Envejecer con la gracia de Dios
abril 13, 2019
Enviado por María Fontaine
Envejecer con la gracia de Dios
[Aging with God’s Grace]
«Aunque continúe el proceso de envejecimiento, en tu interior te vuelves más fuerte con el paso de los años. Los que viven cerca de Mí llegan a tener una vitalidad interior que hace que parezcan jóvenes a pesar de los años. Permite que Mi vida brille a través de ti, a medida que caminas conmigo en la Luz». Jesús[1]
Muchos hemos llegado a la edad que se menciona en la Biblia en el Salmo 90, versículo 10: los setenta años. Para mí, eso indica que está más cerca que nunca un hermoso comienzo. Con cada año que pasa, aunque sigamos viviendo plenamente en el presente, también nos preparamos para el futuro, nuestro destino final. Además, eso me dice que mi tiempo aquí es cada vez más breve. Cada minuto que pasa tiene mayor valor.
Cuando veo y me entero que personas de mi edad —e incluso más jóvenes— se han ido a estar con el Señor, pienso seriamente en la posibilidad de que mi hora de partir al Cielo podría llegar en cualquier momento.
Como cristianos, conocemos a Jesús, Sus excelentes promesas del Cielo y todo lo que esperamos y anhelamos. Eso nos da un gran incentivo y motivación para seguir trabajando para lograr ese objetivo. Al mismo tiempo, sin embargo, queremos asegurarnos de que todo esté en orden en esta etapa presente de nuestra existencia aquí en la Tierra. Queremos estar seguros de que, al llegar el momento de pasar a la otra vida, nuestra carrera haya sido buena y que terminamos nuestro recorrido aquí en la Tierra de la mejor manera que nos hayamos podido.
Cuando vemos que queda todavía mucho por hacer, podemos sentir que una fuerza nos impulsa a permanecer en esta vida tanto como podamos para ser una bendición para otros durante todo el tiempo que Dios nos necesite aquí. Entendemos mejor el dilema de Pablo cuando dijo: «Porque de ambos lados me siento apremiado, teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor. Sin embargo, continuar en la carne es más necesario por causa de ustedes»[2].
El autor de este poema describe así el dilema:
Con gusto me quedaría, viviría más tiempo,
aunque se vean oscuras tormentas por delante.
Tentaciones y sufrimientos me acosan, es cierto;
pero hay tanto por hacer que es importante.
Sin alejarme del Señor, pues siempre me acompaña,
viviría más tiempo; y Él cumple Su Palabra.
En las penas me apoyo en Su brazo, pues está cerca;
en la oscuridad me habla, y mi espíritu se alegra.
Sí, viviría más tiempo para conseguir algún premio,
para sacar un alma de las sendas del pecado,
para fortalecer o animar a alguien por algún medio;
y el Cielo sería más agradable por ese trabajo.
Si Jesús está en la gloria, ¿quiero vivir más?
¿Decidir quedarme más tiempo, quizás?
No me dejes a mí la decisión, Señor.
Deseo estar donde pueda servirte mejor.
L. Kinney
Todos enfrentamos pruebas y padecimientos de muchas maneras durante nuestra existencia, pero cuando llegamos a los últimos años de nuestra vida, somos propensos a tener más desafíos, como por ejemplo: menos energías, el pelo se vuelve más delgado o se cae, dificultad para dormir, falta de memoria, huesos frágiles, incontinencia, y somos más susceptibles de sufrir ataques cardíacos y apoplejías. Nos movemos con mayor lentitud, nos sentimos más débiles y somos menos capaces de hacer muchas cosas que antes podíamos hacer; nos volvemos menos independientes y tenemos que depender mucho más de otros.
Nuestro organismo empieza a agotarse, y es posible que se vuelvan más intensos los problemas de salud que tuvimos cuando éramos más jóvenes. O bien, tal vez surjan otras cuestiones relacionadas con la vejez. Algunas personas de mi edad son más propensas a padecer graves enfermedades como Parkinson, Alzheimer, cáncer, artritis, diabetes, entre otras. Pero también creo que Jesús a veces se vale del proceso de envejecimiento para hacer más débiles las ataduras que nos sostienen a esta vida a medida que Él prepara nuestro corazón para el glorioso futuro.
Sin embargo, es posible que te des cuenta de que te queda más por hacer aquí; por lo menos quieres asegurarte de que has hecho lo que hace falta antes de partir a la siguiente etapa de tu vida, una etapa increíble, asombrosa, espectacular. Mientras tanto, esta etapa de transición casi se puede comparar a los últimos tramos de un maratón. Hasta ahora te ha ido bastante bien. Sin embargo, en los últimos tramos, la situación puede volverse mucho más difícil. Te preguntas si tienes la fuerza para seguir corriendo. No obstante, lo que sí sabes por lo que dice la Palabra de Dios, es que vas a pasar por la meta aunque Él tenga que llevarte en brazos, porque así lo ha prometido.
