Forjar relaciones de confianza

junio 9, 2012

Enviado por María Fontaine

El otro día me encontraba conversando con un integrante de LFI que vino de visita. Me resultó estimulante oírlo hablar con tanto entusiasmo sobre un encuentro que tuvo hace poco con alguien. «No es nada nuevo ni del otro mundo», dijo, «pero ver cómo el Espíritu Santo afecta a una persona siempre es una experiencia magnífica, estimulante, que le ayuda a uno a sentir que su vida vale la pena. No es que se haya salvado; ya era salva. Pero yo necesitaba algo que ella tenía, y a ella le hacía falta lo que le di yo. Fue una combinación perfecta, y fue emocionante presenciarla. Más allá de salvar almas, a Dios le interesa ayudar a las que ya están salvas a seguir adelante por Él».

John me contó que le urgía hacerse un tratamiento dental, y que su novia, Ana, había llegado a un buen arreglo con un dentista para que le brindara atención gratuita. Había dejado un mensaje en el consultorio dental explicando que era misionera y que su novio necesitaba tratamiento, y solicitándolo a modo de donación. Pues resulta que la dentista le devolvió la llamada y le preguntó: «¿Quién le dio mi teléfono?»

La respuesta de Ana fue: «La verdad es que oré para preguntarle a Dios a quién llamar, luego abrí las páginas amarillas, miré la lista de dentistas y me decidí por ti».

Se quedó anonadada. Le contó a Ana que ella también era misionera y que justamente tenía programado partir rumbo a África en un par de semanas para dar tratamiento dental durante siete días como parte de un programa de voluntariado. Luego regresaría a casa una semana, y volvería a viajar para continuar con su misión un tiempo más.

Cuando terminó el tratamiento, John —que se quedó sumamente impresionado con el buen trabajo que le había hecho y el tiempo que le había dedicado sin pedir nada a cambio— le preguntó al Señor qué podía hacer por ella a modo de retribución. El Señor sugirió que le manifestara su reconocimiento orando por ella y escribiéndole una notita de agradecimiento. A continuación reproduzco unos fragmentos de lo que le escribió en la tarjeta:

Estimada doctora: Quiero agradecerle por su trabajo y expresarle lo mucho que aprecio lo que hizo por mí. Le pregunté al Señor qué podía darle yo en retribución. Me respondió que todo ser humano tiene asuntos personales que son para él o ella prioritarios, cuestiones que necesitan resolver. En algunos casos tienen que ver con algún familiar, a veces se trata de un conocido, de un amigo; puede tratarse de una cuestión económica, laboral o incluso relacionada con los hijos. El Señor me dijo que no era importante que estuviera al tanto de cuáles eran, concretamente, esos temas álgidos en su caso particular. Señaló que si usted los ponía en Sus manos, mi tarea consistiría en apoyarla orando para que Él los resuelva uno por uno de la manera que Él sabe que es mejor, la ideal en su caso.

Ana pasó por el consultorio a dejar la nota, y al día siguiente la doctora llamó a John, y le dijo con un nudo en la garganta: «No sé cómo decir esto, pero lo que me ha ofrecido significa muchísimo para mí».

Le dijo que se sentía particularmente agradecida de saber que rezaría por sus labores misioneras. John reafirmó lo dicho asegurándole que si llegaba a surgirle algún pedido de oración específico por el cual quisiera que orase, lo haría con todo gusto, que simplemente se lo transmitiera en un correo electrónico. También le envió una grabación sobre la oración de intercesión tomado de Áncora, junto con una nota en que prometía no cesar en sus oraciones por ella, y le decía: «Estoy orando por su misión. Estoy orando por su salud. Estoy orando para que se adapte con facilidad a la diferencia de horario. Estoy orando por destreza en su trabajo. Estoy orando por todo lo que se me ocurre que pueda llegar a necesitar».

John me dijo que ha sido muy inspirador para él haber iniciado una relación de reciprocidad con la mujer, y poder darle a cambio de eso tan importante que hizo por él un regalo así de valioso.

Últimamente también yo tuve una experiencia en que alguien me dio a mí en aspectos que me resultan importantes y que quería retribuirle de alguna manera. Al igual que John, oré para preguntar qué podía hacer por la persona en cuestión —también médico de profesión— que evidentemente se había propuesto brindar ayuda a cuantos se acercaran a solicitársela. El Señor me recordó cómo Pedro y Juan, a pesar de no contar con dinero para darle al cojo que les pidió una limosna en la puerta del templo, le dieron en cambio lo que necesitaba y apreciaba más[1]. Y, parecido a lo que el Señor le indicó a John, a mí me dijo que le ofreciera orar por ella.

Durante la siguiente cita le expliqué que, si lo deseaba, me encantaría orar por ella en señal de aprecio por todo lo que estaba haciendo por mí y por los demás.

A ver: ¿qué tiene de espectacular decir a las personas que uno orará por ellas? Llevamos años haciéndolo. Sí, es cierto, pero el Señor nos está enseñando cada vez más a inclinarnos a un tipo de testificación que consiste en forjar relaciones recíprocas, en las que ambas partes tienen algo para dar y a la vez algo para recibir. Relaciones que requieren un grado de confianza —de amistad, podría decirse— en que ambos tienen algo que ofrecerle al otro. Se trata de relaciones fundadas sobre el principio de: «Ayudémonos mutuamente en lo que necesitamos. Así como tú me das algo a mí, permíteme darte algo a ti. Quiero aprender de ti, y si hacemos una buena amistad, a lo mejor tú también quieras aprender algo de mí».

