Jesús, Su vida y mensaje: Autoridad

junio 16, 2015

Enviado por Peter Amsterdam

[Jesus—His Life and Message: Authority]

Los que somos creyentes somos muy conscientes de que Jesús es el Hijo de Dios, que murió por nuestros pecados para que pudiéramos establecer una relación con Dios. Cuando leemos diversos hechos de Su vida, ya sabemos lo que sucedió, de principio a fin. Eso puede llevarnos a no entender el asombro y la admiración que sintieron los que lo oyeron hablar y fueron testigos de Su vida. Cuando leemos relatos de Sus milagros, no nos sorprendemos ni nos impresionamos, porque sabemos que Jesús tenía autoridad y poder para hacerlos. En cambio, la gente de Su época no sabía lo que nosotros sabemos de Él. Al principio no tenían una idea precisa de quién era; se les fue aclarando gradualmente, a medida que fueron escuchando Sus enseñanzas y presenciando los milagros. Aun así, la mayoría tardaron en entender y creer.

A lo largo de Su ministerio, Jesús reveló quién era mediante Sus enseñanzas y acciones. No declaró abiertamente ser el Mesías o ser más poderoso que Juan el Bautista[1]. Sin embargo, por medio de Sus enseñanzas, de las curaciones y otros milagros que obró, de Sus actos simbólicos y Sus descripciones de Su relación con Su Padre, dejó que quienes tuvieran oídos para oír y ojos para ver fueran captando poco a poco Su verdadera identidad. La autoridad con que enseñaba y actuaba fue una de las maneras en que reveló Su identidad y Su propósito.

En cada uno de los evangelios sinópticos dice que los que lo oían se maravillaban de Sus enseñanzas. El Evangelio de Lucas menciona:

Se admiraban de Su doctrina, porque Su palabra tenía autoridad[2].

Marcos escribe:

Se admiraban de Su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas[3].

Los escribas eran los expertos en la ley mosaica. Eran responsables de interpretarla y aplicarla. Eran los guardianes oficiales de la tradición jurídica, los maestros de la Ley autorizados, y por motivo de su formación y su cargo se sentían con derecho a que la gente aceptara sus dictámenes legales[4]. Su autoridad se basaba en su instrucción formal y su conocimiento de los intérpretes de la Ley que los habían precedido, por lo que solían citar a estos. Se suele mencionar una anécdota sobre el gran maestro judío Hilel, fallecido cuando Jesús era niño: resulta que se había pasado el día entero hablando sobre un tema, pero aun así los demás rabinos no aceptaban sus enseñanzas, hasta que dijo: «Eso es lo que oí de boca de Sh’maya y Abtalion». Para los escribas, la autoridad para emitir dictámenes emanaba de la continuidad de la tradición[5]. Aparte de ser entendidos en las Escrituras y su interpretación, eran también autoridades en lo que respecta a las tradiciones orales, a las que Jesús se refirió como la «tradición de los ancianos»[6].

El hecho de que Jesús no hubiera recibido instrucción formal como los escribas no significa que no fuera entendido. Su autoridad para enseñar no se fundaba en lo que habían dicho otros; Él tenía autoridad intrínseca por ser quien era, la cual le venía de Su Padre.

Se admiraban los judíos, diciendo: «¿Cómo sabe este letras sin haber estudiado?» Jesús les respondió y dijo: «Mi doctrina no es Mía, sino de aquel que me envió»[7].

Observamos esa autoridad las 73 veces en que aparece la expresión «de cierto os digo». El vocablo hebreo amen se traduce, en las distintas versiones, como «ciertamente», «de cierto», «en verdad», «te digo la verdad», «te aseguro». A lo largo de los cuatro evangelios, Jesús lo emplea para destacar la significación de las palabras que está a punto de pronunciar. En esencia, es como si dijera: «Deben prestar oído a lo que les quiero decir, porque las palabras que hablo no son Mías; ¡son las mismísimas palabras de Dios!»[8] (En el Evangelio de Juan, la expresión siempre aparece repetida: «De cierto, de cierto»). Ese uso de la locución «de cierto» que hace Jesús no tiene paralelo en la literatura judía[9]. Solo Él la empleó a modo de introducción y refuerzo de Sus declaraciones. Y siempre seguía con un «te digo» o un «os digo». Era Su manera de enfatizar que se trataba de verdades absolutas.

