Huellas radiantes

enero 17, 2015

Enviado por María Fontaine

«El Hijo (Jesús) es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es, y el que sostiene todas las cosas con Su palabra poderosa»[1].

Jesús se describió a sí mismo como «la luz del mundo», pero ¿has meditado sobre lo que eso significa?[2] Jesús es el brillo radiante que el Padre envía a nuestra vida. Manifiesta el amor y naturaleza de Dios. Ilumina nuestro camino al Padre, de modo que sintamos a Dios y, en última instancia, entendamos quién es.

Juan 1 dice: «En Él [Jesús] estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres». No podríamos vivir sin la luz física que alimenta nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea. Del mismo modo, sin la luz espiritual de Dios que es la fuente de toda la vida, estaríamos perdidos espiritualmente y en la «sombra de muerte». La Biblia dice con relación a Jesús: «El pueblo que habitaba en tinieblas vio gran luz, y a los que habitaban en región de sombra de muerte, luz les resplandeció»[3].

Cuando Jesús llegó a la Tierra, nos trajo la luz espiritual de Dios que libera a quienes la aceptan, librándolos de la muerte[4]. Eso es la salvación, esa es su esencia: que Dios nos envió Su luz, que es la fuente de vida eterna, y cuando aceptamos a Jesús en nuestra vida, empezamos a llenarnos con la brillantez y la fuerza vital de Dios.

Jesús es más que solo la luz, aunque eso sea incomprensiblemente asombroso. También es la impronta de la naturaleza de Dios.

Una impronta o sello es la huella que identifica al fabricante. Y la impronta de Dios en Jesús es la naturaleza de Dios mismo. Jesús manifestó la naturaleza de Dios, el Padre, por medio de todo lo que dijo y de Sus obras. Presentó a Dios de una manera que nosotros, la creación humana de Dios, pudiéramos entender. Conforme vemos a Jesús y Su vida, vemos vislumbres de la naturaleza de Dios, el amor de Dios, las expectativas de Dios con respecto a nosotros, y la misericordia, el perdón y la compasión que nuestro Dios nos ha entregado en una medida mucho mayor de lo que podríamos pedir o imaginar[5].

Vemos a un Dios que enfrentará hasta los mayores sacrificios a fin de obtener los resultados que estos traerán[6], que se interesa lo suficiente como para buscar a los perdidos y con paciencia dirigirlos a Sus brazos[7].

Vemos la naturaleza de Dios en cada milagro, y en cada palabra de perdón y esperanza que Jesús pronunció, y en Su amor que tiene un ojo espiritual que —aun en nuestros peores momentos— ve lo bueno y las posibilidades que hay. Vemos la tierna dulzura al igual que la furia contra el mal. Lo mejor de todo es que vemos la manera en que la huella de Dios en nosotros hace que Su luz brille en nuestra vida y que también ilumine a otros[8].

Jesús dijo en profecía:

Soy la viva expresión de la naturaleza del Padre. Por medio de Mi vida en la Tierra, por medio de Mi sacrificio y Mi regalo de la vida eterna, di una ilustración no solo del aspecto de Dios, sino de la realidad de quién es Él, de modo que ustedes pudieran acercarse a Él en espíritu y en verdad.

El amor del Padre es parte de Su naturaleza, pero en Él hay infinitamente más que ustedes pueden aprender de Mí. No llegarán a experimentar ni entender completamente a Dios en esta vida. Descubrir la naturaleza de Dios es una aventura en la que pasarán la eternidad. Están solo en el umbral, el pequeñísimo principio de algo que va más allá de su capacidad de entendimiento.

Jesús, el resplandor de Dios, vino a este mundo en forma pequeña: un bebé en un establo. Así pues, pocos lo notaron siquiera. Sin embargo, Él fue lo más importante que haya sucedido, dio salvación a todos los que lo aceptaron. A medida que nos acerquemos más a Jesús, podemos irradiar más el Espíritu de Dios en esta vida y, en última instancia, por el universo y la eternidad.

Al mirarnos a nosotros mismos, probablemente no vemos el fulgor de la impronta o sello de Dios. Sin embargo, ¿cuántos podrían haber imaginado que provendría de una mujer con problemas y su pobre esposo a quienes parecía que todo había salido muy mal? Dejaron su hogar, sin saber dónde ella daría a luz a su bebé. Tuvo que dar a luz entre animales, puso a su hijo recién nacido en un comedero. ¿Quién podría haber imaginado que aquel nacimiento atribulado y aparentemente sin bendiciones marcaría el comienzo de la impronta radiante de la vida de Dios, y Su gloria y soberanía para que todos lo vieran?

De modo que si piensan que algo ha salido mal en su vida y ahora mismo ven una situación sombría, de todos modos pueden regocijarse. Si Jesús es parte de su vida, incluso en el lugar más pequeño existe la posibilidad de que ocurra algo glorioso, cuando dejen que el Espíritu de Dios los guíe.

Eso hace que enfrenten el día con una sonrisa. Gracias al resplandor de la naturaleza de Dios que se hizo carne por ustedes, su futuro no podría ser más estupendo.


[1] Hebreos 1:3 NVI.

[2] Juan 8:12.

[3] Mateo 4:16 RV 1995.

[4] Efesios 2:4-5.

[5] Efesios 3:20.

[6] Hebreos 12:2.

[7] Lucas 19:10.

[8] 1 Juan 3:16