una persona ocupada, como la mayoría, tendrás que arañar un poco de tiempo de alguna parte si quieres introducir algo nuevo en tu vida. El servicio al prójimo tomará el lugar de otras cosas. Eso es, en parte, negarte a ti mismo y tomar tu cruz[9]. Se llama servicio porque se trata de servir a los demás, de dedicarles tiempo y energías. Todo lo que vale cuesta. Pero nosotros somos discípulos que sienten pasión por Dios, que persiguen Su Espíritu, que practican un discipulado activo, y Su amor fluye a través de nosotros hacia las personas que nos rodean. El sacrificio va de la mano con el compromiso.

Si queremos vivir el valor del individuo y permitir que Dios se valga de nosotros para hacer Su obra, debemos actuar, lanzarnos a hacer algo. El primer paso nos corresponde a nosotros. Tenemos que levantarnos, dejarnos de dilaciones y dar ese primer paso. Si lo hacemos, Dios potenciará nuestros esfuerzos.

Quiero leer unas cuantas citas de siervos de Dios que entendieron el valor del individuo.

Billy Graham lo resumió en una sola frase:

«Uno solo con Dios es mayoría absoluta».

Edward Everett Hale dijo:

«Yo soy solo uno, pero uno de todos modos. No puedo hacerlo todo, pero sí puedo hacer algo; y por el hecho de que no pueda hacerlo todo no voy a negarme a hacer lo que puedo hacer».

Es fácil sentirse solo, y es natural que te sientas un poco inseguro cuando te lances a hacer algo y estés deseando y orando que Dios se valga de ti. Puede que te falten recursos económicos, que no hables el idioma del lugar o que te parezca que tienes mucho que aprender; pero precisamente cuando te sientes así tienes que fijar tu atención en el poder con que Dios puede ayudarnos.

Oswald Chambers abordó el tema de nuestro temor a quedar como incapaces e incompetentes al decir:

«Cuando es cuestión del todopoderoso Espíritu de Dios, no digas nunca: “No puedo”».

John Wesley hizo la siguiente exhortación:

«Haz todo el bien que puedas, por todos los medios que puedas, a todas las personas que puedas, en todos los lugares que puedas, tantas veces como puedas, con todo el fervor que puedas, por todo el tiempo que puedas».

Si te parece que ahora mismo dispones de pocas oportunidades de servicio, es posible que estés pasando por una temporada de preparación en el taller de Dios —por así decirlo—, donde Él está dándote forma con la herramienta de la paciencia mientras tú haces gala de fidelidad con los asuntos aparentemente triviales y prosaicos de la vida. Si te da la impresión de que tus posibilidades de servicio altruista son pocas o incluso inexistentes, la siguiente cita de A. B. Simpson te servirá de aliento: «Dios está preparando a Sus héroes. Cuando surja la oportunidad, puede colocarlos en su lugar en un instante. Y entonces el mundo se preguntará de dónde salieron».

A veces sentimos la tentación de desesperarnos porque nos parece que no tendremos tiempo de realizar la misión que, en nuestra opinión, Dios quiere que llevemos a cabo. Con frecuencia nos ponemos impacientes y queremos alcanzar rápido nuestras metas. Pero Dios no suele andar apurado. Es consolador que Él siempre nos dé suficiente tiempo para hacer Su voluntad.

En el establecimiento de Su reino en la Tierra, Dios tiene una función asignada a cada uno de nosotros. La forma de extender Su reino es acercarnos a los demás e invitarlos a participar de la maravillosa vida de amor y redención de que disfrutamos. Para cumplir la gran misión que Él nos encomendó no hace falta que sepas hablar en público, no es preciso que tengas miles de amigos y conocidos a quienes comunicar la buena nueva, ni es indispensable que seas sociable. Ahí es donde entra en juego el valor del individuo. Tú —tú solito— puedes entrar en contacto con una persona. Entabla amistad con ella y háblale de la buena nueva. Dios te está llamando a participar en Su magnífico plan para transformar el mundo de alma en alma; y en eso todos podemos participar. Si aprovechamos el valor del individuo, otras personas llegarán a conocer a Jesús; y ellas a su vez hablarán de Él con otras.

Piensa en lo formidable que es que conozcas a alguien, influyas en su vida y le entregues el regalo de la salvación. Hay pocas personas en el mundo con la privilegiada misión de ejercer un impacto eterno en otras; nosotros tenemos esa misión especial, porque tenemos a Jesús, tenemos el Espíritu Santo, testificamos intencionadamente y acercamos a Él a otras personas. ¡Qué privilegio! De veras, ¡qué emocionante!

Como dijo Henry Thoreau:

«[No quería] descubrir, en el momento de morir, que no había vivido».

Vivamente plenamente y salgamos al ruedo que Dios ha preparado para nosotros. Para serle útil…

  • Cultivemos nuestros dones y habilidades y dejémoslos brillar.
  • Testifiquemos intencionadamente.
  • Invoquemos la ayuda del Espíritu Santo para aprovechar al máximo nuestro valor como individuos.

¡Seamos todo lo que Dios quería que fuéramos cuando nos creó! ¿Amén?


Nota: A menos que se indique otra cosa, los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] 1 Corintios 1:26–29.

[2] 1 Samuel 14:6b.

[3] Romanos 8:31.

[4] Juan 15:16 (NVI).

[5] Filipenses 4:13.

[6] Marcos 10:27.

[7] 2 Corintios 5:17.

[8] 1 Corintios 12:7–11.

[9] Lucas 9:23.

Leído por Gabriel García Valdivieso. Traducción: Jorge Solá y Antonia López.