Manson comenta:

Una sola expresión —el frecuente y enfático «de cierto os digo»— basta para poner a Jesús en una categoría aparte como maestro, que no es ni la de los profetas ni la de los escribas. Cuando un profeta hablaba con autoridad, era como mensajero de Dios; y presentaba adecuadamente su mensaje mediante la fórmula introductoria: «Así dice el Señor». Cuando un escriba hablaba con autoridad era para exponer lo que decían las Escrituras y la tradición. Cuando Jesús habla con autoridad, la fórmula es: «Yo os digo»[10].

Jesús, en tanto que hijo de Dios, hablaba con la autoridad de Su Padre.

Su autoridad se pone de manifiesto tanto en Sus enseñanzas como en Sus portentos. En los evangelios se mencionan numerosos milagros que hizo Jesús. Entre ellos cabe mencionar varios casos concretos en que sanó a personas de diversas enfermedades y dolencias, a saber: ceguera[11], lepra[12], parálisis[13], fiebre[14] y hemorragias[15]. Aparte de esos hechos concretos, hay varios pasajes que incluyen resúmenes de Sus curaciones:

Le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los sanó[16]. Se le acercó mucha gente que traía consigo cojos, ciegos, mudos, mancos y otros muchos enfermos. Los pusieron a los pies de Jesús, y los sanó; de manera que la multitud se maravillaba al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos andaban y los ciegos veían. Y glorificaban al Dios de Israel[17]. Enviaron noticia por toda aquella tierra alrededor, y trajeron a Él todos los enfermos; y le rogaban que los dejara tocar solamente el borde de Su manto. Y todos los que lo tocaron, quedaron sanos[18].

Por lo general, Jesús sanaba sin orar a Dios ni invocar Su nombre. Tenía autoridad inherente para curar. (La única excepción fue justo antes de resucitar a Lázaro, cuando oró a Su Padre para beneficio de los demás.

Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sé que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que Tú me has enviado». Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: «¡Lázaro, ven fuera!»[19])

Jesús se valió de Su autoridad para sanar con el fin de demostrar que también tenía autoridad para perdonar pecados. Una vez que le trajeron un paralítico, le dijo:

«Hombre, tus pecados te son perdonados»[20]. Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a pensar, diciendo: «¿Quién es este que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?» Jesús entonces, conociendo los pensamientos de ellos, les preguntó: «¿Qué pensáis en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: A ti te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». Al instante se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en que estaba acostado y se fue a su casa glorificando a Dios. Y todos, sobrecogidos de asombro, glorificaban a Dios. Llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto maravillas»[21].

El objetivo de la pregunta que hizo Jesús fue evidenciar que si Él tenía autoridad para curar al paralítico, también la tenía para perdonar pecados. Los escribas entendían que solo Dios podía perdonar pecados, motivo por el que dijeron que Jesús blasfemaba.

Bock explica:

La lógica de la pregunta está clara: es más fácil afirmar algo que no es posible verificar visualmente que algo que sí se puede confirmar a simple vista. Desde la perspectiva del observador, es más fácil pretender que se tiene autoridad para perdonar pecados, ya que nadie puede demostrar lo contrario. La cuestión es esta: Lo que afirma Jesús ¿es totalmente gratuito, o es cierto? Su declaración de perdón, ¿cuenta con el respaldo de la palabra y el poder de Dios? […] El hecho de que el hombre pudiera volver caminando a su casa da testimonio de su curación, y debería hacer reflexionar al observador y al lector sobre lo que esa sanación indica acerca de Jesús y sobre el auténtico significado de Su pretensión de tener autoridad sobre el pecado[22].

Con Su poder para sanar, Jesús demuestra que también tiene autoridad para perdonar pecados.

El centurión que tenía un criado enfermo expresó el concepto de la autoridad de Jesús para sanar. Cuando Jesús le dijo que iría a su casa para curar al criado, él respondió:

«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi criado sanará, pues también yo soy hombre bajo autoridad y tengo soldados bajo mis órdenes, y digo a este: “Ve”, y va; y al otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace». Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que lo seguían: «De cierto os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe»[23].

El centurión entendió que Jesús estaba sujeto a la autoridad del Dios de Israel, de la misma manera que él estaba sujeto a la autoridad de sus superiores en el ejército[24].

