Valores fundamentales de LFI: Sentido de comunidad

octubre 29, 2013

Enviado por Peter Amsterdam

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Este es Mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como Yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos[1].

Según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y especialmente a los de la familia de la fe[2].

En esto hemos conocido el amor, en que Él puso Su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos[3].

¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es que habiten los hermanos juntos en armonía![4]

Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo[5].

El sexto valor fundamental de La Familia Internacional es:

Sentido de comunidad. Consideramos que nuestra fe debe vivirse en comunidad, en un ambiente de camaradería. Queremos cultivar un espíritu de unidad, amor y fraternidad. Juntos podemos lograr más.

Nuestro amor a Dios, así como nuestras creencias y metas comunes, nos ayudan a forjar lazos de hermandad y amor entre nosotros.

LFI no cuenta a escala mundial con un modelo para crear comunidades locales; por consiguiente, en cada lugar la gente emplea diversas fórmulas para cultivar un sentido de comunidad, establecer redes sociales y promover la camaradería.

Somos una red mundial de creyentes, una comunidad virtual, en línea, con presencia en todos los continentes y con afiliados de más de 80 países. El material que se publica en los muchos sitios web de LFI sirve para que los integrantes de todas las latitudes estén al corriente de nuestras enseñanzas espirituales, artículos devocionales, noticias sobre la misión, pedidos de oración, novedades y anuncios. Los afiliados también tienen acceso a recursos, herramientas y productos relacionados con la misión, disponibles en varios idiomas. Si bien los integrantes de LFI están repartidos por todo el mundo, estamos en la misma onda en cuanto a creencias y valores fundamentales, y en cuanto a nuestra conciencia de la misión de anunciar el Evangelio de Jesús y cambiar el mundo de persona en persona.

Aunque muchos afiliados no tengan oportunidad de reunirse con otros, permanecemos unidos en espíritu por el hecho de que tenemos creencias en común, leemos y escuchamos el material que hay en nuestros sitios web, y compartimos la visión de comunicar a los demás el amor de Jesús.

Se anima a los afiliados a participar —de alguna forma que convenga a su situación y necesidades— en actividades que promuevan los lazos comunitarios en su ciudad o país. La organización apoya tales actividades cuando puede, pero la responsabilidad de cultivar lazos comunitarios recae sobre los afiliados. En ocasiones o en lugares en que no sea posible reunirse con otros afiliados, se recomienda relacionarse en línea con otros integrantes, por los diversos medios que hay.

Nuestra fe y nuestro discipulado crecen cuando nos relacionamos con creyentes de ideas afines. El cristianismo no debe vivirse en el vacío, sino en amorosa fraternidad y armonía con otras personas.

Nuestra personalidad se desarrolla y madura a consecuencia del trato con los demás. El hecho mismo de estar con otros, de trabajar con individuos que pueden tener una personalidad muy distinta de la nuestra, de vernos exigidos y tener que sacrificarnos, nos obliga a ejercitar cualidades que Jesús desea que cultivemos. Sin ese trato, cuesta más madurar espiritualmente de una forma equilibrada. Esos roces también dan lugar a un proceso de crecimiento interno; nos vuelven más como Jesús y nos capacitan para prestar ayuda a los demás y comunicar el amor de Dios.

En El ser que quiero ser, John Ortberg escribió:

Para formar a las personas, Dios se vale de otras personas. Por eso, lo que sucede entre una persona y otra nunca es una simple interacción entre seres humanos. El Espíritu anhela intervenir poderosamente en todo encuentro. […] Espiritualmente, como dijo [el apóstol] Juan: «El que no ama permanece en muerte». Si vivimos aislados, es más fácil que caigamos en la tentación o el desaliento, que nos ensimismemos, que gastemos dinero de forma egoísta. El vivir desconectados no solo nos perjudica a nosotros, sino también a las personas que Dios ha puesto a nuestro alrededor, las cuales se ven entonces privadas del amor que a Dios le gustaría que les manifestáramos[6].

