El Credo (4ª parte)

abril 21, 2020

Enviado por Peter Amsterdam

[The Creed (Part 4)]

(Los puntos presentados en este artículo se han tomado del libro The Creed, de Luke Timothy Johnson[1].)

En la tercera parte de esta serie de artículos ya examinamos el fragmento del Credo que, refiriéndose a Jesús, habla de «un solo Señor, Jesucristo». Vimos que se lo llama Señor, lo cual refleja Su divinidad. El nombre de Jesús indica que Él es quien salva a Su pueblo de sus pecados, mientras que el título de Cristo subraya Su papel como ungido, como Mesías.

Tras afirmar que Jesús es Dios, el Credo declara que Cristo vino de Dios Padre y regresó a Él como ningún ser humano lo ha hecho o lo hará nunca. Cuando vino de Dios, en forma de niño nacido de María, conservó Su divinidad. Tras ser crucificado y morir, resucitó y volvió al lugar del que procedía. Las primeras versiones del Credo pasaban directamente de la frase «un solo Señor, Jesucristo» a describir lo que Él hizo estando en forma humana. No obstante, a causa de algunas doctrinas falsas que surgieron en el siglo IV, se hizo necesario agregar más información para proclamar la singularidad de Jesús como Hijo de Dios.

Este es el fragmento del Credo que habla de esto:

Creemos en un solo Señor, Jesucristo,
      Hijo único de Dios,
      nacido del Padre antes de todos los siglos:
           Dios de Dios,
           Luz de Luz,
           Dios verdadero de Dios verdadero,
      engendrado, no creado,
      de la misma naturaleza que el Padre,
      por quien todo fue hecho.

Hijo único de Dios

Dice que Jesús es el «Hijo único de Dios» o, más literalmente, «el unigénito Hijo de Dios». En la época en que se formuló el Credo, había quienes creían que Jesús se había convertido en Hijo de Dios simplemente por adopción, que era Hijo de Dios de la misma manera que todos los creyentes son considerados hijos de Dios.

Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios[2].

Por eso, los que formularon el Credo vieron la necesidad de centrarse en pasajes de las Escrituras que hablaban de cómo Jesús fue Hijo de Dios de una manera singular.

Los evangelios dicen que una voz del Cielo anunció:

Este es Mi Hijo amado, en quien tengo complacencia[3].

La misma voz se oyó cuando Jesús se transfiguró:

Mientras [Pedro] aún hablaba, una nube de luz los cubrió y se oyó una voz desde la nube, que decía: «Este es Mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a Él oíd»[4].

Asimismo, en la Segunda Epístola de Pedro dice:

Cuando Él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: «Este es Mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia»[5].

En las epístolas de Pablo, los autores del Credo encontraron también menciones de Jesús como el propio Hijo de Dios.

El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?[6]

Pablo también habló en varias ocasiones de que Dios había enviado a Su Hijo:

Lo que era imposible para la Ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne[7].

Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos[8].

En la Primera Epístola de Juan dice:

En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por Él[9].

Nosotros hemos visto y declaramos que el Padre envió a Su Hijo para ser el Salvador del mundo[10].

Tanto las epístolas de Pablo como las de Juan indican que Jesús, a quien Dios envió al mundo, es el Hijo de Dios y es divino.

Nacido del Padre

Después de eso, el Credo se sigue centrando en el hecho de que Jesús es Dios. Es «nacido del Padre antes de todos los siglos». El Evangelio de Juan habla del Verbo:

En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios. Todas las cosas por medio de Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. En Él estaba la vida[11].

Ese Verbo al que se refiere Juan es Dios. A continuación dice:

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre[12].

Ese Verbo, que es Dios y se hizo carne, es Jesucristo.

Más adelante en el Evangelio de Juan dice:

De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que en Él cree no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios[13].

Jesús, el Verbo, que estaba desde el principio con Dios, es también el «unigénito Hijo de Dios».

En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por Él[14].

El Credo deja bien claro que Jesús, el Verbo, el Hijo unigénito, existió juntamente con el Padre «antes de todos los siglos», es decir, antes que existiera el tiempo. El Hijo no fue hecho por el Padre como fue hecha la creación, sino que es una extensión o expansión de la propia existencia del Padre.

Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero

El Credo sigue insistiendo en que Jesús es Dios. No solo es Señor, Hijo unigénito y nacido del Padre antes de que existiera el tiempo, sino que además es «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero». La primera expresión y la tercera —«Dios de Dios» y «Dios verdadero de Dios verdadero»— hacen hincapié en que Jesús es Dios.

La expresión «Luz de Luz» es una alusión a la presencia de Dios, ya que a lo largo del Antiguo Testamento se asocia la luz con Dios.

Contigo está el manantial de la vida; en Tu luz veremos la luz[15].