Dice también que Jesús hacía uso de Su autoridad para expulsar espíritus malignos:

Todos estaban maravillados, y se decían unos a otros: «¿Qué palabra es esta, que con autoridad y poder manda a los espíritus impuros, y salen?»[25]

Los evangelios cuentan que, aparte de realizar curaciones y exorcismos, Jesús tenía poder y autoridad sobre la naturaleza. Calmó la tormenta y el viento con una simple orden[26]; en dos ocasiones multiplicó un puñado de panes y peces para alimentar a miles de personas que lo habían estado escuchando[27]; y resucitó muertos[28]. Los que presenciaron Sus manifestaciones de poder y autoridad se hicieron la pregunta del millón: «¿Quién es este hombre?»[29]

Es la misma pregunta a la que conducen algunas declaraciones de Jesús, como cuando dijo que era «Señor del día de reposo»[30], que se le había dado autoridad para juzgar[31], que «vendrá en la gloria de Su Padre, con Sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras»[32], y también: «El que oye Mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida»[33].

El Hijo de Dios vino al mundo para salvar a todo el que crea en Él de los efectos finales del pecado. Gracias a Él podemos estar llenos del Espíritu de Dios, llevar una vida que lo glorifique y morar eternamente en Su presencia. Los que conocieron a Jesús en Su época no captaron inmediatamente quién era. A lo largo de Su ministerio, tanto Sus discípulos como otros se preguntaron: «¿Quién es este hombre?», y muy gradualmente fueron reconociendo que se trataba del Mesías. Aunque nos cueste entender cómo es que no se convirtieron en discípulos Suyos algunos de los que se maravillaron al ver enfermos curados, multitudes alimentadas y cantidad de otros milagros, es evidente que muchos no lo hicieron. Sin embargo, con el transcurso del tiempo los que no solo presenciaron Sus milagros sino que además escucharon Sus enseñanzas fueron entendiendo y creyendo, y terminaron cambiando el mundo.

Habían conocido a Jesús, habían sido testigos de la autoridad de Sus palabras y obras. Dieron a conocer Su vida, muerte y resurrección, y otros también creyeron. Los evangelistas registraron en los evangelios algunas de Sus palabras y hechos, a fin de preservarlos para las futuras generaciones. Al leerlos hoy en día, uno se sigue preguntando: «¿Quién es este hombre?» Los que hemos tenido oportunidad de conocerlo entendemos que es la encarnación de Dios, que se entregó por nosotros y cambió radicalmente nuestra vida para siempre. Y todos los que hemos sido bendecidos con fe podemos optar por darlo a conocer a los demás.

Lo mismo que dijo a Sus primeros discípulos nos lo sigue diciendo ahora:

Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo[34].


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 3:11; Marcos 1:7; Lucas 3:16.

[2] Lucas 4:31,32.

[3] Marcos 1:22. También Mateo 7:28,29.

[4] France, The Gospel of Matthew, 298,299.

[5] Talbert, Reading the Sermon on the Mount, 145.

[6] Keener, The Gospel of Mark, 90.

[7] Juan 7:15,16.

[8] Hawthorne, G. F.: Amen, en «Dictionary of Jesus and the Gospels», 8.

[9] Jeremias, Teología del Nuevo Testamento, 45.

[10] Manson, The Teaching of Jesus, 106.

[11] Mateo 9:27–30; 20:29–34.

[12] Mateo 8:1–4.

[13] Mateo 9:2–8; 8:5–13.

[14] Mateo 8:14,15.

[15] Mateo 9:20–22.

[16] Mateo 4:24.

[17] Mateo 15:30,31.

[18] Mateo 14:35,36.

[19] Juan 11:41–43.

[20] Lucas 5:20.

[21] Lucas 5:21–26.

[22] Bock, Luke 1:1–9:50, 485,486.

[23] Mateo 8:8–10.

[24] France, The Gospel of Matthew, 315.

[25] Lucas 4:36.

[26] Marcos 4:36–41; Lucas 8:24; Mateo 14:26–32.

[27] Mateo 14:16–21; 15:33–39; Marcos 6:34–44; 8:1–9; Lucas 9:12–17; Juan 6:5–13.

[28] Juan 11:39–44; Lucas 7:11–16; Mateo 9:18,19,23–26; Marcos 5:22–24,35–43; Lucas 8:40–42,49–56.

[29] Juan 4:29; 9:16; 10:20,21; Lucas 5:21.

[30] Marcos 2:28 (RVC).

[31] Como el Padre tiene vida en Sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en Sí mismo; y, además, le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del hombre (Juan 5:26,27).

[32] Mateo 16:27.

[33] Juan 5:24.

[34] Mateo 28:18–20.