Los afiliados a LFI son bastante creativos a la hora de promover un sentido de pertenencia y unidad. Estas son algunas de las formas en que, por lo que nos han dicho, están reuniéndose y promoviendo los lazos comunitarios, físicamente o en línea:

  • Se celebran reuniones de oración, adoración y fraternidad en casas, como si fuera una iglesia que se reúne en una casa.
  • Hay reuniones a nivel de ciudad o incluso de país en las que se dan clases de la Biblia, se presentan pedidos de oración, se celebran seminarios o talleres relacionados con la misión y se organizan actividades para los niños.
  • Las conferencias por Skype se han vuelto populares. Hay grupos de personas que se reúnen frecuentemente por Skype para leer la Biblia y orar. Por ejemplo, cerca de nosotros vive un matrimonio que cada semana se reúne en línea con una mujer soltera de otro país y celebra una comunión con ella.
  • Nos hemos enterado de varias mamás que, a pesar de estar muy atareadas, se han destacado organizando actividades para promover los lazos comunitarios a nivel local, a pesar de todas sus demás ocupaciones con sus hijos y en la casa. Verdaderamente es digno de elogio.
  • Numerosos grupos de personas que tienen aficiones similares han comenzado a relacionarse por Internet. Hay grupos de solteros, de matrimonios con hijos pequeños, de abuelos y también de personas que tienen algún interés en común, como los acontecimientos del Tiempo del Fin y las profecías, la salud y el bienestar, la curación, etc.
  • Los pedidos de oración crean sentido de comunidad, porque sabes que hay gente que se preocupa por ti y te sientes apoyado y comprendido. María y yo enviamos con frecuencia peticiones de oración a las personas con las que solemos relacionarnos, y ellas hacen lo mismo con nosotros. Cuando los que vivimos cerca tenemos ocasión de reunirnos, consideramos prioritario orar unos por otros.
  • Algunos afiliados se reúnen también con otros cristianos en iglesias de la localidad o participan en obras de beneficencia en su ciudad.

La responsabilidad cristiana de crear lazos comunitarios de hermandad recae sobre cada uno de nosotros. Debemos tomar la iniciativa, hacernos tiempo para ello y considerar importante nuestra relación con los demás.

Hay componentes importantes de nuestro crecimiento espiritual que se derivan del trato fraternal con otras personas, en comunidad. Tal crecimiento se manifiesta en forma de mayor compresión, empatía, humildad, autenticidad, honradez, altruismo y aceptación de los demás. Los lazos comunitarios a los que nos referimos no se basan en una compatibilidad o similitud de aficiones, posición económica o personalidad, sino en el hecho de tener la misma fe.

Al crear sentido de comunidad, colaboramos como miembros del cuerpo de Cristo. Es importante que tengamos acceso a la misma información, que consumamos el mismo alimento espiritual y que nos mantengamos en contacto; pero otros elementos igualmente importantes de nuestra fraternidad y camaradería son nuestro amor y nuestro interés sincero los unos por los otros.

El pastor Peter Marty explicó:

Cuando existe contacto profundo entre las personas, el espíritu de comunidad florece y prospera como resultado del trato frecuente entre unos y otros. Es posible que los miembros de una congregación tengan aparentemente poco en común. Pero por dentro tal vez sientan que existe la posibilidad de aprender unos de otros. Las amplias amistades, las metas comunes y el interés duradero de unos por otros son la consecuencia de tener una comunidad con un fundamento espiritual y personas que trabajan juntas. Según cómo los miembros de una congregación manifiesten el amor de Dios mediante su sincera hospitalidad y su amor mutuo se sabe si son verdaderamente el cuerpo de Cristo o un simple club religioso[7].

Pertenecer a una comunidad cristiana es similar a formar parte de una familia. Uno por lo general tiene un sentido de pertenencia a su familia. Confía en que sus padres, abuelos y hermanos lo aman y le prestarán ayuda si le hace falta. Uno siente que le guardan las espaldas.

Pues con nuestros hermanos en el Señor debemos fomentar ese mismo sentido de pertenencia, interés mutuo y amor. Los que creemos formamos parte de la familia de Dios.

Extendiendo Su mano hacia Sus discípulos, [Jesús] dijo: «Estos son Mi madre y Mis hermanos, pues todo aquel que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos, ese es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre»[8].

Para crear esa unidad debemos hacernos tiempo para velar unos por otros, orar unos por otros, visitar a los que estén enfermos, ayudar en la medida de lo posible a los que estén pasando apuros y procurar ser serviciales cuando surja una operación grande como una mudanza o el lanzamiento de un gran proyecto. Por supuesto, a veces lo que más necesita una persona es que se la escuche, que se la comprenda, que se reconozcan sus dificultades, que se ore por ella y se le dé aliento.

Tenemos el honor y la responsabilidad de manifestar el amor del Señor a las personas de nuestra comunidad que tienen alguna necesidad. Debemos tratar con amor a todos los seres humanos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe. La Biblia dice: «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo»[9].

