El Credo (6ª parte)

mayo 5, 2020

Enviado por Peter Amsterdam

[The Creed (Part 6)]

(Los puntos presentados en este artículo se han tomado del libro The Creed, de Luke Timothy Johnson[1].)

En la entrega anterior de esta serie sobre el credo niceno-constantinopolitano hablamos de Jesús, quien, «por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo». Las siguientes frases del Credo tratan sobre los principales hitos de Su vida: Su nacimiento, vida, muerte, resurrección y Su ascensión al cielo.

Se encarnó

Por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre.

Esto es una afirmación de que Jesús, cuya esencia es la misma del Padre, se hizo carne. Luke Johnson lo explica de la siguiente manera:

Una traducción más literal del griego (que es el idioma en que se redactó originalmente el Credo) sería: «[...] y haciéndose carne del Espíritu Santo y de María, y volviéndose hombre»[2].

Esta declaración del Credo está tomada de los evangelios de Mateo y de Lucas. El libro de Mateo nos cuenta que «el nacimiento de Jesucristo fue así»:

Estando desposada María Su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es»[3].

Unos cuantos versículos más abajo, Mateo cita un pasaje del libro de Isaías:

«He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarán Su nombre Emanuel» (que significa Dios con nosotros)[4].

El evangelio de Lucas cuenta que el ángel Gabriel se le apareció a una virgen llamada María y le anunció que tendría un hijo. María interpeló al ángel diciendo:

«¿Cómo será esto?, pues no conozco varón». Respondiendo el ángel, le dijo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios»[5].

Lo fundamental de estos versículos sobre el nacimiento de Cristo es que la encarnación del Hijo de Dios se dio por una combinación de actos divinos y humanos. El Espíritu de Dios, que jugó un papel determinante en la Creación («El espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas»)[6], y que transmitió Sus mensajes a los profetas («Entonces el espíritu del Señor vendrá sobre ti con poder y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre»)[7] actúa igualmente en la vida del Hijo, que «bajó del cielo».

Además del Espíritu Santo, hubo una mujer humana, María, que jugó un papel preponderante al dar a luz a la encarnación de la presencia de Dios en la Tierra. De esa forma Jesús «se hizo hombre».El evangelio de Lucas nos da algunas luces sobre la fe que tenía la joven María. Cuando oyó el anuncio del ángel, se entregó en manos de Dios.

Aquí está la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra[8].

Años después Jesús hizo una declaración parecida a la de Su madre cuando, orando en el huerto de Getsemaní, dijo: «No se haga Mi voluntad, sino la Tuya»[9]. El Hijo de Dios se hizo hombre pasando por María. Jesús era plenamente Dios y al mismo tiempo plenamente humano.

Por nuestra causa fue crucificado

Por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado.

Las autoridades religiosas judías presentaron acusaciones contra Jesús, y el gobernador romano Poncio Pilato dio la orden de ejecutar públicamente a Jesús como si fuera un delincuente. Tanto los cuatro evangelios[10] como el libro de Hechos[11], las epístolas de Pablo[12], el libro de Hebreos[13] y la primera carta de Pedro[14] declaran que Jesucristo fue crucificado. Veamos algunos ejemplos:

Pilato, queriendo satisfacer al pueblo, les soltó a Barrabás, y entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado[15].

Hallándose en la condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz[16].

Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios[17].

Al declarar que Jesús fue crucificado «por nuestra causa», el Credo refleja toda la profundidad de la enseñanza bíblica acerca de la muerte propiciatoria de Jesús, necesaria para redimirnos.

Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros[18].

El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?[19]

Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose maldición por nosotros[20].

Cristo nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante[21].

Dios no nos ha puesto para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que vigilemos, o que durmamos, vivamos juntamente con Él[22].

Jesucristo. Él se dio a Sí mismo por nosotros para redimirnos de toda maldad y purificar para Sí un pueblo propio, celoso de buenas obras[23].

En esto hemos conocido el amor, en que Él puso Su vida por nosotros[24].