En muchos casos, el Señor está tratando de cambiar la forma en que testificamos a los demás. Muchos de nosotros nos encontramos ahora en situaciones en las que nuestra testificación requiere que estemos aún más atentos a la persona a quien testificamos. A menudo requiere entablar una amistad o un grado de comunicación más profundo. Requiere ganarnos la confianza de las personas, demostrarles que nos interesan como amigos, como socios cercanos o simplemente como un ser humano como ellos que se interesa por su bienestar… en el sentido integral de la palabra. Que no solo nos interesa su bienestar espiritual, sino las cosas que les suceden cotidianamente.

Cada vez más, ese tipo de testificación se torna en una relación en el proceso de alcanzar a los demás, de dar de nosotros e interactuar en diversos niveles con ellos de modo que alcancen a percibir el Espíritu del Señor y también lo vean manifestarse en nosotros de manera más profunda, sustancial y a largo plazo. Es un ida y vuelta, porque el tiempo y la concentración adicionales que dedicamos a la gente a su vez nos brinda una mejor percepción de sus necesidades. También les permite desarrollar los lazos de confianza con nosotros, y en última instancia con el Espíritu del Señor en nosotros.

Ahora bien, puede que llegue el momento en que podamos guiarlos a la salvación si es que aún no conocen a Jesús, pero tal vez eso no ocurra sin que antes lleguen a confiar en nosotros y sientan que somos personas de fiar.

La interacción que tuvo John con aquella dentista lo ayudó a reconocer la necesidad de manera más profunda: fue entonces que le preguntó al Señor cuál era la clave para esa mujer en particular. Y así se inició una interacción mutua. Me dijo que se había dado cuenta de lo importante que era no solo escuchar del Señor sino también estar dispuesto a invertir tiempo y esfuerzo a forjar una relación.

En mi caso, con la mujer que les conté, aun antes de llegar al punto en que le ofrecí orar por ella, lo que ella percibió fue mi clara admiración por ella, lo mucho que apreciaba sus dones y mi preocupación genuina por ella como persona. En apenas un par de consultas ya se sintió lo bastante cómoda conmigo como para abrirse y contarme algunas cosas personales, porque se dio cuenta de que mi interés por ella es genuino y que no estaba ahí solo por la ayuda profesional que me brindaba; que quería asegurarme de que recibiera lo que necesitaba espiritualmente, de la misma manera en que ella estaba tratando de ayudarme a recibir lo que necesitaba físicamente. Esto parecía darle un grado de gozo y satisfacción que probablemente llevaban un tiempo sofocados por las dificultades que enfrentaba.

En cierto sentido, interactuar de manera cálida y amorosa con las personas es lo natural para nosotros. En nuestra vida al servicio del Señor hemos aprendido que Él desea que demos de nosotros. No obstante, hacerse cargo de otros requiere tiempo, esfuerzo, oración y un interés continuo. El tiempo es oro, y justamente por eso se puede llegar a tener mucho impacto cuando demostramos estar dispuestos a dedicar nuestro tiempo e invertirlo en una persona. Ya sea que les dediquemos tiempo mediante la oración o recibiendo un mensaje del Señor para ellos, que redactemos una carta de recomendación o pensemos en cómo manifestarles aprecio, o en lo que podemos hacer en lo práctico para cubrir una necesidad que puedan tener y que vayan a apreciar. Lo que sea que les indique el Señor que hagan no pasará inadvertido.

Cuando uno entrega a los demás algo que valora, eso da más sentido a su vida. Cuando demostramos interés en las personas y les expresamos lo mucho que admiramos sus habilidades y cualidades, cuando les manifestamos nuestro deseo de aprender de ellos y de encontrarle valor a lo que ellos valores, se forja un lazo de confianza y respeto.

Ganar almas en el instante en que se presenta la oportunidad, cada vez que podamos, ha sido siempre y no ha dejado de ser nuestra prioridad. Sin embargo, cuanto más podamos invertir en construir una base sólida de confianza y respeto, más fuerte será nuestra relación, incluso en momentos de dificultad. Fue eso lo que permitió a los doce soportar los momentos en que Jesús tuvo que darles mensajes difíciles, o sobrevivir a la terrible situación de tener que soportar Su muerte. Todos esos años de forjar una relación profunda y de confianza con el Señor y unos con otros fue lo que los mantuvo unidos a pesar de todo. Los llevó hasta el final de sus vidas aun sin contar con la presencia física de su mentor, Jesús.

A menudo las personas necesitan contar con esa base en una relación, que los motive a anhelar un lazo aún más profundo con la verdad y los ayude a recibir las cosas del Espíritu, que de otra manera quizás no recibirían.

Por si les interesa, incluyo a continuación la carta de agradecimiento que escribí a la doctora de que les hablé. Verán que adjunté un breve mensaje motivacional escrito por un autor (médico, igual que ella) por quien sabía que sentía admiración:

Querida doctora:

Quiero darle las gracias por dedicar tanto tiempo a cuidar de mí, a brindarse a mí de manera tan abnegada y a acompañarme paso a paso, explicándome con infinita paciencia, de buen grado y claramente las sencillas maneras en que funcionan nuestros cuerpos y las cosas que puedo hacer para que el mío se mantenga fuerte y saludable. ¡Tiene usted un corazón de oro! En un mundo donde tantos doctores parecen haber perdido ese genuino toque sanador que se manifiesta en el profundo y generoso cuidado que brindan a las personas que atienden, ha escogido usted transitar el camino que su corazón le ha indicado que siga. Da usted desde lo profundo, y es por eso que las vidas que toca se transforman de adentro hacia afuera. Cuenta usted con mis oraciones para que las bendiciones de Dios la acompañen.


[1] Hechos 3:6–8.

Traducción: Quiti y Antonia López.