Alguien explicó de la siguiente manera la necesidad de velar unos por otros en un ambiente comunitario:

Necesitamos personas que caminen día tras día con nosotros, que nos acompañen en los momentos altos y en los bajos, y en todas las trivialidades intermedias para resolver las cosas. Queremos personas que se rían y que lloren con nosotros. Personas por las que interesarnos, que nos ayuden con los hijos. Amigos con los que orar, a quienes podamos llamar cuando la batería del auto nos falla y necesitamos que nos echen una mano. Queremos vivir en una comunidad en la que se respire a Jesús.

Yo diría que eso no puede existir sin compromiso, sin un compromiso mutuo en Cristo, una relación única y profunda en la que no haga falta que seamos todos iguales. Se trata de contarnos nuestras expectativas mutuas y no sentirnos mal si son distintas, ni obligar a los demás a ser como a nosotros nos gustaría que fueran. Porque lo importante es que cada uno sea la persona que Dios quiere que sea. ¡Y juntos es más fácil que logremos eso!

Al vivir de esa manera, somos la iglesia. Debemos amar a Dios, amar al prójimo, amarnos unos a otros. Y ayudar a los demás a hacer lo mismo. Buscar el reino de Dios. Recorrer juntos la senda, cumplir juntos la misión, ser quienes debemos ser, juntos[10].

En la comunidad local en la que participamos María y yo se han visto muchos ejemplos de ese tipo de consideración e interés cuando un integrante de la misma tiene alguna necesidad:

  • Hace un tiempo, un matrimonio sufrió un accidente de tránsito. Mientras les reparaban el vehículo, un afiliado a LFI les prestó uno de los automóviles que tiene su grupo familiar.
  • Un matrimonio que maneja un pequeño negocio se preocupa de contratar a otros integrantes de nuestra comunidad de fe a fin de contribuir a satisfacer sus necesidades económicas.
  • Cuando unas personas visitaron nuestra ciudad para realizar unas diligencias, una de las familias les abrió las puertas de su hogar y los hospedó.
  • Una mujer de nuestra comunidad se sometió a una delicada operación. Durante un par de semanas, mientras se recuperaba, no podía desplazarse, ni levantar pesos, ni hacer ningún tipo de trabajo. Varias personas fueron a ayudarla con los quehaceres de la casa y la cocina. Otros le llevaron comidas precocinadas para facilitarles las cosas tanto a ella como a su marido.
  • Otra mujer se lesionó de gravedad un pie y estuvo más de un mes sin poder hacer gran cosa. Durante su recuperación, una compañera la sustituyó en el trabajo.

Tales actos de consideración no se dan solo en nuestra ciudad. Con frecuencia nos enteramos de personas que ofrecieron solícitamente su ayuda a otros afiliados que se hallaban en alguna necesidad. Recuerdo, por ejemplo, el caso de una familia de Texas que recibió a una chica de 22 años que había regresado de las misiones en Indonesia para someterse a quimioterapia para combatir la leucemia. Su hospitalidad contribuyó a que los últimos meses de esa muchacha en la Tierra fueran hermosos y estuvieran llenos de amor y atenciones.

En ese mismo caso, otro matrimonio, también de Texas, prestó su casa rodante a los padres de esa joven, para que tuvieran dónde estar con sus hijos durante la enfermedad de la chica, y mientras se reagrupaban y hacían planes para el futuro después que su hija se fue con el Señor.

Cuando alguien ha sufrido una grave enfermedad o lesión, afiliados de todo el mundo lo han apoyado con sus oraciones y han hecho contribuciones económicas. Otros han recorrido grandes distancias para ofrecerles ayuda en persona. Es en momentos así cuando realmente brillan el amor y la camaradería que tenemos entre hermanos.

A menudo nos enteramos de afiliados que hospedan en su casa durante un período de tiempo a personas que están desplazándose de un lugar de misión a otro, o que generosamente les dedican tiempo, les dan dinero y asistencia práctica, o les ofrecen aliento y oración.

Además de prestarnos ayuda física y sobrellevar los unos las cargas de los otros, también podemos ofrecer apoyo espiritual. Una característica de una comunidad floreciente y sana es que sus integrantes se preocupen de animarse mutuamente.

Voy a leer otro pasaje de John Ortberg:

Todos los días, cada persona que conocemos se enfrenta a la vida con la eternidad en juego, y en ocasiones la vida nos hunde. Todo ser humano necesita una hinchada. Todo ser humano necesita a alguien con quien desahogarse de vez en cuando. Todo ser humano necesita una oración que lo eleve hacia Dios. Todo ser humano necesita a alguien que lo estreche a veces entre sus brazos. Todo ser humano necesita oír una voz que le diga: «No te des por vencido»[11].

