El temor de Dios

septiembre 11, 2012

Enviado por Peter Amsterdam

Hace poco me topé con un tema que despertó mi interés: el temor de Dios. La Biblia habla bastante de temer a Dios. Es fácil hacerse la idea de que debemos temer a Dios en el sentido de vivir aterrorizados de incurrir en Su ira. Para un cristiano puede resultar difícil reconciliar eso con el hecho de que de tal manera amó Dios al mundo, que envió a Su único Hijo para manifestarnos Su amor, y con el mandamiento de amarlo con todo nuestro corazón, mente y alma.

Si bien hay versículos de la Biblia que hablan de temer a Dios y Su ira, también hay muchos otros que lo refieren como algo positivo. Cuando la Biblia habla de temer a Dios, hace referencia a dos conceptos diferentes. Uno es el de temer a Dios y Su ira, y el otro es el de honrarlo y reverenciarlo. Al captar esa diferencia podemos entender la relación entre temer a Dios y hacernos acreedores a Sus bendiciones.

¡Bienaventurado el hombre que teme al Señor y en Sus mandamientos se deleita en gran manera![1]

¡Cuán grande es Tu bondad, que has guardado para los que te temen, que has mostrado a los que esperan en Ti, delante de los hijos de los hombres![2]

El principio de la sabiduría es el temor del Señor; buen entendimiento tienen todos los que practican Sus mandamientos[3].

El principio de la sabiduría es el temor del Señor[4].

El temor del Señor aumenta los días[5].

El temor del Señor es manantial de vida[6].

El temor del Señor lleva a la vida: con él vive del todo tranquilo el hombre[7].

Yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante Su presencia[8].

Mejor es lo poco con el temor del Señor que un gran tesoro donde hay turbación[9].

La comunión íntima del Señor es con los que lo temen[10].

El ángel del Señor acampa alrededor de los que lo temen y los defiende[11].

Temed al Señor vosotros Sus santos, pues nada falta a los que lo temen[12].

Bendecirá a los que temen al Señor, a pequeños y a grandes[13].

Riquezas, honor y vida son el premio de la humildad y del temor del Señor[14].

Como mencioné más arriba, uno de los conceptos expuestos en la Biblia sobre temer a Dios es el de terror, aprensión o temor; se refiere a tenerle miedo a Dios y se emplea principalmente hablando de personas que han pecado y tendrán que enfrentarse a Sus castigos. A continuación reproducimos algunos ejemplos de esto:

Se meterán en las cavernas de las peñas y en las aberturas de la tierra, a causa de la presencia temible del Señor y del resplandor de Su majestad, cuando Él se levante para castigar la tierra[15].

¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisotee al Hijo de Dios, y tenga por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado y ofenda al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: «Mía es la venganza, Yo daré el pago» —dice el Señor—. Y otra vez: «El Señor juzgará a Su pueblo». ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo![16]

No temáis a los que matan el cuerpo pero el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno[17].

Este concepto del temor de Dios difiere del que se formula en el sentido positivo de reverenciarlo. Es decir, manifestar admiración, reverencia, honor y respeto por Él. Algunos sinónimos de esos términos son asombro, admiración, sorpresa, aprecio, veneración, adoración, devoción, alta estima, deferencia, afecto. Temer a Dios de este modo nos acarrea bendiciones y bienaventuranzas.

En la traducción Reina-Valera, hay instancias en que la palabra temor tiene la connotación de reverencia. Las traducciones más modernas suelen emplear directamente el término reverencia o respeto. Por ejemplo, Levítico 19:3, que en la versión Reina-Valera 95 (RV95) traduce: «Cada uno temerá a su madre y a su padre», en la Nueva Versión Internacional (NVI) dice: «Respeten todos ustedes a su madre y a su padre», y en la versión Dios Habla Hoy (DHH), reza: «Respete cada uno a su padre y a su madre».

Otro ejemplo en el que temer a Dios tiene otra acepción que la de «tenerle miedo» es del libro de Isaías, que refiere que el Mesías era temeroso de Dios.

El Espíritu del Señor estará continuamente sobre Él, y le dará sabiduría, inteligencia, prudencia, fuerza, conocimiento y temor del Señor[18].

Obviamente el Mesías no va a tenerle terror y pánico a Dios. Más bien puede entenderse que el Mesías ama, reverencia y da gloria al Padre.

Honro a Mi Padre[19].

Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre,  la hora ha llegado: glorifica a Tu Hijo, para que también Tu Hijo te glorifique a Ti»[20].

Entonces, cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en Él»[21].

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento hay casos de personas que honraron y reverenciaron a Dios, de las que se dice que le temían.

El [Señor] dijo a [Abraham]: «No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ya sé que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo»[22].

Había en el país de Uz un hombre llamado Job. Era un hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal[23].

Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada «la Italiana», piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo y oraba siempre a Dios[24].