La crucifixión era un tipo de ejecución muy cruel que practicaban los romanos; reservada generalmente para los enemigos, los esclavos, soldados que hubieran caído en desgracia, o extranjeros. Casi nunca la usaban con sus propios ciudadanos. Y era más dolorosa todavía cuando los colgaban con clavos en vez de con cuerdas. La persona crucificada tardaba entre seis horas y cuatro días en morirse. Estaba pensada para torturar y avergonzar al sentenciado. Para los judíos solamente un pecador podía sufrir ese tipo de muerte, y por lo tanto Jesús, que fue crucificado, solo podía ser un mesías falso y fracasado.

En los escritos del Nuevo Testamento que hablan de la muerte en la cruz de Jesús se ve que se la asocia con conceptos del Antiguo Testamento relacionados con personas que eran ejecutadas. Aparecen palabras como esclavo, maldito, pecado y vergüenza. El apóstol Pablo dice que «tomó la forma de siervo[esclavo según algunas traducciones], y se hizo semejante a los hombres».

Hallándose en la condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz[25].

Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: «Maldito todo el que es colgado en un madero»)[26].

Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en Él[27].

Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios[28].

En tiempos de Poncio Pilato

Poncio Pilato fue gobernador romano de Judea entre el año 26 y el 36 después de Cristo. Ese cargo le confería también la máxima autoridad en el sistema judicial, y una de sus facultades era la de sentenciar a muerte a criminales. En los cuatro evangelios se hace mención de la costumbre que tenía Pilato de soltar a un prisionero cada año en honor a la festividad de la Pascua judía. Asimismo, en esos relatos se da a entender que, cuando le presentaron a Jesús para que lo juzgara, Pilato consideraba que no era culpable de las acusaciones que le hacían, pero que de todas maneras lo condenó a muerte, por la presión que recibió de los principales sacerdotes y los dirigentes del pueblo[29].

Padeció

A lo largo del Nuevo Testamento hay numerosas menciones al hecho de que Jesús sufrió, tanto durante Su vida como en Su muerte. Según los evangelios Él mismo habló de Su sufrimiento.

Comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del hombre padecer mucho, ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, ser muerto y resucitar después de tres días[30].

Entonces, volviendo a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer: «Ahora subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles. Se burlarán de Él, lo azotarán, lo escupirán y lo matarán; pero al tercer día resucitará»[31].

En el libro de Hechos de los apóstoles y en la carta a los Hebreos, así como en otros escritos de Pablo y de Pedro se aclara que, para que obtuviéramos perdón de nuestros pecados, era necesario que Jesús sufriese por nosotros.

Dios ha cumplido así lo que antes había anunciado por boca de todos Sus profetas: que Su Cristo habría de padecer[32].

Pablo [...] discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras que era necesario que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos[33].

Debía ser en todo semejante a Sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados[34].

Aunque era Hijo, a través del sufrimiento aprendió lo que es la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación[35].

Para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis Sus pisadas[36].

Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu[37].

Fue sepultado

En varios lugares del Nuevo Testamento se afirma también que Jesús fue sepultado. El apóstol Pablo lo expresó así: «Cristomurió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; […] fue sepultado y […] resucitó al tercer día»[38]. Los cuatro evangelios relatan que bajaron Su cuerpo de la cruz y lo colocaron en una tumba[39]. Cuentan que lo enterraron, y que permaneció varios días sepultado.

El evangelio de Marcos describe así lo sucedido:

Cuando llegó la noche, porque era la preparación, es decir, la víspera del sábado, José de Arimatea, miembro noble del Concilio, que también esperaba el reino de Dios, vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto, y llamando al centurión, le preguntó si ya estaba muerto. E informado por el centurión, dio el cuerpo a José, el cual compró una sábana y, bajándolo, lo envolvió en la sábana, lo puso en un sepulcro que estaba cavado en una peña e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro[40].

El evangelio de Mateo aclara:

Al día siguiente, que es después de la preparación, se reunieron los principales sacerdotes y los fariseos ante Pilato y le dijeron: «Señor, nos acordamos que aquel mentiroso, estando en vida, dijo: “Después de tres días resucitaré”. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan Sus discípulos de noche, lo hurten y digan al pueblo: “Resucitó de entre los muertos”. Y será el último engaño peor que el primero». Pilato les dijo: «Ahí tenéis una guardia; id, aseguradlo como sabéis». Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia[41].