O tal vez lo ves como una montaña por la que has ido subiendo. La cima todavía no se ve, pero ya estás agotado y no sabes si lograrás seguir el resto del camino. Lo que te impulsa es el hecho de que sabes que allá arriba es increíblemente bello. ¡Esa fue una de las razones por la decidiste intentarlo!
¡Es muy difícil tratar de alcanzar tu objetivo después de que te has esforzado mucho y por tanto tiempo! ¡Necesitas más energías cuando tu cuerpo ya casi se ha quedado sin fuerzas! La buena noticia es que Dios sabe que puedes hacerlo.
Me llegan noticias de muchos de ustedes, veo su vida y quiero abrazar a cada uno y decirle: «¡Bien hecho! ¡Ya lo has hecho muy bien! Te queda poco, así que no te rindas, no te canses de hacer el bien. Aunque no puedas hacer tanto como antes —estás más débil, eres más frágil, a veces tienes que quedarte en casa—, todavía tienes lo que hace falta para seguir adelante mientras Él quiera que lo hagas».
Ya comenzaste tu preparación de la mejor manera posible hace años cuando decidiste dar tu vida a Jesús. Te comprometiste a que Jesús fuera la persona más importante de tu vida, y a convertir Su trabajo, lo que sea que Él te haya pedido que hagas, en tu carrera más importante. Entonces, si no puedes hacer otra cosa, ¡felicitaciones! Ya lo lograste, y Jesús está orgulloso de ti. De eso no cabe duda.
Sin embargo, si todavía estás aquí, eso demuestra que debe haber algo que puedes hacer para ayudar a otros e incluso a fin de facilitar tu partida tanto para ti como para otros. En el caso de muchas personas, hay que encargarse de cuestiones prácticas. Tus seres queridos necesitan conocer tus deseos para cuando hayas fallecido; necesitan información acerca de tus documentos jurídicos, como tu testamento por ejemplo; y hay muchas otras tareas que necesitan atenderse. Si no sabes cuáles son, puedes hacer una búsqueda en Google y encontrarás bastante información valiosa. Esas cosas son importantes porque al hacer que les resulte más fácil se expresa consideración a tus seres queridos. Ya sea que mueras en veinte años, en diez años, o en un año o menos, es igual de importante encargarse de esos preparativos, pues nunca se sabe cuándo harán falta.
Asimismo, puede haber personas a las que quieras dar valiosos regalos, en forma de tu ejemplo de llevar con elegancia los pesos de la edad, transmitir sabiduría a otros, continuar tu ministerio de oración, etc. Es posible que quieras decir algo a alguien, o hacer algo por una persona, algo para lo que no se ha presentado la oportunidad o que hasta ahora no hubo tiempo para hacerlo. Es bueno orar acerca de esas cosas, de modo que cuando llegues al final de esta vida y estés listo para pasar a la otra vida, te alegres de haberte encargado de esos asuntos.
Con ello, no quiero decir que todos tenemos tiempo ilimitado para sentarnos y pensar en todo lo que podríamos hacer ahora a fin de ser una bendición para los demás. Hay muchísimo que ya tenemos que seguir haciendo. Muchos de nosotros tenemos obligaciones, como por ejemplo empleos, ministerios, hijos, nietos, o cónyuges a quienes ayudamos a cuidar, además de seguir apacentando a amigos y conocidos. Algunos sufrimos dolencias y se vuelve más difícil llevar a cabo nuestras actividades cotidianas. Sin embargo, todo eso es parte natural del envejecimiento en este mundo quebrantado. Es parte de las pruebas y padecimientos de la vida, los obstáculos que hay que superar en nuestros últimos años, las últimas vallas que debemos saltar y los desafíos que hay que enfrentar. Tú ya lo haces, así que continúa haciéndolo.
Si Dios te ha ayudado a llegar hasta aquí y lograste salir adelante todos estos años, sabes que Él va a llevarte lo que queda del camino. Dios ya está muy orgulloso de ti, y todo el reino celestial te anima. Él te da las fuerzas que necesitas para vivir cada día, un día a la vez. Puedes agradecerle y alabarle porque cada día te acerca un paso más a la otra vida. Sin embargo, por difícil que pueda parecer la vida terrenal con los pesos adicionales de la edad, puedes tener la certeza de que cuando finalmente llegues a casa, al Cielo, será enorme la recompensa que te dará Dios por una vida dedicada a Él. Las cargas del presente serán como nada al compararlas con las palabras que te dirija: «Amado y gran amigo, de pelo teñido de plata, has hecho bien. ¡Ven a Mis brazos y verás que todo valió la pena!»