El Señor es mi luz[16].

En el Salmo 89:15 se proclama:

Bienaventurado el pueblo que sabe aclamarte; andará, Señor, a la luz de Tu rostro.

El libro de Isaías dice:

¡Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria del Señor ha nacido sobre ti! Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá el Señor y sobre ti será vista Su gloria. Andarán las naciones a tu luz y los reyes al resplandor de tu amanecer[17].

En el Nuevo Testamento, la luz se asocia con la presencia de Dios en Jesús. En 1 Timoteo 6:14–16 dice: «Nuestro Señor Jesucristo, […] el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible». El apóstol Pedro habla de que el pueblo de Dios ha sido llamado «de las tinieblas a Su luz admirable»[18]. En la Epístola de Santiago dice: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación»[19].

Luke Timothy Johnson escribe:

El apóstol Pablo emplea metáforas sobre la luz para referirse a Jesús: «Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Corintios 4:6). Aquí el apóstol Pablo relaciona al Dios Creador, que mandó que se hiciera la luz, con Jesús, el Señor. La propia gloria de Dios resplandece en la faz de Cristo. Él es «Luz de Luz»[20].

En el Evangelio de Juan se utiliza la metáfora de la luz para expresar la identidad y la obra de Jesús.

En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la dominaron[21].

La luz verdadera que alumbra a todo hombre venía a este mundo[22].

Esta es la condenación: la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas[23].

Jesús les habló, diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida»[24].

Así como el Padre es luz, también lo es el Hijo.

Engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre

En el siglo IV, un presbítero de Alejandría, Egipto, enseñó la falsa doctrina de que el Hijo de Dios era una creación de Dios. Proclamó que había habido un tiempo en que el Hijo de Dios no existía, herejía conocida como arrianismo[25]. Los obispos que se reunieron en el Concilio de Nicea refutaron las afirmaciones de Arrio, empleando la palabra griega homoousios (una misma esencia) para declarar la consustancialidad del Padre y el Hijo. Escogieron ese término para expresar la creencia fundamental de que el Hijo no es una mera versión mejorada de ser humano, sino que es Dios. Su esencia, Su generación, es distinta de la naturaleza humana. El Hijo no solo es como el Padre, sino que es inseparable de la sustancia del Padre; Él y el Padre son lo mismo. Por tanto, fue engendrado, no creado, y tiene la misma naturaleza que el Padre.

Por quien todo fue hecho

Esta es la última declaración del Credo sobre el Cristo preexistente. Antes, el Credo ya ha afirmado que Dios, Padre todopoderoso, es el Creador del Cielo y de la Tierra. Aquí dice que Dios lo creó todo por medio del que fue «engendrado, no creado».

El Evangelio de Juan es uno de los libros del Nuevo Testamento que habla del papel del Hijo en la creación.

Todas las cosas por medio de Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho[26].

El apóstol Pablo también se refiere a la participación activa del Hijo en la creación.

Solo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual han sido creadas todas las cosas y por quien nosotros también existimos[27].

En Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten[28].

Los autores del credo niceno-constantinopolitano estudiaron las enseñanzas de las Escrituras para tratar de expresar y defender la divinidad de Jesucristo. Está claro que la Biblia enseña que Jesús es:

      Hijo único de Dios,
      nacido del Padre antes de todos los siglos:
           Dios de Dios,
           Luz de Luz,
           Dios verdadero de Dios verdadero,
      engendrado, no creado,
      de la misma naturaleza que el Padre,
      por quien todo fue hecho.

(Continuará en la quinta parte.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] The Creed—What Christians Believe and Why It Matters (Nueva York: Doubleday, 2003).

[2] Romanos 8:14.

[3] Mateo 3:17. V. también Marcos 1:11, Lucas 3:22.

[4] Mateo 17:5.

[5] 2 Pedro 1:17. V. también Marcos 9:7.

[6] Romanos 8:32.

[7] Romanos 8:3.

[8] Gálatas 4:4,5.

[9] 1 Juan 4:9.

[10] 1 Juan 4:14 (NVI).

[11] Juan 1:1–4.

[12] Juan 1:14.

[13] Juan 3:16–18.

[14] 1 Juan 4:9.

[15] Salmo 36:9.

[16] Salmo 27:1.

[17] Isaías 60:1–3.

[18] 1 Pedro 2:9.

[19] Santiago 1:17.

[20] Johnson, The Creed, 126.

[21] Juan 1:4,5.

[22] Juan 1:9.

[23] Juan 3:19.

[24] Juan 8:12.

[25] Más información sobre el arrianismo en Lo esencial: La Trinidad (Segunda parte).

[26] Juan 1:3.

[27] 1 Corintios 8:6.

[28] Colosenses 1:16,17.