En contraste, hay personas que son incrédulas o impías, de las que se dice que no tienen temor de Dios, lo que significa que no lo reverencian, respetan ni honran.

La maldad del impío me dice al corazón: «No hay temor de Dios delante de sus ojos»[25].

Su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; destrucción y miseria hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos[26].

No le irá bien al malvado, ni le serán prolongados sus días, que son como sombra; por cuanto no teme delante de la presencia de Dios[27].

Tu maldad te castigará y tus rebeldías te condenarán; reconoce, pues, y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú al Señor tu Dios, y no tener temor de Mí, dice el Señor, Dios de los ejércitos[28].

Como cristianos salvos no tenemos por qué vivir con miedo de ser castigados por nuestros pecados, pues Jesús ya sufrió ese castigo por medio de la muerte en la cruz. Nuestras transgresiones nos han sido perdonadas y hemos sido librados de la «paga del pecado» por medio del don de la Salvación y vida eterna en presencia de Dios.

Eso no significa que no vayamos a enfrentar las consecuencias de nuestros pecados en esta vida; ni implica que Dios vaya a aprobar la transgresión y desobediencia deliberada de sus preceptos morales. La Biblia hace referencia al castigo o la disciplina. En las Escrituras normalmente el castigo lleva implícita la connotación de aprendizaje, de moldear el carácter por medio de la reprensión o advertencia, lo que difiere bastante del concepto de recibir castigo por nuestros pecados. Puede que el Señor nos castigue de algún modo con el objeto de enseñarnos algo o moldearnos; esto constituye un acto de amor.

El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo[29].

Como creyentes, la actitud que debemos tener frente a todo lo que Dios es y ha hecho es la de temerle, en el sentido de veneración, reverencia, adoración y devoción, además de admiración y asombro. Si reflexionamos en el hecho de que creó el universo, desde las estrellas hasta las partículas subatómicas, no podemos menos que maravillarnos de Su poder y gloria. Cuando tomamos conciencia de que los seres humanos pecamos y por ende nos merecemos Su castigo, pero a causa de Su amor hizo posible nuestra salvación y reconciliación con Él, la reacción que más debería suscitar en nosotros es la de alabarlo, rendirle culto y honor, amarlo, obedecerle y reverenciarlo. Todo eso forma parte de reconocer que Él es Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Quienes lo honran de esa forma se hacen acreedores a Sus bendiciones.

Bienaventurado el hombre que teme al Señor y en Sus mandamientos se deleita en gran manera[30].

Bienaventurado todo aquel que teme al Señor, que anda en Sus caminos[31].

¡Cuán grande es Tu bondad, que has guardado para los que te temen, que has mostrado a los que esperan en Ti, delante de los hijos de los hombres![32]

El tiempo de juzgar a los muertos, de dar el galardón a Tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen Tu nombre, a los pequeños y a los grandes[33].

Quienes amamos al Señor no tenemos por qué tener el tipo de temor que nos lleva a vivir con miedo a Dios y a Su ira. Somos parte de Su familia. Se nos concedió ese derecho por medio de nuestra fe en Jesús. Nuestros pecados han quedado perdonados, por ende no enfrentaremos el castigo divino. Estamos redimidos. Nuestra relación con el Señor es de amor, gratitud, alabanza y adoración. Como miembros de esa familia, debemos temer al Señor manifestándole nuestro amor, obedeciendo Su Palabra, y viviendo de tal manera que lo glorifique, pues es infinitamente digno de ello.

Señor, digno eres de recibir la gloria, la honra y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas[34].


Notas

A menos que se indique otra cosa, los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995. © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Salmo 112:1.

[2] Salmo 31:19.

[3] Salmo 111:10.

[4] Proverbios 1:7.

[5] Proverbios 10:27.

[6] Proverbios 14:27.

[7] Proverbios 19:23.

[8] Eclesiastés 8:12.

[9] Proverbios 15:16.

[10] Salmo 25:14.

[11] Salmo 34:7.

[12] Salmo 34:9.

[13] Salmo 115:13.

[14] Proverbios 22:4.

[15] Isaías 2:19.

[16] Hebreos 10:29–31.

[17] Mateo 10:28.

[18] Isaías 11:2–3.

[19] Juan 8:48.

[20] Juan 17:1.

[21] Juan 13:31.

[22] Génesis 22:12.

[23] Job 1:1.

[24] Hechos 10:1–2.

[25] Salmo 36:1.

[26] Romanos 3:14–18.

[27] Eclesiastés 8:13.

[28] Jeremías 2:19.

[29] Hebreos 12:6.

[30] Salmo 112:1.

[31] Salmo 128:1.

[32] Salmo 31:19.

[33] Apocalpsis 11:18.

[34] Apocalpsis 4:11.

Traducción: Felipe Mathews y Antonia López.