El encuentro de Bella y Ralph
julio 6, 2012
Enviado por María Fontaine
El encuentro de Bella y Ralph
¿Han notado que, en muchos casos, da la impresión de que los perros tienen reacciones y emociones similares a las de los humanos? Hace varias semanas, una amiga tuvo que dejar su amada mascota con otra persona, pues ella estaría de viaje. Visité a quien cuidaba el perro en ese tiempo. La pobre criatura se veía triste y deprimida. Estaba inmóvil en el piso, con grandes ojos acongojados. Pregunté al que cuidaba de ella si la perrita se encontraba bien.
—No está enferma —respondió—. Está abatida. Piensa que su dueña la ha abandonado. No la ha visto por un tiempo y se encuentra muy triste.
Un día, me encontraba en una reunión y recordé que los perros pueden ser muy semejantes a los humanos. Habían sido invitadas a la reunión dos parejas; cada una tenía un perro y los perros se conocían. La pareja que llegó antes era dueña de una perrita muy pequeña que se llama Bella. Al poco rato, llegó la otra pareja con Ralph, su perro. Ralph, tres veces el tamaño de la perrita, vio a su amiga Bella. ¡Vaya! ¡Fue una explosión! ¡Aunque no fue la explosión que se imaginan! Fue una explosión de deleite. Por fin se reunía con una vieja amiga que parecía que había perdido, pues no se habían visto en unas dos semanas. Me hizo recordar los encuentros de los niños en una reunión familiar, los niños que solo están con sus primos en ocasiones excepcionales y que se emocionan y saltan de entusiasmo y hablan todos al mismo tiempo.
Ese asombroso despliegue de emoción se prolongó por unos minutos. La perrita saltaba y no cabía en sí de alegría. El perro grande saltaba en todas direcciones, bajaba la cabeza hasta que llegaba al nivel de la perrita y le lamía la cara con su lengua grande. Luego, la perrita se subía a un sofá donde podía ver a Ralph cara a cara, y al tratar de lamerle la cara, casi saltaba sobre la cabeza del can, de tanta emoción que tenía. Los dos perros estaban rebosantes de alegría; tanto, que no podrían estarlo más. No les importaba nada más, abandonándose al entusiasmo del momento. Olfateaban, movían la cola, empujaban, corrían en círculos, pisaban fuerte, saltaban en el aire… ¡daba la impresión de que nunca pararían! Hasta que por fin su gran entusiasmo empezó a disminuir y pusieron atención a otras cosas, como al delicioso aroma de la comida sobre la mesa. ¡Fue una demostración de gran alegría y placer que casi nunca había visto, ni siquiera en humanos!
A Dios le encanta impartirnos enseñanzas por medio de lo inesperado. Permítanme parafrasear un versículo: «dos animalitos que son amigos los guiarán». Pensé que en el mundo haría falta mucho más entusiasmo y aprecio manifiesto. Y al decir «en el mundo haría falta mucho más…», tengo tres dedos que me apuntan a mí. ¿Qué voy a hacer al respecto? Ver a esos dos animales que eran amigos y que verse los entusiasmaba, me llevó a reflexionar en que puedo manifestar más aprecio a los demás, y que puedo hacerlo al exteriorizar mi felicidad de verlos o de hablar con ellos. ¿Cómo lo sabrán, a menos que lo demuestre?
El propósito del aprecio no es que se quede en nuestro interior. El aprecio no lo es a menos que se manifieste. No tiene nada de malo manifestar euforia y júbilo al ver a la gente o hablar con ella; en realidad, eso está muy bien. Aunque alguien piense que finges, muchas personas estarán agradecidas de que estés muy feliz de verlas o de hablar con ellas. Ya se trate de nuevos o viejos amigos, a la gente le gusta saber que te agrada su compañía. Aunque en ese momento no sientas embeleso, siempre podemos echar mano del amor del Señor, quien nos ayudará a manifestar Su alegría por medio de nosotros.
Hace poco, una amiga —no hace mucho que la conocemos— trajo a su esposo a nuestra casa para que lo conociéramos. Se trataba del primer encuentro y preguntamos al Señor cómo podríamos relacionarnos mejor con él. En vez de limitarnos a ser corteses con un extraño, el Señor nos indicó que lo que más necesitaba era estar tranquilo y cómodo, y sentir que estaba con viejos amigos. Así pues, ¡Peter y yo lo saludamos como si lleváramos mucho tiempo a la espera de su llegada y fuera uno de nuestros mejores amigos! En consecuencia, creo que sintió que su presencia nos era grata y no solo lo recibíamos porque éramos amigos de su esposa. Sintió que lo apreciábamos a él.
Nuestras expresiones sinceras de las cualidades y características positivas que vemos en alguien, puede llegarle al corazón y darle una perspectiva nueva y positiva de su persona. La mayoría de la gente necesita que la valoren y aprecien. Como en el caso de Ralph y Bella que, sin ocultar su entusiasmo, manifestaron aprecio y el vínculo de su amistad, así deberíamos manifestar aprecio sincero a quienes el Señor pone en nuestro camino.
Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.