El evangelio de Juan aporta más detalles aún:

Vino también Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde fue crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no se había puesto a nadie. Allí, pues, por causa de la preparación de la Pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús[42].

Otro Credo cristiano, el Credo de los Apóstoles, que es muy parecido al credo niceno pero más breve, incluye además una frase sobre el descenso al infierno de Jesús. Afirma:

Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. Descendió a los infiernos.

Aunque esa frase no está en el Credo que estamos comentando, es muy posible que a muchos les suene, por lo que diré algunas palabras sobre ella.

El entierro de Jesús representa Su descenso al plano que en la Antigüedad se consideraba más alejado del cielo, donde habitaba Dios. El apóstol Pedro, cuando se dirigió a la multitud en el capítulo 2 de Hechos de los Apóstoles y les contó que Jesús había resucitado de los muertos, citó el Salmo 16:10 al declarar:

No dejarás mi alma en el Hades ni permitirás que Tu Santo vea corrupción[43].

El apóstol Pedro escribió:

Asimismo, Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; y en espíritu fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé[44].

Pedro añade después:

Por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios[45].

Luke Johnson afirma:

El descenso de Jesús al infierno, según este enfoque, constituye una expresión de la voluntad de Dios de que todos nos salvemos y formó parte de Su victoria cósmica, con el fin de que todas las lenguas, incluso los que se encontraban bajo tierra proclamen que Jesús es el Señor[46].

Jesús, el unigénito Hijo de Dios, cuya esencia es la misma que la de Dios, nació hombre, fue concebido por el Espíritu Santo y la virgen María, con el propósito de lograr nuestra salvación. Sufrió una muerte cruel a manos de los opresores romanos, y fue enterrado. Pero la historia no acaba ahí; queda más.

(Continuará en la séptima parte.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] The Creed—What Christians Believe and Why It Matters (Nueva York: Doubleday, 2003).

[2] Johnson, The Creed, 165.

[3] Mateo 1:18–20.

[4] Mateo 1:23, citando Isaías 7:14.

[5] Lucas 1:34–35.

[6] Génesis 1:2.

[7] 1 Samuel 10:6. V. también 1 Samuel 10:10.

[8] Lucas 1:38.

[9] Lucas 22:42.

[10] Mateo 27:15–37; Marcos 15:1–39; Lucas 23:28–49; Juan 19:19–30.

[11] Hechos 3:13–16.

[12] 1 Corintios 1:18–2:8; 2 Corintios 13:4; Gálatas 3:1; Filipenses 2:8; Colosenses 1:20; 1 Timoteo 6:13.

[13] Hebreos 12:2.

[14] 1 Pedro 2:24.

[15] Marcos 15:15.

[16] Filipenses 2:8.

[17] Hebreos 12:2.

[18] Romanos 5:8.

[19] Romanos 8:32.

[20] Gálatas 3:13.

[21] Efesios 5:2.

[22] 1 Tesalonicenses 5:9–10.

[23] Tito 2:13–14.

[24] 1 Juan 3:16.

[25] Filipenses 2:7–8.

[26] Gálatas 3:13.

[27] 2 Corintios 5:21.

[28] Hebreos 12:2.

[29] V. Mateo 27:22–26; Marcos 15:12–15; Lucas 23:20–25; Juan 19:15–16.

[30] Marcos 8:31.

[31] Marcos 10:32–34.

[32] Hechos 3:18.

[33] Hechos 17:2–3.

[34] Hebreos 2:17–18.

[35] Hebreos 5:8–9.

[36] 1 Pedro 2:21.

[37] 1 Pedro 3:18.

[38] 1 Corintios 15:3–4.

[39] Marcos 15:42–46; Mateo 27:55–66; Lucas 23:50–55; Juan 19:38–42.

[40] Marcos 15:42–46.

[41] Mateo 27:62–66.

[42] Juan 19:39–42.

[43] Hechos 2:27.

[44] 1 Pedro 3:18–20.

[45] 1 Pedro 4:6.

[46] Johnson, The Creed, 175.