Fortalecer y animar a nuestros hermanos es una forma de participar en sus labores. Solo Dios sabe cuántas veces las hazañas que realizaron Sus siervos a lo largo de los siglos fueron posibles gracias al ministerio de aliento y oración de otro creyente.

No somos islas. Por mucho que nos cueste reconocerlo, dependemos unos de otros. Confortar y alentar a los que forman parte de nuestra comunidad de fe es básicamente potenciar la misión y la difusión del Evangelio, pues cada uno de nosotros es estimulado por los demás a cumplir la voluntad de Dios, probablemente más de lo que se imagina.

La Biblia dice:

¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es que habiten los hermanos juntos en armonía![12]

Esa armonía no implica que todos deban coincidir en todo o tener los mismos intereses u opiniones. Hay una frase humorística que dice: «Se puede aprender mucho de los lápices de colores: unos están afilados, unos son bonitos, unos tienen un color apagado, otros un color vivo, unos tienen nombre raro, pero todos han aprendido a convivir en el mismo estuche»[13].

La armonía es consecuencia de aceptar las diferencias que puedan existir entre unos y otros y concentrarnos en lo más importante que tenemos en común, como nuestra fe en la Palabra de Dios y nuestro deseo de crecer espiritualmente, anunciar el Evangelio e influir para bien en nuestra ciudad.

La armonía, aparte de ser más agradable y de ser un testimonio para los demás, potencia la labor que hacemos para el Señor. Juntos podemos avanzar más rápido y llegar más lejos. Juntos podemos mover montañas.

Se cuenta una anécdota sobre uno de los mejores constructores de puentes del país. Construyó uno de los puentes más grandes y fuertes del mundo y declaró que nada podría derribarlo. Era capaz de sostener el peso de incontables vehículos. Según el diseñador, lo único que podría echarlo abajo sería que lo cruzaran cientos de personas marchando al unísono. De modo que advirtió que si un grupo de personas cruzaba el puente —ya fueran soldados en formación o una banda musical—, no debían marchar sincronizadamente, o el puente se derrumbaría. Eso ilustra bien la fuerza que tiene la unión[14].

Si caminamos unidos, el impacto de lo que hacemos para transformar el mundo con el amor de Dios puede dejarse sentir por todas partes. La Biblia dice que uno puede perseguir a mil, pero dos pueden hacer huir a diez mil[15]. Eso representa un aumento del mil por ciento, simplemente por ser dos personas en vez de una.

Dios quiere que amemos a toda la humanidad y que reflejemos Sus atributos frente a las personas con las que nos vemos y tratamos a diario. Pero le preocupa aún más que manifestemos amor a nuestros hermanos cristianos, el cuerpo de Cristo. Pablo dijo: «Según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y especialmente a los de la familia de la fe»[16].

¿Por qué es tan importante que nos interesemos en los demás creyentes y los apoyemos espiritual y físicamente? Jesús respondió a esa pregunta cuando dijo: «En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros»[17].

El amor es lo más importante. Jesús quiere que a nosotros, Sus seguidores, se nos conozca por nuestro amor. Procuremos promover un sentido de comunidad, de pertenencia, de hermandad y de camaradería, y hagámoslo para, por y con el amor de Cristo, que nos apremia.


[1] Juan 15:12,13.

[2] Gálatas 6:10.

[3] 1 Juan 3:16.

[4] Salmo 133:1.

[5] Gálatas 6:2.

[6] Ortberg, John: El ser que quiero ser, Vida, 2010.

[7] Marty, Peter W.: «Community as a Way of Life», The Christian Century, 23 de agosto de 2005, pp. 8,9. (Peter W. Marty es pastor principal de la iglesia luterana St. Paul de Davenport, Estados Unidos.)

[8] Mateo 12:49,50.

[9] Gálatas 6:2.

[10] Stewart, Arthur: Why Christian Community Requires Choice, 11 de marzo de 2013.

[11] Ortberg, El ser que quiero ser.

[12] Salmo 133:1.

[13] Fulghum, Robert.

[14] Anécdota contada por Tom Brown.

[15] Deuteronomio 32:30.

[16] Gálatas 6:10.

[17] Juan 13:35.

Leído por Gabriel García Valdivieso. Traducción: Jorge Solá y Antonia López.